Hasta la noche de la propuesta, solo la había visto en fotos y de lejos, mientras ella tomaba una malteada de chocolate en la fuente de soda del centro comercial, acompañada de un grupo de jóvenes. Por designios del destino, al mirarla se decantó por su belleza sobria y sonrisas espontáneas, ignorante de cómo el resto la miraba con deleite. Ella era como el Sol y los demás solo orbitaban a su alrededor en busca de su luz y su energía.
No era consciente del efecto que causaba en quienes la rodeaban.
Fue justo allí, donde recordó esa absurda cláusula que meses atrás el abogado de su abuelo le revelase, para ese momento, salió sin preguntar muchas cosas; no quiso saber nada más, esa idea le parecía un dislate de su abuelo en pleno lecho de muerte. No obstante, al tener a la joven frente a él, no le incomodó tanto la idea del matrimonio, que, aunque absurdo se le hizo tangible. Claro que si era tan orgullosa y rebelde como le habían dicho, seguro no aceptaría un matrimonio arreglado o forzado, a pesar de ello, no desistió de aquella idea.
Debía casarse y tenía una candidata.
Y en esa ocasión, lo haría a su manera. Sin amor, sin compromisos y sin promesas de fidelidad.
Años atrás con algo más de ingenuidad, motivado por la falacia del amor y de cierta forma, aupado por mensajes subliminales de su padre, quien no dejaba de hablarle de matrimonio, se atrevió a comprometerse, a sabiendas de que la novia no sería del agrado de su progenitor. Él la amaba o al menos eso creía. Era eso lo que más pesaba en su corazón. Lo había planeado todo como debía y, aunque su padre de repente se sintió feliz con ello, a pesar de que jamás logró llevarse bien con aquella mujer, tampoco sospechó. Todo parecía ir tan perfecto, que fue un idiota al no darse cuenta de que en la vida nada lo era. No supo, por qué eso llegó a su mente.
No volvió a ser él luego de aquello, su tan planificado matrimonio, no dio frutos y lo que trajo consigo, fueron años de amargura e ir y venir, sin sentir que perteneciera a alguna parte. Recordarlo, todavía lo hería en el corazón, el orgullo y hacía que hirviera su sangre, era algo inevitable.
No obstante, su padre jamás desistió e insistía en que aquel fracaso no podía determinar el futuro de su vida. Parecía obsesionado con la idea, y así continuó por más de dos años. Sonrió con amargura y rencor.
¿Por qué de un momento a otro su padre se mostraba tan obsesionado con la idea? Esa situación, lo estresaba y exacerbaba. Tras la dolorosa muerte de su abuelo, no quiso pensar en nada y por primera vez, se atrevió a pensar solo en él. El dinero no era tan importante, después de todo, creció con muchas carencias afectivas que ni su abuelo con tanto amor logró llenar.
Sufrió y perdió en un pasado, lo tomó como un doloroso aprendizaje. De haber una próxima vez, se iba a asegurar de algo. El amor no regiría su destino.
Cuando el abogado de su abuelo y hasta entonces albacea de su riqueza, le dijo cuáles eran las condiciones para proclamarse como el legítimo heredero, quedó estupefacto y, a decir verdad, afectado. Para poder tener acceso a todo, debía casarse y vivir por un año en la hacienda, patrimonio de los Monsálves.
No podía entender por qué su abuelo colocaría esa estipulación.
***
—Quiero la verdad. —Miró al abogado con determinación—. ¿Mi padre ha tenido que ver en esa última cláusula?
El abogado le explicó de un modo que comprendiera, sin alterarse, que su abuelo pensó en él para que preservara su patrimonio, debido al amor y la confianza que le tenía. Le aseguró que su padre, Dante, no se enteró de ello hasta el momento de su redacción, para la cual fue testigo. Daniel solo miraba a un punto cualquiera, concentrándose en escuchar. El leguleyo continuó diciendo que su abuelo nunca consideró a Dante ni a Ricardo, su otro nieto, para ejercer ningún poder en lo concerniente a su dinero y propiedades, así como tampoco quería que él delegara responsabilidades y funciones a su padre. Disculpó a su abuelo cuando le aseguró de que la única intención de esa cláusula, se debía a que para él, cuando un hombre formaba una familia, luchaba por la estabilidad de ellos.
—¿Qué dijo mi padre al respecto? —preguntó con aspereza.
