Hoy cumplo años y cerca de mí hay una panadería. Huelo el aroma del pan y sonrío. Por fin voy a hacer mi sueño realidad. Me ha costado muchísimo esfuerzo llegar hasta aquí, pero voy a hacer que valga la pena. Amadeo Peralta, voy a destruirte como tú lo hiciste conmigo hace diez años. No voy a permitir que seas feliz después de todo lo que tuve que pasar por culpa tuya.
Al llegar a casa, me doy una ducha y después de secar mi cabello, busco en mi armario la ropa que voy a usar para la fiesta. Una limusina me espera abajo; aun así, no me apresuro. Lo bueno se hace esperar, y yo soy conocida como una de las mejores en mi campo. Aunque había querido ser abogada, la vida me obligó a estudiar periodismo y si bien, al principio lo hacía solo para no pensar, puedo darme cuenta de que lo llevo en la sangre.
Esta noche hay una fiesta con políticos, grandes empresarios y muchos famosos. Ya he preparado todo para que la suerte esté a mi favor. Será el mejor cumpleaños de todos, los mejores veintinueve años de mi vida.
Pasa poco más de media hora entre el viaje, no hablo mucho en el coche. Sin embargo, cuando llegamos mi actitud cambia completamente. Entro al salón sintiéndome victoriosa. Voy de la mano de un príncipe de portadas y revistas, un empresario y modelo que conocí hace unos años y con quien trabajo desde hace unos meses. Rubio, de ojos claros y con un cuerpo escultural. Todas las mujeres de la fiesta se dan vuelta para vernos. Él me susurra algo al oído y, aunque me parece una estupidez su acotación, sonrío para que la gente a nuestro alrededor piense que tenemos cierta cercanía.
El lugar se ve espléndido. Han escogido un sitio muy llamativo para la fiesta, como siempre hacen estos malditos hipócritas que solo lavan dinero en estas reuniones, me asquea ser parte de esto, pero a veces debemos ensuciarnos las manos para conseguir lo que queremos.
Un asistente me pide mi abrigo y cuando me lo quito y se lo entrego, se queda mirándome. Igual que todos a nuestro alrededor. Llevo un hermoso vestido color champán, bastante ostentoso, de la increíble Vera Guang. Entalla perfectamente mi cuerpo, resaltando mis mejores atributos.
Siguiendo el consejo de mi amiga Brenda, me hice una cirugía para aumentar mi busto a una copa que llama la atención, sin destrozarme la columna. Ya hace dos años que lo hice y, tal como ella dijo, eso incrementó aún más mi popularidad entre estos hipócritas que se llenan la boca con halagos mientras quieren llenar mis bolsillos con dinero para llevarme a la cama. Se hacen los puritanos frente a las cámaras, pero después quieren abrirme las piernas.
Todo esto es necesario para llamar la atención de él, el hombre que fue una vez el más especial de mi vida. Y todo vale la pena si puedo hacer su vida solo un poco más miserable de lo que fue la mía hace diez años.
Nos acercamos a algunas personas y empezamos a charlar. Mi pareja es un gran conversador y las mujeres se mueren por él, así que estará distraído mientras yo trato de captar la atención de nuestro invitado de honor. Aun así, no voy directamente a él, ya que a las moscas se las atrapa con miel. Por lo que, no necesito hacer más que mover la cola para tenerlo detrás de mí a mitad de la noche.
Veo a un amigo y le hago señas para que se acerque a saludarme. Cuando lo hace, aprovecho para alejarme del hombre que me acompaña, ya no lo soporto. Trabajar para él fue muy molesto. Mi amigo me invita a bailar y nos dirigimos a la pista.
Emanuel Sico, es quien me acompaña, un famoso empresario de la industria de los cosméticos. Cuando comenzó su carrera, me pidió que fuera una de sus modelos y, como no tenía para pagarme, le pedí que no se preocupara.
