Nora puede escuchar el motor rugir y alejarse mientras regresa sobre sus pasos, percibiendo el movimiento de las linternas dentro de la casa. Cuando la luz regresa al salón principal, todos los policías brincan ante la sorpresa, como si hubieran descubierto un fantasma entre ellos, pero solo es Nora, con la mirada clavada en el piso y esperando. —¿Nora? —pregunta uno de los policías saliendo de entre la muchedumbre, arrancándose el pasamontañas que cubre su rostro y descubriéndose ante los ojos de Nora—. ¿Nora Beretta? —Hola, Mirna —saluda con media sonrisa y extiende sus manos hacia delante con las muñecas juntas esperando el arresto, acostumbrada al procedimiento de rutina—. Como en los viejos tiempos, ¿no? —¿Qué hiciste, Nora? —pregunta Mirna desilusionada. En cuanto uno de los policías se acerca para esposar a Nora, levanta su mano, deteniéndolo—. Yo lo haré. ♥ Dentro de la fría celda del departamento de policía, Nora se mantiene sentada en el cemento, con una idea clara en
—¿Por qué dijiste eso? —pregunta Bernardo indignado—. Tuvimos que matarla aquí mismo. —No, no tiene porqué saber que nosotros ya sabemos lo que hizo. Marino tiene en sus manos a Nora, un movimiento en falso y la podemos perder —dice Franco clavando su mirada en Bernardo, haciéndolo entender—. Tendremos que asistir a ese velorio, pero… con reservas. No podemos confiarnos en las palabras de Vera. —Apuesto que nos estarán esperando todos con sus armas listas para descargarlas sobre nosotros —dice Bernardo peinando con fuerza su cabello hacia atrás. —No tienes porqué venir conmigo, a quien quieren es a mí. —Franco… Estamos juntos en esto. Si tengo las intenciones de quitarte a tu esposa, también tengo las intenciones de acompañarte hacia la muerte —dice Bernardo ofreciéndole una sonrisa divertida mientras Franco tuerce los ojos hasta ponerlos en blanco. —Me halagas, no sé qué decir —responde D’Angelo cruzándose de brazos. —Solo tenem
—Marino será procesado e investigado. Le espera una larga condena si no es que pena capital —dice Mirna y sube sus pies al escritorio—. Todo gracias a ti.—Lo sé… Gracias a mí se quitaron un parásito muy gordo de encima. Creo que me deben algo por mi labor —dice Nora con media sonrisa y sin quitarle la mirada de encima a Mirna.—Nora… Los cargos fueron hechos por Vera Caruso, ahora que está incriminada y asociada a La Cosa Nostra y a Marino, bueno… ya no importa mucho, es cuestión de tiempo para liberarte —dice Mirna sabiendo que no es todo.—¿De cuánto tiempo hablamos? —pregunta Nora con el ceño fruncido por la preocupación.—El tiempo que tome el trámite —dice Mirna bajando la mirada—. También espero que entiendas que la confesión de Marino incriminó a F
Franco recibió su lugar como el líder de La Cosa Nostra, lo que tanto había anhelado ahora era realidad, y Nora regresó al confort de una casa grande y llena de sirvientes. Mientras su embarazo avanzaba, Bernardo se mantenía al lado de Franco, apoyándolo en cada decisión, nadie se atrevía a llevarles la contraria a esos dos. Grimaldi había acertado, juntos aseguraban la unidad y quién era su motivo para mantenerse así era Nora, quien recibía la protección y el cariño de ambos, con sus respectivas limitaciones hablando de Bernardo.Cuando el pequeño Carlo nació, las cosas cambiaron. Pese a la alegría que inundó la casa y a los padres, Bernardo se sentía cada vez más enfermo, no podía ver a la hermosa familia que habían creado su mejor amigo y la mujer que ama. Aunque el niño tenía su encanto y lograba hace
—Estarás bien… Todo estará bien —dice para sí misma, como si quisiera consolarse y tratar de asimilar la situación. —Nora… —Shhh… No hables, todo está bien, no hables —dice Nora acariciando el rostro de Franco. Sus manos llenas de sangre manchan las mejillas frías del mafioso. —Nora… Te amo tanto —dice Franco sin perder tiempo, sabe que no lo tiene, sabe que el camino para él se terminó—. Y tengo tantas cosas que agradecerte y también por las cuales pedirte perdón… —No me debes de pedir perdón por nada, por absolutamente nada —dice Nora pegando su frente a la de él—. El hombre al que amo, mi esposo, el padre de mi hijo nunca tiene que pedirme perdón por nada… —No tuve que obligarte a casarte conmigo, pero no me arrepiento… —Sonríe y de pronto un acceso de tos lo distrae. Cada expectoración sale con sangre y le causa dolor—. Me diste un hijo hermoso y los mejores años de mi vida —añade viendo con ternura a Nora, sabiendo que cada momento
—Mami… ¿dónde está papi? —pregunta el pequeño Carlo, viendo el carro que le había regalado Franco días antes de su muerte.Nora se hinca delante de su hijo y acaricia sus cabellos negros. ¿Cómo le explica a su pequeño que su padre está muerto y jamás volverá? ¿Cómo lo había hecho su madre cuando ella perdió a su padre?—Papá no regresará a casa, mi amor —dice Nora tomando del mentón al pequeño y viendo esos ojos azules. Era como volver a ver a Franco a los ojos y eso la vuelve a destruir.—¿Por qué? —pregunta con el rostro lleno de preocupación.—Porque papito está en el cielo, esperándome con una taza de café y un vaso de leche para él —dice Nora apretando los dientes y queriendo contener las lágrimas.
Cada paso que da hacia el altar se siente como si miles de clavos se encajaran en sus pies, el corazón le late en la garganta y pareciera que este se expande tanto que obstruye su tráquea evitando que pueda respirar con normalidad. Clava su mirada en el ramo de lirios frescos entre sus manos y recorre el camino de pétalos. Cada mirada se clava en ella, viéndola con admiración y gozo, sin apreciar el verdadero martirio que está viviendo. El velo cubre el horror de su rostro y por eso nadie se percata de que está muerta de miedo. Solo cuando está cerca de llegar al altar se digna a levantar la mirada hacia su futuro esposo, un hombre que jamás había visto en su vida y no esperaba que llegara. Sus ojos son azules como un par de zafiros y su cabello castaño está peinado hacia atrás. Es la clase de hombre que ves posando en una revista o manejando un auto caro y lleno de mujeres, sus rasgos son varoniles y atractivos y tal vez en otro momento Nora caería perdidamente enamorada de él, pero
La madre Nora Beretta camina por los amplios y silenciosos pasillos del convento con dirección hacia la oficina de la madre superiora; esta la había mandado a llamar y no podía hacerla esperar. Antes de volverse monja, no se consideraba una mujer de fe. Sus motivos para estar ahí no tenían nada que ver con su mentalidad y sus ideologías, pero era una forma de ayudar a los demás y con eso le bastaba. Se caracterizaba por ser la más benevolente de las monjas y no solo eso, era graciosa y rompía un poco con los estándares al no ser tan estricta ni recatada. Antes de hacer sus votos, todo el convento la conocía como: «La novicia rebelde». Toca un par de veces la puerta, esperando hasta que escucha esa vieja voz cascada que la invita a pasar. Al entrar ve ante el escritorio a su padrastro que viene acompañado de un hombre joven con portafolio y traje a la medida.—Hermana Nora, el señor Henry Brunetti la ha venido a visitar… —dice la vieja monja señalando con sus manos marchitas al hombre