Mientras colaboro con el senador Hernández, dedico mis esfuerzos a rastrearlo durante más de dos semanas hasta finalmente dar con él. Amadeo se encuentra en una reunión en el mismo edificio que nosotros. Ahora, mi tarea es encontrar una manera de que nos encontremos.
En la suite, junto con los colegas del senador Hernández, busco un lugar para almorzar y les propongo ir allí al terminar la reunión. Aceptan la propuesta con entusiasmo.
—Senador, ¿dónde encontró a una secretaria tan eficiente? Necesito una como ella —comenta uno de los hombres que nos acompañan.
—Permítame corregirle. Tania no es mi empleada. Está escribiendo un artículo sobre mi vida por recomendación de mis asesores —explica el senador Hernández, y todos sonreímos.
—Caballeros, voy a cambiarme a algo más cómodo. Nos vemos en el restaurante a las 12:30 horas, si les parece —anuncio, y todos se levantan para dejarme sola.
Las reuniones de estas personas son agotadoras, con una tensión palpable incluso cuando hablan de fútbol.
Reviso mi guardarropa en busca de un vestido formal que me permita moverme con comodidad. Opto por unos zapatos de tacón cómodos y tomo mi bolso. Al salir de mi habitación, veo a una mujer que me resulta familiar. Está hablando por teléfono y no me ve venir. De repente, se cruza en mi camino y, como consecuencia, mi bolso se cae al suelo. Ella se disculpa y me ayuda a recogerlo.
—Lo siento mucho. No te vi venir —se disculpa, y le devuelvo una sonrisa.
—No hay problema. También fue mi culpa. Estoy apurada —aseguro.
Nos despedimos y me marcho con una sonrisa en el rostro. Reconozco a la mujer como la esposa de Amadeo. Como esperaba, no me reconoce.
Me siento victoriosa mientras camino por el pasillo hasta llegar al ascensor. Pero mi triunfo se desvanece cuando las puertas se abren y veo a Amadeo saliendo. No era parte del plan encontrarnos tan pronto. Él me mira y desciende del ascensor. Yo subo y él vuelve a subir.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto molesta.
—Acabo de recordar que olvidé algo abajo —miente, y presiona el botón de planta baja—. Es sorprendente verte aquí. Pensé que solo se permitía la entrada a políticos esta semana.
Se para frente a mí, demasiado cerca para mi gusto.
—Vengo acompañada de un político —respondo con firmeza, y presiono el botón de otro piso.
Evito su mirada. Necesito que nuestros encuentros sean planificados porque estas situaciones solo complican las cosas. Si no tengo cuidado, podría explotar y decirle todo.
Amadeo me pregunta con quién estoy, pero prefiero ignorarlo. Cuando el ascensor se detiene, me bajo rápidamente. Antes de que las puertas se cierren, lo veo sacando su celular. En ese momento, mi teléfono suena, es un número desconocido. Al contestar, escucho su voz al otro lado y sonrío. Parece que hacerme la difícil ha dado resultado.
—¿Qué necesitas, Amadeo? —le pregunto con tono firme.
—Sinceramente, estoy cansándome de que me evites. Esto ya no es gracioso. Debes entender que solo intento ser amistoso contigo —dice como todo un político.
—Perdón, es que no necesito la amistad de alguien como tú. Además, estoy ocupada trabajando —respondo y después de eso cuelgo.
Cuando llego al restaurante, junto al senador Hernández, nos sumergimos en una conversación agradable con los empresarios presentes. Sin embargo, noto que alguien me observa desde lejos y tomo nota mental de ello.
Uno de los empresarios me propone ir a un cóctel esa noche con él. Le agradezco la invitación, pero la rechazo. Le digo que de todas formas estoy invitada, así que quizás nos encontremos allí, pero no puedo aceptarlo porque estaré trabajando.
Una vez que terminamos el almuerzo, vuelvo al hotel para prepararme para la fiesta y, al llegar, la recepcionista me llama. Parece un poco alterada; aun así, se trata de mostrar tranquila. Me comenta que tiene unos presentes para mí. Le agradezco y le pido que me los dé.
—La verdad es que ya los dejamos en su habitación —dice ella, algo impaciente. Le doy las gracias por avisarme, seguramente les pagaron un buen dinero y por eso está así. Ya que eso sería una falta grave en cualquier hotel.
