Hay desiciones de vida o muerte, y me gusta pensar que la que tomé esa noche entra en esa categoría. Mi lado cobarde quedó ensombrecido a causa de las emociones que aquella voz profunda provocó en la boca de mi estómago.Esa voz dio luz roja a las dudas que me asolaban, permitiendo que corriera en busca de unos zapatos, y que fuera el doble de silenciosa para llegar hasta la puerta principal y mover un conjunto de llaves que despertarían un batallón. Y cuando estuve frente a él, su risa y la forma en que olía, no dejaron un rastro de arrepentimiento en mi cuerpo.—Daniel, vámos. Dime dónde estamos —bromeo con él al momento de que me ayudara a bajar de la motocicleta. Me moría de frío, son embargo, podía sentir que estábamos a la intemperie.Él se tomó su tiempo de acomodar al en la moto y tomar mi mano para dirigirnos .—Estamos en el viejo farol de San Diego —reveló por fin, como si sonara orgulloso de haberme traído a ese lugar.Me detuve en seco y solté su manonpara cruzar mis b
—¿Me esperabas? —pregunté sonriendo. Metí mis manos en mis bolsillos y observé como ella estaba allí con su cabeza apoya en sus brazos cruzados en el marco de la ventana.Estaba dormida porque cuando me escuchó abrió sus ojos y se los restregó seguido de un bostezo. No podía creer que se hubiera quedado dormida en la ventana. Alguien pudo hacerle daño. A veces podía ser tan ingenua y, diablos, eso me robaba más el corazón.—Sí —susurró ella sonriendo.—Así me gusta —le dije de vuelta y observé como desaparecía.Tenía una estúpida sonrisa en mi cara que no me podía sacar desde la noche anterior. Y casi no pude aguantar el impulso de ir en la mañana a visitarla y calarme a su madre sólo para verla. Me contuve, gracias a Dios, pero eso hizo que los nervios ahora los tuviera alerta. Cada fibra de mi cuerpo sabía que ella estaba cerca. Pero la quería aun más cerca. La quería con sus brazos rodeándome en la Ducati, con su cabeza enterrada en mi cuello y durmiendo en mis brazos como lo hiz
–Jóven Daniel, ésta es la quinta taza de café que le traigo. ¿Ha usted pasado otra noche de juerga con unas de sus conquistas? —decía mi secretaria de mediana edad dejándo en mi escritorio repleto de papeles la quinta taza de café negro caliente.Eran las diez en punto de la mañana en el cálido San Diego, un día soleado que me recibió una hora más tarde de lo esperado. Haciendo que corriera para entrar en unos pantalones de punto y corbata, para un día de trabajo usual en oficina en la Aerolínea Cox.Atiborrandome de café negro de una máquina que no sabía hacer otra cosa que expedir café amargo. Después de dos tazas ya no te dabas cuenta.—Desde luego que no, Mildred. Sólo que me he trasnochado revisando los papeles del presupuesto para la reparación del Cornelia —mentí sin levantar la mirada. Todos los fulanos papeles estaban esparcidos por la mesa esperando que una lectura rápida.—Oh claro, joven, quizás por eso estos papeles en su escritorio están de bajo de una nota que dice: "De
—Creí que aquel hombre había renunciado —dije mirándolo severamente—. ¡Por Dios, Benjamín, dejaste a la familia sin hogar! —exclamé paseando por la sala. —¿Qué querías que hiciera? Él había robado diez mil dólares de la aerolínea y eso merecía el despido, y como él tenía la casa gracias a ésta, al momento de ser despedido perdió todo poder en ella —informó mi padre indiferente, sentándose en su silla detrás del escritorio.Una vez más sus palabras me dejaron estoico. Mi cara se drenó de toda sangre.—¿Hace cuánto fue eso? —pregunté asustado de que lo que temía fuera verdad. Me paré firme esperando respuesta. —No lo sé, doce o trece años. ¿Por qué la pregunta? —dijo, mirándome curioso. Sentí que se me vino el mundo encima.¿Por eso habían despedido a Robert? ¿Por haber sido culpado de un robo que yo había cometido? ¿Sería posible? Por años había pensado que mi padre no había sabido que yo había tomado esos diez mil dólares para donarlos al orfanato en decrepitas condiciones donde M
