La madre Nora Beretta camina por los amplios y silenciosos pasillos del convento con dirección hacia la oficina de la madre superiora; esta la había mandado a llamar y no podía hacerla esperar. Antes de volverse monja, no se consideraba una mujer de fe. Sus motivos para estar ahí no tenían nada que ver con su mentalidad y sus ideologías, pero era una forma de ayudar a los demás y con eso le bastaba. Se caracterizaba por ser la más benevolente de las monjas y no solo eso, era graciosa y rompía un poco con los estándares al no ser tan estricta ni recatada. Antes de hacer sus votos, todo el convento la conocía como: «La novicia rebelde».
Toca un par de veces la puerta, esperando hasta que escucha esa vieja voz cascada que la invita a pasar. Al entrar ve ante el escritorio a su padrastro que viene acompañado de un hombre joven con portafolio y traje a la medida.
—Hermana Nora, el señor Henry Brunetti la ha venido a visitar… —dice la vieja monja señalando con sus manos marchitas al hombre frente a ella—. Pueden hacer uso de los jardines, pero que su estancia no rebase el horario de visitas, por favor.
—Sí, madre superiora —responde Nora agachando la cabeza y retrocediendo un par de pasos antes de emprender el camino hacia los jardines—. Con su permiso.
—Nora… ¿Cómo has estado? —pregunta Brunetti agarrándose las manos con ansiedad y caminando con torpeza detrás de la monja.
—Bien, atareada… Estamos recaudando fondos para los niños del orfanato San Gerónimo. ¿Has venido a hacer una donación? —dice Nora parándose frente a su padrastro, incómoda por su comportamiento ansioso y errático.
—No, no vine a eso… Sabes que no tengo dinero en estos momentos…
—Henry, si vienes por un préstamo, estoy en ceros…
—No se trata de eso, señorita —interviene el hombre que acompaña a Brunetti—. Soy Augusto D’Angelo y soy abogado del señor Franco D’Angelo…
—Madre Nora Beretta —corrige estrechando la mano del abogado—. ¿En qué problema me metiste, Henry?
—Por favor, necesito que escuches al abogado y… pongas de tu parte —dice Brunetti ajustándose la corbata.
—¿Mencionó «Beretta» como su apellido? Creí que compartía el del señor Henry. —Augusto la interrumpe entrecerrando los ojos con desconfianza.
—Soy su hijastra, mi padre verdadero se apellidaba Beretta y decidí conservarlo después de que mi madre se volvió a casar. ¿Hay algún problema? —dice Nora sacando su identificación y mostrándola al abogado.
—No… ninguno —responde viendo fijamente la credencial. Solo conocía a otro Beretta y ese era el difunto detective de narcóticos.
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Nora lee los papeles que el abogado le ofrece y Brunetti, sentado al lado y asomado por encima de su hombro, intenta leer a su misma velocidad mientras se muerde las uñas y le tiembla una pierna. Con cada párrafo, se le seca la garganta a Nora y su estómago se retuerce.
—Esto es imposible… No puedo hacerlo. ¡¿Qué hiciste, Henry?! —Nora se levanta de la banca y le entrega los papeles al abogado.
—¡Entiéndeme, Nora! ¡Camila está enferma! ¡No tengo ni un centavo en el bolsillo! ¿Qué querías que hiciera? —exclama desesperado.
—Soy una monja, las monjas no nos podemos casar, estamos comprometidas con el Señor. Me parece una falta de respeto que…
No termina de reclamar Nora cuando el abogado levanta una mano pidiendo silencio. Su mirada se vuelve gélida y aprieta la mandíbula conteniendo su disgusto.
—No me importa lo que usted considere una falta de respeto… Me importa lo que mi cliente quiera —responde Augusto sin ocultar su molestia en el tono de su voz.
—¿Quién es ese señor D’Angelo y por qué se siente con el poder de hacer esto? —pregunta Nora.
—El señor D’Angelo es el jefe del clan D’Angelo, perteneciente a La Cosa Nostra… —dice el abogado con orgullo—. Si está haciendo esto, es porque el señor Henry es un pésimo jugador de cartas. —Levanta el contrato que rechazó Nora y lo mueve suavemente delante de ella—. Lo que no viene en el contrato es que, de no firmarlo, «hermana», el señor D’Angelo se encargará de matar a toda su familia. La deuda del señor Brunetti es demasiado grande y ha tardado mucho en pagarla, así que… si no quiere que algo malo les pase a todos, entonces deberá firmar el contrato y acceder a casarse con él.
