—¿Estás bien?— Le preguntó Fabio mientras esperaban la entrada de Ariel. —¿Te pasa algo?— Acercándose a su amigo, le enderezó la corbata y sacudió su hombro. —Estás muy extraño, Alejandro. ¿Qué pasa? ¿Te estás arrepintiendo de algo?—insistió, buscando saber si todo iba bien.—Estoy bien. Ya estamos casados desde ayer, ¿qué otra cosa puedo hacer?— Preguntó cabizbajo.—Pues levanta la cabeza y al menos muéstrate más animado, incluso tus hermanas se ven más entusiasmadas que tú, seguro que están felices por la expresión que tienes tú, como si fueras camino a la horca. Tú querías esto, ahora afróntalo.—le dice—. ¿Es que estás arrepentido de esta boda? Creí que te entusiasmaba todo este circo.—La boda es lo de menos.— Balbuceó.La música comenzó a sonar y todos se pusieron de pie para recibir a la novia.Alejandro no quería mirar, no quería que ella llegara hasta él y no quería que ella estuviera a su lado, sabiendo lo incómodo que sería para Ariel. Recordó que ella entraba sola y llamó a
Habían pasado tres semanas desde que se casaron, desde que vivían en aquella casa.Alejandro se marchaba muy temprano y regresaba a la hora del almuerzo, donde él había enseñado a Ariel a cocinar unos tres platillos y ella lo hacía lo mejor posible. Regresaba para no dejarla almorzar sola, ya que solo eran ellos dos.Mientras ella se sumergía en la lectura con nuevos libros que él llevaba, Alejandro pasaba las horas en el despacho que ahora era suyo, las palabras escaseaban y solo se juntaban en las comidas.La distancia era cada vez más grande entre ambos, compartiendo casa, pero en habitaciones separadas, una al lado de la otra.Cuando Alejandro no estaba, ella solía salir a caminar, ya conocía a una mujer muy agradable en aquel lugar, que solo vivía a seis casas de la suya, su nombre era Berenice. Ella le había presentado a algunos vecinos y Ariel le expresó su inquietud por no saber cocinar la gran cosa, a lo que Berenice se ofreció a ayudarla con algunas recetas.Berenice también
Ya un mes llevaba Ariel aprendiendo muchas cosas, la casa siempre olía a panecillos, postres, en la mesa siempre había uno diferente, mientras ella aprendía las técnicas, arruinando algunas recetas y quemando una que otras tartas. Pero la alegría que sentía de hacer aquello era tan grande que no sabía cómo expresarla.Estaba tan entusiasmada que cada día hacía algo diferente, ella era su mayor fan, le agradaba todo lo que preparaba. Y Alejandro, que poco amor tenía a los postres, no le quedó de otra que acostumbrarse, pues en casa siempre había y ella lo hacía probar para saber si sabían deliciosos.La relación entre ambos había mejorado bastante.Aquella noche mientras estaba sentada en el porche, comiendo un trozo de tarta de zanahoria, sintió un fuerte dolor en su vientre.Su período era muy irregular, demasiado.Hubo meses anteriores en los que aquello no la visitaba y para Ariel era normal, era más extraño que la menstruación le llegara en la fecha, lo normal era que no fuera así
El día había llegado y Alejandro no sabía ni desde que hora estaba despierto. Sus manos llenas de harina, al igual que todo su rostro, sentía harina hasta en los oídos, en los ojos, por todas partes.Ariel se movía con gracia en la cocina, mientras el horno hacía lo suyo.Había tantos sabores que ya Alejandro no sabía cuál era cuál, pero Ariel tenía todo bajo control, porque a pesar de que era su primera vez, estaba muy emocionada, más que inspirada, quería ganar tanto como Alejandro y él no dejaba de repetirle que tenían que ganar.El día anterior él había comprado un uniforme a juego para ambos, a ser utilizados en la venta de los pastelillos en la feria.—¿No es un poco exagerado? — Preguntó Ariel al notar que iban a juego.—¿Exagerado? Somos un equipo. No le veo lo exagerado—dijo, sonriendo.Llevaron todas las cosas al coche y fueron para tomar sus puestos en la feria.Al llegar allí, lo primero que notó Alejandro era que tenían un mal lugar, es decir, la posición que les había to