Completamente concentrado en mi trabajo no había dado rienda suelta a más pensamientos, recuerdos o emociones que me atormentaran incluso más el día. Había pasado una hora tratando de despejar mi mente, y así lo había hecho cuando finalmente tomé el bolígrafo y comencé a firmar y leer todo lo que debía.Aunque para infortunio mío, todos los papeles se llenaron muy rápido, permitiendo que los pensamientos hicieran su desfile devuelta.Después de dejar todo listo fui hacia la oficina de Benjamín lanzándole todos los papeles que quería justo a la hora que había pedido que se los diera. Salí de allí sin decir ninguna palabra, entré de nuevo a mi oficina, tomé mi maletín y me dispuse a salir del edifico. Cuando llegué al estacionamiento subí a mi Jaguar negro lanzando el maletín en el asiento del pasajero. Lo encendí y salí a toda velocidad a las calles. Corría como un loco, me ganaría una cuantas multas, pero tanto como me gustaba sentir la libertad en la Ducati también amaba la sensaci
Él había aparecido hoy, callado y dubitativo. No pronunció palabra más que para decirme que estaba allí para mí. No me convenció con nada gracioso para hacer que montara en la moto, sólo me ayudó a hacerlo. No me sonrió como siempre lo hacía.Pero dejó un beso en mí frente y deslizó un ligero dedo por mí mejilla antes de ponerme el casco.Por su misma actitud no sabía donde estábamos. Podía sentir los árboles bailar y rosarce entre sí por el viento de la noche. A los grillos chirriar y a los perros lejanos ladrar a la luna o un ser imaginario. Pero aún sí, era un enigma el lugar ─¿No vas a decirme hoy que acomode mi cabello? ─le pregunté tratando de sacarle algo. Siempre que bajaba de la moto me molestaba con que acomodara mi maraña de pelo, que parecía un León o un mono, o un gato con un poco de estética. Sin embargo, hoy sólo se había sentado a mí lado en lo que parecía una banca de un parque.─Creo que ya me acostumbré a tu maraña de pelo ─aseguró, aunque creo que escuché una son
Un viernes por la noche a la una y treinta de la madrugada estaba en la pista de baile del Bar 107 situado en el centro de San Diego.Frecuentaba cada fin de semana allí con muchos de mis compañeros de trabajo y uno de éstos era mi primo Ryan Cox, quien disfrutaba de una copa en la barra, mientras me veía bailar con una de mujer con quién coincidí en el lugar. Ryan me lanzó una pícara sonrisa permanente en su boca y un pulgar arriba. "Imbécil" susurre para mí. Cuando me cansé de ser el espectáculo de la noche atraje a la chica con quien estaba a la barra y pedí unos tragos más.-¿Te apetece una copa, mon cher? -le pregunté a la pelirroja que tenía su mano en mi pecho. Al principio, le vi las raíces negras de su cabello y mucho maquillaje para mi gusto, pero con cinco copas de whisky en el sistema empecé a apreciar las grandes tetas que ponía en mi cara. -Un Martini estará bien -respondió con una sonrisa.-¡Oye, Ralf, un Martini y una copa de Jack Daniel's para mí! -le indiqué al b
Cuando me di cuenta de lo que hacía, ya estaba orillando la Ducati en la acera y saltando de ella para ir a su encuentro. Me acerqué estando personas y con cautela dije su nombre, porque si la tocaba, se alarmaría.─Eloise... — la llamé suavemente. Por su sorprendente sentido auditivo ella se giró a mi dirección, su cara brillando de puro placer al reconocer el timbre de mi voz. Esto hizo algo en mí.─Daniel ─contestó apenas en un susurro emocionado─. ¿Qué haces aquí? ─preguntó.Estaba con alguien más, Elie.─Eso no importa. Quiero saber que haces tú aquí sola, fuera de un club nocturno en medio de la noche. Pueden hacerte daño, Elie ─advertí mientras me acercaba a ella y tocaba su hombro para que supiera donde estaba. ─No soy una niña, Daniel ─bromeó conmigo, con una pequeña sonrisa en sus labios. De nuevo tenía su mirada en mí cabello junto a esa sonrisa, y de nuevo mi muro contra ella se deshacía de un bloque más. Me sentí en el lugar correcto cuando ella tomó mí mano de su homb