El desgraciado de Cristian te ha dicho varias veces que quería mayor intimidad, pero tu familia es muy conservadora. Quieres respetar a tus padres y el esfuerzo que han hecho para mandarte a la universidad. Si quedas embarazada antes de graduarte, no solo sería una decepción para ellos, sino que también tendrían que soportar los chismes del pueblo. Por eso, limitas la intimidad de ambos a juegos. Algo que él no ha podido cambiar en estos cinco años, por más que lo intenta.
Aun así, siempre tan sumisa y responsable, haces lo que Cristian quiere. Te muestras como la chica perfecta, siendo que él no es un buen novio. Ahora te das cuenta de que él no volvía a casa porque estaba con otra. ¿Cuántas veces te ha engañado? ¿Con cuántas mujeres? Seguramente no eres la primera chica.
Te sientes tan tonta y desdichada, tan impotente. Si uno de tus compañeros aparece, te acostarías con él. Solo para dejar de ser virgen. Para poder dejar por un instante a la estúpida en la que crees haberte convertido estos cinco años.
Un automóvil se detiene a tu lado y piensas que tal vez sería uno de tus compañeros de trabajo o algún conocido. Tu suerte por fin está cambiando, crees, pero no. El tipo del automóvil es un desconocido que te confunde con una prostituta.
—Lo que me faltaba —dices molesta con la situación—. ¿Por qué no me haces el favor y te vas a la m****a? Al decir eso, el automóvil sigue de largo.
Por suerte para ti, el tipo no es insistente. Tal vez la cara de endemoniada que llevas cuando te pregunta cuánto cobras lo ha espantado. Aunque unas cuadras más adelante, otro automóvil baja la velocidad y se pone cerca de ti como el anterior. Estás cansada, te duelen los pies y tienes frío. Por lo que ni siquiera te volteas a verlo cuando baja la ventanilla del lado del pasajero.
—Ya terminé de trabajar por hoy. Así que vas a tener que buscarte a otra puta barata —dices con ironía y sin más sigues caminando.
No vas a darle explicaciones a un maldito desgraciado que no es capaz de conquistar a una mujer de la manera habitual, y tiene que acudir a una prostituta. Seguramente es un maldito, al igual que Cristian. Hay muchos de esos por la calle. Tipos que engañan a sus novias o a sus esposas con prostitutas. ¿Por qué? Porque seguramente son tan poco hombre que solo se sienten a gusto pagando por eso. Ya que una prostituta jamás les diría lo horrible que son en la cama. Como Cristian, que ni siquiera sabe cómo hacerte llegar con su boca. Un hombre así no se merece tu virginidad, ni tu cuerpo.
Por un instante te sientes feliz de no haber tenido relaciones con ese maldito. Puesto que es probable que en la cama fuera un desastre. Cinco años y ni un orgasmo te ha dado. ¿Qué sabe él de hacer feliz a una mujer? Sales de tu burbuja al darte cuenta de que el desgraciado del automóvil todavía te sigue. Esperas unos metros más y terminas estallando de ira.
—¿Acaso no puedo estar caminando sola bajo la lluvia sin que quieran romperme las malditas pelotas? —dices susurrando, pero, aun así, el automóvil no se aleja de ti—. ¡Maldita sea! ¿Una mujer no puede caminar sola en la calle sin que se la quieran meter? ¡No soy prostituta, déjame en paz!
Después de decir eso, miras furiosa en dirección al vehículo. ¿Puede ser este el peor día de tu vida? Sí, claro que te lo parece. El hombre que está dentro del automóvil es ni más ni menos que tu jefe. No es tu supervisor, ni tu coordinador. Es el jefe, del jefe, de tu jefe. El dueño del bufete donde estás haciendo la pasantía. Piensas que vas a desmayarte del impacto que esto provoca en tus emociones. Esta noche definitivamente se ha convertido en la peor de tu corta vida y piensas que, probablemente, arruinará tu futuro como abogada.
