Se había quedado encerrada todo el día en la habitación mientras Alejandro no estaba, con el consuelo de que él volvería al día siguiente.La habitación estaba llena de cosas que habían estado llevando, muchas de ellas para que ambos se prepararan el día de la boda.Solo faltaban cuatro días.Normalmente, solían llevarle la comida a la puerta, pero ese día no sucedió así, no le llevaron ninguna de las comidas y Ariel no quería salir sin la presencia de Alejandro, sabía que tanto su madre como la hermana, sentían desprecio hacia ella y no quería toparse en la casa con ellas.Buscó en su mochila algunas de las galletas que quedaban y a lo largo del día se las comió todas mientras leía.Al llegar la noche, comenzó a caminar de un lado a otro con los zapatos, para acostumbrarse a la altura y a la incomodidad que proporcionaban a sus pies.Aburrida, tomó su libro y comenzó a ir de un lado a otro mientras leía en voz alta, le agradaba más, porque escuchaba su voz y no se sentía tan sola, ad
Era la una de la madrugada cuando Alejando llegó a casa.Estaba ebrio, cansado y solo quería dormir.Cruzó desde la entrada haciendo ruido, chocando con cada cosa en su lugar y tarareando una canción de la cual las letras había olvidado hace un par de horas, pero ese pequeño ritmo seguía en su cabeza sin querer salir de él.Cuando abrió la puerta de la habitación, encendió la luz y pisó los trozos de algo que su estado de embriaguez no le permitieron saber qué era.—Esta pequeña es muy desordenada. Imaginaré que estoy muy ebrio y no es un plato lo que hay en trozos, regados por toda la puerta—murmuró mientras avanzaba.Se extrañó un poco de que Ariel no despertara con la luz encendida, ella en las noches era como un pequeño murciélago y no le gustaba la luz, sin embargo, ni se movió o dijo nada al él entrar o hablar en la habitación. Esperaba que ella al menos despertara al escucharlo llegar, pero no pasó.Volvió a apagar la luz luego de tomar un calzoncillo y fue directo al baño, don
Alejandro despertó muy de temprano con un fuerte dolor de cabeza.Aún no había salido el sol, fue a la cocina y buscó una pastilla.Una cosa era que Ariel se negara delante de él a casarse y otra muy diferente y grave era que Ariel se negara frente a todo el público, frente al padre y dijera que no, que no aceptaba casarse con él.Aquello representaba un peligro para él.Buscó su móvil y fue al coche, allí se encerró para hacer un par de llamadas.Cuando su dolor de cabeza disminuyó, Alejandro sacó unos tabacos que ocultaba debajo de su asiento, ya que solo fumaba cuando estaba nervioso o ansioso y en esa ocasión estaba la combinación de ambas.Entre esas llamadas que realizó, estaba la suspensión de la ceremonia en la iglesia, por lo que se casarían a media mañana de ese mismo día.La siguiente llamada fue más rápida y un coche se detuvo junto al suyo, entregándole una pequeña bolsa con varias diminutas y blancas pastillas.Regresó a la casa al ver que ya iba por el tercer tabaco.En
Lo que pasó ayer:«Ariel besó a Alejandro luego de haber firmado el papel.Estaban casados.Al quedarse solos, la joven observó a su esposo, sentía sus mejillas calientes con las manos de Alejandro sobre sus delgadas piernas, pero no solo era su toque, también el hecho de que ahora estaban casados y de que aquella pastilla la hacía comportarse y ser de una manera en la que Ariel no podría actuar ni intentándolo.Le sonrió a Alejandro y se acercó para besarlo otra vez, dejó una mano sobre su pecho y con la otra se apoyó en la cama, buscando un mejor ángulo para el beso.—Creo que esto también provoca otros efectos— Comentó él, señalando a que no solo ella se mostraba dócil con la droga, también parecía que aquello despertaba ese apetito en ella, ese deseo—. ¿Cómo te sientes?— Dejó un dedo sobre su boca y soltó un beso en el cuello de la joven, haciéndola suspirar.—Tengo…calor— Respondió, pasando su mano por su cuello y tocando sus pechos—. La ropa es molesta y…— se acercó a su esposo
