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Capítulo seis - Sin Invitación

—¿Qué demonios estás haciendo? —espeta Amadeo.

Amenazándome como si mis palabras hirieran su orgullo masculino. Algo que provoca en mí una tremenda satisfacción, mientras observo como sangre de su boca. Aun así, en sus ojos puedo ver el odio que me profesa, lo cual me aterra extrañamente, así que salgo corriendo. Necesito alejarme de ese hombre infernal. No es el Amadeo que yo conocí. Nunca habría sido tan impulsivo, en el pasado.

¿Acaso el poder lo ha enceguecido?

Debo buscar más información sobre este hombre; algo se me escapó en mi primera investigación. Es obvio que no está bien. Regreso a casa una vez que mi portátil ha cargado y me instalo en mi escritorio. Llamo al senador y miento, diciéndole que estoy indispuesta. Termino el artículo que mi compañera necesita con la información que tengo y se lo envío.

Por la noche apenas puedo dormir, pensando en Amadeo y su comportamiento impulsivo. Él está buscando la presidencia. ¿Por qué se arriesgaría a que alguien lo viera conmigo? ¿En verdad no pudo controlar su ego herido?

Yo tampoco pude hacerlo cuando me dijo, con aire de superioridad, que no buscaba intimidad conmigo. Sin embargo, parte de mi plan era mostrarle cuánto lo desprecio, así que no estuvo tan mal. En cambio, él pone en riesgo todo su futuro solo por unas palabras mías. ¿Puedo afectarlo tanto?

Pasan unos días y debo volver a la casa del senador. Su esposa está feliz de verme; me cuenta que, gracias a mí, las relaciones públicas del senador han mejorado. Él firma los papeles para que pueda publicar el artículo después de leerlo detenidamente.

—¿Está seguro de que no quiere que sus asesores lo revisen primero? —le pregunto al ver que ha firmado sin consultar a nadie.

—Estoy seguro. Algunas decisiones prefiero tomarlas yo mismo —dice con una sonrisa traviesa. Su esposa se ríe—. Ha sido un placer trabajar con usted, señorita Ro… Tania.

Les doy las gracias y mi teléfono celular vibra. Recibo un mensaje de un amigo de Emanuel Sico con la información que necesito sobre Amadeo. Me dice que ha encontrado un par de irregularidades, aunque mínimas. La verdad es que no importa; cualquier cosa que descubra sabré aprovecharla.

Nos encontramos en un pequeño café escondido en las calles de Buenos Aires, donde solo somos dos clientes y nadie nos reconoce.

—Por fin pides mi ayuda —exclama Emanuel feliz, como si yo le estuviera haciendo un favor a él y no al revés.

—Te lo agradezco, si se lo pidiera a la mayoría de las personas que suelen ayudarme, él se daría cuenta —le explico, tomando el pendrive de la mesa.

—Me intriga saber si necesitas la información para tu trabajo o si es algo personal —murmura Emanuel, al parecer ya ha visto lo que hay dentro del pen.

De todos modos, él es un gran amigo y no me comprometería. Así que no importa que lo sepa.

—Si te dijera que usaré la información para arruinar su carrera, ¿qué dirías? —le pregunto con una sonrisa, mientras bebo mi café.

—Seguramente es un mal hombre. Te conozco y nunca has hecho algo malo a alguien que no se lo merezca —me reconoció, y tras una sonrisa cómplice tuvo que atender su teléfono.

Después de nuestro encuentro, regreso a mi departamento, guardo el pen, me cambio de ropa y voy a mi trabajo con el artículo y un par de cajas para las chicas, quienes las atacan como fieras. Decido conservar algunos regalos esta vez, los políticos son buenos dando obsequios.

—Tania, ¿sabes que te amamos? —pregunta Cecil con una caja de perfume en la mano.

—Lo sé —respondo, riéndome.

Una vez más, mi jefe me llama y me da el mismo discurso de siempre.

—Algún día me cansaré de trabajar para ti, ¿lo sabías? —le digo. Con la misma expresión de siempre, me entrega los candidatos para la próxima entrevista.

—Sabes que no te voy a decir cómo hacer tu trabajo, pero me da curiosidad. Amadeo Peralta y su gente están presionándonos para que lo aceptes. Y, según escuché, también te han estado tratando de contactar. ¿Por qué no lo quieres? —pregunta mi jefe.

