Una chica ciega que habita en un mundo de reglas, luchará a través de ellas y de su pasado, para conseguir lo que anhela, libertad. ••• Eloise Bennett cumple seis años de haber perdido la vista a causa de un accidente que hasta el día de hoy lamenta, porque le arrancó algo mucho más severo que la visión. Oprimida en un mundo de reglas impuestas por su madre que inhiben su genuina personalidad, se atreve a ir contra los límites cuando conoce en plena vía pública a un desconocido que le alborota al perro guía y a su corazón. Y que le promete, sin nada a cambio, unas cuantas noches de gozo sobre su Ducati para cambiar su situación. Daniel Cox, heredero de la aerolínea más cotizada del país, lleva consigo problemas, un pasado dañado, una mala reputación y una peligrosa motocicleta deportiva, sin embargo, nada de eso detiene a Eloise de alcanzar sus objetivos. Juntos, afrontan una aventura que tiene todas las de perder desde el primer momento en que sus manos se tocan. Poniendo en juego la confianza y el amor que los dos perdieron en sus vidas pasadas a causa de terceros. Individuos que aún persiguen sus objetivos morbosos y egoístas.
Leer másTe amo por encima de todo aquello que no podemos ver, por encima de lo que no podemos conocer. (Federico Moccia).Mi nombre es Alba. Alba Danielle Cox. Pero mi papá a veces me dice Albita. Un día me llama Ali, otro hija de Eloise, el cuál sólo usa cuando de verdad (realmente) está muy molesto. Un día me llamó Fiorella por equivocación y otro conejo cochino. Sin saber porqué combina dos animales que de iguales no tienen nada.Pero a mí me gusta cuando me llama Danielle, solo porque suena igual que su nombre. Daniel Cox.Mi papá es increíble. Él nada como un delfín, amarra los cabos del yate como un profesional de Discovery Channel. Me prepara el desayuno, almuerzo y aveces la cena. Arma casitas de sábanas en mi cuarto. Cuenta las mejores historias. Da los mejores abrazos y tiene la sonrisa más bonita del mundo. Amo a mí papá. Pero nadie se compara con mi mamá. Ni siquiera los colibríes repletos de colores brillantes, zumbando felices y libres en el jardín, con el sol resplandeciente
Ese día el sol brillaba incandescente muy en contra de los apáticos sentimientos que se elevaban al rededor del prado tan verde como nostálgico. El cementerio al Occidente del estado de Virginia. Un puñado de personas estaban ataviadas en trajes negros y grises los cuales combinaban con el lúgubre sentimiento de pérdida. Lloraban su pena por una joven que no había hecho más que hacer un acto altruista con una muchacha que había sido registrada como desaparecida en una ciudad que era su anhelante e irresistible futuro.Esta misma muchacha valiente ahora bajaba a una fosa protegida por un cofre de madera profundamente adornado con Ramos y Ramos de rosas blancas. Una mujer a su izquierda se arrodillaba tratando de alcanzarla, un hombre la retenía y un muchacho en plena adolescencia mostraba su rostro de conmoción ante el abrupto suceso. Más tarde él estaría llorando en su habitación oscura por la pérdida que había tenido, sucumbido entre recuerdos de una hermana que él nunca apreció has
Estába muerta. Me desperté sobresaltada con una profunda inhalación. Mis párpados se dispararon abiertos y mi torso se despegó de las sábanas tibias.Tenía las respiración igualada a como la tendría si corriera una milla, mientras un profundo dolor se asentaba en mi pecho a medida que volvía a la realidad y era consiente de lo que había pasado y estaba alejado de ser sólo una pesadilla. —Eloise —me llamó una voz a mi izquierda. Recordé a Daniel la última vez que estuve lúcida y cómo había caído rendida con su mano en la mía. Pero está vez no era él. Era mi padre.—Papá, está muerta —susurre con las rodillas hasta mi pecho. Me sentí temblar un poco, aún más cuando su amable toque se posó en mi brazo. Mi piel tenía la memoria al cien, y mi cerebro sabía reaccionar a cualquier contacto. Ese era la distancia. Muy lejos. Todo lo que podía del contacto que con todo probabilidad podría ser doloroso.En ese momento traté de no apartarlo, lo que me causó un sollozo. Era mi padre. Él estaba a
Recuerdo que caía la noche cuando después de esos días en el yate la dejé en el que suponía era el resguardo de su hogar. Fue la última vez que la vi. Iba a ser ya un mes, pero en mí lo sentía como eones pasando en cámara lenta. Tan lento como veía el confiable Jaguar recorrer la infinita autopista aún cuando veía el kilometraje en 120km. Los hombres que me acompañaban iban recostados en sus asientos metidos en sus propios pensamientos sin siquiera mencionar mi velocidad de locura. Intuía que su necesidad por llegar rayaba la mía.La cosa era que Eloise no podía permitirse desperdiciar otro segundo de tiempo junto aquél hombre. Cuando hablé con ella hace unas horas podía escuchar sus quejidos de dolor, y esto no podría ser otra cosa que la malicia de Alexander haciendo de las suyas.No. Tenía que ir más rápido. Aceleré un número más en la carretera solitaria, con los faroles del auto iluminando la oscuridad a cada metro que avanzaba. La noche cayó en el camino como boca de lobo.—Esta
