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Capítulo dos - Mi primer amor, el más doloroso

«Cuánto ha cambiado el chico que alguna vez me dio mi primer beso. Supongo que murió con sus sueños de ser un orador elocuente y una persona respetable».

***

Estoy segura de que llegaré tarde al colegio, así que no me apresuro. Salgo de la casa y me encuentro con uno de mis vecinos. Es un par de años mayor que yo, su nombre es Amadeo, y para sorpresa de ambos, me ve.

Sus ojos son como los míos, de un tono celeste, y su tez es oscura. Una combinación muy bella en él. Me lleva casi dos cabezas, por lo que al saludarme tiene que agacharse.

—Tania, ¿cómo estás? —dice y se pone nervioso—. Lo siento, no quise desubicarme. Escuché lo que les pasó a tus padres. Lo siento tanto.

—Gracias, Amadeo, es muy amable de tu parte —digo y sonrío levemente. Estoy triste, pero no quiero molestarlo.

—¿Te cambiaste de colegio? —me pregunta mientras camina a mi lado. Es gracioso porque lleva su bicicleta junto a él.

—Mi tía me cambió al colegio al que van mis primas —digo sin dar demasiada información. No quiero hablar de cosas tristes.

—Yo voy a ese colegio —dice él, y se saca la chaqueta para que vea el logo de su polo—. Si quieres, te puedo llevar.

Amadeo es muy amable conmigo. Después de tantas cosas feas que he vivido estos últimos días, tras la muerte de mis padres, da gusto encontrarse con alguien como él.

—No quisiera que llegaras tarde por mi culpa —le digo al notar la hora. Si me lleva a mí, tendrá que hacer el doble de esfuerzo.

—No hay problema. El camino es en bajada, por lo que nuestro peso junto hará que la bici vaya más rápido —explica él, y me alegro.

Subo a la bici teniendo cuidado de que no se descosa mi uniforme al abrir las piernas para acomodarme en los apoyapiés traseros, ubicados en los piñones. No puedo ir sentada, así que esa es la mejor posición.

—Espera. Si vamos rápido, tu falda se levantará. Mejor usa esto —dice Amadeo y me coloca su chaqueta en la cintura.

—Gracias, no lo había pensado —digo, y ahora sí, vamos al colegio.

Me da un poco de temor, ya que lo que ha dicho es cierto y la bici toma fuerza en una de las calles que está asombrosa y peligrosamente empinada.

—¡Tenías razón! —grito asustada, agarrándome fuerte de él.

—Está bien. No pasa nada a menos que el próximo semáforo se ponga en rojo —dice Amadeo, y al darme cuenta de que cambia el color, me asusto—. Es broma, no te preocupes.

Él toma una calle lateral y pronto la velocidad de su bicicleta baja.

—Casi me infarto —digo y empiezo a marearme.

—Tranquila, no creí que te asustarías tanto —dice y detiene la bici al darse cuenta de que estoy temblando.

—Lo siento —me disculpo, y me pongo a llorar.

—No, Tania. Perdóname. No fue mi intención asustarte así —dice Amadeo. Parece sentir algo de culpa.

—Está bien. También fue divertido —digo aun llorando.

Él me da un beso en los labios, la impresión me paraliza.

—Qué bueno que funcionó. Se te iba a hinchar todo el rostro si seguías llorando. La profesora de psicología nos hizo leer un libro que hablaba sobre la reacción frente a nuevos estímulos y me puse nervioso y entonces… —trata de explicarme, como si se sintiera mal por haberme besado.

—Tranquilo. No es que seas el primer chico que me besa —digo mientras seco mis lágrimas.

—¿No? —pregunta, mientras agarra su bicicleta del suelo. Ya estamos a media cuadra del colegio.

—No, ya estoy mayor —digo como si me sintiera toda una mujer. Algo bastante gracioso, ya que hace solo dos días he cumplido los años.

