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Capítulo cuatro - Un poco de dolor del pasado

Al entrar a mi cuarto, veo algunas cosas que tenía en la adolescencia. El abuelo ha dejado todo como estaba. Al sentarme delante del escritorio, veo una foto que no recordaba que seguía ahí. Es una con el grupo de debate y literatura al que iba en la secundaria con Rodrigo y Amadeo. Aunque también está Belen, mi mejor amiga, lo que me quita una sonrisa.

***

Amadeo era un excelente orador, así que cuando lo conocí, me encantó su personalidad. Yo había decidido ser su amiga, pero él se volvió muy insistente. Se aprovechó de nuestra amistad y un día, en una fiesta, me robó mi primer beso francés. Ya no pude resistirme a sus encantos y acepté salir con él en secreto. Incluso toleré que coqueteara con otras chicas delante de mí sin decir nada, argumentando que no podía ser mi novio debido a las restricciones de sus padres, y yo, como una tonta, no insistía.

Finalmente, después de varios años, decidí dejarlo porque sentía que me hacía daño estar cerca de él. Sin embargo, lo amaba demasiado, así que terminamos volviendo. Me aseguró que él también me amaba y aceptó oficializar nuestra relación. Perdí mi virginidad con él y sentí que era la única persona que necesitaba para ser feliz. Sin embargo, después de casi tres años de noviazgo y cinco años juntos, me dijo que no podía tener una novia porque eso lo distraería de sus estudios. Aunque cada vez que se sentía de humor, me llamaba, y sin darme cuenta, terminé siendo su chica privada.

Amadeo era posesivo; no me permitía tener amigos varones, y aunque no estábamos juntos, tampoco podía salir con otra persona. Estaba ahí como una tonta, esperándolo. Me sentía feliz cada vez que me llamaba, hasta que un día lo vi de la mano de otra chica. Fue el comienzo de muchos días oscuros para mí.

Rodrigo era el único amigo que me había permitido tener, ya que primero había sido amigo suyo. Recuerdo que después de eso, vino a casa a consolarme. Yo no paraba de llorar. Me recordó que me estaba haciendo daño seguir así, que tenía que tratar de dejar de caer en las exigencias de Amadeo, pero no podía hacerle caso. Era más fuerte que yo.

Incluso Brenda, mi única amiga y yo estuvimos peleadas un tiempo por culpa de él, ya que decía que ella me metía cosas en la cabeza y trataba de alejarme de él, algo de lo que me arrepentí años más tarde. Todo había parecido tan bueno al principio que me costó darme cuenta de que Amadeo solo me usaba. Tal vez era porque me sentía agradecida por lo que había hecho por mí cuando mis padres murieron. Aun así, tenía que terminar.

Una tarde, volví a mi casa empapada. Había quedado como una estatua bajo la lluvia después de ver a Amadeo con esa chica colgada de su brazo mientras él llevaba su paraguas. Me agarré neumonía y estuve tomando antibióticos muy fuertes. Amadeo me llamó esas dos semanas, pero yo no le contesté ni los mensajes. Cuando me sentí mejor, traté de hacer lo posible por evitarlo, pero me lo encontré en una fiesta de la facultad. Me dijo que no salía con esa chica y aseguró que estaba preocupado porque no le contestaba los mensajes ni las llamadas.

Yo estaba un poco borracha, por lo que me creí sus excusas. Tuvimos relaciones esa noche en un baño público, esa fue la última vez. A la mañana siguiente me odié por eso.

Cambié el teléfono y no volví a saber de él. Hasta después de dos meses, mientras iba de camino a la facultad. Una vez más lo encontré de la mano de esta chica. Él no sabía dónde meterse. Yo le sonreí y lo saludé, como si nada pasara.

Ella le preguntó quién era yo y le dijo que una amiga. Le pidió que le guardara un lugar dentro del bar, y me acompañó afuera. Me dijo que me había estado buscando durante todo ese tiempo, pero que yo no le atendía el teléfono. Según él, solo hacía una semana que había empezado a salir con ella.

—Amadeo, no necesitas disculparte. Nosotros no somos nada hace ya mucho tiempo —le dije tranquila, aunque por dentro sentía ganas de morirme por lo tonta que había sido todos esos años al esperar que él me viera como yo lo veía a él.

