«Cuánto ha cambiado el chico que alguna vez me dio mi primer beso. Supongo que murió con sus sueños de ser un orador elocuente y una persona respetable».
***
Estoy segura de que llegaré tarde al colegio, así que no me apresuro. Salgo de la casa y me encuentro con uno de mis vecinos. Es un par de años mayor que yo, su nombre es Amadeo, y para sorpresa de ambos, me ve.
Sus ojos son como los míos, de un tono celeste, y su tez es oscura. Una combinación muy bella en él. Me lleva casi dos cabezas, por lo que al saludarme tiene que agacharse.
—Tania, ¿cómo estás? —dice y se pone nervioso—. Lo siento, no quise desubicarme. Escuché lo que les pasó a tus padres. Lo siento tanto.
—Gracias, Amadeo, es muy amable de tu parte —digo y sonrío levemente. Estoy triste, pero no quiero molestarlo.
—¿Te cambiaste de colegio? —me pregunta mientras camina a mi lado. Es gracioso porque lleva su bicicleta junto a él.
—Mi tía me cambió al colegio al que van mis primas —digo sin dar demasiada información. No quiero hablar de cosas tristes.
—Yo voy a ese colegio —dice él, y se saca la chaqueta para que vea el logo de su polo—. Si quieres, te puedo llevar.
Amadeo es muy amable conmigo. Después de tantas cosas feas que he vivido estos últimos días, tras la muerte de mis padres, da gusto encontrarse con alguien como él.
—No quisiera que llegaras tarde por mi culpa —le digo al notar la hora. Si me lleva a mí, tendrá que hacer el doble de esfuerzo.
—No hay problema. El camino es en bajada, por lo que nuestro peso junto hará que la bici vaya más rápido —explica él, y me alegro.
Subo a la bici teniendo cuidado de que no se descosa mi uniforme al abrir las piernas para acomodarme en los apoyapiés traseros, ubicados en los piñones. No puedo ir sentada, así que esa es la mejor posición.
—Espera. Si vamos rápido, tu falda se levantará. Mejor usa esto —dice Amadeo y me coloca su chaqueta en la cintura.
—Gracias, no lo había pensado —digo, y ahora sí, vamos al colegio.
Me da un poco de temor, ya que lo que ha dicho es cierto y la bici toma fuerza en una de las calles que está asombrosa y peligrosamente empinada.
—¡Tenías razón! —grito asustada, agarrándome fuerte de él.
—Está bien. No pasa nada a menos que el próximo semáforo se ponga en rojo —dice Amadeo, y al darme cuenta de que cambia el color, me asusto—. Es broma, no te preocupes.
Él toma una calle lateral y pronto la velocidad de su bicicleta baja.
—Casi me infarto —digo y empiezo a marearme.
—Tranquila, no creí que te asustarías tanto —dice y detiene la bici al darse cuenta de que estoy temblando.
—Lo siento —me disculpo, y me pongo a llorar.
—No, Tania. Perdóname. No fue mi intención asustarte así —dice Amadeo. Parece sentir algo de culpa.
—Está bien. También fue divertido —digo aun llorando.
Él me da un beso en los labios, la impresión me paraliza.
—Qué bueno que funcionó. Se te iba a hinchar todo el rostro si seguías llorando. La profesora de psicología nos hizo leer un libro que hablaba sobre la reacción frente a nuevos estímulos y me puse nervioso y entonces… —trata de explicarme, como si se sintiera mal por haberme besado.
—Tranquilo. No es que seas el primer chico que me besa —digo mientras seco mis lágrimas.
—¿No? —pregunta, mientras agarra su bicicleta del suelo. Ya estamos a media cuadra del colegio.
—No, ya estoy mayor —digo como si me sintiera toda una mujer. Algo bastante gracioso, ya que hace solo dos días he cumplido los años.
No quiero darle demasiada importancia a un beso en la boca, porque sé que, para los chicos de su edad, por lo que me ha contado Julia, mi ex niñera, eso no es nada.
