Cuando Katherine Deveraux accede por rebeldía a casarse con Daniel Gossec, un mujeriego que va por la vida dejando corazones rotos, cree que ha matado toda posibilidad de conocer el amor que, por derecho universal, todos poseen. Al casarse deberá ir a vivir a una hacienda que Daniel heredará de su abuelo materno, una de las condiciones para que la herencia fuera suya en su totalidad, era casarse y vivir por un año allí, de lo contrario, esta pasaría a su nefasto y traicionero primo. La convivencia los hará lidiar con sus caracteres, miedos, conflictos personales y enemigos que formarán alianzas peligrosas. Cualquier paso en falso podría ser un «error de cálculo» que conlleve a perder más que un bien material.
Leer másDaniel hizo otra llamada y tras cinco minutos de hablar colgó.—Lamento haberte molestado con esto. No sabía a quién más acudir —Daniel le aseguró a su amigo.—Hiciste bien, debiste hacerlo tiempo antes. Al menos, esperemos que se pueda evitar un mal mayor. —Luis lo miró sereno. Como si para él eso fuera pan comido.—Pasaron muchas cosas, incidentes, situaciones que sí, creí poder controlar, no he tenido cabeza para pensar para concentrarme en las situaciones extrañas que se daban en la hacienda —admitió mientras conducía a la hacienda en compañía de su amigo—. Menos mal, te encontrabas todavía en Valle de la Pascua.—Debía atender unos asuntos —murmuró con pocas ganas de contar más—. Entonces, cuéntame, ¿qué otras cosas pasaron? —Luis pidió con su mirada criptica—. Al parecer, los problemas nos buscan.—Por mi parte, creo que solo debo despertarme, sin importar que madrugue o no, tendré un problema… —Hizo una pausa—. Creo que retirarnos no nos dio la paz anhelada, cada día nos recuer
Cuando llegaron a la casa, continuó sin hablar con Katherine, en todo momento se dirigió a Anna Collins, pidió vigilancia extrema en la casa, y que ninguna de ellas saliera de allí, no sabían quién había sido o cómo fue que la muchacha quedó inconsciente. No quería más accidentes. Subieron a Alicia a la camioneta, y en compañía de una más que angustiada Marina, partieron a la ciudad. Al llegar al hospital, la muchacha comenzó a despertarse, en verdad aquel bruto la había dejado fuera del mundo con ese golpe bestial.Luego de que la revisaran y autorizaran que podía recibir visitas, los primeros en pasar fueron Marina y Daniel, su tía estaba angustiada, no paró de llorar en todo momento, y por más que él la consolara, sabía que no se tranquilizaría hasta ver con sus propios ojos a su sobrina.—Muchacha, ¡qué susto me has dado! —Marina dijo acariciando su rostro. Evitó rozar el lugar del golpe.Alicia estuvo sin decir nada por unos minutos, solo lloraba en silencio evitando mirarlos a l
Siguió caminando con sigilo y la piel se le erizo. Cerró los ojos y negó con la cabeza, su instinto la apremiaba a salir de allí, pero algo más la impulsaba a continuar, no era curiosidad, tampoco el instinto de supervivencia, claro estaba.«No puedes irte, ya estás aquí, no puedes irte», se aupó.—Señora, ¿en qué puedo servirla? —Camilo la sobresaltó cuando venía trayendo a Huracán a su lugar.—¡Oh!, Camilo —exclamó con el corazón en la boca y llevándose una mano al pecho—. ¡Qué susto me has dado!—Lo siento. —Ella negó con una sonrisa nerviosa.—¿No has visto a Alicia? —le preguntó. Respiró profundo para calmarse, aunque prevalecía aquella necesidad subrepticia de ver que todo estaba bien.—Vengo llegando de darle un paseo a Huracán, que estuvo inquieto mientras que usted no pudo montarlo.—Gracias por atenderlo —Katherine se acercó a su caballo arena y acarició su hocico y su pelaje—. Yo también te he extrañado, bonito. Ya voy a poder montarte de nuevo —acotó con emoción. La cercan
Alicia dio vueltas a todas las suposiciones en su cabeza, a tal límite que más era lo que se encontraba dispersa, que lo que lograba mantener la concentración en sus deberes.Hacía días que estaba actuando extraña. La tarde luego de que Katherine regresara con Daniel del médico y le quitasen el inmovilizador de hombro, miró a la joven caminar con paso apurado hacia las caballerizas, con la excusa de ir a caminar por el lugar y visitar a Huracán —su autoproclamado caballo— la siguió a lo lejos. Lo cierto era, que la actitud de Alicia le había comenzado a hincar en la piel y a llenarla de suposiciones e interrogantes.—Quiero que lo hagan bien esta vez. —La voz de Pedro le indicó a Alicia que debía detenerse—. No quiero fallas de nuevo.—Sabes que haremos lo que quieras, siempre que el pago sea el acordado —replicó otro hombre que no identificó.—No pueden dejarse atrapar, al final de todo se supone que saldremos ilesos de esto —Pedro enfatizó—. Ahora, márchense. Alguien puede venir y v