—Tania, en verdad lo digo. Te juro que traté de localizarte. Incluso le pregunté a Rodrigo por ti —me dijo y me tomó de la mano.

Yo me solté y traté de irme, pero no me dejó. Así que no tuve más remedio que decirle algo que lo hiciera enojar.

—Lo que pasa es que tú no entiendes, que ya no me molesta. Hace rato que yo estoy saliendo con otros —le aseguré, y sonreí con la mejor de mis caras.

Sabía que eso no le iba a gustar. Ya que por más que no me quisiera era un tipo posesivo, y siempre había querido ser el único en mi vida. Después de eso le di un beso en la mejilla y me marché.

Esa tarde llegué a casa y no quise comer. Tenía el estómago revuelto. Rodrigo había venido a ver cómo estaba. Al parecer habían hablado entre ellos y Amadeo le contó lo que le dije. Rodrigo me vio mal, destruida, y no se animó a preguntarme por nuestra charla casi discusión. Solo se quedó acompañándome toda la tarde. Me sentía enferma, tenía muchas náuseas. Mi tío Luis se había ido a trabajar y mi abuelo había ido al cementerio como cada semana, por lo que quedamos solos.

—Tenías razón, pero no te escuché —le indiqué a Rodrigo mientras seguía llorando.

—No es así. Amadeo es una buena persona, pero comete muchos errores, sobre todo cuando escucha a su madre —me aseguró defendiéndolo.

—Desearía no haberlo conocido —espeté, y me tapé la boca porque sentí el olor del perfume de Rodrigo y me dieron ganas de vomitar.

Salí rápidamente del dormitorio y fui corriendo al baño. Después de devolver lo poco que me quedaba en el estómago me levanté del suelo y me di cuenta de que no me había venido mi periodo aún.

—En la fiesta de literatura te tuviste que haber vuelto a casa conmigo. ¿No? —me preguntó Rodrigo riendo mientras traía un vaso de agua fresca en la mano para que yo bebiera. Él me hacía referencia a la noche que Amadeo me besó por primera vez delante de los demás.

 Mi rostro estaba pálido y Rodrigo lo notó. Se preocupó por mí por lo que me preguntó qué era lo que me pasaba y yo como pude le dije que hacía más de un mes que no me venía.

—Pero, ¿no tomabas pastillas? No creo que sea nada. Además, Amadeo es obsesivo y siempre se cuida —me recordó Rodrigo tratando de calmarme. Mientras me sostenía en sus brazos.

Si bien Amadeo era un tipo meticuloso y controlador. Y siempre se había cuidado al estar conmigo. Hubo una vez que lo hicimos sin previo aviso.

—La noche de la última fiesta no nos cuidamos —indiqué aterrada mientras iba sujetándome la cabeza.

Rodrigo me acompañó al comedor donde tomé asiento y traté de calmarme a mí misma. Comencé a llorar como una tonta, él me abrazó fuerte e intentó consolarme.

—Escucha Tania, lo primero que necesitas hacer es una prueba de embarazo. Ya que puede haber muchas razones para que no te venga. Como por ejemplo estar enferma —me recordó Rodrigo tratando de no mostrarme que él también estaba nervioso.

Así que fue a comprarme una a la farmacia. Leímos las instrucciones juntos, porque ninguno había hecho una prueba así antes. Después de orinar en el recipiente pusimos las dos pruebas que él había comprado. Vimos cómo de a poco cambiaba el color de la prueba hasta que las dos dieron positivas. Sentí que mi mundo se hundía, estaba empezando el segundo año de la facultad recién.

Como Rodrigo se tenía que ir, ya que era tarde, lo acompañé hasta la puerta. Él me abrazó y me dio un beso en la frente, yo le sonreí y él a mí. Había sido un gran apoyo para mí ese día. Puesto que Brenda se encontraba estudiando en el extranjero y no podía contar con ella. Después de eso escuchamos la voz de Amadeo y nos dimos vuelta.

—Ahora me doy cuenta con quién estabas ocupada —espetó enojado.