—Entiendo. Entonces no te enojarás conmigo por el beso, ¿verdad? —pregunta él sin mirarme. Es muy lindo cuando se ofende.
No puedo evitar sentirme agradecida. Si hubiera ido en el autobús con mis primas, me habría perdido de estar con Amadeo y de tener esta linda experiencia con él. Estoy feliz por la vida que llevo, y aunque aún el dolor por perder a mis padres es muy grande, mi interior siente por un instante que algún día todo pasará.
***
La ingenuidad de mi adolescencia me la arrebató, no mi tía o mis malditas primas, sino el hombre de ojos celestes que ahora está frente a mí.
—Pensé que el gobernador tenía cosas más importantes que hacer —indico, y me siento en una silla frente a él.
Le demuestro que no le tengo miedo, y me cruzo de piernas dejándolo ver uno de mis portaligas. Si se siente seguro de lo que muestra, yo también.
—Solo me da curiosidad saber qué haces por aquí. Aunque veo que no me esperabas. Me da lástima saber que no venías por mí —exclama Amadeo, y veo cómo se le van los ojos a mis piernas, como a cualquier hombre en ocasiones similares.
—Tengo cosas más importantes que hacer que ponerme a buscarte —le aseguro, aunque la realidad es que estoy justo donde deseo.
Me acomodo el cabello y me pongo de pie como si estuviera por irme. Me mira con severidad y me aclara con voz gruesa, que aún no ha terminado. Como el patán que es, me hace señas para que me siente nuevamente. Lo hago mostrando inconformidad, pero por dentro me sorprende no poder evitar hacer lo que me ha pedido después de tanto tiempo. Una parte de mí recuerda a ese despreciable tipo que me dominaba, siempre el mismo controlador. Al parecer, eso no ha cambiado en tantos años.
Me cuenta que me ha hecho investigar durante la fiesta, y que no hay nada negativo en mi historial. Me hago la sorprendida, ya me he encargado de eso. No voy a dejar que encuentre nada malo como para que pueda dudar de mí. Después de escucharlo, solo hago un gesto de impaciencia y me cruzo de brazos.
—Me halaga que te entretuvieras investigándome, pero no. No he hecho nada malo después de que me pediste que abortara a nuestro hijo —le recuerdo, y su gesto cambia completamente—. Igual no soy el tipo de persona que va a tratar de sacar provecho de eso, ya que no me siento orgullosa de haberte dado el gusto. Él cambia su comportamiento, se nota que le molesta que se lo recuerde. Aun así, dura solo un instante y luego me ve como si me deseara. Es un maldito desgraciado.
Me gusta verlo así, serio, molesto, incluso impaciente. Aunque esta solo es nuestra presentación. Los próximos gestos que vea en su rostro deben ser más profundos. Poco a poco iré atravesando cada una de sus capas hasta dejarlo al borde del abismo. Le mostraré lo que es el infierno, para eso he decidido seguir con vida, para arruinar la suya.
—Ahora, si no necesitas nada más, me gustaría recuperar mi libertad e irme. Me esperan en otro lugar —clamo, y me levanto al ver cómo me come con la mirada.
Necesito alejarme de él; ya mis fuerzas se están terminando. Por lo que podría cometer errores que no valen la pena. Se levanta y me sigue hasta la puerta. Con fuerza, me arrincona contra la pared y me sostiene tratando de mostrarme que es más fuerte que yo.
—No sé por qué, pese a los años, seguimos peleando así —asegura al apoyar los brazos en la pared. Me quedo inmóvil. Tengo que ser cautelosa con este demente—. ¿Te vas con el empresario con el que viniste o con el tipo que te sacó a bailar primero?
Al parecer me ha estado observando. Y como yo no fui a él, esperó hasta que decidiera irme para buscarme. Así que, también está tratando de jugar conmigo. Ambos sabemos calcular los movimientos del otro, no es un tonto y me alegra saberlo, disfrutaré aún más cuando lo vea derrotado y humillado.
