Valery y El Millonario Seductor
Valery y El Millonario Seductor
Por: Johana Grettel
Capítulo 1

Valery

Será mejor que no te encontremos, Valery, si es que aprecias tu vida.

Me despierto muy asustada, todavía con la voz de Neil McCain en mi cabeza, y entonces, me doy cuenta de que hay un bebé llorando.

― ¿Podrías ir a cubrir mi puesto en el hotel? ―me pide Maggie, angustiada, mientras trata de consolar a su pequeña hija―Eliana está enferma y no puedo ir y tuve que gastarme el dinero de la renta en medicinas, pero esta mañana vino el casero a cobrar y no han pagado―añade toda nerviosa―Amelie no me pagará si mi puesto no es cubierto hoy, así que, ve, ¿quieres?

―Pero, es mi día libre―le digo, todavía pasándome la mano por los ojos y ahora la miro y me da pena por ella―está bien, iré―acepto su propuesta y veo el reloj― ¡qué tarde es! ―le digo y me levanto para arreglarme de inmediato.

― ¡Apúrate, por favor, antes de que me eche por no ir! ―me suplica y tiene razón, porque nuestra jefa en el hotel, Amelie, es una mujer sin corazón.

En cuanto llego al trabajo, voy directo a mi carrito de limpieza, a surtirlos con los artículos para el aseo, toallas limpias y demás, para las habitaciones, porque soy una mucama de un hotel cinco estrellas, el único de esta ciudad que le da empleo a gente indocumentada, como Maggie, mi compañera de cuarto, o a mí.

― ¡Llegas tarde! ―me dice Amelie, en cuanto me ve arreglando mi carrito y yo respiro profundo.

―Lo siento, señora Amelie―le respondo toda nerviosa―como sabe, hoy era mi día libre y…―trato de decir, pero me interrumpe.

―Silencio―me espeta toda molesta―no me interesa a qué tratos hayas llegado con Margaret, solo sé que tú siempre te has creído una princesita, y aquí tenemos un horario estricto, así que empieza de una buena vez a limpiar las habitaciones de tu piso, antes de que lleguen los nuevos huéspedes―me canta la cartilla y solo me queda callarme.

Entonces, ella me mueve la barbilla de un lado a otro con violencia.

―Veo que todavía no te acostumbras al trabajo duro, tu cara sigue viéndose tersa, con tus bonitos ojos verdes y tus manos―ahora me aprieta los dedos de mis manos adoloridas―todavía están suaves y delicadas, así que necesitas más turnos, para que te adaptes a tu vida de mucama―añade y yo la miro y quisiera contestarle como se debe, pero me contengo, porque, después de todo, aquí soy una simple sirvienta en un enorme hotel.

―Desde luego, señora Amelie―le digo y contengo mi rabia, por todas las humillaciones que recibo aquí.

―Recuerda que eres una indocumentada y que me tienes que agradecer por el trabajo que te doy―se burla de mí y quiero llorar, pero me contengo.

―Por supuesto, señora Amelie―le respondo y trago en seco y ella me mira de reojo.

―Por cierto, hoy vino alguien preguntando por ti, un chico muy guapo, debo confesar―me comenta y me hace un bufido―te lo advierto, aquí solo se viene a trabajar de mucama y si quieres ganar dinero con hombres, debes buscarte otro lugar―me trata como si yo fuera una cualquiera, así que contengo las lágrimas.

―Claro que no, señora Amelie―le respondo y en cuanto ella hace inspección de mi carrito, para ver que no me estoy llevando nada de contrabando, me deja ir y corro hasta el elevador, para no llorar frente a ella.

Entonces, llegando a mi piso, empiezo a limpiar las habitaciones de la lista, tratando de no equivocarme y que todavía esté ocupada por algún huésped que se haya quedado tarde.

Si tan solo estuviera en mi país, creo que las cosas serían diferentes, pero tuve que huir, porque mi hermanastro, Neil, me amenazó de muerte, justo cuando me recibió en el aeropuerto, debido a que regresaba de Dinamarca, en donde estaba estudiando.

Iba al funeral de mi padre, pero él me lo impidió, me dijo que me largara o me mataría, así que no pude ni salir del aeropuerto y compré un pasaje para venir aquí, donde me podía quedar por seis meses, gracias a mi visa, pero eso fue ya hace tanto tiempo, que no vale la pena lamentarse.

Ahora estoy casi a punto de terminar mi trabajo, cuando se abre el elevador y quedo echa de hielo, por la persona que va saliendo de él, alguien que conozco muy bien, Neil, la persona de mis pesadillas, quien me amenaza cada noche y me tiene aterrada.

