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Capítulo tres - Mi trabajo

—Ahora que nuestro contrato finalizó… —dice el rubio sexy que está a mi lado y detiene la caminadora.

Me insinúa si quiero seguir viéndonos, dejándome claro que está disponible. Sonrío y le doy las gracias por la invitación, aunque ansío alejarme de él. No tengo deseos de volver a verle la cara. Por lo que, logro que firme los papeles que necesito para mi jefe. Después de agradecerle su predisposición y que repita más de cinco veces que si tengo ganas de verlo que lo llame, me voy feliz.

Cuando entro por la puerta del diario donde trabajo, todos me aplauden. «Te vimos anoche con Leonardo Agrero, el rubio sexy, en la fiesta de recaudación de beneficencia», me dice una de mis compañeras. Detrás de mí, uno de los chicos de recepción trae un montón de cosas enviadas. Las chicas empiezan a gritar y se abalanzan sobre las cajas llenas de ropa y perfumes caros que me había regalado en su intento por conquistarme. Mis compañeros se quedan mirando. Entonces hago pasar a otro asistente con cuatro cajas llenas de productos deportivos y vinos que les había conseguido. Todos me abrazan y me saludan dándome las gracias. Me alejo del enjambre de moscas y voy hasta la oficina de mi jefe.

—Me imaginé que eras tú, después de escuchar el ruido que esos locos hacían —me dice sin dejar de mirar la pantalla de su computadora.

—Espero que me subas el sueldo porque sinceramente estoy cansada de hacerle caras bonitas a ese tonto. Me vas a tener que pagar un masajista de rostro —enfatizo, mientras hago gestos de relajación.

—Demasiado te estoy pagando para que te pases las horas de trabajo en fiestitas —me reclama serio, y después de un momento me mira a los ojos.

Me siento en la silla frente a él y le muestro los documentos.

—¿Conseguiste que nos deje publicarlo? —me pregunta, más que sorprendido y después de alagarme un rato, me da un par de clientes para que los evalúe.

Mi trabajo consiste en vivir la vida de personas de negocios y publicar un artículo sobre ellos. Además, si me permiten, una biografía en nuestra página de internet, que está siempre llena de las últimas novedades de las personas más exitosas del país y de la región. Entre los nombres que me pasó mi jefe está ese tal Rojas y también está Amadeo. Voy a mi escritorio y me siento tratando de concentrarme. Miro la pantalla de mi computadora apagada, en la que se refleja mi rostro, y tengo que tomar una decisión. Si voy a empezar o no con mi plan para destruir a Amadeo o si considero que necesito más tiempo.

Tomo las tarjetas frente a mí. Lo que la mayoría no sabe es que realizo una investigación minuciosa de cada cliente antes de aceptarlo. Además, establezco algunas reglas, como que no puede estar comprometido o casado, algo que ya le mencioné a Amadeo.

La primera vez que realicé este tipo de trabajo con un famoso comprometido, causé que el magnate dejara a su prometida y quisiera casarse conmigo. Esto trajo muchos problemas al diario y me dio una mala reputación que aún circula. Al punto de que tuve que aceptar tener relaciones con él una noche para que me dejara en paz. Lo filmé y guardé como respaldo para que no me siguiera acosando.

Enciendo la computadora y reviso mis correos. Uno en particular me hace decidir qué hacer con el próximo cliente. No puedo sentirme más feliz. Salto de la silla y voy a la oficina de mi jefe. Después de decirle que la persona a la que voy a aceptar entrevistar es casada, me mira dubitativo. Le aclaro que no habrá problemas, ya que es uno de los candidatos a presidente, por lo que no querrá ningún tipo de escándalo. Mi jefe me da carta blanca, así que vuelvo a mi silla y concierto una entrevista con el señor Julio Hernández. Tomo mis cosas y voy a casa a descansar. He dormido poco por la pesadilla que tuve. Después de un baño con sales, intento relajarme, al menos un poco.