—Por favor, Nora… Yo sé que eres una buena mujer, que has aprendido a sacrificarte por los demás. Firma el contrato y después veremos cómo solucionarlo —dice Brunetti juntando sus manos a modo de oración, como si Nora fuera la santa a la que le está rezando.
—¡¿Cómo pudiste?! —reclama Nora haciendo a un lado la paz que le costó adquirir durante todos esos años en el convento.
—Perdóname Nora… No quise hacerlo… —Brunetti se hinca sobre el pasto y llora desconsolado, aferrándose a las faldas del hábito de su hijastra.
—¿Es un sí o un no? —interviene el abogado perdiendo la paciencia y avergonzado por el patético comportamiento del hombre.
—Prácticamente me estás vendiendo —dice Nora viendo con desaprobación a Henry—. Si es así… ¿por qué no lo liberan de la deuda? ¿No sería más justo? ¿Por qué no le dan el dinero para curar a Cami? —pregunta al abogado mostrando su indignación.
—¿Está negociando conmigo, hermana?
—Si quiere llame a su jefe y negociaré con él. Si ya me arruinaron la vida, por lo menos déjenme mejorar las condiciones de mi condena —dice Nora armándose de valor y enfrentando al abogado que parece sorprendido con su fiereza.
—Un momento —responde antes de sacar su teléfono y marcar.
De pronto a Nora no se le hace tan buena idea hablar con ese hombre tan peligroso. Se arrepiente, se aferra con ambas manos a su hábito y la idea de salir corriendo no parece tan descabellada.
—¿Señor D’Angelo? La hermana Nora quiere hablar con usted —dice el abogado con una sonrisa irónica, sabiendo que no hay nada que ella pueda decir o hacer para cambiar la opinión de su jefe y hermano—. El señor D’Angelo —añade entregando el teléfono.
Nora toma el aparato con mano temblorosa, temiendo tirarlo antes de que llegue a su oído y hacer la deuda más grande. Solo hay silencio y duda que la llamada esté activa. Revisa la pantalla del aparato antes de hablar.
—¿Señor D’Angelo? —En esa pregunta se gasta todo el aire de sus pulmones y ni siquiera sale con fuerza y determinación.
—Que encantadora voz, no me imaginé que su timbre fuera tan bello… —dice Franco después de un breve silencio para degustar la voz de Nora.
Ahora es ella quien guarda silencio al escuchar ese tono tan grave y rasposo. Le da la impresión de pertenecer a un hombre joven, pero puede equivocarse.
—¿Ya firmó el contrato?
—¿Qué? No… aún no. —La pregunta la toma por sorpresa.
—¿Por qué no?
—Porque quiero negociar unas cosas con usted —dice Nora y traga saliva. Su garganta está cada vez más seca.
—¿Negociar? ¿Sabe quién soy yo?
—Al parecer el hombre que me quiere hacer romper mis votos…
—¿Qué es lo que desea negociar? —D’Angelo decide ceder. La melodiosa voz que escucha lo hace creer que está hablando con un ángel.
—Si no hay forma de evitar que yo me case con usted…
—No la hay —la interrumpe.
—Si no la hay… entonces… por favor, perdone la deuda de mi padrastro… —Sabía que en la forma de pedir estaba el dar y quería suponer que no era una regla que exceptuara a los mafiosos— …y le pido su benevolencia para ayudar a mi hermana con su enfermedad.
—¿Sabes de cuánto es la deuda?
—Lo vi en el contrato… —responde nerviosa.
—¿Crees que casarme contigo equivale al pago de la deuda y a los gastos médicos de tu hermana? ¿Crees que tú vales ese dinero que me ha hecho perder Brunetti y aparte quieres hacerme gastar más? ¿Es suficiente tenerte conmigo para compensar la pérdida que voy a tener?
—Sé que, para usted, matar a una familia más no causará ningún problema ni cargo de conciencia, pero si puedo lograr que mi familia permanezca viva y lejos de los problemas, entonces… haré mi mejor intento. Perdone la deuda de mi padrastro y ayude a mi hermana… por favor.
—Puedo desembolsar dinero para tu hermana, pero no me pidas que perdone a Brunetti —dice D’Angelo frunciendo la boca, disgustado, pero con ganas de ceder a esa dulce voz—. Quiero hablar con mi abogado de inmediato.
Nora cierra los ojos y aprieta los dientes sintiéndose vencida. Le entrega el teléfono al abogado y se sienta al lado de su padrastro en silencio y acongojada. El abogado camina de un lado para otro, asiente y sonríe. Cuando la llamada termina vuelve a acercarse a Nora, victorioso, pero con una chispa de admiración.