Piensas en declararte incompetente, pero él sabría que sería solo una mentira. Ya que el doctor Cuartuco es experto en el tema. ¿Quién es mejor abogado que ese hombre al que le has gritado como una desquiciada? ¿Acaso te despediría? ¿Qué harías tú si te deja sin trabajo antes de terminar tu pasantía? ¿De dónde sacarías un nuevo bufete para poder concluir con tu tesis? ¿Quién sería tan estúpido como para ir en contra de este hombre?
En el país es uno de los mejores y todo el que está en su contra tiene que tener con qué. Él te aplastaría como a una cucaracha, y no como esas que intentas aplastar y salen vivas, sino como esas que quedan completamente despedazadas, esas a las que sientes crujir debajo de tu pie. Asquerosamente aplastada por el pie del hombre más intimidante de toda la ciudad.
Una nueva idea se cruza en tu mente. Tal vez él aún no te ha reconocido. Tienes una mínima posibilidad de salir de esta situación ilesa. Tal vez la apariencia de cenicienta pasada por agua puede hacer que él no te reconozca, o tal vez ni siquiera te ha prestado atención en el trabajo y no recuerda tu rostro o tu nombre. Tal vez… No. No tienes esa suerte. Ya que tu sueño se derrumba al escuchar la voz del hombre en cuestión.
—Señorita Fernández —dice él y sabes que este es tu fin—. ¿Se puede saber qué hace en medio de esta lluvia?
Las palabras del hombre parecen más de sorpresa que de enojo. Tiene una voz imponentemente grave y muy sensual para cualquier mujer que lo escuche. Como si con cada una de sus palabras un pequeño conjunto de serotonina se liberara en tu cabeza. Es tan profunda e imponente que siempre que lo has escuchado en tu trabajo ha causado que te estremezcas.
El doctor Cuartuco es un hombre de esos que desbordan elegancia. Muy atractivo teniendo en cuenta que no parece tener más de unos cuarenta y tantos, los cuales lleva de maravilla. Todas las chicas del bufete están locas por él. Y por lo que has escuchado es una persona con un trato muy agradable para ser que es uno de los más feroces en el juzgado.
Hasta cuando camina lo hace con porte y de una manera seductora. Parece de esos modelos de pasarela mezclados con esos tipos de los gimnasios que hacen pesas. Como si su cuerpo le permitiera moverse, pero solo de una manera en la que impone su porte.
—Doctor. Lamento lo que dije. Es que… Sé que no es una excusa, pero no he tenido una buena noche y… —dices, tratando de justificarte, pero eres interrumpida por esa voz grave y sensual a la que no estás acostumbrada todavía.
—¿Le gustaría que la alcance a algún lugar? Aunque no deseo privarla de sus placeres nocturnos, de ir bajo la lluvia insultando a las personas —dice él con una sonrisa que te hace sonrojar—. No es que quiera meterme en su vida, pero si sigue así se va a terminar enfermando.
Este hombre no solo es increíblemente atractivo, sino también demasiado atento, al menos desde tu perspectiva. Para ti, resulta ser como tu ángel salvador. Aunque después de cómo te has comportado, te da un poco de vergüenza aceptar su ayuda. Intentas decirle que no es necesario, aunque sabes que, sin él, las cosas malas que te han pasado continuarán. Pero ahora, después de años de ser solo una persona modesta y humilde, te has vuelto orgullosa.
—Gracias, pero no quiero causarle…—intentas decir, pero una ráfaga de viento te hace tiritar con más fuerza.
El doctor Cuartuco hace caso omiso a tus palabras y abre la puerta del automóvil para que entres. Te resignas rápidamente. Has pasado por demasiadas cosas ya esta noche. Te acercas, pero cuando ves el asiento del coche, te detienes.
—¿Qué está esperando?, señorita Fernández —pregunta él con curiosidad, notando que no estás bien.
—Es que estoy empapada. Voy a arruinar el asiento de su Mercedes Benz —dices al notar lo lujoso que es su automóvil.
El doctor Cuartuco se quita el cinturón de seguridad y se saca su chaqueta para apoyarla en el asiento del acompañante. Aunque para ti no es una mejor opción, porque esa chaqueta vale lo que ganas en un año. Aun así, no quieres que él se impaciente, así que finalmente te sientas.