Ferreira le informó que su padre quedó sorprendido y molesto, cuando Víctor, su abuelo, determinó que su abogado de confianza sería el albacea de todo el dinero, hasta que él se casara, y que solo en caso de que no se cumpliera la estipulación, Ricardo se haría con toda la fortuna Monsálves, aun cuando no quedaría a cargo del todo.
—Por ello, te pedí luego de la primera lectura del testamento, que pasaras a mi oficina, supongo que no estabas preparado para esto.
—Tampoco sé, si lo esté aún —murmuró furioso.
¿Por qué demonios su padre lo quería casado? Ya sabía la respuesta. Fue allí, que entendió el porqué del repentino encantamiento de Dante con aquella mujer y porqué parecían coincidir en todo. Él nunca le dijo que, si se casaba se hacía apoderado total del patrimonio Monsálves.
Lo que más le dolió, fue saber que para todos siempre fue un camino seguro de proteger lo suyo, sin importar lo que él desease. Aborreció a su padre y sintió dolor por su abuelo y las artimañas que este fraguara en su contra. Sabía de la ambición de Dante Gossec.
—Tu abuelo era de la vieja escuela, Daniel. Ya sabes lo que pensaba de la familia y el matrimonio.
—No. Él solo quiso alguien que le dijera sí a todo. Solo se aseguró de no perder lo que tenía y me amoldó a su manera para que no me negara. —Se levantó de la silla, molesto y con todo el cuerpo temblándole.
—Lo ves así, ahora —Ferreira habló con calma—. Se ve que el solo confiaba en ti, para no dejar perder lo que con tanto esfuerzo le hubo costado, ya no estaban sus hijos para heredar y hacerse cargo, así que consideró que solo tú llegarías a preservar su patrimonio. No confiaba en nadie más y lo sabes. Tu padre, nunca fue candidato para Víctor. Eso no es para nadie un secreto —le aclaró el abogado.
Daniel siempre se preguntó: ¿Por qué su madre se casó con Dante Gossec y cómo su abuelo no se opuso? Quizá para aquel entonces, su padre parecía inofensivo. Lo que lo llevaba a cuestionar, si en verdad, Dante amó a su madre, más que al dinero que representaba. ¿Y por qué su abuelo siendo tan estricto y chapado a la antigua, permitió que su madre se casara con alguien como su padre?
Como protesta se refirió a que Ricardo era tan nieto de su abuelo como él. No obstante, la respuesta de Ferreira al decirle que suponía que esa no era suficiente excusa para su abuelo, fue algo contra lo que no pudo debatir.
Ricardo si bien era su primo, la arrogancia y su excesiva soberbia lo hacía desencajar con cualquier deseo de su abuelo. Aunque en un pasado, ahora lejano, se habían llevado muy bien, tras la muerte de su tío, Ricardo se convirtió en una persona oscura, prepotente y podría hasta decirse que ambiciosa. Alguien que sería capaz de todo por lograr su cometido.
Luego de aquella decisión de casarse y al haber elegido su esposa, fue de nuevo al bufete de su abogado.
—Bien —dijo asintiendo inexpresivo—. Al parecer, Víctor conseguirá lo que quería.
Ferreira lo miró asintiendo con lentitud, entendiendo que la cláusula se iba a cumplir.
—Bien, dime para cuándo. Así prepararé todos los papeles necesarios para que asumas tu patrimonio a excepción de las tierras, esas solo serán tuyas una vez que hayas estado casado por un año y viviendo en ellas por ese tiempo establecido —el abogado le aclaró—. Tu primo estaría aún en juego por las tierras, hasta que eso se cumpla.
Pudo haber tenido en esa última aclaración del abogado, la salida idónea para desentenderse de todo. ¿Qué importaba si esta quedaba en manos de su pariente? Él podía hacer su vida sin problemas, se dedicaría a lo que siempre quiso. Pero su conciencia, ¿cómo quedaría su conciencia, a sabiendas de que su abuelo siempre lo consideró para preservar lo que con tanto esfuerzo logró?
Decidió que habría ya algún modo de hacer lo que quería y lo que su abuelo quiso que él hiciera. No lo haría por su padre, sino por conciencia, por el hombre que más admiraba y porque el legado que perteneciere en un momento a su madre no se perdiera en manos de su primo.