No quiero darle demasiada importancia a un beso en la boca, porque sé que, para los chicos de su edad, por lo que me ha contado Julia, mi ex niñera, eso no es nada.

—Entiendo. Entonces no te enojarás conmigo por el beso, ¿verdad? —pregunta él sin mirarme. Es muy lindo cuando se ofende.

No puedo evitar sentirme agradecida. Si hubiera ido en el autobús con mis primas, me habría perdido de estar con Amadeo y de tener esta linda experiencia con él. Estoy feliz por la vida que llevo, y aunque aún el dolor por perder a mis padres es muy grande, mi interior siente por un instante que algún día todo pasará.

***

La ingenuidad de mi adolescencia me la arrebató, no mi tía o mis malditas primas, sino el hombre de ojos celestes que ahora está frente a mí.

—Pensé que el gobernador tenía cosas más importantes que hacer —indico, y me siento en una silla frente a él.

Le demuestro que no le tengo miedo, y me cruzo de piernas dejándolo ver uno de mis portaligas. Si se siente seguro de lo que muestra, yo también.

—Solo me da curiosidad saber qué haces por aquí. Aunque veo que no me esperabas. Me da lástima saber que no venías por mí —exclama Amadeo, y veo cómo se le van los ojos a mis piernas, como a cualquier hombre en ocasiones similares.

—Tengo cosas más importantes que hacer que ponerme a buscarte —le aseguro, aunque la realidad es que estoy justo donde deseo.

Me acomodo el cabello y me pongo de pie como si estuviera por irme. Me mira con severidad y me aclara con voz gruesa, que aún no ha terminado. Como el patán que es, me hace señas para que me siente nuevamente. Lo hago mostrando inconformidad, pero por dentro me sorprende no poder evitar hacer lo que me ha pedido después de tanto tiempo. Una parte de mí recuerda a ese despreciable tipo que me dominaba, siempre el mismo controlador. Al parecer, eso no ha cambiado en tantos años.

Me cuenta que me ha hecho investigar durante la fiesta, y que no hay nada negativo en mi historial. Me hago la sorprendida, ya me he encargado de eso. No voy a dejar que encuentre nada malo como para que pueda dudar de mí. Después de escucharlo, solo hago un gesto de impaciencia y me cruzo de brazos.

—Me halaga que te entretuvieras investigándome, pero no. No he hecho nada malo después de que me pediste que abortara a nuestro hijo —le recuerdo, y su gesto cambia completamente—. Igual no soy el tipo de persona que va a tratar de sacar provecho de eso, ya que no me siento orgullosa de haberte dado el gusto. Él cambia su comportamiento, se nota que le molesta que se lo recuerde. Aun así, dura solo un instante y luego me ve como si me deseara. Es un maldito desgraciado.

Me gusta verlo así, serio, molesto, incluso impaciente. Aunque esta solo es nuestra presentación. Los próximos gestos que vea en su rostro deben ser más profundos. Poco a poco iré atravesando cada una de sus capas hasta dejarlo al borde del abismo. Le mostraré lo que es el infierno, para eso he decidido seguir con vida, para arruinar la suya.

—Ahora, si no necesitas nada más, me gustaría recuperar mi libertad e irme. Me esperan en otro lugar —clamo, y me levanto al ver cómo me come con la mirada.

Necesito alejarme de él; ya mis fuerzas se están terminando. Por lo que podría cometer errores que no valen la pena. Se levanta y me sigue hasta la puerta. Con fuerza, me arrincona contra la pared y me sostiene tratando de mostrarme que es más fuerte que yo.

—No sé por qué, pese a los años, seguimos peleando así —asegura al apoyar los brazos en la pared. Me quedo inmóvil. Tengo que ser cautelosa con este demente—. ¿Te vas con el empresario con el que viniste o con el tipo que te sacó a bailar primero?

