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Venganza - Primer round
Venganza - Primer round
Por: Osaku
Capítulo uno - El comienzo de mi venganza

Hoy cumplo años y cerca de mí hay una panadería. Huelo el aroma del pan y sonrío. Por fin voy a hacer mi sueño realidad. Me ha costado muchísimo esfuerzo llegar hasta aquí, pero voy a hacer que valga la pena. Amadeo Peralta, voy a destruirte como tú lo hiciste conmigo hace diez años. No voy a permitir que seas feliz después de todo lo que tuve que pasar por culpa tuya.

Al llegar a casa, me doy una ducha y después de secar mi cabello, busco en mi armario la ropa que voy a usar para la fiesta. Una limusina me espera abajo; aun así, no me apresuro. Lo bueno se hace esperar, y yo soy conocida como una de las mejores en mi campo. Aunque había querido ser abogada, la vida me obligó a estudiar periodismo y si bien, al principio lo hacía solo para no pensar, puedo darme cuenta de que lo llevo en la sangre.

Esta noche hay una fiesta con políticos, grandes empresarios y muchos famosos. Ya he preparado todo para que la suerte esté a mi favor. Será el mejor cumpleaños de todos, los mejores veintinueve años de mi vida.

Pasa poco más de media hora entre el viaje, no hablo mucho en el coche. Sin embargo, cuando llegamos mi actitud cambia completamente. Entro al salón sintiéndome victoriosa. Voy de la mano de un príncipe de portadas y revistas, un empresario y modelo que conocí hace unos años y con quien trabajo desde hace unos meses. Rubio, de ojos claros y con un cuerpo escultural. Todas las mujeres de la fiesta se dan vuelta para vernos. Él me susurra algo al oído y, aunque me parece una estupidez su acotación, sonrío para que la gente a nuestro alrededor piense que tenemos cierta cercanía.

El lugar se ve espléndido. Han escogido un sitio muy llamativo para la fiesta, como siempre hacen estos malditos hipócritas que solo lavan dinero en estas reuniones, me asquea ser parte de esto, pero a veces debemos ensuciarnos las manos para conseguir lo que queremos.

Un asistente me pide mi abrigo y cuando me lo quito y se lo entrego, se queda mirándome. Igual que todos a nuestro alrededor. Llevo un hermoso vestido color champán, bastante ostentoso, de la increíble Vera Guang. Entalla perfectamente mi cuerpo, resaltando mis mejores atributos.

Siguiendo el consejo de mi amiga Brenda, me hice una cirugía para aumentar mi busto a una copa que llama la atención, sin destrozarme la columna. Ya hace dos años que lo hice y, tal como ella dijo, eso incrementó aún más mi popularidad entre estos hipócritas que se llenan la boca con halagos mientras quieren llenar mis bolsillos con dinero para llevarme a la cama. Se hacen los puritanos frente a las cámaras, pero después quieren abrirme las piernas.

Todo esto es necesario para llamar la atención de él, el hombre que fue una vez el más especial de mi vida. Y todo vale la pena si puedo hacer su vida solo un poco más miserable de lo que fue la mía hace diez años.

Nos acercamos a algunas personas y empezamos a charlar. Mi pareja es un gran conversador y las mujeres se mueren por él, así que estará distraído mientras yo trato de captar la atención de nuestro invitado de honor. Aun así, no voy directamente a él, ya que a las moscas se las atrapa con miel. Por lo que, no necesito hacer más que mover la cola para tenerlo detrás de mí a mitad de la noche.

Veo a un amigo y le hago señas para que se acerque a saludarme. Cuando lo hace, aprovecho para alejarme del hombre que me acompaña, ya no lo soporto. Trabajar para él fue muy molesto. Mi amigo me invita a bailar y nos dirigimos a la pista.

Emanuel Sico, es quien me acompaña, un famoso empresario de la industria de los cosméticos. Cuando comenzó su carrera, me pidió que fuera una de sus modelos y, como no tenía para pagarme, le pedí que no se preocupara.

Noté inmediatamente que tenía talento, por lo que sabía que llegaría lejos. Así que le propuse que cuando llegara a la cima me pagara lo que hice por él con favores. Recuerdo que ese día se rio y años después, al lograr su primer gran contrato, lo primero que hizo fue llamarme para recordarme que puedo pedirle lo que quiera. Desde entonces, cada vez que nos vemos, lo menciona en nuestras conversaciones.

—Sabes que te debo un favor. Y no me gusta deberle nada a mujeres inteligentes y hermosas como tú —comenta con una sonrisa seductora—. ¿Qué haces aquí con ese vestido si no te gusta llamar la atención?

Su cuerpo es atractivo, llama la atención de hombres y mujeres por igual, pero a mí no me gusta y él lo sabe perfectamente. No soy la clase de mujer que se enamora. Solo una vez entregué mi corazón, y aún no lo recupero, creo que sus pedazos fueron esparcidos por todo el país. Por lo que ya no me preocupo por ello. Seré feliz cuando cumpla con mi venganza.

—Estamos cerca del día en que necesitaré que me devuelvas el favor que te hice, tranquilo —le susurro al oído de manera coqueta—. Sin embargo, hoy vine a ocuparme de otras cosas. Por eso me puse mi traje de guerra.

Sonreí, mirando discretamente a mi alrededor mientras bailábamos con elegancia. No dejo nada al azar; incluso he tomado clases de baile. De niña, solo sabía lanzar a los chicos por el aire y aplastar sus canicas. Ya que mi padre me enseñó artes marciales, hasta que lo perdí en ese horrible accidente.

—Si así te vistes para la guerra, no quiero imaginar cómo te vestirás para la paz —responde mi amigo y ambos sonreímos.