—Nadie escapa de su destino, muchacho —el abogado mencionó, sacándolo de su reflexión.
—Supongo que tiene usted razón —murmuró—. ¿A partir de qué momento puedo hacer uso de la hacienda?
—En el preciso instante en que te cases, si lo deseas —respondió.
—¿Ricardo supo de esa estipulación? —quiso saber con certeza.
—No creo. Solo tu padre y yo hemos sabido desde siempre, no creo que Dante le hubiera puesto sobre aviso —Ferreira observó que Daniel se sentía muy incómodo al hablar de Ricardo.
—Pienso igual. A menos que… —Se quedó pensando en esa posibilidad. ¿Podía haber sido ella? Tal vez su padre a modo de acercarse a esa mujer y tener un aliado, se lo contó y, ahora sabiendo lo tan unidos que eran su exprometida y el traidor de Ricardo, no se le resultaba injusto pensarlo.
—Sé que te preocupa la situación de tu primo. Te aseguro que todo está bien. Ricardo cuenta con acciones dentro de la agropecuaria, que tu abuelo designó para él, además de un porcentaje de la herencia que ya se le fue entregado. No es igual a lo que tu abuelo te dejó, aunque es sin duda, digna como heredero.
—No me preocupa —dijo despectivo mientras apretaba el borde de madera en el espaldar de la silla—, hace ya mucho tiempo que Ricardo dejó de importarme o preocuparme.
Tenía ya cinco años de no ir a la hacienda, en el instante en que su abuelo fue sepultado, él salió más rápido que un rayo surcando el cielo en medio de la tormenta. Sus primeros años de vida, lo que se refería a su infancia temprana, fue feliz. Luego sucedió aquella fatalidad, arrojándolo a la cruel verdad de la vida. Su madre y su único tío habían muerto en un accidente. Por supuesto, su padre no dejó de manejar su vida desde entonces, encaminándolo hacia sus egoístas propósitos.
En lugar de permanecer a su lado, Dante se empeñó en que fuera a un internado militar, donde según él, aprendería disciplina, trabajo, constancia y adquiriría carácter. Sólo que él, era apenas un niño, uno que acababa de perder a su madre y que necesitaba del amor y la paciencia de su padre, porque no comprendía todo lo que pasaba a su alrededor y el único en quien encontraba consuelo era su abuelo. Ambos estaban sufriendo las más grandes pérdidas de su vida. En cambio, su padre siempre fue la sombra que se cernía sobre ellos. Era por eso, que luchaba por tener su vida tan privada y ajena a Dante, tanto como le fuera posible.
Bien, le tocaba dejar de pensar en el si hubiera. El si hubiera, no tenía cabida en su presente. Tendría que lidiar con lo que le había tocado en la vida.
***
Quizá todo lo que en un comienzo escuchó de su futura esposa, solo eran chismes de pueblo, habladurías de gente sin oficio ni beneficio. A él, en lo particular, le tenían colgados muchos milagritos, como; que solo iba jugando con los sentimientos de las mujeres que caían en sus palabras, aun cuando siempre fue claro con ellas; no quería amor, no buscaba una esposa, una novia o una relación, solo quería lo que podían ofrecerle respecto al placer. No entendió en qué momento, se terminó convirtiendo en alguien tan diferente a lo que siempre fue. Tal vez se debió a que de ese modo no existía ninguna amenaza de dolor, si era que volvía a perder a alguien que amara.
Reconoció que ese nuevo estilo de vida había sido una consecuencia de aquel al amor. Un resultado de la traición ocasionada por esa mujer. Aquella infame logró sacar lo peor de él, a ella le debía el nuevo Daniel. Ignorando que ese fue otro triunfo de ella sobre su persona.
—Y dime, le echaste toda aquella vaina de que no buscabas amor, ni compromiso, si ella quería solo sexo, así sería. Puro placer del bueno. —Luifer lo sacó de sus pensamientos.
Daniel sonrió con desdén y negó con la cabeza.
—No fue necesario, ella no es mi tipo de mujer —contestó con amargura, mientras tomaba de la champaña.
—Sí, claro —su amigo se burló—. ¡Maldita sea, Gossec! Esa mujer es el tipo de mujer que cualquiera quisiera tener, y me vas a venir con esas pendejadas —Luifer habló entre dientes y le sonreía un tanto sombrío a Anna Collins, quien los observaba desde hacía minutos.