Al parecer me ha estado observando. Y como yo no fui a él, esperó hasta que decidiera irme para buscarme. Así que, también está tratando de jugar conmigo. Ambos sabemos calcular los movimientos del otro, no es un tonto y me alegra saberlo, disfrutaré aún más cuando lo vea derrotado y humillado.

Estando tan cerca, puedo sentir el olor de su perfume y su respiración acechándome. Su postura no cambia, como si tratara de intimidarme, como lo hacía cuando éramos adolescentes, y eso me causa gracia. Se piensa que aún puede controlarme, que caeré rendida ante sus demandas y a sus pies como lo hice cuando no era más que una niña huérfana.

—No te importa con quién me voy. Además, según sé, estás felizmente casado con una preciosura —digo con ironía, y me doy vuelta para tenerlo de frente y verlo.

No me da miedo mirarlo a los ojos, pero al hacerlo, extrañamente mi cuerpo empieza a temblar. No pensé que estar tan cerca pudiera causar algo en mí. Después de tanto dolor, aun así, me sigue atrayendo, y eso es asqueroso.

Amadeo me tiene acorralada, algo que espero no dure mucho más.

—No te importa con quién me voy. Además, según sé, estás felizmente casado con una preciosura —digo con ironía, y me doy vuelta para tenerlo de frente.

—Nadie puede ser más preciosa que tú. Y ese vestido que llevas lo deja más que claro. Me gusta saber que también piensas en mí —indica, y con la descaradez que lo caracteriza, acaricia mi rostro con su asquerosa mano. No puedo evitar sentir desprecio, aunque no sé si lo reconoce en mí.

—Estás equivocado. La diferencia entre nosotros es que yo no necesito investigarte. Eres una persona pública y todos los periodistas saben que a esta hora estás acostado en tu linda casita con tu esposa con collar de perlas —aseguro sonriendo, mientras con delicadeza aparto mi rostro de la cercanía de su mano.

—¿Cuánto estás cobrando? —me pregunta sin rodeos.

Como si pudiera degradarme. Viniendo de él, esas palabras no me ofenden. Incluso, le sigo el juego.

—Soy muy selectiva con mis clientes. No creo que tengas lo necesario —espeto, y su rostro se transforma, ya no tiene esa despreciable sonrisa. Eso me ayuda a recuperar la compostura—. Una de mis condiciones es que mi cliente no esté casado.

Aprovecho su desconcierto y acaricio sus labios a modo de provocación.

—No sé qué te dijeron de mí, pero sinceramente se me hace tarde. Y me estoy impacientando —le susurro al oído, después agarro el picaporte y abro la puerta.

Mientras me voy, puedo notar cómo se queda mirándome. Trato de apresurar el paso, ya que temo que me siga. No estoy completamente satisfecha con nuestro primer encuentro, pero esto es solo la punta del iceberg.

Al llegar a la entrada, me acerco a uno de mis pretendientes de la noche y le pregunto si me puede llevar a mi casa. Por supuesto, no lo duda. Estoy inquieta todo el camino; el tipo no deja de hablar y de presumir su fortuna, como si un poco de dinero fuera capaz de sorprenderme. Cuando estamos frente a mi edificio, me pide que por favor lo llame. Guardo su tarjeta y, luego de acariciarle la mejilla, le doy un pequeño beso ahí mismo y bajo de su limusina. Pese a todo, la noche ha valido la pena.

Me desvisto, me ducho para sacarme el asqueroso olor de mi ex y me acuesto a dormir. Ver a Amadeo y no escupirle la cara me ha costado horrores. Aunque me molesta que su personalidad controladora aún me genere cierta dependencia, intento que no se note. Aun así, eso no va a impedirme destruirlo.

Esa noche sueño con mi bebé. Llora en la oscuridad y, aunque corro detrás, no puedo acercarme. Es muy doloroso para mí, saber que nunca volveré a ser madre. Aun así, no voy a dejar que su muerte quede impune.

Autora: Osaku

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