—Dígame a dónde quiere que la lleve —dice él con tono amable mientras regula la temperatura del vehículo para ayudarte a dejar de tiritar.
Le das la dirección de la compañera que vive cerca de ahí. Pedirle que te lleve a la casa de tu amiga Guadalupe sería un abuso de su amabilidad, y tampoco tienes muchas ganas de conversar después de todo lo ocurrido.
El vehículo arranca y sientes una punzada en el pecho. Tienes mucho frío y no has notado cuán pálida estás hasta que te ves en el espejo retrovisor. Tu cabello está pegado a tu rostro y tus labios parecen tomar un tono levemente azulado. Toda tú te sientes horrible frente a ese hombre, en este momento específico. Tal vez otro día, de otro modo, con otra ropa y en otras circunstancias, podrías sentir que tienes la oportunidad de conquistarlo con tus curvas, pero no hoy.
—En realidad me han robado —dices para evitar el silencio incómodo que se está formando, aunque también lo haces para tratar de justificar un poco tu comportamiento irracional.
Al no recibir respuesta por parte de tu jefe, lo miras con preocupación. ¿Tal vez no te cree o quizás se da cuenta de que estás tratando de justificarte? Mientras más atenta lo miras, más incómoda te sientes. El cosquilleo en el estómago se vuelve más intenso, y te ruborizas por estar en su mera presencia. Su rostro es apolíneo, sus rasgos masculinos pero delicados. Tiene el cabello un poco más oscuro que tú y está perfectamente rasurado, como si en ese perfecto rostro no creciera el vello facial.
¿Es posible que alguien en alguna parte del extenso universo haya pensado en eso? En crear a un espécimen de la raza humana con las características exactas para que las féminas a su alrededor se sientan como tú; atrapadas por su belleza y su porte. ¿Lo es? El doctor Cuartuco te saca de tus pensamientos para responder.
—Supuse que algo te había sucedido. ¿Te hicieron daño? ¿Estás bien? —pregunta en tono de preocupación.
¿Será real o parte de la formalidad que los humanos están acostumbrados a utilizar dentro de su hipocresía? Es una de las preguntas que cruza por tu mente, Camila. Es normal que te sientas así, ya que uno de esos mismos machos alfa te ha dejado a la deriva horas atrás. Cruzas los ojos con él y te das cuenta de que estás actuando como una tonta. Así que con la cabeza haces un movimiento de afirmación, respondiendo a la última de sus preguntas. Es lo único que puedes hacer frente a ese tipo de hombre que, con solo un par de ojos grandes, logra intimidarte.
—Es que estoy empapada. Voy a arruinar el asiento de su Mercedes Benz —dices al notar lo lujoso que es su automóvil.
El doctor Cuartuco se quita el cinturón de seguridad y se saca su chaqueta para apoyarla en el asiento del acompañante. Aunque para ti no es una mejor opción, porque esa chaqueta vale lo que ganas en un año. Aun así, no quieres que él se impaciente, así que finalmente te sientas.
—Dígame a dónde quiere que la lleve —pide él con tono amable, mientras regula la temperatura del vehículo para ayudarte a dejar de tiritar.
Le das la dirección de la compañera que vive cerca de ahí. Pedirle que te lleve a la casa de tu amiga Guadalupe sería un abuso de su amabilidad, y tampoco tienes muchas ganas de conversar después de todo lo ocurrido.
El vehículo arranca y sientes una punzada en el pecho. Tienes mucho frío y no has notado cuán pálida estás hasta que te ves en el espejo retrovisor, pese a ser morena, pareces enferma. Tu cabello está pegado a tu rostro y tus labios parecen tomar un tono levemente azulado. Toda tú te sientes horrible frente a ese hombre, en este momento específico. Tal vez otro día, de otro modo, con otra ropa y en otras circunstancias, podrías sentir que tienes la oportunidad de conquistarlo con tus curvas, pero no hoy.
