—Necesito que me hagas un favor —comenta Belén, mientras estamos en la fiesta. Parece cansada.—Sabes que estoy a tu disposición —le indico sin dudar ni por un minuto.Me pide que me anote para una subasta y, aunque no sé de qué se trata, no me niego con tal de ser de ayuda para ella. Hablamos un poco, y aprovecho para entrevistarla sobre las atrocidades que ve en algunas de las zonas más carenciadas de nuestro país. Muchas personas no saben que Argentina es más que Buenos Aires. Incluso muchos políticos, como Amadeo. Los recursos siempre terminan siendo mal distribuidos,pienso indignada.—¿Nunca dejas de trabajar? —me susurra David al oído mientras entrevisto a Belén.Él me abraza y, aunque me siento incómoda, se lo permito, ya que esta noche venimos juntos supuestamente. Corto la entrevista para saludarlo, no quiero ser tan apática con él.—Si me dejas sola, ya sabes en qué me vas a encontrar —le aseguro, y sonrío.Él me mira sorprendido, parece contrariado.—El vestido te queda pre
—Dile que no puedes o que no quieres, como prefieras —indica Amadeo, concentrado en recoger mis cosas y colocarlas dentro de mi cartera.Otra vez su trastorno obsesivo sale a la luz. Es un maldito, un infeliz, un pedazo de materia fecal. Me siento para tratar de recuperarme, ya que estoy mareada y me duele la cabeza. Su rostro vuelve a cambiar; ahora parece preocupado por mí.—¿Te llevo al médico? —me pregunta tratando de ser considerado. Quiere volver a tocarme, pero le corro la mano.—No necesito de tu ayuda. Tenía todo controlado —espeto con la voz rasposa y me levanto para irme, pero pierdo el equilibrio. Me apoyo en la puerta y vuelvo a tomar aire. Ese maldito de David me ha apretado fuerte el cuello.—No seas tonta, porque la única que va a salir perdiendo eres tú —reclama Amadeo con desidia, y siento una punzada en el pecho.No...No puedo...No voy a volver a ser la misma...Su forma de hablar tan arrogante y controladora está ahí. Sigue ahí, tratando de dañarme, haciendo que t
Después de terminar los trámites pendientes en el trabajo, vuelvo ansiosa a mi casa a esperar a Fernando. Me baño, me cambio, limpio, y pronto me quedo sin nada que hacer. Estoy nerviosa. Empiezo a desconfiar del reloj; no es posible que los minutos pasen tan lento.Me siento desganada, no quiero investigar ni leer nada, solo espero que ese maldito reloj dé las ocho. ¿Y si se le hace tarde? Estoy devastada, no había pensado en eso. Tal vez no va a poder venir. ¿Qué haré si no hace? ¿A dónde podría ir a buscarlo?Los pensamientos me invaden hasta que escucho el timbre del portero y me levanto del sillón como si fuera una gacela. Cuando lo veo, me siento como una adolescente. Él entra y me besa con intensidad. Todo mi cuerpo se estremece y no llegamos a la cama, ya que lo he desnudado en plena entrada.—No sé cuánto voy a sobrevivir si seguimos así —me reclama, cuando ya está recostado en mi cama con la respiración acelerada. Como no puedo hablar, me agacho y me pongo a hacérselo con mi
—Mamá, la vas a espantar —reclama Fernando desde el sofá.—¿Y cómo quieres que reaccione? Es la primera chica que traes a esta casa —dice la mujer, llamándole la atención a su hijo.¿Yo soy la primera?¿Qué significa eso?—Si sigues así, será la última vez que la veas —le asegura él, amenazándola entre risas.Es una familia muy feliz. Se nota el amor en sus palabras, aunque estén discutiendo. Es extraño, pero me siento como en casa.—¿Y cuándo conoceré a tus padres? —me pregunta Carmen, y la miro sorprendida.—Mamá, no seas imprudente —añade Fernando, molesto. Se pone de pie y viene hasta mí.—Mis padres ya no están —digo, y la mujer me abraza y comienza a llorar.—Lo siento tanto, cariño —se disculpa la madre de Fernando—. Pero si criaron a una niña tan maravillosa como tú, seguro fueron personas excepcionales.Las palabras de Carmen son similares a las de Fernando y eso me hace sonreír. Está claro que él es su hijo.—Además, gracias a ti, mi hijo está de nuevo en casa —señala la muje