—¿Estás bien?— Le preguntó Fabio mientras esperaban la entrada de Ariel. —¿Te pasa algo?— Acercándose a su amigo, le enderezó la corbata y sacudió su hombro. —Estás muy extraño, Alejandro. ¿Qué pasa? ¿Te estás arrepintiendo de algo?—insistió, buscando saber si todo iba bien.—Estoy bien. Ya estamos casados desde ayer, ¿qué otra cosa puedo hacer?— Preguntó cabizbajo.—Pues levanta la cabeza y al menos muéstrate más animado, incluso tus hermanas se ven más entusiasmadas que tú, seguro que están felices por la expresión que tienes tú, como si fueras camino a la horca. Tú querías esto, ahora afróntalo.—le dice—. ¿Es que estás arrepentido de esta boda? Creí que te entusiasmaba todo este circo.—La boda es lo de menos.— Balbuceó.La música comenzó a sonar y todos se pusieron de pie para recibir a la novia.Alejandro no quería mirar, no quería que ella llegara hasta él y no quería que ella estuviera a su lado, sabiendo lo incómodo que sería para Ariel. Recordó que ella entraba sola y llamó a
Habían pasado tres semanas desde que se casaron, desde que vivían en aquella casa.Alejandro se marchaba muy temprano y regresaba a la hora del almuerzo, donde él había enseñado a Ariel a cocinar unos tres platillos y ella lo hacía lo mejor posible. Regresaba para no dejarla almorzar sola, ya que solo eran ellos dos.Mientras ella se sumergía en la lectura con nuevos libros que él llevaba, Alejandro pasaba las horas en el despacho que ahora era suyo, las palabras escaseaban y solo se juntaban en las comidas.La distancia era cada vez más grande entre ambos, compartiendo casa, pero en habitaciones separadas, una al lado de la otra.Cuando Alejandro no estaba, ella solía salir a caminar, ya conocía a una mujer muy agradable en aquel lugar, que solo vivía a seis casas de la suya, su nombre era Berenice. Ella le había presentado a algunos vecinos y Ariel le expresó su inquietud por no saber cocinar la gran cosa, a lo que Berenice se ofreció a ayudarla con algunas recetas.Berenice también
Ya un mes llevaba Ariel aprendiendo muchas cosas, la casa siempre olía a panecillos, postres, en la mesa siempre había uno diferente, mientras ella aprendía las técnicas, arruinando algunas recetas y quemando una que otras tartas. Pero la alegría que sentía de hacer aquello era tan grande que no sabía cómo expresarla.Estaba tan entusiasmada que cada día hacía algo diferente, ella era su mayor fan, le agradaba todo lo que preparaba. Y Alejandro, que poco amor tenía a los postres, no le quedó de otra que acostumbrarse, pues en casa siempre había y ella lo hacía probar para saber si sabían deliciosos.La relación entre ambos había mejorado bastante.Aquella noche mientras estaba sentada en el porche, comiendo un trozo de tarta de zanahoria, sintió un fuerte dolor en su vientre.Su período era muy irregular, demasiado.Hubo meses anteriores en los que aquello no la visitaba y para Ariel era normal, era más extraño que la menstruación le llegara en la fecha, lo normal era que no fuera así
El día había llegado y Alejandro no sabía ni desde que hora estaba despierto. Sus manos llenas de harina, al igual que todo su rostro, sentía harina hasta en los oídos, en los ojos, por todas partes.Ariel se movía con gracia en la cocina, mientras el horno hacía lo suyo.Había tantos sabores que ya Alejandro no sabía cuál era cuál, pero Ariel tenía todo bajo control, porque a pesar de que era su primera vez, estaba muy emocionada, más que inspirada, quería ganar tanto como Alejandro y él no dejaba de repetirle que tenían que ganar.El día anterior él había comprado un uniforme a juego para ambos, a ser utilizados en la venta de los pastelillos en la feria.—¿No es un poco exagerado? — Preguntó Ariel al notar que iban a juego.—¿Exagerado? Somos un equipo. No le veo lo exagerado—dijo, sonriendo.Llevaron todas las cosas al coche y fueron para tomar sus puestos en la feria.Al llegar allí, lo primero que notó Alejandro era que tenían un mal lugar, es decir, la posición que les había to