—El contrato se adaptará a sus exigencias, futura señora D’Angelo. El señor Franco accedió a hacerse cargo de todos los gastos de su hermana, desde honorarios hasta rehabilitación, lo que sea necesario hasta su completa recuperación. En el caso de la deuda, le brindará cuatro meses al señor Brunetti para que pague y no solo dos como él deseaba, siempre y cuando usted firme el contrato y contraiga matrimonio —dice el abogado recuperando la serenidad.
—Creí que no aceptaría —dice Nora mientras su padrastro se levanta lleno de alegría y aplaude al aire, viendo al cielo como si este fuera el responsable de su buena suerte y no su hijastra—. ¿Qué lo convenció? —Me preguntó si era tan hermosa como su voz sonaba… —dice el abogado con media sonrisa, acercándose a la monja—. Le dije que lo era aún más.Nora permanece en silencio y un temblor sacude su cuerpo. —Mañana será la boda, antes de que camine hacia el altar le entregaré el contrato actualizado y listo, con eso terminamos el proceso —retoma el abogado guardando los papeles en su portafolio.—¡¿Mañana?! —grita Nora sorprendida—. No puedo salir así de aquí. Creí que habría más tiempo…—Hoy vendrás conmigo y pasarás la noche en casa —dice Brunetti recobrando la compostura y acariciando el brazo de Nora en un intento torpe para consolarla.—Bien… mañana llegarán temprano por ustedes para movilizarlos a donde será la boda. Con su permiso.El abogado se despide con una ligera inclinaci
—El contrato mantiene lo acordado con respecto a la deuda. Henry Brunetti tendrá que pagar en un lapso de cuatro meses la cantidad señalada, esta no es negociable… —comienza a explicar Augusto con reserva.—Si él no llegara a pagar… —dice Nora con miedo por su madre y sus hermanas.—Morirá —responde Augusto como si fuera algo normal y levanta los hombros.—Solo él, ¿verdad? —No es que quiera verlo muerto, pero le preocupa que su madre y sus hermanas sean víctimas de los excesos e irresponsabilidad de Brunetti. —¿Temes por ellas? —deduce el abogado y recibe un asentimiento por parte de Nora—. Entiendo. —Suspira y decide que, al ser su futura cuñada, puede darse el tiempo de ser piadoso—. Al volverte la esposa de Franco D’Angelo, tu madre y tus hermanas se volverían parte de la familia. No serían cercanas ni tendrían muchos privilegios, pero sí cierta protección. Mi hermano no es tan malo como debes de pensar. Si intercedes por tu familia, no dudará en descargar su furia solo contra Br
Franco se levanta y la ve ahí, tan pequeña, frágil y temblorosa. Siente ese instinto protector naciendo de él. Tiene ganas de abrazarla y decirle que todo estará bien, eso sería lo ideal si no fuera él quien le está causando ese temor. —Ven conmigo —dice extendiendo su mano.Nora traga saliva y toma la mano de Franco para levantarse. Acomoda su vestido y camina junto a él hasta la fiesta, donde ya están disfrutando los invitados y los meseros sirviendo bebidas. En una de las mesas se encuentra su familia, su madre estira el cuello buscando a su hija entre lágrimas mientras Henry pide que le descorchen una botella de vino.—Ve con tu familia —dice Franco retirando el velo de su cabello y acomodando un par de mechones para que no cubran su cara.Nora voltea hacia él, desconcertada. Parece un cachorro ladeando la cabeza para poder comprender mejor la orden de su dueño. —Ve con ellos porque cuando nos vayamos de aquí, será muy difícil que los vuelvas a ver —añade Franco con frialdad.Si
Bernardo la tomó por los muslos y la levantó, apoderándose de su cuello, besándolo con deseo y sintiendo que sus pantalones comenzaban a apretar. La dejó caer bruscamente en la cama una vez que entraron a la habitación y se quitó la playera mostrando su torso bien trabajado. Un tatuaje se asomó por el borde de sus pantalones, llamando la atención de Nora. Se trataba del rey de corazones enmarcado y sosteniendo su espada. —¿Quieres ver el resto de la carta? —preguntó Bernardo viendo fijamente con deseo a Nora mientras se desabrochaba el pantalón, ansioso por mostrarle más que solo el tatuaje.La adolescente se puso nerviosa y las hormonas la traicionaron. Su sexo palpitaba y se humedecía solo con ver al hombre frente a ella. Se desabrochó lentamente la blusa y en cuanto su sujetador quedó a la vista de Bernardo, este se apoderó de sus pequeños pechos. Se acostó sobre ella mientras sus manos expertas empezaban a meterse debajo de su ropa, acariciándola y aumentando el calor de la habi
