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Capítulo cinco - Solo sé que voy a destruirte, un encuentro premeditado

Mientras colaboro con el senador Hernández, dedico mis esfuerzos a rastrearlo durante más de dos semanas hasta finalmente dar con él. Amadeo se encuentra en una reunión en el mismo edificio que nosotros. Ahora, mi tarea es encontrar una manera de que nos encontremos.

En la suite, junto con los colegas del senador Hernández, busco un lugar para almorzar y les propongo ir allí al terminar la reunión. Aceptan la propuesta con entusiasmo.

—Senador, ¿dónde encontró a una secretaria tan eficiente? Necesito una como ella —comenta uno de los hombres que nos acompañan.

—Permítame corregirle. Tania no es mi empleada. Está escribiendo un artículo sobre mi vida por recomendación de mis asesores —explica el senador Hernández, y todos sonreímos.

—Caballeros, voy a cambiarme a algo más cómodo. Nos vemos en el restaurante a las 12:30 horas, si les parece —anuncio, y todos se levantan para dejarme sola.

Las reuniones de estas personas son agotadoras, con una tensión palpable incluso cuando hablan de fútbol.

Reviso mi guardarropa en busca de un vestido formal que me permita moverme con comodidad. Opto por unos zapatos de tacón cómodos y tomo mi bolso. Al salir de mi habitación, veo a una mujer que me resulta familiar. Está hablando por teléfono y no me ve venir. De repente, se cruza en mi camino y, como consecuencia, mi bolso se cae al suelo. Ella se disculpa y me ayuda a recogerlo.

—Lo siento mucho. No te vi venir —se disculpa, y le devuelvo una sonrisa.

—No hay problema. También fue mi culpa. Estoy apurada —aseguro.

Nos despedimos y me marcho con una sonrisa en el rostro. Reconozco a la mujer como la esposa de Amadeo. Como esperaba, no me reconoce.

Me siento victoriosa mientras camino por el pasillo hasta llegar al ascensor. Pero mi triunfo se desvanece cuando las puertas se abren y veo a Amadeo saliendo. No era parte del plan encontrarnos tan pronto. Él me mira y desciende del ascensor. Yo subo y él vuelve a subir.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto molesta.

—Acabo de recordar que olvidé algo abajo —miente, y presiona el botón de planta baja—. Es sorprendente verte aquí. Pensé que solo se permitía la entrada a políticos esta semana.

Se para frente a mí, demasiado cerca para mi gusto.

—Vengo acompañada de un político —respondo con firmeza, y presiono el botón de otro piso.

Evito su mirada. Necesito que nuestros encuentros sean planificados porque estas situaciones solo complican las cosas. Si no tengo cuidado, podría explotar y decirle todo.

Amadeo me pregunta con quién estoy, pero prefiero ignorarlo. Cuando el ascensor se detiene, me bajo rápidamente. Antes de que las puertas se cierren, lo veo sacando su celular. En ese momento, mi teléfono suena, es un número desconocido. Al contestar, escucho su voz al otro lado y sonrío. Parece que hacerme la difícil ha dado resultado.

—¿Qué necesitas, Amadeo? —le pregunto con tono firme.

—Sinceramente, estoy cansándome de que me evites. Esto ya no es gracioso. Debes entender que solo intento ser amistoso contigo —dice como todo un político.

—Perdón, es que no necesito la amistad de alguien como tú. Además, estoy ocupada trabajando —respondo y después de eso cuelgo.

Cuando llego al restaurante, junto al senador Hernández, nos sumergimos en una conversación agradable con los empresarios presentes. Sin embargo, noto que alguien me observa desde lejos y tomo nota mental de ello.

Uno de los empresarios me propone ir a un cóctel esa noche con él. Le agradezco la invitación, pero la rechazo. Le digo que de todas formas estoy invitada, así que quizás nos encontremos allí, pero no puedo aceptarlo porque estaré trabajando.

Una vez que terminamos el almuerzo, vuelvo al hotel para prepararme para la fiesta y, al llegar, la recepcionista me llama. Parece un poco alterada; aun así, se trata de mostrar tranquila. Me comenta que tiene unos presentes para mí. Le agradezco y le pido que me los dé.

—La verdad es que ya los dejamos en su habitación —dice ella, algo impaciente. Le doy las gracias por avisarme, seguramente les pagaron un buen dinero y por eso está así. Ya que eso sería una falta grave en cualquier hotel.