Al llegar y abrir la puerta del cuarto, me sorprende la cantidad de regalos que encuentro. Para empezar, hay cinco bolsas de Chanel, con ropa y accesorios elegantes. Junto a ellas, cuatro cajas: dos de Cartier, con joyas deslumbrantes, y dos de Jimmy Choo, con zapatos de diseño exquisito. Además, hay un ramo de rosas rojas y globos con forma de corazones flotando en el aire.
En la cama hay un sobre. Lo abro y encuentro una nota que dice:
«Me has deslumbrado, espero hacer lo mismo contigo en algún momento».
Justo en ese momento suena mi teléfono y al contestar, escucho la voz de David, uno de los empresarios con los que he almorzado.
—Espero no haberte asustado. Pero sinceramente no sé qué tipo de mujer eres y cuáles son tus gustos o por qué sigues soltera —dice con una voz dulce. Sé bien, como son los hombres, todos hacen lo mismo al principio.
—No me molesta y me siento halagada, pero soy una mujer sencilla. Todas estas cosas son demasiado para mi gusto —le respondo, mientras reviso las cajas y admiro las joyas, la ropa y los zapatos que me ha enviado.
—Lamento escuchar eso. Me gustaría que aceptaras mis regalos, y si no es pedir mucho, que los usaras esta noche en el cóctel. El solo vértelos puestos sería el mejor cumplido que podrías hacerme —dice, y después de hablar unos minutos más, nos despedimos.
Aunque me han hecho regalos antes, nunca había experimentado una demostración tan ostentosa de interés. Esto puede ser un problema para mí, ya que prefiero mantener un perfil bajo y este hombre claramente no comparte esa discreción.
Sigo inspeccionando los regalos que me ha enviado. Aunque no piense quedármelos, al menos puedo probármelos. Una vez que ya lo hice, me siento frente a mi computadora, Investigo más sobre la fiesta y las personas que asistirán. Esta es mi oportunidad para acercarme a Amadeo y no la voy a desperdiciar.
Pronto le mostraré mi verdadero rostro. Solo falta que su esposa también caiga en mi trampa y todo estará listo. Me muero de ganas de arruinar sus vidas. Mi venganza está a punto de ser ejecutada, y la disfrutaré como el mayor de los placeres en este maldito mundo.
La noche llega y tomo parte de lo que David me ha regalado, como la gargantilla y los aros. El vestido que me pongo es uno que ya había escogido para esta noche, de color negro y que deja al descubierto la espalda. Me aseguro de que mi invitación tenga mi nombre para que Amadeo se entere de que estaré presente en el cóctel. Una vez allí, acepto la compañía de David. Parece sorprendido al verme.
—Pensé que te pondrías el vestido rojo que te compré, pero este te queda mejor —dice, sin poder sacarme los ojos de encima.
—Gracias. Como dijiste que te conformarías con que usara algo de lo que me regalaste, pensé que no te molestaría que me pusiera el vestido que ya había escogido para hoy.
—Nunca antes vi a una mujer más hermosa y decidida —dice y me besa la mano.
En ese momento, Amadeo entra de la mano de su esposa. David se acerca a mí y me pregunta si conozco al gobernador. Me hago la que no entiendo, y él se ofrece a presentármelo. Le hace señas a Amadeo y a su linda esposa, quienes se acercan enseguida a nosotros.
Nos saludamos todos y David no duda en presentarme al gobernador, diciendo que soy su pareja esta noche. No me atrevo a cuestionarlo. Amadeo no puede quedarse callado y señala que nos conocemos. Su esposa lo mira sorprendida.
—La señorita Romano es periodista y nos hemos visto en el pasado —dice él a su esposa.
Aprovecho ese momento para decirle a David que voy a buscar una copa para beber, pero no me deja apartarme. Se despide de Amadeo y nos vamos juntos. Me pregunta si no me cae bien el gobernador y le aseguro que no me sorprenden los ricos o los poderosos.
—Al final, cuando estemos muertos, todos vamos a terminar en un cajón. No me importa si el mío es de oro o de pino —le indico con completa sinceridad y él empieza a reírse.
—¿Y qué puedo hacer para sorprenderte? —me pregunta al oído de manera inquietante.
David es un hombre muy atractivo, con cabello de pequeños rizos prolijamente acomodados y una leve barba que no permite saber su edad con exactitud, pero ronda los cuarenta.