La risa de Alexander era fría.Un enigma. Endorfinas viajando por sus venas y explotando con un barítono a través de su boca, como un volcán en erupción. Fuego y cenizas. Sus emociones provocaban esa reacción, pero ninguna honesta y pura, libre de intenciones distintas al flagelamiento.Se rió tan agusto como pudo, a sus anchas, pomposo... victorioso. Mis ojos eran ciegos, sin embargo, mis oídos no. Interpretaba su postura rimbombante, su rostro satisfecho de su maniobra, clasificandola como un éxito rotundo.Después de todo me permití escucharla porque con cada nota me endurecia más. Porque estaba envalentonada a causa de las palabras de Daniel Cox. Dolió mucho, sentirlo tan cerca y saberse tenerlo tan lejos, como la luna al mirarla, aquella que fue fiel seguidora de nuestras andanzas en la penumbra. Tan cerca que mis manos picaban por sentir su piel mientras mi corazón se rompía al conocer que no sería posible."Te amaré, Elie. Yo puedo hacerlo, por ti puedo hacerlo"Pero ya lo hací
El comportamiento irritable que presentaba después de haber dejado a Robert Bennett en su aparente apacible hogar lograba que el dormitorio de mi departamento y el piso mismo pareciera una cárcel asfixiante y opresiva en vez del espacioso y costoso lugar inesesariamente amueblado en exceso con un gusto minimalista y una ambientación que según la diseñadora te hacía sentir desahogado. Era el caso contrario, por encima de todo, la angustia reverberaba en mi sangre como lava y oprimía mi pecho como un mazo sobre un trozo de carne para ablandar. El sudor resbalaba por mis sienes al mismo tiempo que mis manos se abrían y cerraban de una manera repetitiva y calculada que sólo delataba mi ansiedad.La espera me dejaba sucumbir a mis emociones que no habían estado controladas desde que había dejado a cierta muchacha en el sendero de su casa, completa y decidida pero a la merced de una bruja que haría cualquier endemoniada cosa por alejarla de mi presencia, que según suposiciones de la señora
Las cuatro paredes de la habitación donde yo misma me había encerrado evitaban que fuera más allá dado que los pasos de un lado a otro eran incesantes. Agarraba mi estómago en señal de protección, acto que ya hacía de forma inconsciente. Esperando, simplemente esperando a que la puerta principal chirriara al abrirse para dejar pasar a la señora de edad. Desde ayer, cuando Alexander me había obligado a mentirle a mi padre, me encerré en esa habitación y no había salido desde el mismo momento en que pasé el seguro de la puerta. Todo un día había pasado sin ingerir nada y aún así las náuseas volvieron como un clavel en la mañana. Expulsando sólo líquido. Sin embargo, no saldría, no a menos que Alexander abandonara el lugar y entrara su madre. Él, extrañamente por la noche, me dejó en paz, no usó sus llaves para arremeter contra mí. Quizás eso era la causa de la risa cínica que retumbaba cada vez que pasaba en frente de la habitación. Se regocijaba. Pero yo cerraba mis ojos y volvía mis
La fatiga empeoró. Las baldosas frías se volvieron mi refugio en los últimos días. Me abrazaba al retrete cada mañana. Los ácidos subían a mi garganta y con la misma rapidez con que lo hacían yo los devolvía. La cabeza, mis piernas... el cuerpo entero. Estos estaban envueltos en un entumecimiento y malestar constante produciendo un mal humor y pesadez. Sumado a mi desprecio por el encierro en que me estaban obligando a vivir estaba esto. Pero ni una palabra dicha, me lo guardaba todo. Lavaba mis dientes, caminaba derecha y con esfuerzo volvía a poner mi semblante neutro cuando el infame llegaba. Trancaba mi puerta y de ahí no salía por más que llamara mi nombre a gritos.Me atormentaba. Tenía una profunda angustia porque no era estúpida o ilusa. Mis síntomas no eran de un virus estomacal o alguna enfermedad. Nunca fui enfermiza, los doctores alababan mi sistema inmunológico.Las comidas de Alexander no eran sanas, pero al pasar un mes mi cuerpo se debió adaptar a ellas. Y no eran todo
Tenía muchas cosas que decirle a Robert Bennett y no sabía por dónde empezar. Él tampoco lo ponía muy fácil que digamos porque al tiempo que estuvo a un paso de mí apenas me dio una mirada y siguió de largo diciendo —: No hay tiempo para reencuentros nostálgicos, necesito saber qué pasa con mi hija.Giré en redondo y, conteniendo todo el aire, empecé a caminar detrás suyo. Con una seña lo guié al Jaguar y sin siquiera hablar, se embarcó al vehículo de color negro.El aire en el auto se podía palmar de la tensión, se había solidificado asfixiándome y haciendo que nerviosamente maniobrara el cuello de mi camisa atada con una corbata de seda azul. Con el rabillo de mis ojos miraba a aquél hombre sentado de forma recta en el mismo asiento en el que estuvo Eloise hace más de un mes. El parecido con él era impresionante, no podía negarla aunque quisiera.Pero más que apreciar su parecido con la mujer que aún tenía mi mundo de cabeza, mis pensamientos estaban completamente dirigidos a un tem