Lentamente Franco voltea con las mandíbulas apretadas y las manos vueltas puños. Sabía que tenía que detener a Elisa, pero no entendía cómo. —¿No te apiadarás ni siquiera por mi hijo? —Ese niño tendría que ser nuestro y no tuyo y de Nora. ¿No lo entiendes? ¡Nora se quedó con todo lo que me pertenece! ¡Tú se lo diste! —Elisa… Amo a Nora como no tienes idea y lo que pasó entre tú y yo se quedó en el pasado, se murió. No siento nada por ti. Si tanto me amas, déjame ser feliz con ella —dice Franco queriendo hacerla entrar en razón. —No, Franco —retrocede Elisa, herida—. El tiempo corre, deshazte de ella antes de que yo le muestre tu infidelidad. —No pasó nada entre tú y yo más que ese arranque de lujuria que no acabó en nada —dice Franco, dolido. —¿Crees que Nora te creerá? ¡Buena suerte con eso! Tal vez del coraje termine abortando a tu hijo —dice Elisa retrocediendo sin quitarle la mirada de encima a Franco. —He querido tener paciencia, pensar en otra solución, pero ¿sabes qué?
—En verdad quiero creerte, pero… duele demasiado… —dice Nora sin poder respirar bien, su nariz se ha constipado y las lágrimas escurren por sus mejillas. Ni la vida, ni el convento, ni nada la habían preparado para una desilusión así. —Nora… —Franco pronuncia el nombre de su esposa con anhelo. —No me siento bien —lo interrumpe en voz baja y frágil, bajando la mirada hacia él y acariciando su mejilla con tristeza—. ¿Puedo irme a dormir con Roberta? —pregunta y la voz se le quiebra—. ¿Crees que quiera aceptarme en su cuarto una noche? Los ojos de Franco se enrojecen y de pronto se siente débil y herido. No quiere pasar la noche lejos de Nora, pero comprende que ahora las cosas son diferentes. —No tienes porqué irte de aquí… —dice Franco con tristeza. Se levanta del piso y se sienta a su lado, colocando la mano encima del vientre de Nora. —No quiero dormir aquí… —dice Nora agachando la mirada y sus lágrimas calientes caen sobre la mano de Franco—. No esta noche. —No quieres do
Nora cubre su rostro con ambas manos y Bernardo no hace más que acercarse y envolverla entre sus brazos, queriendo consolarla, sintiéndose apenado de su dolor.—Suéltame… —dice Nora sin fuerzas, revolviéndose en los brazos de Bernardo—. No necesito que ahora sientas lástima por mí, no suplicaré por tu piedad. ¡No la necesito!—Siempre tan orgullosa —responde Bernardo besando con ternura el cabello de Nora, inhalando su aroma, embriagándose y sucumbiendo ante su calor. Controla lo mejor que puede sus instintos sobre ella.—Ya me conoces. —Nora levanta el rostro hacia él, quedando a centímetros del suyo—. No cavaré un hoyo para tapar otro. No esperes mucha docilidad de mi parte.—Nunca la he esperado, Nora… Incluso cuando te vi en ese bar, cuando probé por primera vez tus labios, eras
El camino de regreso es más afable, el viento frío le pega en la cara de manera agradable. Cuando por fin llega a casa, nota el movimiento en los jardines. Los guardias de la entrada usan sus radios para avisar que ha regresado y la reciben con calidez, denotando su preocupación.Nora llega hasta la entrada y ve a Franco y Giordano con cara de angustia. Antes de poder explicarse, Franco se acerca a ella con paso decidido y el ceño fruncido. Por un momento duda si recibirá alguna clase de bofetón o reprimenda, pero, por el contrario, Franco la estrecha con cariño y la llena de besos, frotando su rostro contra el de ella.—¿Estás bien? ¿A dónde fuiste? ¿Por qué te fuiste así? —pregunta Franco con el miedo amargo en su boca—. Creí que no te volvería a ver. Nunca me vuelvas a hacer esto… nunca.—Fui a la tumba de