Regresó junto a él, se quedó observando su rostro y no le pareció que se viera tan mayor, desde luego que sí más que ella, pero no como para criticar o juzgar la pareja que ambos formaban.Alejandro era un hombre muy apuesto, pero el aspecto de Ariel era un tanto infantil.—No nos vemos tan mal.— Dijo en voz baja.A lo lejos, Fabio miraba los puestos, sin lograr ver donde estaba su amigo, porque definitivamente ellos no quedaban de cara al público.Fue necesario llamar a Alejandro para que le indicara dónde estaban. Cuando llegó hasta ellos, no perdió la oportunidad de fotografiar a su amigo y luego reírse un poco mientras Alejandro mantenía una expresión seria.—Ariel.— Se acercó a ella y le dio dos besos. —He venido para comprar un pastelillo, ¿cuál sabor me recomiendas?— Observó la gran variedad y ella le brindó el de chocolate. Alejandro recibió el dinero y Fabio se hizo a un lado.Cuando Ariel observó las personas que estaban detrás de Fabio, ella había pensado que esas personas
Alejandro escuchó un sonido extraño y no recibió respuesta al volver a llamar a la puerta.Preocupado, decidió entrar.Miró el desastre que había en la habitación y a Ariel desmayada en el suelo, junto a sus vómitos.—¡Ariel!— La tomó en sus brazos y la dejó en la cama, apartó el cabello de su cara y limpió su boca, tomó su móvil y llamó a una ambulancia. —Ariel, despierta.— Tocaba su cara, ella movió un poco los ojos y al final comenzó a reaccionar.—Estoy…mareada.— Dijo sin fuerzas.—Hemos trabajado mucho este fin de semana, solo estás muy agotada. Ya llamé a una ambulancia, te pondrás bien.—Tengo sueño.— Cerró otra vez los ojos.Cuando la ambulancia llegó, comenzaron a revisar a Ariel y al final la llevaron al hospital.Estaban a la espera de algunos análisis.El doctor asignado se acercó a ellos con los resultados.Ariel dormía.—Parece ser que está muy agotada, señor Fendi. Su esposa debe de guardar reposo y lo más conveniente es que le hagamos una transfusión de sangre. La anem
Ariel estaba recostada a su cama, Alejandro había acomodado sus almohadas, dejándola a una buena altura para comodidad de su espalda y su cuello, que también le dolían.—Gracias por limpiar la habitación, siento que hayas tenido que hacerlo.— Dijo. El olor que había era muy agradable.—No fue nada. Necesito hablar algo contigo, mañana tenemos que ir a otro doctor y…tengo que decirte algo.— Se sentía nervioso y a la vez muy triste porque aquel descuido había sido de él y nunca pensó en esa posibilidad, sobre todo porque ya habían pasado dos meses de ese hecho y ella nunca expresó sentirse diferente o extraña. —¿Qué tanto sabes de tu cuerpo?—preguntó directamente.Sabía que Ariel se había criado en las calles, que no estuvo todo el tiempo con su madre… que no tuvo una vida normal.—¿Qué pregunta es esa? ¿Qué tengo que saber de mi cuerpo? Sé lo necesario.—respondió Ariel.—Lo que quiero decir es…¡no sé qué tanto sabes! Y pensar en explicarte esto, me da dolor de cabeza. No sé hasta donde
Ariel se levantó cuando apenas el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. No había dormido casi nada. Las horas se le hicieron eternas entre las sábanas, con la mente atrapada en una tormenta de pensamientos y los ojos ardiendo de tanto llorar. Se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. Caminó en automático hacia el baño y se dio una ducha rápida, con el agua tibia corriendo por su piel, esperando que le ayudara a despejar la mente, aunque fuera un poco. Cuando se miró en el espejo, apenas se reconoció: sus ojos hinchados, su rostro pálido, reflejaban el peso de los últimos días.Se vistió sin pensar demasiado en su atuendo, solo quería cubrirse con algo cómodo. Al salir del baño, el olor a café recién hecho llegó a sus fosas nasales. Alejandro estaba allí, en la cocina, preparando el desayuno. Ariel lo miró un segundo, sin realmente verlo, y pasó junto a él sin prestarle atención a lo que cocinaba. Su estómago estaba revuelto, pero no quería discutir eso, no ahora. Sin