—Si quieres, en otro momento seguimos hablando sobre eso. Ahora debo hacer mi trabajo —le aclaro, y le doy un beso en la mejilla como despedida—. El senador me espera.
Señalo en dirección a la puerta de entrada, donde el senador Hernández está parado saludando a algunos de sus colegas.
El resto de la noche la paso al lado del senador. Cuando él necesita salir a llamar a su esposa para darle el beso de buenas noches a su hija, me acerco a la mesa de los bocadillos. No he comido nada y he tomado dos copas de vino, lo que me hace sentir un poco mareada.
En ese momento, una compañera me manda un mensaje diciendo que tiene problemas para un artículo y necesita ayuda para obtener información de un par de personas. Me anoto los nombres en una servilleta, que Amadeo me saca de las manos.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —le pregunto, mientras una idea se me ocurre en la mente.
—¿Son los nombres de tus próximas víctimas? —me pregunta molesto, se nota que le irrita no poder controlarme.
Le arrebato la servilleta de las manos y salgo del salón, dirigiéndome a la recepción del hotel. Le pido a una de las empleadas que me permita enchufar la computadora y me lleva a una oficina. Le agradezco y poco después noto que Amadeo me sigue. Se queda a mi lado, observándome mientras tecleo desesperadamente y hablo por teléfono. Cuando termino la llamada, me mira y me pregunta qué necesito. Le digo que debo conseguir información de esas personas para un artículo que tengo que entregar esa misma noche. Él habla con la recepcionista, y mientras yo sigo armando el artículo, él continúa al teléfono.
—¿Tienes una hora? —me pregunta. Le digo que sí, y después de eso él sigue hablando con alguien a su móvil.
Después de un rato cuelga y me informa que en una hora me traerán la información que necesito. Lo miro fingiendo sorpresa, aunque sé que él es así. Haciéndose el importante, me va a ayudar para que yo le deba algo. Aun así, no se la voy a hacer fácil. Me pongo de pie y me acerco a la puerta para salir, pero él me detiene.
—¿A dónde se supone que vas? —me pregunta, me encanta verlo molesto.
—A la fiesta. ¿A dónde más? —le respondo como si no entendiera su duda—. Creo haberte escuchado decir que debo esperar una hora por la información que necesito y tengo que cargar la batería de mi portátil, así que no hay nada que hacer aquí hasta entonces.
—¿Y cómo me vas a pagar el favor? —me pregunta, acercándose a mí.
—Amadeo, es un favor que yo no pedí. Así que pensé que no tendría que pagar. Además, no sé por qué me sigues acosando. Tienes esposa, y si alguien nos ve o nos escucha hablar así, pensará mal de nosotros y eso te traerá problemas —le aclaro.
Aunque, la verdad es que su reputación no me importa. Solo estoy tratando de ponerlo en jaque.
—¿Quién dijo que yo quería acosarte? —me pregunta, como si se sorprendiera—. Quiero que me hagas una entrevista como al senador. Necesito mejorar la opinión del público sobre mí y sé que eres la mejor en eso. Por lo que tengo entendido, mi gente lo ha pedido, pero hasta ahora nunca te había tenido de frente el tiempo suficiente para que me digas por qué me rechazas como cliente.
¿Así que por eso me está acosando hace días? Siempre el interés es más importante para él que cualquier otra cosa. No sé por qué me sorprende. Sin embargo, me molesta que solo sea por eso. Así que no puedo evitar ser descortés con él.
—¿Quieres saber la razón? —pregunto despectivamente.
—Claro, soy todo oídos —dice él, cruzándose de brazos.
—La verdad es que te rechazo porque, aunque trato de ser amable contigo, me da asco estar cerca de ti. Te rechazo porque me da placer saber que nunca más me vas a poder obligar a nada —espetó con ira en el rostro, una parte de mí está ofendida por el comentario que hizo él, acusándome de querer tener algún tipo de intimidad con alguna parte de su asqueroso cuerpo. Cuando está claro que, aunque lo niegue, es como cualquier otro hombre y solo me ve como un pedazo de carne o unas piernas bonitas.
Él me mira de una manera que jamás había visto. Se acerca a mí y me toma del cuello. Presiona mi cabeza contra la puerta y me besa, lo hace por varios segundos y de una manera compulsiva, casi rabiosa. No lo detengo porque eso no significa nada para mí. Por lo menos hasta que trata de levantarme el vestido y acceder a mi intimidad. En ese momento le muerdo la lengua, provocándole el suficiente dolor como para que él se aparte de mí.