—Esto no es por amor, es un acuerdo —le recordó mirándolo icástico.
—Bueno…, tendrás que echarle mucha fuerza de voluntad, porque no será fácil, convivir con ella bajo el mismo techo —y su amigo tenía razón, pero no lo admitiría—. Todo un reto, tu reciente esposa. No pudiste haber hecho mejor elección. —Asintió sonriendo con burla, antes de llevar la copa a sus labios, mirando con detención a la joven que se acercaba a su nana.
Daniel sabía que su amigo no estaba de acuerdo con su plan de matrimonio sin amor, por lo que no se molestó por su comentario.
—El que no sea por amor, no quiere decir que iba a escoger a la primera que pasase por el frente —repuso, mirando a su amigo con reticencia—. Ella es perfecta.
—Así es, toda una fierecilla indomable con rostro de ángel —coincidió su amigo.
—Al menos no pretendo domarla… A ti, ¿cómo te está yendo con tu niña? —cambió de tema con rapidez.
—Espero que bien… —dijo respirando con pesadez.
—Te noto ansioso. ¿Te preocupa el comportamiento beligerante de tu próxima víctima?
Luis lo miró serio por un momento. Sin embargo, sabía que esos ganchos al estómago eran por sus burlas sobre el casamiento.
—Confío en que todo estará bien, ya sabes que soy un hombre precavido.
—Qué bien, ¿porque si sabes lo que dicen?: que quien duerme con muchacho amanece…
—Mejor… anda y busca a tu fierecilla que está como perdida. ¿No deberían estar posando pa’ la fotico y eso? Ya sabes para el recuerdo.
Daniel buscó raudo con la vista a su flamante esposa, no la vio. Observó que la señorita Anna Collins estaba en el salón y sin Katherine.
Katherine se sentó en un lugar apartado de todos los que se hallaban en la casa. Cerca de una pequeña mesa en la que estaba un florero y un portarretrato donde aparecía enmarcada una foto suya de cuando celebraron sus quince años.Fue el único cumpleaños que disfrutó en grande y en el que creyó que su padre, en verdad, la quería. Menudo engaño, días después tuvo el desagrado de escucharlo discutir con la señorita Collins, sobre su actitud. Pasado el evento, él retornó a su postura apática y distante con ella.Su padre catalogó de insolente a su institutriz, y encima de eso le recordó con desdén que su único deber, era para con su hija.Buscó a Guillermo Deveraux con la mirada y lo encontró hablando con Daniel, su ahora esposo. Esa palabra pesaba demasiado para procesarla en un solo día, y mirarl
Miró su rostro en el espejo antes de salir del lugar, las lágrimas habían dejado un pequeño y delgado sendero, presionó sus manos en ambas mejillas hasta secar lo que quedaba. Salió de la habitación y al darse vuelta, encontró a Daniel apoyado en la pared contraria, observándola. Sus miradas se enlazaron y aun cuando quiso apartarla, no pudo. La mirada de él era como un imán que atraía la suya, adhiriéndola.Un escalofrío despertó su piel en un leve hormigueo que pasó caminando por su estómago y danzó en su vientre. Se deshizo de esa extraña sensación y desvió la mirada. Caminó para salir del pasillo, mas, al pasar a su lado, él la tomó por el codo y la hizo retroceder hasta estrecharla contra la pared en la que segundos antes, él estaba recostado.Sus respiraciones se juntaron mezcladas con wiski
Esa nueva vida en la que parecía navegar por un mar desconocido para el hombre, le causaba desazón. Para ella con certeza lo era, más aún, siendo algo para lo que sabía que no estaba preparada, ni siquiera contemplaba que se casaría por esas razones. Si se atreviera, reconocería en algún momento que estaba cometiendo el peor error de su vida. No era nada sensato su actuar, la impulsividad y esa decisión conducida por la rabia y la rebeldía, acabaría en su contra en algún momento. Debía estar preparada para eso.—Estás muy pensativa. —La voz de Daniel disolvió su pensamiento.—Sé que no habrá luna de miel, eso acordamos, pero ¿a dónde vamos?—Estaremos a casi una hora de la ciudad en auto —respondió con serenidad—. El año que permanezcamos casados, deberemos vivir en la hacienda de m