Alicia se tomó algo de su tiempo libre para visitar al hombre que, al parecer, podía arrancarle de la mente a su patrón. Debía admitir que Pedro la hacía sentir muy bien y la trataba con delicadeza, siendo un hombre tan curtido en el trabajo de campo, le resultaba dulce, tosco pero romántico a su medida. Cuando Katherine la descubrió saliendo de las caballerías aquel día, había sido el primer encuentro entre él y ella, desde entonces, debió actuar con cautela, eso no quería decir que no encontraran un sitio dentro o fuera de su lugar de trabajo para encontrarse. En los últimos días, verse resultó más complicado debido a los acontecimientos sucedidos. No obstante, hacía unas semanas atrás cuando descubrió a Pedro entregando dinero a otros empleados de la hacienda como si hubiera estado cancelando una deuda, la duda se instauró en ella como plomo sobre su cabeza.—¡Vaya, vaya! Pero si la reinita se atrevió a bajar de la torre —Pedro bufó con aquella voz ronca, tomando a Alicia de la cint
La tormenta parecía haber pasado en el cielo de Katherine y Daniel, pero para Ileana comenzaba a sentirse un frente frío que decretaba tormenta y caos a su paso. La amenaza latente de un huracán. Esa noche luego de la discusión con su hermana y el hallazgo encontrado, Dante Gossec le traía con una noticia la contemplación de su presagio vuelto realidad.—Debo estar purgando una maldición —fue lo primero que dijo al entrar a la casa y encontrársela en la sala fingiendo mirar el televisor.—¿A qué te refieres? —inquirió preocupada. Se había encargado de mandar a recoger el auto y que lo llevaran al taller para que reparasen el daño, no había modo de que él se diera cuenta de algo.—No te enteras de nada, Ileana —respondió con sarcasmo—. Mi nuera sufrió un accidente. —Le entregó el diario donde salía la noticia.A Ileana la invadió el temor y con horror observó el titular, rauda con la mirada buscó el nombre y fue así que supo que no solo la esposa de su hijastro había resultado herida,
La furia de Ivette había cedido y fue remplazada por el frío silencio y la indiferencia. Aun así, en su interior no reinaba la paz, el dolor y la rabia contenida podían resultar en un cóctel fatal.Ileana la miró bajarse del auto como autómata, sin percatarse demasiado por dónde iba, en lugar de entrar a la casa, caminó alrededor de esta hasta llegar al jardín trasero y se sentó en la silla del jardín sin mencionar una sola palabra. Algo pasaba por su cabeza, Ileana lo supo. Su estado de ánimo actual distaba mucho del que mostró el día anterior.—Ivette… —Ileana la llamó.—No estoy para escuchar tus sermones de madre equivocada, Ileana —respondió a la defensiva y con impaciencia.Su hermana pronto se replanteó no preguntar cómo estaba o qué le pasaba. Además, le había dolido la forma en la que se expresó con ella, no quería comenzar a reprochar. A decir verdad, ese aguijón se clavó en su corazón hace mucho tiempo e Ivette solía moverlo cada vez que podía como si ella necesitase que le
Daniel no se detuvo demasiado en la casa. Estaba cansado y solo había vuelto porque Anna lo persuadió de hacerlo. Apenas si pudo pasar bocado, el hambre no era un mal que lo aquejase, siendo sincero, durante esas horas en el infierno, lo menos que sintió fue hambre; en su lugar, todo fue reemplazado por la ansiedad.Entrar a la habitación que ambos compartían solo le recordó el frío de la soledad, producto de la ausencia de Katherine. No podía estar allí sin sentir cómo su corazón se encogía y el aire comenzaba a faltarle. Respiró con calma y se sentó en el borde la cama para tener de qué sostenerse. Pronto los recuerdos se agolparon en su mente, imparables y nítidos. Su sonrisa, sus palabras, los días que pasaron encerrados en la habitación mientras estuvo convaleciente y ella leía libros, haciendo aquellas voces raras y extraños sonidos que no se parecían en nada a los reales. No pudo evitar sonreír, y enseguida las lágrimas nublaron sus ojos.Se sintió pequeño, perdido y solo. En p
Ivette leyó rápido la noticia y dirigiendo la mirada hasta las últimas líneas, terminó perdiendo los estribos que sujetaban su cordura. —¡M*****a sea! —pronunció con rabia cortando la llamada—. ¿Por qué no te mueres, m*****a mocosa? ¿Qué debo hacer, ir al hospital y acabar con todo lo que empecé? M*****a sea, ¿por qué no me puede salir todo como deseo? Se levantó echa una furia, arremetió contra el espejo en la habitación. Ricardo escuchó todo el ruido cuando atravesó el umbral de la puerta. —Te odio…. Te odio —escuchó los vituperios provenientes de su recámara. —Ivette, ¿qué demonios te sucede? —le dijo tomándola por detrás y aventándola sobre la cama, esperando contenerla antes de que acabara con sus cosas. —¡Déjame, imbécil! —gritó vuelta una furia, su rostro estaba rojo y en su mirada el brillo depredador y desesperado se podía notar, el respirar acelerado de la joven le indicaba que no se apaciguaría pronto. —No voy a dejar que destruyas mi casa, solo porque te dieron tus ar