Noté inmediatamente que tenía talento, por lo que sabía que llegaría lejos. Así que le propuse que cuando llegara a la cima me pagara lo que hice por él con favores. Recuerdo que ese día se rio y años después, al lograr su primer gran contrato, lo primero que hizo fue llamarme para recordarme que puedo pedirle lo que quiera. Desde entonces, cada vez que nos vemos, lo menciona en nuestras conversaciones.
—Sabes que te debo un favor. Y no me gusta deberle nada a mujeres inteligentes y hermosas como tú —comenta con una sonrisa seductora—. ¿Qué haces aquí con ese vestido si no te gusta llamar la atención?
Su cuerpo es atractivo, llama la atención de hombres y mujeres por igual, pero a mí no me gusta y él lo sabe perfectamente. No soy la clase de mujer que se enamora. Solo una vez entregué mi corazón, y aún no lo recupero, creo que sus pedazos fueron esparcidos por todo el país. Por lo que ya no me preocupo por ello. Seré feliz cuando cumpla con mi venganza.
—Estamos cerca del día en que necesitaré que me devuelvas el favor que te hice, tranquilo —le susurro al oído de manera coqueta—. Sin embargo, hoy vine a ocuparme de otras cosas. Por eso me puse mi traje de guerra.
Sonreí, mirando discretamente a mi alrededor mientras bailábamos con elegancia. No dejo nada al azar; incluso he tomado clases de baile. De niña, solo sabía lanzar a los chicos por el aire y aplastar sus canicas. Ya que mi padre me enseñó artes marciales, hasta que lo perdí en ese horrible accidente.
—Si así te vistes para la guerra, no quiero imaginar cómo te vestirás para la paz —responde mi amigo y ambos sonreímos.
Siento una mano en mi hombro y, al darme vuelta, veo a un hombre desconocido. Trato de pensar, recordar quién es, pero no logro hacerlo. Eso es malo, soy periodista, se supone que debo conocer a cada persona que está dentro de esta pomposa fiesta.
—Señorita, no quiero parecer impaciente, pero quería saber si me concede la siguiente pieza —dice el hombre con buen porte. Parece que tiene demasiada confianza en sí mismo, algo que detesto de los hombres poderosos.
Acomodo mi cabello y lo miro fijamente a los ojos.
Emanuel me aprieta la mano y luego, discretamente, me susurra al oído lo que necesito saber. Ese hombre era Francisco Rojas, un pez gordo de la industria de la moda. Parece que no quiere acostarse conmigo, y hay algo más detrás de su coqueteo. Por lo menos es lo que mi amigo me hace creer.
Sonrío y acepto bailar con él. Mientras lo hacemos, me hace las típicas preguntas que los hombres suelen tener dentro de su repertorio, lo que es bastante aburrido. Parece que mi amigo se ha equivocado, es un tipo importante, y cree que por eso puede abrir mis piernas esta noche. Como siempre, amablemente le explico que esta noche estoy comprometida con la persona con la que he asistido a la fiesta, pero que, si lo desea, puede darme su tarjeta y yo lo llamaré.
Es fundamental no ofender a esta clase de hombres, puede traerme muchos problemas en mi trabajo, y no lo necesito. Tal vez algún día deba requerir su ayuda, y lo mejor es no hacerle saber que me desagradan los de su tipo.
Así paso la mitad de la noche, bailando y aceptando tarjetas de empresarios y hombres ricos. Algo que en su momento me había ayudado, pero que hoy agota mi paciencia, ya que algunos se ponen más insistentes que otros. Y debo terminar dejándolos solos en la pista. Ellos no me harán una escena en este momento, pero en el futuro es posible que me den un dolor de cabeza.