Estando tan cerca, puedo sentir el olor de su perfume y su respiración acechándome. Su postura no cambia, como si tratara de intimidarme, como lo hacía cuando éramos adolescentes, y eso me causa gracia. Se piensa que aún puede controlarme, que caeré rendida ante sus demandas y a sus pies como lo hice cuando no era más que una niña huérfana.
—No te importa con quién me voy. Además, según sé, estás felizmente casado con una preciosura —digo con ironía, y me doy vuelta para tenerlo de frente y verlo.
No me da miedo mirarlo a los ojos, pero al hacerlo, extrañamente mi cuerpo empieza a temblar. No pensé que estar tan cerca pudiera causar algo en mí. Después de tanto dolor, aun así, me sigue atrayendo, y eso es asqueroso.
Amadeo me tiene acorralada, algo que espero no dure mucho más.
—No te importa con quién me voy. Además, según sé, estás felizmente casado con una preciosura —digo con ironía, y me doy vuelta para tenerlo de frente.
—Nadie puede ser más preciosa que tú. Y ese vestido que llevas lo deja más que claro. Me gusta saber que también piensas en mí —indica, y con la descaradez que lo caracteriza, acaricia mi rostro con su asquerosa mano. No puedo evitar sentir desprecio, aunque no sé si lo reconoce en mí.
—Estás equivocado. La diferencia entre nosotros es que yo no necesito investigarte. Eres una persona pública y todos los periodistas saben que a esta hora estás acostado en tu linda casita con tu esposa con collar de perlas —aseguro sonriendo, mientras con delicadeza aparto mi rostro de la cercanía de su mano.
—¿Cuánto estás cobrando? —me pregunta sin rodeos.
Como si pudiera degradarme. Viniendo de él, esas palabras no me ofenden. Incluso, le sigo el juego.
—Soy muy selectiva con mis clientes. No creo que tengas lo necesario —espeto, y su rostro se transforma, ya no tiene esa despreciable sonrisa. Eso me ayuda a recuperar la compostura—. Una de mis condiciones es que mi cliente no esté casado.
Aprovecho su desconcierto y acaricio sus labios a modo de provocación.
—No sé qué te dijeron de mí, pero sinceramente se me hace tarde. Y me estoy impacientando —le susurro al oído, después agarro el picaporte y abro la puerta.
Mientras me voy, puedo notar cómo se queda mirándome. Trato de apresurar el paso, ya que temo que me siga. No estoy completamente satisfecha con nuestro primer encuentro, pero esto es solo la punta del iceberg.
Al llegar a la entrada, me acerco a uno de mis pretendientes de la noche y le pregunto si me puede llevar a mi casa. Por supuesto, no lo duda. Estoy inquieta todo el camino; el tipo no deja de hablar y de presumir su fortuna, como si un poco de dinero fuera capaz de sorprenderme. Cuando estamos frente a mi edificio, me pide que por favor lo llame. Guardo su tarjeta y, luego de acariciarle la mejilla, le doy un pequeño beso ahí mismo y bajo de su limusina. Pese a todo, la noche ha valido la pena.
Me desvisto, me ducho para sacarme el asqueroso olor de mi ex y me acuesto a dormir. Ver a Amadeo y no escupirle la cara me ha costado horrores. Aunque me molesta que su personalidad controladora aún me genere cierta dependencia, intento que no se note. Aun así, eso no va a impedirme destruirlo.
Esa noche sueño con mi bebé. Llora en la oscuridad y, aunque corro detrás, no puedo acercarme. Es muy doloroso para mí, saber que nunca volveré a ser madre. Aun así, no voy a dejar que su muerte quede impune.