Al llegar y abrir la puerta del cuarto, me sorprende la cantidad de regalos que encuentro. Para empezar, hay cinco bolsas de Chanel, con ropa y accesorios elegantes. Junto a ellas, cuatro cajas: dos de Cartier, con joyas deslumbrantes, y dos de Jimmy Choo, con zapatos de diseño exquisito. Además, hay un ramo de rosas rojas y globos con forma de corazones flotando en el aire.

En la cama hay un sobre. Lo abro y encuentro una nota que dice:

«Me has deslumbrado, espero hacer lo mismo contigo en algún momento».

Justo en ese momento suena mi teléfono y al contestar, escucho la voz de David, uno de los empresarios con los que he almorzado.

—Espero no haberte asustado. Pero sinceramente no sé qué tipo de mujer eres y cuáles son tus gustos o por qué sigues soltera —dice con una voz dulce. Sé bien, como son los hombres, todos hacen lo mismo al principio.

—No me molesta y me siento halagada, pero soy una mujer sencilla. Todas estas cosas son demasiado para mi gusto —le respondo, mientras reviso las cajas y admiro las joyas, la ropa y los zapatos que me ha enviado.

—Lamento escuchar eso. Me gustaría que aceptaras mis regalos, y si no es pedir mucho, que los usaras esta noche en el cóctel. El solo vértelos puestos sería el mejor cumplido que podrías hacerme —dice, y después de hablar unos minutos más, nos despedimos.

Aunque me han hecho regalos antes, nunca había experimentado una demostración tan ostentosa de interés. Esto puede ser un problema para mí, ya que prefiero mantener un perfil bajo y este hombre claramente no comparte esa discreción.

Sigo inspeccionando los regalos que me ha enviado. Aunque no piense quedármelos, al menos puedo probármelos. Una vez que ya lo hice, me siento frente a mi computadora, Investigo más sobre la fiesta y las personas que asistirán. Esta es mi oportunidad para acercarme a Amadeo y no la voy a desperdiciar.

Pronto le mostraré mi verdadero rostro. Solo falta que su esposa también caiga en mi trampa y todo estará listo. Me muero de ganas de arruinar sus vidas. Mi venganza está a punto de ser ejecutada, y la disfrutaré como el mayor de los placeres en este maldito mundo.

La noche llega y tomo parte de lo que David me ha regalado, como la gargantilla y los aros. El vestido que me pongo es uno que ya había escogido para esta noche, de color negro y que deja al descubierto la espalda. Me aseguro de que mi invitación tenga mi nombre para que Amadeo se entere de que estaré presente en el cóctel. Una vez allí, acepto la compañía de David. Parece sorprendido al verme.

—Pensé que te pondrías el vestido rojo que te compré, pero este te queda mejor —dice, sin poder sacarme los ojos de encima.

—Gracias. Como dijiste que te conformarías con que usara algo de lo que me regalaste, pensé que no te molestaría que me pusiera el vestido que ya había escogido para hoy.

—Nunca antes vi a una mujer más hermosa y decidida —dice y me besa la mano.

En ese momento, Amadeo entra de la mano de su esposa. David se acerca a mí y me pregunta si conozco al gobernador. Me hago la que no entiendo, y él se ofrece a presentármelo. Le hace señas a Amadeo y a su linda esposa, quienes se acercan enseguida a nosotros.

Nos saludamos todos y David no duda en presentarme al gobernador, diciendo que soy su pareja esta noche. No me atrevo a cuestionarlo. Amadeo no puede quedarse callado y señala que nos conocemos. Su esposa lo mira sorprendida.

—La señorita Romano es periodista y nos hemos visto en el pasado —dice él a su esposa.

Aprovecho ese momento para decirle a David que voy a buscar una copa para beber, pero no me deja apartarme. Se despide de Amadeo y nos vamos juntos. Me pregunta si no me cae bien el gobernador y le aseguro que no me sorprenden los ricos o los poderosos.

—Al final, cuando estemos muertos, todos vamos a terminar en un cajón. No me importa si el mío es de oro o de pino —le indico con completa sinceridad y él empieza a reírse.

—¿Y qué puedo hacer para sorprenderte? —me pregunta al oído de manera inquietante.

David es un hombre muy atractivo, con cabello de pequeños rizos prolijamente acomodados y una leve barba que no permite saber su edad con exactitud, pero ronda los cuarenta.

—Si quieres, en otro momento seguimos hablando sobre eso. Ahora debo hacer mi trabajo —le aclaro, y le doy un beso en la mejilla como despedida—. El senador me espera.