Mi acompañante se va con una morena y yo sigo sin encontrar a la persona que quiero atraer, por lo que siento que no será tan buen cumpleaños después de todo. Suspiro cuando estoy a punto de irme, resignada a haber desperdiciado un día de trabajo. Sin embargo, la misma persona que me entrega el abrigo me pide que pase a una sala contigua al salón donde se realiza la fiesta. Alguien quiere hablar conmigo, algo común entre personas tan famosas. Algunos están casados y tratan de mantener sus amoríos fuera de la vista de las cámaras y de los reporteros, muchos de ellos solo me quieren por mi cuerpo y ni se molestan en saber de mí, cuando se enteran de que soy reportera la mayoría sale corriendo. Otros son más osados y me piden saber si puedo ayudarlos con una entrevista, son los más peligrosos.
Caminamos por un pasillo con alfombra persa y detalles en oro. Es evidente que es una zona importante, ya que no hay cámaras de seguridad. Al parecer, quien quiere verme es tan importante que ni el personal del hotel puede saber su identidad.
Admito que me generó cierta curiosidad esa persona. Sobre todo, porque parecía no saber que yo era periodista. Y aunque muchos de mis clientes no lo sabían al principio, siempre terminábamos recordando la manera en la que nos conocíamos. Y la mayoría hacía este tipo de entrada.
Entro en una sala de reuniones esperando ver a la víctima de mi venganza o a otro político casado y con deseos de una noche lujuriosa, pero no. Aparece un hombre que no conozco con un montón de papeles en la mano. Dejo mi bolso en la silla junto con mi abrigo y me siento en la de al lado. Sé que me va a hacer firmar algún documento de confidencialidad. Ya estoy acostumbrada a ese tipo de cosas. Me hace un par de preguntas, leo los papeles que me da y después de firmarlos, se va.
Los documentos dicen que acepto no hablar sobre lo que pueda pasar en esta habitación o ellos se aseguraran de que pierda todos mis bienes. No muy diferente a otros que he firmado antes. Espero alrededor de una hora, pero nadie viene. Cuando me canso de estar aquí sentada sin hacer nada, agarro mis cosas y abro la puerta para irme. En ese momento, me quedo helada. Está frente a mí, en la puerta, ese maldito desgraciado de Amadeo.
—Tania… Tanto tiempo —asegura y sonríe con sus perfectos dientes blanqueados. Ya no tiene las paletas torcidas. Ahora, sus dientes son todos perfectos, al igual que su vida pública con su preciosa esposa.
Cuando salen en televisión se ven como si fueran el futuro presidente de la mano de la primera dama. Me asquea verlo ahí mostrándose tan perfecto, siendo que no es más que un parásito, escoria de la sociedad. Se casaron casi un año después de que me dejara y de decirme que el matrimonio y la familia no eran para él. Por supuesto que no lo eran conmigo, pero sí con una princesita, hija de un empresario poderoso.
—Perdón, pero me estoy yendo —indico y trato de salir; sin embargo, se interpone en mi camino, bloqueándome el paso.
—Se supone que venías a verme a mí —reclama Amadeo sonriendo, resaltando lo asqueroso que es su egocentrismo.
—Peor aún, entonces —espeto y me alejo de la puerta, ya que se me viene encima.
Como si fuera su casa, entra en la habitación y cierra la puerta. Supongo que cree que me tiene acorralada. Algo que no es cierto, aunque me ha sorprendido, sé perfectamente quién es él. Un maldito que es capaz de abandonar a una mujer en su peor momento y tratar de compensar sus actos deplorables con dinero.
—Estás hermosa, así vestida —expresa alegremente y se acerca una de las sillas y se sienta como si nada, creyéndose el importante.