La noche comenzaba a descender con sigilo. Una noche sin luna que se hacía más fría y desolada. Le habría gustado un poco más de luz o que hubiera luna llena, así podría ver mejor hacia dónde se dirigían. Un pequeño pueblo de calles estrechas y de una sola vía los recibió, pronto estuvo frente a la iglesia que quedaba en la plaza lugar, un centro comercial a unos metros de distancia y la jefatura civil quedaban alrededor. Al menos sería difícil perderse en ese pueblo. Al pasar del centro de la ciudad, la última parada era al salir del pueblo, una gasolinera de veinticuatro horas.—Si quieres algo de comer podemos comprar para llevar en el restaurante. Coloco gasolina y nos vamos —dijo mientras desataba por completo el nudo de la corbata y la tiraba en el asiento trasero junto con su chaqueta.Suspiró mientras retorcía las manos en el vestid
Decir que Katherine pudo conciliar con el sueño era un absurdo. En primer lugar: porque no era su cama; segundo: tampoco era su casa, todo resultaba no solo nuevo y desconocido, sino absurdo; tercero: no confiaba en un desconocido y cuarto: seguía buscándole cabeza a lo que no tenía ni cuerpo, quizás esperando no haber errado en su decisión. Pudo seguir enumerando muchos de los factores por los que estuvo despierta casi toda la noche, pero se resistió a seguir en ese plano. Ya lo hecho hecho estaba y no servía de nada el arrepentimiento.«¡Demonios!». Ni siquiera sabía si quería permanecer allí, tan cerca de ese lobo con piel de cordero, sin duda era peligroso, sobre todo cuando estaba demasiado cerca de ella, se sentía extraña en el buen sentido y eso no le gustaba mucho.La última discusión que sostuvo con su padre, le termin&oa
El ser una desconocida ante todos, le incomodó. La convertía en el centro de atención, aun cuando resultase excitante para algunos, en ella los efectos eran contrarios, por lo que llegar a las caballerizas le proporcionó una huida práctica y conveniente para dejar de sentirse observada y a la vez, siendo tan complacida por rostros sonrientes y asentimientos de aceptación como la señora de la casa. ¡Ash!, esa palabra era tan perturbadora como la otra y se encontró dando vuelta al anillo en su dedo de manera inconsciente y soltando un respiro de resignación.—¡Buenos días! —La voz de un hombre la exaltó.—Buenos días —respondió girándose para quedar de frente con quien la saludaba.Era alto y delgado, con unos hermosos ojos cafés, perfilado y de piel olivácea que adjudicó al sol, vestía pantal&oa
El almuerzo pronto estuvo listo, así que era el momento de muestras de afecto frente a los empleados de la casa al menos. Por el momento, se pudo distraer con la pequeña bola de pelos que encontró esa mañana en su puerta. Necesitaba ponerle un nombre, eso era necesario en verdad. Primero debía preguntarle a Daniel si no tenía uno.—Marina puedo ayudarla si desea —dijo a la mujer que, aunque mayor se desenvolvía muy bien en la cocina y de la cual había degustado su buena sazón al momento del monumental desayuno.—No. Por Dios señora, tranquila mi sobrina se encargará de eso.—Solo dígame Katherine. Marina, es que ya sabe que no me acostumbro —solicitó.—Lo siento —se disculpó la mujer.—No se preocupe… —hizo una pausa antes de agregar—: No sabía que trabajaba una sobrina suya aqu&
Pasaron varios días desde que Katherine y Daniel se casaron, en más de una ocasión ansió llamar a su casa y saber de su padre o hablar con Anna, mas, su orgullo siempre prevaleció, no iba a declinar acerca de alejarse de su padre. La última conversación que hubo entre ella y Guillermo Deveraux le permitió dejar en claro que una vez casada ya no tendría nada que ver con él, en ese momento le pareció ver en el rostro de su padre atisbos de dolor y pena, tal vez era posible eso que creyó ver en él, pero como era asiduo, se volteó quitándole la mirada, centrándose en el jardín que quedaba tras la ventana de su estudio. ¿Cómo podía su padre seguir siendo tan frío con ella? ¿Aún no entendía como su estúpido corazón seguía queriéndolo y suplicando por un poco de su cariño? No se supone que un hijo deba rogar por amor de parte de su progenitor. Respiró profundo y soltó con suavidad el aliento, conteniendo su dolor y su rabia. En eso siempre consistió su relación, una constante tira y encoge,