Señalo en dirección a la puerta de entrada, donde el senador Hernández está parado saludando a algunos de sus colegas.

El resto de la noche la paso al lado del senador. Cuando él necesita salir a llamar a su esposa para darle el beso de buenas noches a su hija, me acerco a la mesa de los bocadillos. No he comido nada y he tomado dos copas de vino, lo que me hace sentir un poco mareada.

En ese momento, una compañera me manda un mensaje diciendo que tiene problemas para un artículo y necesita ayuda para obtener información de un par de personas. Me anoto los nombres en una servilleta, que Amadeo me saca de las manos.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —le pregunto, mientras una idea se me ocurre en la mente.

—¿Son los nombres de tus próximas víctimas? —me pregunta molesto, se nota que le irrita no poder controlarme.

Le arrebato la servilleta de las manos y salgo del salón, dirigiéndome a la recepción del hotel. Le pido a una de las empleadas que me permita enchufar la computadora y me lleva a una oficina. Le agradezco y poco después noto que Amadeo me sigue. Se queda a mi lado, observándome mientras tecleo desesperadamente y hablo por teléfono. Cuando termino la llamada, me mira y me pregunta qué necesito. Le digo que debo conseguir información de esas personas para un artículo que tengo que entregar esa misma noche. Él habla con la recepcionista, y mientras yo sigo armando el artículo, él continúa al teléfono.

—¿Tienes una hora? —me pregunta. Le digo que sí, y después de eso él sigue hablando con alguien a su móvil.

Después de un rato cuelga y me informa que en una hora me traerán la información que necesito. Lo miro fingiendo sorpresa, aunque sé que él es así. Haciéndose el importante, me va a ayudar para que yo le deba algo. Aun así, no se la voy a hacer fácil. Me pongo de pie y me acerco a la puerta para salir, pero él me detiene.

—¿A dónde se supone que vas? —me pregunta, me encanta verlo molesto.

—A la fiesta. ¿A dónde más? —le respondo como si no entendiera su duda—. Creo haberte escuchado decir que debo esperar una hora por la información que necesito y tengo que cargar la batería de mi portátil, así que no hay nada que hacer aquí hasta entonces.

—¿Y cómo me vas a pagar el favor? —me pregunta, acercándose a mí.

—Amadeo, es un favor que yo no pedí. Así que pensé que no tendría que pagar. Además, no sé por qué me sigues acosando. Tienes esposa, y si alguien nos ve o nos escucha hablar así, pensará mal de nosotros y eso te traerá problemas —le aclaro.

Aunque, la verdad es que su reputación no me importa. Solo estoy tratando de ponerlo en jaque.

—¿Quién dijo que yo quería acosarte? —me pregunta, como si se sorprendiera—. Quiero que me hagas una entrevista como al senador. Necesito mejorar la opinión del público sobre mí y sé que eres la mejor en eso. Por lo que tengo entendido, mi gente lo ha pedido, pero hasta ahora nunca te había tenido de frente el tiempo suficiente para que me digas por qué me rechazas como cliente.

¿Así que por eso me está acosando hace días? Siempre el interés es más importante para él que cualquier otra cosa. No sé por qué me sorprende. Sin embargo, me molesta que solo sea por eso. Así que no puedo evitar ser descortés con él.

—¿Quieres saber la razón? —pregunto despectivamente.

—Claro, soy todo oídos —dice él, cruzándose de brazos.

—La verdad es que te rechazo porque, aunque trato de ser amable contigo, me da asco estar cerca de ti. Te rechazo porque me da placer saber que nunca más me vas a poder obligar a nada —espetó con ira en el rostro, una parte de mí está ofendida por el comentario que hizo él, acusándome de querer tener algún tipo de intimidad con alguna parte de su asqueroso cuerpo. Cuando está claro que, aunque lo niegue, es como cualquier otro hombre y solo me ve como un pedazo de carne o unas piernas bonitas.

Él me mira de una manera que jamás había visto. Se acerca a mí y me toma del cuello. Presiona mi cabeza contra la puerta y me besa, lo hace por varios segundos y de una manera compulsiva, casi rabiosa. No lo detengo porque eso no significa nada para mí. Por lo menos hasta que trata de levantarme el vestido y acceder a mi intimidad. En ese momento le muerdo la lengua, provocándole el suficiente dolor como para que él se aparte de mí.

Autora: Osaku

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