Autora: Osaku
—En realidad me han robado —le dices a tu jefe, para evitar el silencio incómodo que se está formando, aunque también lo haces para tratar de justificar un poco tu comportamiento irracional.Al no recibir respuesta por parte de tu jefe, lo miras con preocupación. ¿Tal vez no te cree o quizás se da cuenta de que estás tratando de justificarte? Mientras más atenta lo miras, más incómoda te sientes. El cosquilleo en el estómago se vuelve más intenso, y te ruborizas por estar en su mera presencia. Su rostro es apolíneo, sus rasgos masculinos pero delicados. Tiene el cabello un poco más oscuro que tú y está perfectamente rasurado, como si en ese rostro no creciera el vello facial.¿Es posible que alguien en alguna parte del extenso universo haya pensado en eso? ¿En crear a un espécimen de la raza humana con las características exactas para que las féminas a su alrededor se sientan como tú; atrapadas por su belleza y su porte? ¿Lo es? El doctor Cuartuco te saca de tus pensamientos para resp
La pregunta de tu jefe te toma desprevenida. Ya que te habías quedado impresionada al ver las dimensiones de esa cocina. Sobre todo, porque, aunque se parece a la de la casa de tus padres, se encuentra en la ciudad. En un departamento. Al darte cuenta de que tu jefe te está haciendo un cumplido, no sabes qué decir. Sobre todo, porque Cristian ha acabado con tu confianza y seguridad esta misma noche.—¿Qué deseas beber? —te pregunta él para salir del silencio, mientras se sirve una copa de vino.Él se ha dado cuenta de que te sorprendiste ante sus palabras y espera descomprimir un poco la situación. Desde que te subiste a su automóvil, él ha notado que estás nerviosa, al menos así lo percibe. Sin embargo, no parece conseguirlo, sin importar lo que haga.Cuando te pregunta qué quieres beber, dudas. No quieres sonar como una niña pidiendo una gaseosa. Aunque sabes que tu resistencia al alcohol es casi nula. Aun así... ¿Qué importa si te emborrachas un poco? Ya has hecho el ridículo con e
Es algo muy vergonzoso para ti. Decirle a tu jefe algo tan personal y denigrante. No es algo de lo cual te sientas orgullosa. Tal vez sí lo has sido durante tu adolescencia, pero ahora lo sientes como un peso. Ya que todas las chicas que conoces lo han hecho por lo menos con uno de sus novios. Y si no es por carácter religioso, algo que tú misma no sabes si valoras, y por tus padres ya no lo sería. Y justo en este momento se vuelve una carga de la que prefieres liberarte. Lo has analizado al estar bajo la lluvia. Y lo estás pensando ahora mismo.—Perdón. No debí decir eso —te retractas tratando de pedirle disculpas a Lisandro. Aún lo reconoces como una figura de autoridad en tu vida.Lisandro solo se queda mirándote sin emitir sonido. Tú empiezas a sentirte cada vez más nerviosa. Tal vez tu jefe cree que estás mintiendo o tal vez piensa que eres de esas chicas a las que les gusta jugar con eso. Pero al contrario de lo que no dejas de maquinar en tu cabeza, Lisandro solo está sumergido
No solo no respondes su pregunta, sino que también cierras los ojos. Queda desconcertado, ya que es muy importante para él quedarse tranquilo que digas mínimamente que sí.Esperas ese beso cargado de deseo que sabes que te hará estremecerte nuevamente y volverte una con él, pero que nunca llega. ¿Por qué no te besa? Piensas con impaciencia, cada segundo se vuelve una tortura. La realidad es que deseas a este hombre desde el primer momento en que lo viste y ahora eres capaz de tener un poquito de él; sin embargo, Lisandro sigue negándotelo.Te sientes segura de ti misma como mujer, lista para hacer lo que sea necesario para intentar satisfacer a un hombre como Lisandro. Sabes que será un reto para ti porque no solo vuestra diferencia de edad los aleja en conocimiento de las prácticas, sino que es probable que él haya estado con muchas mujeres incluso antes de que tú nacieras. Y lo que te resulta más ilógico, es que las palabras de este hombre te hayan hecho recuperar la confianza que s