Por la tarde, voy al cementerio a visitar a mis padres. Cambio las flores y me quedo un rato con ellos. Hace años que no hablamos. Cuando era pequeña, pensaba que todo pasaba por algo y que mis padres estaban ahí para protegerme. Aunque ya sé que estoy sola en este mundo.

La única persona que me dio fuerza también acabó conmigo. Aunque siga viva, ya no soy la misma. Y una vez que termine mi venganza, me iré con mis padres y mi bebé.

Vuelvo a casa y me pongo un traje para la cena con el señor Julio Hernández y su equipo. Es senador y está casado desde hace años con una mujer más joven. Pretende llegar a las elecciones presidenciales y cree que hablar de su vida lo ayudará a que lo conozcan mejor.

—Entiendo, me encantaría saber más de usted y que las personas puedan ver a través del traje —le indico mientras tomo la copa de vino—. Pero si de algo se caracteriza mi columna es en que no suelo omitir nada. Y aunque usted decida si se publica o no, las personas ya me conocen. Si no nos permite publicarlo, el pueblo puede pensar que oculta algo.

—Entiendo a qué se refiere —exclama el senador Hernández, dejando los cubiertos sobre la mesa—. Supongo que usted está tratando de decirme que siempre es sincera cuando escribe sus artículos.

Este hombre sabe hablar de manera cordial. Me agrada eso.

—Así es, y no me importan las amenazas que puedan intentar hacerme en el futuro. Si cree que no puede mantener sus trapitos sucios en la oscuridad, no soy la persona adecuada para la labor —le aseguro.

Después de hacer las aclaraciones, le entrego nuestro contrato de confidencialidad para que lo revise su equipo. Y tras hablar un rato largo con sus asesores, me retiro.

Mi tío y mi abuelo me esperan en la casa de mis padres para cenar. Mi abuelo sufre de Parkinson, y hace ocho años que no puede hacer casi nada. Entre mi tío y yo le pagamos a alguien para que lo cuide en nuestra ausencia, pero cada día está peor. Se le olvidan las cosas y se torna más y más agresivo.

***

—Lamentamos mucho tu pérdida —indicó mi tío político, y me abrazó como si en verdad se sintiera mal por mí.

—Dormirás con nosotras —aseguró una de mis primas y me mostró el cuarto. Todos fueron muy amables conmigo, sobre todo porque no sabían lo que iba a venir.

Al día siguiente fue el velorio de mis padres y mi tía hizo todos los preparativos en la que se suponía era mi casa. Decía que lo mejor era no gastar dinero si ya había una casa disponible. Al funeral vinieron muchas personas que no conocía y algunas que sí. Mis abuelos me preguntaron si estaba cómoda con la idea de vivir con mis tíos y no supe qué decir. Yo quería estar en mi casa con mis padres, pero esa ya no era una posibilidad. Así que lo que pasara no me importaba, o eso creía.

Cuando leyeron el testamento de mis padres; decía que solo se le daría una cuota escolar a quien me cuidara, la posibilidad de comprar alimentos en una tienda que pertenecía a un amigo de mi padre, al igual que la ropa. Y solo se entregaría la suma de cien mil dólares, a mi persona, al cumplir los dieciocho años. Mi tía puso el grito en el cielo, molesta por lo que decía el testamento.

—¿Y qué pasa si la niña se enferma? ¿Y si necesita otras cosas? —preguntó ella mostrando su impaciencia.

—Si no quieres cuidar a mi sobrina, puedo llevarla a vivir conmigo —reclamó mi tío paterno, molesto por la actitud de la hermana de mi madre.

—Tranquilos. Esto no le hace bien a Tania —aseguró mi abuelo y lo abracé.