Autora: Osaku
—Ahora que nuestro contrato finalizó… —dice el rubio sexy que está a mi lado y detiene la caminadora.Me insinúa si quiero seguir viéndonos, dejándome claro que está disponible. Sonrío y le doy las gracias por la invitación, aunque ansío alejarme de él. No tengo deseos de volver a verle la cara. Por lo que, logro que firme los papeles que necesito para mi jefe. Después de agradecerle su predisposición y que repita más de cinco veces que si tengo ganas de verlo que lo llame, me voy feliz.Cuando entro por la puerta del diario donde trabajo, todos me aplauden. «Te vimos anoche con Leonardo Agrero, el rubio sexy, en la fiesta de recaudación de beneficencia», me dice una de mis compañeras. Detrás de mí, uno de los chicos de recepción trae un montón de cosas enviadas. Las chicas empiezan a gritar y se abalanzan sobre las cajas llenas de ropa y perfumes caros que me había regalado en su intento por conquistarme. Mis compañeros se quedan mirando. Entonces hago pasar a otro asistente con cuat
Al entrar a mi cuarto, veo algunas cosas que tenía en la adolescencia. El abuelo ha dejado todo como estaba. Al sentarme delante del escritorio, veo una foto que no recordaba que seguía ahí. Es una con el grupo de debate y literatura al que iba en la secundaria con Rodrigo y Amadeo. Aunque también está Belen, mi mejor amiga, lo que me quita una sonrisa. ***Amadeo era un excelente orador, así que cuando lo conocí, me encantó su personalidad. Yo había decidido ser su amiga, pero él se volvió muy insistente. Se aprovechó de nuestra amistad y un día, en una fiesta, me robó mi primer beso francés. Ya no pude resistirme a sus encantos y acepté salir con él en secreto. Incluso toleré que coqueteara con otras chicas delante de mí sin decir nada, argumentando que no podía ser mi novio debido a las restricciones de sus padres, y yo, como una tonta, no insistía.Finalmente, después de varios años, decidí dejarlo porque sentía que me hacía daño estar cerca de él. Sin embargo, lo amaba demasiado
Mientras colaboro con el senador Hernández, dedico mis esfuerzos a rastrearlo durante más de dos semanas hasta finalmente dar con él. Amadeo se encuentra en una reunión en el mismo edificio que nosotros. Ahora, mi tarea es encontrar una manera de que nos encontremos.En la suite, junto con los colegas del senador Hernández, busco un lugar para almorzar y les propongo ir allí al terminar la reunión. Aceptan la propuesta con entusiasmo.—Senador, ¿dónde encontró a una secretaria tan eficiente? Necesito una como ella —comenta uno de los hombres que nos acompañan.—Permítame corregirle. Tania no es mi empleada. Está escribiendo un artículo sobre mi vida por recomendación de mis asesores —explica el senador Hernández, y todos sonreímos.—Caballeros, voy a cambiarme a algo más cómodo. Nos vemos en el restaurante a las 12:30 horas, si les parece —anuncio, y todos se levantan para dejarme sola.Las reuniones de estas personas son agotadoras, con una tensión palpable incluso cuando hablan de fú
—¿Qué demonios estás haciendo? —espeta Amadeo.Amenazándome como si mis palabras hirieran su orgullo masculino. Algo que provoca en mí una tremenda satisfacción, mientras observo como sangre de su boca. Aun así, en sus ojos puedo ver el odio que me profesa, lo cual me aterra extrañamente, así que salgo corriendo. Necesito alejarme de ese hombre infernal. No es el Amadeo que yo conocí. Nunca habría sido tan impulsivo, en el pasado.¿Acaso el poder lo ha enceguecido?Debo buscar más información sobre este hombre; algo se me escapó en mi primera investigación. Es obvio que no está bien. Regreso a casa una vez que mi portátil ha cargado y me instalo en mi escritorio. Llamo al senador y miento, diciéndole que estoy indispuesta. Termino el artículo que mi compañera necesita con la información que tengo y se lo envío.Por la noche apenas puedo dormir, pensando en Amadeo y su comportamiento impulsivo. Él está buscando la presidencia. ¿Por qué se arriesgaría a que alguien lo viera conmigo? ¿En