—Te amo —dice Fernando cuando entra en mí.No puedo respirar, me falta el aire. ¿Cómo se atreve a decirme eso? Tengo ganas de llorar por la emoción que me genera estar con alguien como él y sentirme amada.—Fernando… —respondo mentiras, me sujeto de él.—Ámame, Tya —me suplica, mientras vuelve a entrar y mi cuerpo convulsiona de placer—. Quiero ser el hombre que ames por siempre. ¿Me darás esa oportunidad?—Fer… —Llego a decir sofocada.Amo a este hombre…Amo estar con él…Amo sentirlo…Lo amo…No quiero que me suelte, sé que debe irse, y no me imagino mi vida sin él de ahora en adelante. Sin embargo, a mi pesar, Fernando habla con su supervisor y, si sale esta misma noche, le reducen su tiempo de servicio a tres meses. Prepara sus cosas, que ya están en mi departamento, y lo acompaño al aeropuerto.—Voy a extrañarte mucho —le digo, mientras lo abrazo.—No más de lo que yo a ti —responde, y me besa en los labios con el mismo deseo que me mostró el primer día que nos vimos.—Tendré el
Rompo a llorar después de leer la carta de Fernando. Llamo a Belén y le pregunto si sabe algo sobre esto. Me dice que uno de sus compañeros la encontró debajo de la almohada y la envió, esperando que me ayudara a sentirme mejor. La carta estaba cerrada, por lo que no sabían de qué se trataba.—¿Estás bien, Tinita? —me pregunta Belén.—No lo sé. Él quería que nos casáramos —respondo con una sonrisa triste.—Eso es hermoso. Al menos sabes cuánto te amaba —me asegura Belén, tratando de consolarme.—Hay algo que no entiendo. Estaba viendo los documentos de Fernando y Amadeo es quien firmó la solicitud de profesionales. ¿Por qué el gobernador estaría a cargo de eso? —le pregunto, y ella me dice que investigará.Pasados unos días, las hermanas de Fernando vienen al departamento. Ahora, no solo mis compañeras me desvalijan, aun así, ellas me hacen feliz.—Me gustan estos zapatos —señala Catalina, saliendo de mi dormitorio como si modelara.—Yo quiero este vestido para la graduación —reclama C
Escribo un artículo sobre la esposa de Amadeo y su vida junto al gobernador, el cual le encanta. Uso ironía en algunas partes, pero ni ella ni sus pomposas amigas se dan cuenta. Una tarde, me invita a tomar el té en su casa. Su esposo llega y, al verme, Amadeo cambia la expresión.—Querido, te dije que la iba a convencer —le asegura Mabel, orgullosa de tenerme allí para él—. Ya revisé el contrato y se lo envié a tus asesores. Ellos dijeron que estaba bien. Si lo deseas, lo tengo en tu oficina, listo para que lo firmes.Esta mujer necesita algo para calmar su ansiedad. Se nota que intenta complacerlo. Aun así, la cara de Amadeo es un poema. Él me sonríe y me saluda falsamente. Yo le respondo de la misma manera. Luego, le pide a su esposa que lo acompañe al estudio. Tardan casi media hora en volver. Cuando lo hacen, me entrega el contrato, firmado. Al parecer, ella influye mucho en él, ya que yo creí que no lo haría por cómo me había mirado.Escribo eso en mis notas y, al verme, ella me
Una tarde llaman a Amadeo para avisarle que tiene que ir a una reunión fuera de la ciudad. Sin embargo, un familiar de su esposa está enfermo, por lo que ella no nos acompaña. En el avión, sus guardaespaldas, Don Quijote y Sancho Panza, están en la clase turista. Así que no los tendré siguiéndome los pasos, ya que solo Amadeo y yo tenemos asientos en primera clase.Aunque estamos sentados juntos, no me preocupa, porque ambos estamos ocupados con nuestras computadoras. Yo escribo sobre lo aburrida que es la vida de un político “honesto” y Amadeo contesta correos. El sobrecargo nos trae dos bebidas, y sin darme cuenta, tomo su vaso. Es extraño, ya que es jugo de manzana con hielo, aunque parece whisky. Cuando voy a decírselo, él ya ha tomado un trago largo del mío.—Esa es mi bebida —le informo, sintiéndome juzgada. No quiero que piense que lo hice a propósito.Me mira y pregunta si lo que pedí tiene alcohol, como si no pudiera sentir su sabor. Le digo que sí, y se levanta apurado. No le