—Se alargó la plática con Bartolomé —dice D’Angelo entrando a la casa, desabrochándose los puños de la camisa—. Al parecer saben del estado de salud de Grimaldi y no planean intervenir. —No es algo que les preocupe, La ‘Ndrangheta son los más fuertes y más desde que La Bratva se les unió —dice Sandra avanzando hacia su hermano—. Y tú tampoco tendrías nada que temer. Si Sforza está de tu lado, bien podrías derrocar a cualquiera que te quiera quitar tu lugar como el «capo di tutti capi».—No quiero llegar a eso —responde D’Angelo torciendo la boca—. Necesito visitar a Grimaldi para que conozca a mi esposa.—Te recomiendo que te enfoques en formar una relación sana con esa niña. A Grimaldi no lo vas a convencer solo con haberte casado, él especificó que necesitabas de una compañera y casarte no te da una. La confianza, el amor y la fidelidad, sí. —Sandra presiona su índice contra el pecho de su hermano en cada palabra.—¿Está en la habitación? —pregunta D’Angelo mordiéndose la mejilla.
Las manos de Nora se aferran a los hombros de Franco, encajando sus uñas de forma inconsciente. Aunque el dolor es insoportable, sus piernas se abren más y rodean la cadera de D’Angelo, abrazándolo, manteniéndolo cautivo. —No soy nada para ti, solo un monstruo, pero es cuestión de tiempo para que me ames con desesperación, juro que lo harás —dice Franco en su oído antes de comenzar ese vaivén rítmico que se vuelve una danza dolorosa y al mismo tiempo deleitante. Nora echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, todavía liberando lágrimas de dolor, pero gimiendo de placer, aferrándose a la espalda de Franco, deseando sentir su cuerpo por completo adherido al suyo. El calor aumenta dentro de ella y el miembro de D’Angelo lo siente cada vez más duro y punzante. Se vuelve una lucha en su cabeza, no quiere sucumbir ante el placer, pero una vez que el dolor cede, entonces no hay vuelta atrás, sus caderas se mueven junto con las de él, chocando en perfecta coordinación.Franco busca
Los ojos de Nora se abren lentamente, algunas legañas formadas por tanto llorar pegan sus párpados y tiene que tallarlos con gentileza para no inflamarlos más de lo que ya están. Se acomoda en la cama, apoyándose sobre sus antebrazos y analizando la habitación donde está, recordando lo que le ha ocurrido hasta ahora, con horror.—Buenos días —dice D’Angelo sin saber muy bien hasta qué punto acercarse a Nora. No quiere asustarla más.—Buenos días —contesta por educación, no por gusto. —¿Tienes hambre? —pregunta Franco sin quitarle los ojos de encima. Ella rehúye su mirada y solo asiente con la cabeza—. Bien… ¿Qué te parece si tomas un baño caliente mientras yo preparo algo? —¿Sabes cocinar? —Por fin Nora levanta su mirada escéptica hacia él.D’Angelo podría ofenderse por la pregunta, pero la belleza de esa mujer lo deja con la mente en blanco, lo marea y parece que tiene que repasar sus palabras por un momento en su cabeza para poder responder.—No, pero algo se me ocurrirá —dice con
Hace diez años…Mientras Nora tenía batallas incansables con la madre superiora y el resto de las hermanas, una revolución asolaba a la policía de Italia. El clan Marchetti, de los más poderosos de La Cosa Nostra, estaba haciendo lo que otros no habían intentado: enfrentarse a la policía de forma directa y agresiva, sin contemplaciones; sin importar si sus identidades eran reveladas. Mantener el anonimato ya no le interesaba al nuevo líder del clan: Bernardo Marchetti.Un buen día llegó a la casa a la que Nora lo había llevado, pero esta vez no usaba vaqueros ni una playera roída. Iba con un traje negro, pues tenía que asistir elegante al velorio que quería provocar. Abrió la puerta de una patada y sus hombres entraron, asegurando la zona. Beretta bajó con arma en mano, ya había llamado refuerzos.—¡Beretta! ¡He venido por lo que me pertenece! —gritó Marchetti con sorna, pavoneándose insolente—. Deja de esconderte.—No me escondo —respondió Beretta haciéndole frente, apuntando directo