Autora: Osaku
—¿Qué demonios estás haciendo? —espeta Amadeo.Amenazándome como si mis palabras hirieran su orgullo masculino. Algo que provoca en mí una tremenda satisfacción, mientras observo como sangre de su boca. Aun así, en sus ojos puedo ver el odio que me profesa, lo cual me aterra extrañamente, así que salgo corriendo. Necesito alejarme de ese hombre infernal. No es el Amadeo que yo conocí. Nunca habría sido tan impulsivo, en el pasado.¿Acaso el poder lo ha enceguecido?Debo buscar más información sobre este hombre; algo se me escapó en mi primera investigación. Es obvio que no está bien. Regreso a casa una vez que mi portátil ha cargado y me instalo en mi escritorio. Llamo al senador y miento, diciéndole que estoy indispuesta. Termino el artículo que mi compañera necesita con la información que tengo y se lo envío.Por la noche apenas puedo dormir, pensando en Amadeo y su comportamiento impulsivo. Él está buscando la presidencia. ¿Por qué se arriesgaría a que alguien lo viera conmigo? ¿En
Caigo en su trampa y no puedo resistirme. No puedo pensar en nada más que en el deseo de terminar con el cosquilleo infernal que siento con cada embestida que él da. Amadeo aún es el único que logra hacer que responda de manera tan salvaje y a la vez tan pasiva. Abandono abatida las fuerzas que me quedan. Una oleada de calor me envuelve por completo y siento la debilidad que este encuentro deja sobre mí.Él se aparta lentamente, parece abrumado cuando se va al baño. Me doy vuelta y miro mi reloj, hemos estado casi dos horas haciéndolo. Entrecierro los ojos tratando de recuperar el ritmo de mi respiración y, cuando los abro, el ruido de la ducha ya no se escucha. Como no está en la cama junto a mí, supongo que se ha ido. Una nota sobre mi mesita de luz es su manera de despedirse.«Esto no se puede repetir. Aléjate de mí o te vas a arrepentir».¿Qué quiere decir con eso? Es él quien se ha metido a la fuerza en mi departamento, es un demente. Ha estado aburrido y decide abusar de mí, medi
Estamos en el departamento de Bernardo, donde me ha llevado para que lo vea y podamos negociar.—No tengas miedo —dice mientras me besa en los labios. No siento nada, pero, aun así, lo abrazo—. Sé que no te intereso, pero quiero que te des el tiempo de conocerme.Vuelve a besarme y acaricia mi cabello, incluso juega un poco con él.—No quiero darte falsas esperanzas o hacerte ilusionar. No sé si estoy lista para salir con alguien después de todo lo que he pasado. No… —intento aclarar, pero me silencia con otro beso.Nos tumbamos en la cama, mientras acaricia mi cuerpo con rudeza, se nota su excitación. Me quita la camiseta deportiva y mis pechos quedan a la vista. Por mi parte, le desabrocho el cinto y saco de sus pantalones su pistola para jugar con ella en mi boca. Intenta apartarse, pero no se lo permito hasta que vacía su carga en mi garganta. Trago mientras lo miro a los ojos. Sé cómo hacer que un hombre me desee.—¿Por qué hiciste eso? —me pregunta desplomándose en la cama a mi
***—Disculpa, ¿está ocupado? —pregunté a un chico que había dejado su mochila en un asiento, pero se había sentado en otro lugar.—Sí, ahí se sienta Ale —me indicó. Le pedí disculpas y me alejé.Me acerqué a una chica y le pregunté si el asiento junto a ella estaba ocupado. Negó con la cabeza, lo que me alegró.—Gracias. Y disculpa la molestia —dije amablemente antes de sentarme. En ese momento entró la profesora y comenzó a impartir la clase.Pensé que la profesora me mencionaría, pero no lo hizo, así que me relajé. Era un colegio muy grande y había muchos cursos, así que imaginé que ni siquiera le habían informado que tenía una alumna nueva.—Pónganse en grupos de a dos y hagan los ejercicios de la página 28 —dijo la profesora antes de sentarse a revisar su teléfono.En el colegio al que solía asistir, un docente que hacía eso terminaba sancionado. Aquí parecían ser menos estrictos, lo que me ayudó a tranquilizarme. Lo que me había dicho el director me había preocupado un poco; no q
—Necesito que me hagas un favor —comenta Belén, mientras estamos en la fiesta. Parece cansada.