Siento una mano en mi hombro y, al darme vuelta, veo a un hombre desconocido. Trato de pensar, recordar quién es, pero no logro hacerlo. Eso es malo, soy periodista, se supone que debo conocer a cada persona que está dentro de esta pomposa fiesta.

—Señorita, no quiero parecer impaciente, pero quería saber si me concede la siguiente pieza —dice el hombre con buen porte. Parece que tiene demasiada confianza en sí mismo, algo que detesto de los hombres poderosos.

Acomodo mi cabello y lo miro fijamente a los ojos.

Emanuel me aprieta la mano y luego, discretamente, me susurra al oído lo que necesito saber. Ese hombre era Francisco Rojas, un pez gordo de la industria de la moda. Parece que no quiere acostarse conmigo, y hay algo más detrás de su coqueteo. Por lo menos es lo que mi amigo me hace creer.

Sonrío y acepto bailar con él. Mientras lo hacemos, me hace las típicas preguntas que los hombres suelen tener dentro de su repertorio, lo que es bastante aburrido. Parece que mi amigo se ha equivocado, es un tipo importante, y cree que por eso puede abrir mis piernas esta noche. Como siempre, amablemente le explico que esta noche estoy comprometida con la persona con la que he asistido a la fiesta, pero que, si lo desea, puede darme su tarjeta y yo lo llamaré.

Es fundamental no ofender a esta clase de hombres, puede traerme muchos problemas en mi trabajo, y no lo necesito. Tal vez algún día deba requerir su ayuda, y lo mejor es no hacerle saber que me desagradan los de su tipo.

Así paso la mitad de la noche, bailando y aceptando tarjetas de empresarios y hombres ricos. Algo que en su momento me había ayudado, pero que hoy agota mi paciencia, ya que algunos se ponen más insistentes que otros. Y debo terminar dejándolos solos en la pista. Ellos no me harán una escena en este momento, pero en el futuro es posible que me den un dolor de cabeza.

Mi acompañante se va con una morena y yo sigo sin encontrar a la persona que quiero atraer, por lo que siento que no será tan buen cumpleaños después de todo. Suspiro cuando estoy a punto de irme, resignada a haber desperdiciado un día de trabajo. Sin embargo, la misma persona que me entrega el abrigo me pide que pase a una sala contigua al salón donde se realiza la fiesta. Alguien quiere hablar conmigo, algo común entre personas tan famosas. Algunos están casados y tratan de mantener sus amoríos fuera de la vista de las cámaras y de los reporteros, muchos de ellos solo me quieren por mi cuerpo y ni se molestan en saber de mí, cuando se enteran de que soy reportera la mayoría sale corriendo. Otros son más osados y me piden saber si puedo ayudarlos con una entrevista, son los más peligrosos.

Caminamos por un pasillo con alfombra persa y detalles en oro. Es evidente que es una zona importante, ya que no hay cámaras de seguridad. Al parecer, quien quiere verme es tan importante que ni el personal del hotel puede saber su identidad.

Admito que me generó cierta curiosidad esa persona. Sobre todo, porque parecía no saber que yo era periodista. Y aunque muchos de mis clientes no lo sabían al principio, siempre terminábamos recordando la manera en la que nos conocíamos. Y la mayoría hacía este tipo de entrada. 

Entro en una sala de reuniones esperando ver a la víctima de mi venganza o a otro político casado y con deseos de una noche lujuriosa, pero no. Aparece un hombre que no conozco con un montón de papeles en la mano. Dejo mi bolso en la silla junto con mi abrigo y me siento en la de al lado. Sé que me va a hacer firmar algún documento de confidencialidad. Ya estoy acostumbrada a ese tipo de cosas. Me hace un par de preguntas, leo los papeles que me da y después de firmarlos, se va.

Los documentos dicen que acepto no hablar sobre lo que pueda pasar en esta habitación o ellos se aseguraran de que pierda todos mis bienes. No muy diferente a otros que he firmado antes. Espero alrededor de una hora, pero nadie viene. Cuando me canso de estar aquí sentada sin hacer nada, agarro mis cosas y abro la puerta para irme. En ese momento, me quedo helada. Está frente a mí, en la puerta, ese maldito desgraciado de Amadeo.

—Tania… Tanto tiempo —asegura y sonríe con sus perfectos dientes blanqueados. Ya no tiene las paletas torcidas. Ahora, sus dientes son todos perfectos, al igual que su vida pública con su preciosa esposa.

Cuando salen en televisión se ven como si fueran el futuro presidente de la mano de la primera dama. Me asquea verlo ahí mostrándose tan perfecto, siendo que no es más que un parásito, escoria de la sociedad. Se casaron casi un año después de que me dejara y de decirme que el matrimonio y la familia no eran para él. Por supuesto que no lo eran conmigo, pero sí con una princesita, hija de un empresario poderoso.

—Perdón, pero me estoy yendo —indico y trato de salir; sin embargo, se interpone en mi camino, bloqueándome el paso.

—Se supone que venías a verme a mí —reclama Amadeo sonriendo, resaltando lo asqueroso que es su egocentrismo.

—Peor aún, entonces —espeto y me alejo de la puerta, ya que se me viene encima.

Como si fuera su casa, entra en la habitación y cierra la puerta. Supongo que cree que me tiene acorralada. Algo que no es cierto, aunque me ha sorprendido, sé perfectamente quién es él. Un maldito que es capaz de abandonar a una mujer en su peor momento y tratar de compensar sus actos deplorables con dinero.

—Estás hermosa, así vestida —expresa alegremente y se acerca una de las sillas y se sienta como si nada, creyéndose el importante.

Autora: Osaku

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