No podía vivir con mis abuelos maternos, ya que estaban en un asilo, y mi abuelo paterno vivía muy lejos. Así que solo me quedaba mi tía por parte de mi madre o mi tío por parte de mi padre. Como mi tío era soltero, pensaron que lo mejor era vivir con mi tía, fue

Una semana después, se mudaron a mi casa y pusieron en venta la suya. Aún seguía extrañando a mis padres y lloraba por las noches. Una mañana, una de mis primas se quejó.

—No puedo seguir durmiendo con esta llorona —dijo María a su madre mientras desayunábamos.

Mi tío se había ido de viaje por trabajo y fue en ese momento que conocí el verdadero rostro de la familia de mi madre.

—Entonces que se cambie —dijo mi tía como si yo no le importara y me quedé viéndola.

Ella había tomado el dormitorio de mis padres y le había dado el de huéspedes a mi prima Fernanda. Por lo que María y yo debíamos dormir juntas.

—Yo no voy a dormir con la llorona —espetó Fernanda, y me empujó haciendo que me cayera al suelo.

—Entonces que duerma en el cuarto del fondo —gritó mi tía casi gritando.

—Ese es el lavadero —dije, mientras me ponía de pie.

—Genial. Será más fácil para ti hacerte cargo de la ropa sucia —exclamó con una sonrisa malévola.

No pude decir nada, ya que solo pasé a ser una invitada en la casa de mis padres. Mis primas tenían quince y dieciséis años. Y, aun así, cuando mi tío no estaba, se comportaban como niñas malcriadas. Algo que a mi tía no le molestaba mientras no gritaran al mismo tiempo. Siempre les compraba todo lo que ellas pedían, incluso usando el dinero que correspondía para mi comida.

Esa noche pude llorar tranquila. No era lindo dormir en el lavadero, pero encontré una blusa de mi madre y pude sentir el olor de su perfume una vez más. Me di cuenta de que, si mi tía y mis primas no hubieran sido tan egoístas, no habría encontrado esa prenda y no habría podido dormir tranquila. Por lo que tomé la decisión de no dejar que ni María ni Fernanda arruinaran mi vida.

—Mami, papi… Los extraño mucho —dije y me dormí con lágrimas en los ojos. Por lo menos ahí podría extrañarlos tranquila y llorar sin vergüenza a que otros me escucharan y se molestaran conmigo.

***

Pensar en que fue Amadeo quien me ayudó a salir de ese infierno y regresar a los brazos de mi abuelo paterno, parece irrisorio en este momento. Sobre todo, porque en ese momento yo aún tenía alma.

—Sabes que te extrañamos —me recuerda mi tío mientras cenamos. —Lo sé, tío, lamento, no venir tan seguido. Es que tengo mucho trabajo —miento a modo de excusa. —Estamos al tanto de eso, cariño, y estamos muy orgullosos de ti. Es solo que nos preocupa tu salud. Estás todo el tiempo trabajando y si no en esas fiestas, y sabes que puedes tener una recaída en cualquier momento —indica mi tío Luis. Él y mi abuelo han sido un gran apoyo desde que arrestaron a mi tía por maltratarme, y luego de que quedara a su cuidado. Sin embargo, después de lo de mi bebé, ya no puedo verlos de la misma manera. Mi tío Luis solo tiene diez años más que yo, él se ha convertido en un hermano mayor más que en un padre.

Esa misma noche llega a la casa de mis padres un sobre enviado por correo. En él está el contrato de confidencialidad terminado y corregido para entregar en mi trabajo. Así que tengo que ponerme a trabajar.

En ese momento, mi tío me mira molesto porque recién nos hemos sentado a comer, y yo ya estoy con los papeles en la mano. La verdad es que no puedo seguir perdiendo tiempo. Él dice que el trabajo me ha quitado la vida, y es verdad en cierto modo, pero también me ha ayudado a encontrar una razón por la cual seguir respirando, vivir para poder vengarme.

El estudio de mi papá ha sido modificado, ya que mi abuelo no puede subir las escaleras, y se ha convertido en su nueva habitación. Por lo que decido ir a mi dormitorio a revisar los documentos.

Autora: Osaku

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