Nora se pone encima de Elisa, tomando su rostro con una mano y, obligándola a abrir la boca haciendo presión con sus dedos en las mejillas, acerca la jeringa con el contenido. Elisa forcejea, intenta alejarse de la jeringa y comienza a lloriquear.Franco ve como Nora tiene potencial como torturadora, está logrando lo que él no pudo. Con dificultad, Nora hace tragar a Elisa el líquido de la jeringa, cubriendo su boca y nariz con la palma de su mano. El forcejeo es tan grande que Elisa parece convulsionar y ahogarse con su propio veneno, tosiendo desesperada, queriendo vomitar, pero sin lograrlo.—¿Qué pasa? ¿No te gustó? —pregunta Nora mientras saca más contenido del frasco.—¡No! ¡No lo hagas! ¡Me vas a matar si me das tanto! —grita Elisa queriendo arrastrarse lejos de Nora.—¿Por qué? ¿Qué es? &mdas
—¿En serio? —pregunta Grimaldi sorprendido y empapándose de la alegría de la pareja—. Bendito sea el día, mis felicitaciones. Un niño es una alegría enorme. —De pronto se muestra cabizbajo y nostálgico. Había dolores que nunca desaparecían—. Me hubiera encantado poder vivir la experiencia de tener un hijo con mi difunta esposa. Me alegra que ustedes vayan a poder disfrutar de eso.—Cuando nazca el pequeño, tenga la seguridad de que vendremos seguido a visitarlo —dice Nora inclinándose hacia delante, perdiéndole el miedo al viejo mafioso y tomando su mano marchita que descansa sobre el escritorio—. Me encantaría que conviviera con él.—Hermoso ángel, yo estaría gustoso, pero dudo que la vida me deje llegar a eso —dice Grimaldi posando su mano sobre la de Nora y sintiendo miedo por el futuro. A s
Nora retrocede un par de pasos, sin quitarle la mirada de encima a Grimaldi, antes de llegar a la puerta y dar media vuelta para salir de ahí. Tal como prometió Franco, se encontraba recargado en la pared, esperando pacientemente, temeroso de lo que Grimaldi necesitara de Nora. Cuando la ve salir, nota su cara cargada de desconcierto y angustia, parece un venado confundido a mitad de carretera.—¿Estás bien? —pregunta Franco acercándose para tomar a Nora de los brazos.—Eso creo —dice Nora sin dejar de fruncir el ceño.—¿Qué te dijo?—Me… preguntó que habías hecho para casarte conmigo, pero… le conté la verdad, lo mismo que le dije la primera vez —dice Nora midiendo sus palabras para que nadie pueda malinterpretar nada.—¿Solo eso? —pregunta Franco.—Solo eso —dice Nor
Durante todo el camino Nora se la pasa viendo por la ventana, está completamente nerviosa, siente sus manos frías y temblorosas. Todas esas personas malas que perseguía su padre ahora la perseguirán a ella y se sentía como un pequeño cachorro de gato entrando al nido de ratas. De pronto llegan a la residencia de Sforza, pasando enfrente de viñedos enormes y vegetación diversa. La construcción era muy parecida a la de la finca donde se casó con Franco y no puede evitar entrecerrar los ojos con desconfianza. —Sforza fue quien ofreció una de sus fincas para nuestra boda, ese fue su regalo para nosotros —dice Franco fascinado por los gestos de su esposa. —Ya sabía yo que todo esto se me hacía conocido —responde Nora frunciendo el ceño y pegándose más a la ventana. —Es hermoso, ¿no? —dice Sandra tan divertida como Franco. El auto se estaciona frente a una enorme casa, tan ostentosa como en la que había estado viviendo. Una rubia despampanante se acerca modelando un traje sastre que