Caigo en su trampa y no puedo resistirme. No puedo pensar en nada más que en el deseo de terminar con el cosquilleo infernal que siento con cada embestida que él da. Amadeo aún es el único que logra hacer que responda de manera tan salvaje y a la vez tan pasiva. Abandono abatida las fuerzas que me quedan. Una oleada de calor me envuelve por completo y siento la debilidad que este encuentro deja sobre mí.Él se aparta lentamente, parece abrumado cuando se va al baño. Me doy vuelta y miro mi reloj, hemos estado casi dos horas haciéndolo. Entrecierro los ojos tratando de recuperar el ritmo de mi respiración y, cuando los abro, el ruido de la ducha ya no se escucha. Como no está en la cama junto a mí, supongo que se ha ido. Una nota sobre mi mesita de luz es su manera de despedirse.«Esto no se puede repetir. Aléjate de mí o te vas a arrepentir».¿Qué quiere decir con eso? Es él quien se ha metido a la fuerza en mi departamento, es un demente. Ha estado aburrido y decide abusar de mí, medi
Estamos en el departamento de Bernardo, donde me ha llevado para que lo vea y podamos negociar.—No tengas miedo —dice mientras me besa en los labios. No siento nada, pero, aun así, lo abrazo—. Sé que no te intereso, pero quiero que te des el tiempo de conocerme.Vuelve a besarme y acaricia mi cabello, incluso juega un poco con él.—No quiero darte falsas esperanzas o hacerte ilusionar. No sé si estoy lista para salir con alguien después de todo lo que he pasado. No… —intento aclarar, pero me silencia con otro beso.Nos tumbamos en la cama, mientras acaricia mi cuerpo con rudeza, se nota su excitación. Me quita la camiseta deportiva y mis pechos quedan a la vista. Por mi parte, le desabrocho el cinto y saco de sus pantalones su pistola para jugar con ella en mi boca. Intenta apartarse, pero no se lo permito hasta que vacía su carga en mi garganta. Trago mientras lo miro a los ojos. Sé cómo hacer que un hombre me desee.—¿Por qué hiciste eso? —me pregunta desplomándose en la cama a mi
***—Disculpa, ¿está ocupado? —pregunté a un chico que había dejado su mochila en un asiento, pero se había sentado en otro lugar.—Sí, ahí se sienta Ale —me indicó. Le pedí disculpas y me alejé.Me acerqué a una chica y le pregunté si el asiento junto a ella estaba ocupado. Negó con la cabeza, lo que me alegró.—Gracias. Y disculpa la molestia —dije amablemente antes de sentarme. En ese momento entró la profesora y comenzó a impartir la clase.Pensé que la profesora me mencionaría, pero no lo hizo, así que me relajé. Era un colegio muy grande y había muchos cursos, así que imaginé que ni siquiera le habían informado que tenía una alumna nueva.—Pónganse en grupos de a dos y hagan los ejercicios de la página 28 —dijo la profesora antes de sentarse a revisar su teléfono.En el colegio al que solía asistir, un docente que hacía eso terminaba sancionado. Aquí parecían ser menos estrictos, lo que me ayudó a tranquilizarme. Lo que me había dicho el director me había preocupado un poco; no q
—Necesito que me hagas un favor —comenta Belén, mientras estamos en la fiesta. Parece cansada.—Sabes que estoy a tu disposición —le indico sin dudar ni por un minuto.Me pide que me anote para una subasta y, aunque no sé de qué se trata, no me niego con tal de ser de ayuda para ella. Hablamos un poco, y aprovecho para entrevistarla sobre las atrocidades que ve en algunas de las zonas más carenciadas de nuestro país. Muchas personas no saben que Argentina es más que Buenos Aires. Incluso muchos políticos, como Amadeo. Los recursos siempre terminan siendo mal distribuidos,pienso indignada.—¿Nunca dejas de trabajar? —me susurra David al oído mientras entrevisto a Belén.Él me abraza y, aunque me siento incómoda, se lo permito, ya que esta noche venimos juntos supuestamente. Corto la entrevista para saludarlo, no quiero ser tan apática con él.—Si me dejas sola, ya sabes en qué me vas a encontrar —le aseguro, y sonrío.Él me mira sorprendido, parece contrariado.—El vestido te queda pre