—No dije que no lo quiero como cliente. Es solo que aún no termina de convencerme. No me gustaría tener problemas, como con quien tú ya sabes —le recuerdo.

Él no dice nada más y vuelve a su computadora. Mientras salgo de su oficina, miro a los nuevos candidatos. Amadeo sigue entre ellos. Regreso a mi escritorio a pensar. Me he preparado mucho tiempo para esto, no puedo tener miedo. Debo ser fuerte, por mi bebé. Vengarme de Amadeo en su nombre.

Al volver a mi departamento, estoy mentalmente destrozada. Tengo ganas de dormir hasta el día siguiente. Sin embargo, cuando llego, noto que la puerta no está cerrada con llave. Lo primero que hago es buscar mi teléfono celular para tenerlo a mano si necesito llamar a la policía. Al entrar, las cosas están revueltas y en la oscuridad distingo una silueta de un hombre en la cocina.

—Llegas tarde, hace un rato que te estoy esperando —dice Amadeo, con una taza de té en la mano.

La sorpresa me invade. Aun así, no sé si sentirme más tranquila o preocuparme.

—¿Qué haces en mi casa? —pregunto, marcando el número de la policía.

Él sonríe y me pide que revise si tengo señal. Lo hago y descubro que no tengo. Todo lo ha planeado él. Es un maldito obsesivo y meticuloso acosador, sobre todo en los detalles.

—¿Por qué no puedes dejarme en paz? —le pregunto mientras se acerca lentamente a mí.

Al parecer, ha llegado a sus oídos que lo estoy investigando, a pesar de que usé a otras personas para hacerlo.

—Tienes pocos muebles, así que fue fácil revisar. El edificio no tiene mucha seguridad. Deberías buscar mudarte —dice con una extraña sonrisa, aterrorizándome.

Trato de tomarlo con calma y no ponerme nerviosa, o al menos no demostrarlo. Cuando lo investigué, no encontraron mucho; no parece ser de los que se arriesgan a estar fuera de la ley. Así que ignoro el hecho de que ha entrado a mi casa sin mi permiso, ha revisado mis cosas y ha traído consigo un dispositivo para bloquear la señal de mi teléfono. Intento que esa información no me afecte.

Me voy al dormitorio para cambiarme, como si todo estuviera bien. No debo permitirle saber lo preocupada que estoy. Aunque no me guste la idea, decido tratarlo como a un amigo.

Me quito la camisa, y al darme vuelta para colgarla, lo noto parado en la puerta, mirándome. Creo saber qué es lo que quiere y voy a dárselo. Me quito los pantalones y me dirijo hasta el armario para tomar el pijama y ponérmelo. Él entra al dormitorio, se acerca y me pregunta a qué estoy jugando.

—Eres tú quien entró a mi departamento sin una invitación. La que está jugando aquí no soy yo, por ahora. Aunque todavía no me has dicho a qué quieres jugar. Yo solo estoy haciendo lo que hago todas las noches antes de irme a dormir —le digo, mientras me pongo un deshabillé de color rosa pálido con puntillas, casi transparente.

—Quiero saber qué pretendes de mí, nada más —enfatiza él, mientras me acaricia con la mirada.

—Estoy segura de que mucho menos de lo que tú pretendes de mí en este momento —respondo al notar cómo no puede quitar sus ojos de mis pechos.

Él quiere intimidarme o provocarme, hacerme sentir inferior. Quiere que vuelva a ser la chica temerosa con la que había jugado a su gusto durante tantos años. La que lo había amado y había estado enceguecida. Pero, esta vez, solo tendrá lo que yo esté dispuesta a darle.

Tal vez podrá tener mi cuerpo si me fuerza, pero jamás volveré a mirarlo con los mismos ojos. Nunca más sentiré amor por alguien como él.

—No deberías mirarme así —le indico, sonriendo maliciosamente.

—Quiero que me compenses lo del otro día —dice, siguiéndome el juego, y me arrincona contra la pared.

—No es mi culpa que metas tu lengua donde no debes —le aclaro, y pongo mis manos sobre su torso para evitar que se acerque más a mí.