Pero no pierdo mi tiempo y busco la primera puerta que encuentro y utilizo mi llave maestra para abrir y así esconderme, dejando mi carrito de limpieza afuera, como las mucamas solemos dejarlos en el pasillo para hacer nuestro trabajo.

Entonces, me doy cuenta de que la habitación no está vacía, que hay un hombre que está semi desnudo y mirando hacia la ventana, mientras discute acaloradamente con alguien en el teléfono.

―Pero es que no sé qué demonios te pasó por la cabeza, cuando me mandaste a una tipa como esa, Sheldon―le reclama a alguien y estoy que trago en seco―no parecieras mi asistente, después de conocerme por tanto tiempo―le espeta y yo tiemblo.

“Oh, no, está hecho una furia y me puede acusar con Amelie”, me digo preocupada, porque este señor puede poner una queja en mi contra, por meterme en su habitación, mientras está aquí.

―Pues, qué más, yo quería a una actriz y me has enviado a una tipa que parece la esposa de un verdulero, no la mujer de un empresario―le espeta al asistente.

Ahora sí que quisiera salir de este lugar, pero está en peligro mi vida, con mi hermanastro allá afuera, así que trato de no hacer ruido.

―Claro que sí, me acosté con ella, y fue por eso por lo que perdí el ferri para ir a la isla donde se está haciendo la reunión, así que tendré que esperar hasta ma…―sigue gritando al teléfono, pero, entonces, se voltea y me mira de pie a cabeza, mientras tiemblo como una hoja.

El hombre debe estar entre los treinta y cuarenta años, con cabello negro, igual al mío, pero con unos hermosos ojos azules, pero eso no es lo que está haciendo que mi corazón comience a palpitar como un desesperado, sino él enorme torso con músculos bien definidos que me hace tragar en seco.

Un hombre muy sexy, que está mirándome con el ceño fruncido.

 ―Pero ¿qué demonios haces aquí? ―me espeta y ahora no sé qué hacer, sin embargo, también parece que tiene una genuina curiosidad por mí.

Pero su voz hace que sude de pie a cabeza y no sé si es por lo que dice o cómo me lo dice, ya que su tono es fuerte, pero sensual, de esas voces de locutor que te derriten de solo escucharlas.

―Yo fui claro cuando dije que me iba a ir hasta más tarde, pero estoy rodeado de ineptos, ¿verdad, Sheldon? ―sigue hablando por teléfono, aunque continúa observándome como si quisiera descargar toda su ira sobre mí, sin embargo, lo veo levantar una ceja en mi dirección.

―Lo siento, señor, no quise importunarlo, es solo que me confundí, le pido mil disculpas, me iré de inmediato―trato de justificarme, sin embargo, él me sigue observando, como si fuera una especie de enigma indescifrable, lo cual no ayuda para nada con mis nervios.

―Creo que encontré la solución a todo este problema, Sheldon, por cierto, una linda solución, además de bien educada, al parecer―sigue hablando en el teléfono, con una sonrisa en los labios, en lugar de un ceño fruncido.

Y por la manera en que me mira, creo que está hablando de mí.

―Te llamaré luego, a ver si arreglo tu desastre de una buena vez―indica y cierra la llamada de inmediato.

Y ahora trago en seco, porque supongo que ahora sí que me voy a quedar sin trabajo, cuando este señor ponga su queja allá en el mostrador del vestíbulo principal del hotel.

―Tú me puedes servir para lo que necesito hacer―me dice y de inmediato se acerca y levanta mi barbilla.

Su aliento está rozando mi mejilla, lo que me hace temblar.

―No pareces mucama―señala todavía evaluándome, como si fuera ganado y no conforme con eso, se va directo a un armario y saca un vestido de gala y lo pone frente a mí.

Tal parece que este hombre quiere que sea una especie de ramera, lo cual me hace resoplar con fuerza.

―Creo que sí que me puedes servir―señala y luego me toma del brazo inesperadamente y me hace girar sobre mis pies―perfecta, eres exactamente lo que necesito―añade.

―Pues, no sé qué se ha creído usted que soy, pero no estoy dispuesta a hacer eso que usted pretende― le espeto muy indignada.

―Te pagaré muy bien, claro está―me dice, lo cual me indigna aún más, porque eso no está bien y de seguro mi padre se revolcaría en su tumba si es que hago una cosa como esa.

Entonces, alguien toca a la puerta y trago en seco, pero el huésped decide dejarme tranquila por un momento y ver quién está tocando con tanta insistencia.

―Pero ¿qué haces por aquí, tú, Neil McCain? ―espeta molesto, pero, al escuchar el nombre de mi hermanastro, me escondo de inmediato en el baño, por temor a que me vea.

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