Nora retrocede un par de pasos, sin quitarle la mirada de encima a Grimaldi, antes de llegar a la puerta y dar media vuelta para salir de ahí. Tal como prometió Franco, se encontraba recargado en la pared, esperando pacientemente, temeroso de lo que Grimaldi necesitara de Nora. Cuando la ve salir, nota su cara cargada de desconcierto y angustia, parece un venado confundido a mitad de carretera.
—¿Estás bien? —pregunta Franco acercándose para tomar a Nora de los brazos.
—Eso creo —dice Nora sin dejar de fruncir el ceño.
—¿Qué te dijo?
—Me… preguntó que habías hecho para casarte conmigo, pero… le conté la verdad, lo mismo que le dije la primera vez —dice Nora midiendo sus palabras para que nadie pueda malinterpretar nada.
—¿Solo eso? —pregunta Franco.
—Solo eso —dice Nor
Durante todo el camino Nora se la pasa viendo por la ventana, está completamente nerviosa, siente sus manos frías y temblorosas. Todas esas personas malas que perseguía su padre ahora la perseguirán a ella y se sentía como un pequeño cachorro de gato entrando al nido de ratas. De pronto llegan a la residencia de Sforza, pasando enfrente de viñedos enormes y vegetación diversa. La construcción era muy parecida a la de la finca donde se casó con Franco y no puede evitar entrecerrar los ojos con desconfianza. —Sforza fue quien ofreció una de sus fincas para nuestra boda, ese fue su regalo para nosotros —dice Franco fascinado por los gestos de su esposa. —Ya sabía yo que todo esto se me hacía conocido —responde Nora frunciendo el ceño y pegándose más a la ventana. —Es hermoso, ¿no? —dice Sandra tan divertida como Franco. El auto se estaciona frente a una enorme casa, tan ostentosa como en la que había estado viviendo. Una rubia despampanante se acerca modelando un traje sastre que
El lugar parecía ser el mismo viejo establecimiento ante los ojos de Nora, ese bar escondido entre grandes edificios, luchando por no desaparecer. Era un lugar mágico, pues entraba mucha gente durante el día y cuando te asomabas te dabas cuenta de que solo un par de mesas estaban ocupadas. ¿A dónde se iba toda esa gente? Nora traspasa la desvencijada puerta detrás de Franco con Sandra y Giordano. Esperaban llegar a un lugar más misterioso o por lo menos llamativo para encontrar a madame Simonetta, la leyenda, la madre de ladrones silenciosos e imperceptibles. Muchas mafias deseaban adquirir a alguien de ese gremio que se moviera entre las sombras, pero era imposible llegar a ellos al igual que peligroso, además de que su fidelidad a Simonetta era muy grande. Detrás de la barra se encuentra el cantinero, con la cabeza rasurada y una barba de candado que disimula su verdadera edad, haciéndolo parecer más viejo. Limpia un vaso con aburrimiento hasta que los pasos de Nora lo hacen levan
Después de unos minutos que parecen eternos, escuchan una voz que para Nora le es conocida. —¡Beretta! No creí que te volvería a ver. Madame Simonetta camina con paso rápido hacia Nora. Está encantada de tenerla de regreso, sabía que tarde o temprano esa monja descarriada regresaría. Uno podía salir de la podredumbre, pero está no salía del corazón, por mucho esfuerzo que dedicaras. —Madame —dice Nora con el mismo respeto que le dedicaba a la madre superiora. —¡La hija pródiga regresa! ¡Rodrigo, hoy es día de fiesta! —dice Simonetta compartiendo su júbilo—. Y no vienes sola. Te acompaña el gran empresario Franco D’Angelo, uno de los principales inversionistas en la bolsa italiana de valores, aunque en los barrios bajos sabemos de qué van sus negocios. —Se acerca a Franco viéndolo con atención y una sonrisa que denota alegría, pero también astucia, así como su mirada tiene ese brillo de inteligencia que alerta a Sandra. —Señora, estamos aquí porque… Sandra se ve interrumpida po