Aunque él es más fuerte que yo, y a pesar de mi resistencia, me besa. Esta vez es dulce y no mete su lengua en mi boca. Solo juguetea con mis labios como cuando éramos adolescentes. ¿Por qué lo hace así?

Acaricia mi cuello y luego lo besa, todo mi ser comienza a estremecerse. Hace mucho que no estoy con un hombre y mi cuerpo empieza a demostrarme que eso no ha sido una buena idea. Poco a poco me quita lo que llevo, no solo mi ropa interior, sino mi dignidad. Como lo hizo años atrás. Aun así, lo dejo.

Me toma de la mano y me lleva al borde de la cama. Quiere convertirme de nuevo en su chica de la noche, es tan predecible. Lo que él no sabe es que esto es precisamente lo que estoy esperando. Mi departamento tiene cámaras, así que, después de todo, aunque se aproveche de mí, yo seré la ganadora.

—¿Por qué te operaste los pechos si estaban bien? —me pregunta mientras desliza sus manos entre ellos y los acaricia como si deseara desayunarlos.

—Tal vez, pero ahora están mejor —aseguro, colocando sus manos sobre mis pequeñas aureolas.

Después de eso ya no puede contenerse y deja de hablar para llenarme de besos cargados de deseo. Mientras lo hace, es fácil notar cómo el ritmo de su boca va cambiando y cada vez son más intensos. Por el contrario, yo no hago nada, ni siquiera me muevo.

Desliza sus manos sobre mis caderas hasta llegar a mi pelvis, pero se detiene en mi cicatriz. Deja de besarme y de tocarme. Se sienta en la cama y me mira como si quisiera decirme algo. Como si algo de humanidad se asomara por su rostro, pero no. Amadeo ya no es una persona, solo es un ser infernal, un maldito demonio.

—Date vuelta —me dice y me hace poner boca abajo. Levanta mi trasero agarrándome de las caderas. Y después de abrir un preservativo y colocárselo, se introduce en mí, de a poco y con fuerza.

Vienen a mi mente recuerdos de nuestras primeras veces juntos. Cuando quería hacerlo conmigo, se ponía tan nervioso que no podía mantener una erección. Algo que disfruté al principio, pero que después comenzó a desesperarme. Siempre teníamos el mismo problema en su casa.

Incluso recuerdo lo horrible que fue nuestra primera vez. Mi tío estaba en la cocina haciendo la cena. Amadeo y yo, en teoría, estábamos mirando televisión en mi dormitorio cuando empezamos a besarnos. Yo le dije que quería intentarlo y, de pie junto a la puerta de mi dormitorio, él, sin mucha preparación, después de colocarse un preservativo, entró en mí, haciéndome sentir que me rompía por dentro.

Fui tan tonta al aceptar ese dolor solo porque lo amaba. Él estaba muy excitado, pero yo solo quería que terminara. Cuando llegó, nos subimos los pantalones; ni siquiera nos habíamos desvestido para hacerlo. Minutos después, mi tío golpeó la puerta y ambos fuimos a cenar sin decir nada.

Amadeo me saca de mis pensamientos y me devuelve a la realidad cuando presiona en mi interior. Se sostiene de mis caderas y empuja sin parar. Cuando siento que ya no puedo soportar más la intensidad de sus embestidas, me agarra del cuello con una mano y pone el peso de su cuerpo sobre el mío. Él es mucho más alto que yo y obviamente más pesado. Aunque trato de comportarme como un cadáver o una esclava sin emociones, mi cuerpo empieza a reaccionar y me doy cuenta de que me he excitado, me odio por eso.

—¿Te gusta más cuando te tratan como un pedazo de carne? —me pregunta al oído, pero no le respondo, ya que quedo aplastada por su cuerpo sin poder respirar.

Escucho una risita, se levanta y me da vuelta. Abre mis piernas y las pone sobre sus hombros, y vuelve a meterse dentro de mí. Ahí sí, no puedo resistir en silencio, pues un estrepitoso gemido sale de mi garganta al sentir dolor por haber profundizado en mí con tanta fuerza. Poco a poco me voy acostumbrando hasta que, sin darme cuenta, yo misma me sujeto de su espalda para recibirlo.

Autora: Osaku

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