Rodrigo trató de detenerlo, pero Amadeo comenzó a golpearlo. Yo me puse en medio de los dos y traté de calmarlo, pero se seguían pegando. No sabía que hacer por lo que grité y dije que estaba embarazada.

Amadeo me miró, se había quedado duro como una estatua. Por lo menos había dejado de tratar de matar a golpes a Rodrigo.

—Entonces estaban celebrando. ¿Por qué no me dijeron así les traía un regalo? —preguntó Amadeo con ironía.

 —Es tuyo, estúpido —reclamó Rodrigo desde el piso.

Pasé por al lado de Amadeo y me acerqué a Rodrigo para ayudarlo a levantarse. Tenía el labio partido y le salía sangre de la nariz.

—No me vas a encajar tu paquete —le dijo Amadeo con ironía a Rodrigo y se fue.

Yo iba a ir tras él, pero decidí quedarme y acompañar a Rodrigo a dentro de mi casa para curarlo.

Las semanas pasaron y no pudimos comunicarnos con Amadeo. Cuando él había empezado la facultad, sus padres se habían separado y él se había ido a vivir con su madre cerca de donde cursaba. Una mañana, mientras estaba en casa estudiando, me llegó un sobre que decía que esa era mi mejor salida y que debía aprovecharla. Dentro, había dinero y una dirección para que fuera a hacerme un aborto.

***

Recordar todo eso me enfurece aún más. Rompo la foto que tengo sobre la computadora y la tiro a la basura. Tomo algunas cosas de mi cuarto y le digo a mi tío Luis que me han llamado del trabajo por una noticia y que me tengo que ir. Él no me cuestiona, solo me saluda y me voy después de darle un beso a mi abuelo.

Por la noche casi no puedo dormir después de recordar que fui capaz de rechazar a mi bebé. Que yo no luché porque tuve miedo. Es un peso que no logro sacarme de encima, al igual que la cicatriz que tengo en mi bajo vientre. La vida me enfrentó a una decisión muy importante y yo no tuve la fuerza y el valor para hacer lo correcto. El destino se encarga de recordármelo de la peor manera. Me quitó la posibilidad de ser madre una vez más. Pero las cosas no se quedaran así.

—Amadeo Peralta me vas a pagar por cada lágrima que derramé después de ese día por tu culpa. Si la vida no te castiga por dejarme sola en el momento en que más te necesité, lo voy a hacer yo misma. Voy a conseguir que me necesites como al aire y cuando estés completamente perdido te voy a quitar la luz y te voy a dejar a oscuras —digo, mientras estoy en la ducha llorando.

Después de desahogarme, me pongo a investigar sobre mi nuevo cliente. Al parecer está casado y tiene una hija pequeña. Al igual que Amadeo, se ha dedicado a la política desde muy joven, solo que él tiene todo un linaje de políticos en su historial familiar. Busco todo lo que puedo y no encuentro nada que me moleste. Reviso los contratos y los memorizo al igual que su agenda.

Al otro día estoy en su casa a las seis de la mañana vestida con un traje formal de color azul oscuro. Y llevo el cabello recogido. Su esposa me abre la puerta, es una chica joven muy bella. Su nariz es llamativa, pero queda bien en su rostro. La saludo y me presento, ella me invita a pasar. Noto la elegancia que esa casa tiene ni bien pongo un pie en ella.

—Señorita Romano, no la esperaba tan temprano —indica el senador Hernández desde el comedor invitándome a sentarme.

—Disculpe, señor, pero me gustaría ser lo más específica posible en mi trabajo, por lo que le haré la vida incómoda durante tres meses —aseguro y tomo asiento—. Y si a usted y su esposa no les molesta, preferiría que me llame Tania.

—Claro que no nos molesta —comenta ella y pone una taza en la mesa para mí.

—Bien, Tania. ¿Qué tenemos preparado para hoy? —pregunta el senador mientras mira su itinerario buscando sus actividades.

—Por lo que pude recopilar, hoy tiene una reunión a las 7.30 de la mañana, después debe ir al congreso a las nueve y debe tratar de regresar para la hora del almuerzo. Por lo menos eso dice su agenda —le recuerdo, y él me mira para luego sonreír.

Autora: Osaku

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