Autora: Osaku
«Cuánto ha cambiado el chico que alguna vez me dio mi primer beso. Supongo que murió con sus sueños de ser un orador elocuente y una persona respetable».***Estoy segura de que llegaré tarde al colegio, así que no me apresuro. Salgo de la casa y me encuentro con uno de mis vecinos. Es un par de años mayor que yo, su nombre es Amadeo, y para sorpresa de ambos, me ve.Sus ojos son como los míos, de un tono celeste, y su tez es oscura. Una combinación muy bella en él. Me lleva casi dos cabezas, por lo que al saludarme tiene que agacharse.—Tania, ¿cómo estás? —dice y se pone nervioso—. Lo siento, no quise desubicarme. Escuché lo que les pasó a tus padres. Lo siento tanto.—Gracias, Amadeo, es muy amable de tu parte —digo y sonrío levemente. Estoy triste, pero no quiero molestarlo.—¿Te cambiaste de colegio? —me pregunta mientras camina a mi lado. Es gracioso porque lleva su bicicleta junto a él.—Mi tía me cambió al colegio al que van mis primas —digo sin dar demasiada información. No q
—Ahora que nuestro contrato finalizó… —dice el rubio sexy que está a mi lado y detiene la caminadora.Me insinúa si quiero seguir viéndonos, dejándome claro que está disponible. Sonrío y le doy las gracias por la invitación, aunque ansío alejarme de él. No tengo deseos de volver a verle la cara. Por lo que, logro que firme los papeles que necesito para mi jefe. Después de agradecerle su predisposición y que repita más de cinco veces que si tengo ganas de verlo que lo llame, me voy feliz.Cuando entro por la puerta del diario donde trabajo, todos me aplauden. «Te vimos anoche con Leonardo Agrero, el rubio sexy, en la fiesta de recaudación de beneficencia», me dice una de mis compañeras. Detrás de mí, uno de los chicos de recepción trae un montón de cosas enviadas. Las chicas empiezan a gritar y se abalanzan sobre las cajas llenas de ropa y perfumes caros que me había regalado en su intento por conquistarme. Mis compañeros se quedan mirando. Entonces hago pasar a otro asistente con cuat
Al entrar a mi cuarto, veo algunas cosas que tenía en la adolescencia. El abuelo ha dejado todo como estaba. Al sentarme delante del escritorio, veo una foto que no recordaba que seguía ahí. Es una con el grupo de debate y literatura al que iba en la secundaria con Rodrigo y Amadeo. Aunque también está Belen, mi mejor amiga, lo que me quita una sonrisa. ***Amadeo era un excelente orador, así que cuando lo conocí, me encantó su personalidad. Yo había decidido ser su amiga, pero él se volvió muy insistente. Se aprovechó de nuestra amistad y un día, en una fiesta, me robó mi primer beso francés. Ya no pude resistirme a sus encantos y acepté salir con él en secreto. Incluso toleré que coqueteara con otras chicas delante de mí sin decir nada, argumentando que no podía ser mi novio debido a las restricciones de sus padres, y yo, como una tonta, no insistía.Finalmente, después de varios años, decidí dejarlo porque sentía que me hacía daño estar cerca de él. Sin embargo, lo amaba demasiado
Mientras colaboro con el senador Hernández, dedico mis esfuerzos a rastrearlo durante más de dos semanas hasta finalmente dar con él. Amadeo se encuentra en una reunión en el mismo edificio que nosotros. Ahora, mi tarea es encontrar una manera de que nos encontremos.En la suite, junto con los colegas del senador Hernández, busco un lugar para almorzar y les propongo ir allí al terminar la reunión. Aceptan la propuesta con entusiasmo.—Senador, ¿dónde encontró a una secretaria tan eficiente? Necesito una como ella —comenta uno de los hombres que nos acompañan.—Permítame corregirle. Tania no es mi empleada. Está escribiendo un artículo sobre mi vida por recomendación de mis asesores —explica el senador Hernández, y todos sonreímos.—Caballeros, voy a cambiarme a algo más cómodo. Nos vemos en el restaurante a las 12:30 horas, si les parece —anuncio, y todos se levantan para dejarme sola.Las reuniones de estas personas son agotadoras, con una tensión palpable incluso cuando hablan de fú