Están en medio de un debate moral. No entiendes por qué un hombre necesita tanto tu consentimiento, pese a lo que él te ha explicado con anterioridad. Mientras que él no concibe tocarte sin tu manifestación verbal de deseo. Esta situación los lleva a una impotencia inimaginable. Parece que el fuego volverá a apagarse cuando de repente hablas.—Quiero, solo quiero que no me preguntes nada —dices con mucha vergüenza.Él no dice nada más y da la conversación por terminada. Te baja los pantalones del pijama y besa tus piernas con pequeños y tiernos besos. Te quitas la parte superior del pijama, quedando completamente desnuda frente a él.Desde donde está, en cuclillas, después de unos cuantos besos que lo llenan de ti, él mira tu rostro. Avergonzada, como si lo que has hecho fuera extremadamente audaz, él se pone de pie rápidamente para volver a besarte en los labios. Mientras lo hace, te hace abrir las piernas y comienza a acariciar la zona con delicadeza. Aunque conoces esa sensación, n
Le explicas que ha sido muy difícil para ti todo lo que ha ocurrido. Le prometes contarle todo cuando se vean, pero necesitas que te haga el favor de esperarte en la puerta del complejo de su edificio. Guadalupe te confiesa que hace tan solo unos veinte minutos que ha subido a su casa, ya que desde que la has llamado en la noche, se ha quedado junto a la reja como una loca esperando por ti. Supone que no tienes dinero, y que tu teléfono se ha quedado sin batería porque cuando te ha llamado para saber cuánto tardarías, este daba apagado.Estás tan orgullosa de tener una amiga como Guadalupe que no sabes cómo agradecérselo. Casi te pones a llorar delante del teléfono público. Finalmente, tomas un taxi y vas a la casa de tu incomparable amiga.Ella te deja que te des una ducha y por fin puedes lavar tu cabello. Esto te ayuda a relajarte un poco, algo que necesitas terriblemente. Si sigues sometiéndote a situaciones de tanto estrés, tu cabello comenzará a caerse. Te imaginas calva y no te
Al parecer, el cadete ha llegado antes de lo esperado. Pero cuando bajas a abrir la puerta, te topas con que no vienen a buscar las cosas, sino que te traen una caja. Temes que sea Cristian jugándote una mala pasada. Sin embargo, al volver a tu departamento y abrirla, te sorprendes al encontrar tu sujetador en ella. Está recién lavado, con el característico olor a la ropa cuando viene del lavadero. El desgraciado de Lisandro había mandado a lavar tu ropa antes de devolvértela.—¿Te escribió una nota o algo? —pregunta Guadalupe, pero le dices que no.Solo dejas tu sujetador en la cama y luego vuelves a terminar de empacar. Sientes que has arruinado las cosas con tu jefe de todas las maneras posibles y te angustia terrible por ello.—Tal vez es solo su manera de decir que olvidaste esto en su casa —dice Guadalupe, y no puedes evitar sentirte peor aún—. ¿Por qué no te pones linda y salimos un rato?—Tengo sueño. Creo que lo mejor es que terminemos con esto, así me voy a dormir —respondes
Te quedas paralizada por un instante, procesando las palabras del doctor Cuartuco. Te das cuenta de que, a pesar de lo incómodo que es todo esto, tiene razón. Aun así, no puedes evitar sentirte humillada y dolida. Te levantas lentamente, tratando de mantener la compostura, y sales de su oficina sin mirar atrás.En parte, no puedes creerlo. ¿Esto es real? ¿Te está obligando a seguir trabajando para él? Eso te disgusta, sobre todo por cómo te ha hablado. Te has sentido insignificante. Es impresionante el poder que ese hombre tiene con solo sus palabras. Seguramente en el tribunal eso le sirve, pero que use ese mismo recurso contigo te hace sentir muy enojada. Aun así, decides no decir nada. Te pones de pie y sales de la oficina.Has perdido la batalla contra el maldito de tu jefe. Maldito y sensual jefe.Mientras caminas de regreso a tu escritorio, te sientes como si estuvieras en una especie de trance. Las miradas curiosas de tus compañeros te atraviesan, pero las ignoras. Te sientas y