—Sabes que estoy a tu disposición —le indico sin dudar ni por un minuto.Me pide que me anote para una subasta y, aunque no sé de qué se trata, no me niego con tal de ser de ayuda para ella. Hablamos un poco, y aprovecho para entrevistarla sobre las atrocidades que ve en algunas de las zonas más carenciadas de nuestro país. Muchas personas no saben que Argentina es más que Buenos Aires. Incluso muchos políticos, como Amadeo. Los recursos siempre terminan siendo mal distribuidos,pienso indignada.—¿Nunca dejas de trabajar? —me susurra David al oído mientras entrevisto a Belén.Él me abraza y, aunque me siento incómoda, se lo permito, ya que esta noche venimos juntos supuestamente. Corto la entrevista para saludarlo, no quiero ser tan apática con él.—Si me dejas sola, ya sabes en qué me vas a encontrar —le aseguro, y sonrío.Él me mira sorprendido, parece contrariado.—El vestido te queda pre
—Dile que no puedes o que no quieres, como prefieras —indica Amadeo, concentrado en recoger mis cosas y colocarlas dentro de mi cartera.Otra vez su trastorno obsesivo sale a la luz. Es un maldito, un infeliz, un pedazo de materia fecal. Me siento para tratar de recuperarme, ya que estoy mareada y me duele la cabeza. Su rostro vuelve a cambiar; ahora parece preocupado por mí.—¿Te llevo al médico? —me pregunta tratando de ser considerado. Quiere volver a tocarme, pero le corro la mano.—No necesito de tu ayuda. Tenía todo controlado —espeto con la voz rasposa y me levanto para irme, pero pierdo el equilibrio. Me apoyo en la puerta y vuelvo a tomar aire. Ese maldito de David me ha apretado fuerte el cuello.—No seas tonta, porque la única que va a salir perdiendo eres tú —reclama Amadeo con desidia, y siento una punzada en el pecho.No...No puedo...No voy a volver a ser la misma...Su forma de hablar tan arrogante y controladora está ahí. Sigue ahí, tratando de dañarme, haciendo que t
Después de terminar los trámites pendientes en el trabajo, vuelvo ansiosa a mi casa a esperar a Fernando. Me baño, me cambio, limpio, y pronto me quedo sin nada que hacer. Estoy nerviosa. Empiezo a desconfiar del reloj; no es posible que los minutos pasen tan lento.Me siento desganada, no quiero investigar ni leer nada, solo espero que ese maldito reloj dé las ocho. ¿Y si se le hace tarde? Estoy devastada, no había pensado en eso. Tal vez no va a poder venir. ¿Qué haré si no hace? ¿A dónde podría ir a buscarlo?Los pensamientos me invaden hasta que escucho el timbre del portero y me levanto del sillón como si fuera una gacela. Cuando lo veo, me siento como una adolescente. Él entra y me besa con intensidad. Todo mi cuerpo se estremece y no llegamos a la cama, ya que lo he desnudado en plena entrada.—No sé cuánto voy a sobrevivir si seguimos así —me reclama, cuando ya está recostado en mi cama con la respiración acelerada. Como no puedo hablar, me agacho y me pongo a hacérselo con mi
—Mamá, la vas a espantar —reclama Fernando desde el sofá.—¿Y cómo quieres que reaccione? Es la primera chica que traes a esta casa —dice la mujer, llamándole la atención a su hijo.¿Yo soy la primera?¿Qué significa eso?—Si sigues así, será la última vez que la veas —le asegura él, amenazándola entre risas.Es una familia muy feliz. Se nota el amor en sus palabras, aunque estén discutiendo. Es extraño, pero me siento como en casa.—¿Y cuándo conoceré a tus padres? —me pregunta Carmen, y la miro sorprendida.—Mamá, no seas imprudente —añade Fernando, molesto. Se pone de pie y viene hasta mí.—Mis padres ya no están —digo, y la mujer me abraza y comienza a llorar.—Lo siento tanto, cariño —se disculpa la madre de Fernando—. Pero si criaron a una niña tan maravillosa como tú, seguro fueron personas excepcionales.Las palabras de Carmen son similares a las de Fernando y eso me hace sonreír. Está claro que él es su hijo.—Además, gracias a ti, mi hijo está de nuevo en casa —señala la muje