—¿Qué demonios estás haciendo? —espeta Amadeo.Amenazándome como si mis palabras hirieran su orgullo masculino. Algo que provoca en mí una tremenda satisfacción, mientras observo como sangre de su boca. Aun así, en sus ojos puedo ver el odio que me profesa, lo cual me aterra extrañamente, así que salgo corriendo. Necesito alejarme de ese hombre infernal. No es el Amadeo que yo conocí. Nunca habría sido tan impulsivo, en el pasado.¿Acaso el poder lo ha enceguecido?Debo buscar más información sobre este hombre; algo se me escapó en mi primera investigación. Es obvio que no está bien. Regreso a casa una vez que mi portátil ha cargado y me instalo en mi escritorio. Llamo al senador y miento, diciéndole que estoy indispuesta. Termino el artículo que mi compañera necesita con la información que tengo y se lo envío.Por la noche apenas puedo dormir, pensando en Amadeo y su comportamiento impulsivo. Él está buscando la presidencia. ¿Por qué se arriesgaría a que alguien lo viera conmigo? ¿En
Caigo en su trampa y no puedo resistirme. No puedo pensar en nada más que en el deseo de terminar con el cosquilleo infernal que siento con cada embestida que él da. Amadeo aún es el único que logra hacer que responda de manera tan salvaje y a la vez tan pasiva. Abandono abatida las fuerzas que me quedan. Una oleada de calor me envuelve por completo y siento la debilidad que este encuentro deja sobre mí.Él se aparta lentamente, parece abrumado cuando se va al baño. Me doy vuelta y miro mi reloj, hemos estado casi dos horas haciéndolo. Entrecierro los ojos tratando de recuperar el ritmo de mi respiración y, cuando los abro, el ruido de la ducha ya no se escucha. Como no está en la cama junto a mí, supongo que se ha ido. Una nota sobre mi mesita de luz es su manera de despedirse.«Esto no se puede repetir. Aléjate de mí o te vas a arrepentir».¿Qué quiere decir con eso? Es él quien se ha metido a la fuerza en mi departamento, es un demente. Ha estado aburrido y decide abusar de mí, medi
Estamos en el departamento de Bernardo, donde me ha llevado para que lo vea y podamos negociar.—No tengas miedo —dice mientras me besa en los labios. No siento nada, pero, aun así, lo abrazo—. Sé que no te intereso, pero quiero que te des el tiempo de conocerme.Vuelve a besarme y acaricia mi cabello, incluso juega un poco con él.—No quiero darte falsas esperanzas o hacerte ilusionar. No sé si estoy lista para salir con alguien después de todo lo que he pasado. No… —intento aclarar, pero me silencia con otro beso.Nos tumbamos en la cama, mientras acaricia mi cuerpo con rudeza, se nota su excitación. Me quita la camiseta deportiva y mis pechos quedan a la vista. Por mi parte, le desabrocho el cinto y saco de sus pantalones su pistola para jugar con ella en mi boca. Intenta apartarse, pero no se lo permito hasta que vacía su carga en mi garganta. Trago mientras lo miro a los ojos. Sé cómo hacer que un hombre me desee.—¿Por qué hiciste eso? —me pregunta desplomándose en la cama a mi
***—Disculpa, ¿está ocupado? —pregunté a un chico que había dejado su mochila en un asiento, pero se había sentado en otro lugar.—Sí, ahí se sienta Ale —me indicó. Le pedí disculpas y me alejé.Me acerqué a una chica y le pregunté si el asiento junto a ella estaba ocupado. Negó con la cabeza, lo que me alegró.—Gracias. Y disculpa la molestia —dije amablemente antes de sentarme. En ese momento entró la profesora y comenzó a impartir la clase.Pensé que la profesora me mencionaría, pero no lo hizo, así que me relajé. Era un colegio muy grande y había muchos cursos, así que imaginé que ni siquiera le habían informado que tenía una alumna nueva.—Pónganse en grupos de a dos y hagan los ejercicios de la página 28 —dijo la profesora antes de sentarse a revisar su teléfono.En el colegio al que solía asistir, un docente que hacía eso terminaba sancionado. Aquí parecían ser menos estrictos, lo que me ayudó a tranquilizarme. Lo que me había dicho el director me había preocupado un poco; no q