—El consejero debe de tener algún escrito a puño y letra del viejo mafioso —dice Sandra mordiéndose los dedos—. Grimaldi no les dio la noticia solo así, sabía que su muerte estaba cerca, tuvo que dejar algo. —De momento el cuerpo de Grimaldi está con el forense, además estarán buscando a Nora en cualquier rincón donde sepan que la encontrarán, lo cual dificultará mucho la toma del cargo, posponiéndola hasta que haya paz —dice Giordano con el ceño fruncido—. Aprovecharán ese momento para acomodar todas las piezas y quedar como los líderes de La Cosa Nostra. —Situación que no pienso permitir —dice Franco apretando los dientes. —Mucha suerte, señor D’Angelo —añade Simonetta con mofa—. No hay pruebas que apoyen la inocencia de Nora, la palabra de Marianne no será suficiente para calmar la sed de venganza del resto de los clanes. Ante los ojos de su organización, Nora será una traidora y usted el esposo de la traidora. Piénselo, está en severa desventaja. —Creo que tenemos mucho que
Nora se mantiene ante la mesa principal, moviendo con la cuchara la sopa ante ella. No ha dado ni un solo bocado y su mirada se queda perdida en las estrías de la madera. Aunque pareciera que su mente está llena de ideas, la verdad es que está vacía, desconectada de todo, pero a veces esa era la mejor forma de encontrar una salida. —Nora, debes de comer. En tu estado no puedes pasar ayuno —dice Bernardo sentado a la cabeza de la mesa, viendo la apatía de Nora mientras se empina su vaso de whisky. —No tengo hambre… —dice Nora cabizbaja y con tono neutro. —Le tendré que decir a Thalía que te haga comer y créeme que no será muy agradable. Le gustan las sondas —dice Bernardo amenazando a Nora como si fuera una niña chiquita. Nora levanta la mirada hacia Thalía, pero esta no hace ningún gesto, es como si no hubiera escuchado nada o fuera un robot apagado. Thalía, al sentir que sobra, da media vuelta y sale del comedor, dejándolos solos, sin ganas de escuchar más. —Estoy embarazada,
Nora puede escuchar el motor rugir y alejarse mientras regresa sobre sus pasos, percibiendo el movimiento de las linternas dentro de la casa. Cuando la luz regresa al salón principal, todos los policías brincan ante la sorpresa, como si hubieran descubierto un fantasma entre ellos, pero solo es Nora, con la mirada clavada en el piso y esperando. —¿Nora? —pregunta uno de los policías saliendo de entre la muchedumbre, arrancándose el pasamontañas que cubre su rostro y descubriéndose ante los ojos de Nora—. ¿Nora Beretta? —Hola, Mirna —saluda con media sonrisa y extiende sus manos hacia delante con las muñecas juntas esperando el arresto, acostumbrada al procedimiento de rutina—. Como en los viejos tiempos, ¿no? —¿Qué hiciste, Nora? —pregunta Mirna desilusionada. En cuanto uno de los policías se acerca para esposar a Nora, levanta su mano, deteniéndolo—. Yo lo haré. ♥ Dentro de la fría celda del departamento de policía, Nora se mantiene sentada en el cemento, con una idea clara en
—¿Por qué dijiste eso? —pregunta Bernardo indignado—. Tuvimos que matarla aquí mismo. —No, no tiene porqué saber que nosotros ya sabemos lo que hizo. Marino tiene en sus manos a Nora, un movimiento en falso y la podemos perder —dice Franco clavando su mirada en Bernardo, haciéndolo entender—. Tendremos que asistir a ese velorio, pero… con reservas. No podemos confiarnos en las palabras de Vera. —Apuesto que nos estarán esperando todos con sus armas listas para descargarlas sobre nosotros —dice Bernardo peinando con fuerza su cabello hacia atrás. —No tienes porqué venir conmigo, a quien quieren es a mí. —Franco… Estamos juntos en esto. Si tengo las intenciones de quitarte a tu esposa, también tengo las intenciones de acompañarte hacia la muerte —dice Bernardo ofreciéndole una sonrisa divertida mientras Franco tuerce los ojos hasta ponerlos en blanco. —Me halagas, no sé qué decir —responde D’Angelo cruzándose de brazos. —Solo tenem
—Marino será procesado e investigado. Le espera una larga condena si no es que pena capital —dice Mirna y sube sus pies al escritorio—. Todo gracias a ti.—Lo sé… Gracias a mí se quitaron un parásito muy gordo de encima. Creo que me deben algo por mi labor —dice Nora con media sonrisa y sin quitarle la mirada de encima a Mirna.—Nora… Los cargos fueron hechos por Vera Caruso, ahora que está incriminada y asociada a La Cosa Nostra y a Marino, bueno… ya no importa mucho, es cuestión de tiempo para liberarte —dice Mirna sabiendo que no es todo.—¿De cuánto tiempo hablamos? —pregunta Nora con el ceño fruncido por la preocupación.—El tiempo que tome el trámite —dice Mirna bajando la mirada—. También espero que entiendas que la confesión de Marino incriminó a F