La risa de Alexander era fría.Un enigma. Endorfinas viajando por sus venas y explotando con un barítono a través de su boca, como un volcán en erupción. Fuego y cenizas. Sus emociones provocaban esa reacción, pero ninguna honesta y pura, libre de intenciones distintas al flagelamiento.Se rió tan agusto como pudo, a sus anchas, pomposo... victorioso. Mis ojos eran ciegos, sin embargo, mis oídos no. Interpretaba su postura rimbombante, su rostro satisfecho de su maniobra, clasificandola como un éxito rotundo.Después de todo me permití escucharla porque con cada nota me endurecia más. Porque estaba envalentonada a causa de las palabras de Daniel Cox. Dolió mucho, sentirlo tan cerca y saberse tenerlo tan lejos, como la luna al mirarla, aquella que fue fiel seguidora de nuestras andanzas en la penumbra. Tan cerca que mis manos picaban por sentir su piel mientras mi corazón se rompía al conocer que no sería posible."Te amaré, Elie. Yo puedo hacerlo, por ti puedo hacerlo"Pero ya lo hací
Recuerdo que caía la noche cuando después de esos días en el yate la dejé en el que suponía era el resguardo de su hogar. Fue la última vez que la vi. Iba a ser ya un mes, pero en mí lo sentía como eones pasando en cámara lenta. Tan lento como veía el confiable Jaguar recorrer la infinita autopista aún cuando veía el kilometraje en 120km. Los hombres que me acompañaban iban recostados en sus asientos metidos en sus propios pensamientos sin siquiera mencionar mi velocidad de locura. Intuía que su necesidad por llegar rayaba la mía.La cosa era que Eloise no podía permitirse desperdiciar otro segundo de tiempo junto aquél hombre. Cuando hablé con ella hace unas horas podía escuchar sus quejidos de dolor, y esto no podría ser otra cosa que la malicia de Alexander haciendo de las suyas.No. Tenía que ir más rápido. Aceleré un número más en la carretera solitaria, con los faroles del auto iluminando la oscuridad a cada metro que avanzaba. La noche cayó en el camino como boca de lobo.—Esta
Estába muerta. Me desperté sobresaltada con una profunda inhalación. Mis párpados se dispararon abiertos y mi torso se despegó de las sábanas tibias.Tenía las respiración igualada a como la tendría si corriera una milla, mientras un profundo dolor se asentaba en mi pecho a medida que volvía a la realidad y era consiente de lo que había pasado y estaba alejado de ser sólo una pesadilla. —Eloise —me llamó una voz a mi izquierda. Recordé a Daniel la última vez que estuve lúcida y cómo había caído rendida con su mano en la mía. Pero está vez no era él. Era mi padre.—Papá, está muerta —susurre con las rodillas hasta mi pecho. Me sentí temblar un poco, aún más cuando su amable toque se posó en mi brazo. Mi piel tenía la memoria al cien, y mi cerebro sabía reaccionar a cualquier contacto. Ese era la distancia. Muy lejos. Todo lo que podía del contacto que con todo probabilidad podría ser doloroso.En ese momento traté de no apartarlo, lo que me causó un sollozo. Era mi padre. Él estaba a
Ese día el sol brillaba incandescente muy en contra de los apáticos sentimientos que se elevaban al rededor del prado tan verde como nostálgico. El cementerio al Occidente del estado de Virginia. Un puñado de personas estaban ataviadas en trajes negros y grises los cuales combinaban con el lúgubre sentimiento de pérdida. Lloraban su pena por una joven que no había hecho más que hacer un acto altruista con una muchacha que había sido registrada como desaparecida en una ciudad que era su anhelante e irresistible futuro.Esta misma muchacha valiente ahora bajaba a una fosa protegida por un cofre de madera profundamente adornado con Ramos y Ramos de rosas blancas. Una mujer a su izquierda se arrodillaba tratando de alcanzarla, un hombre la retenía y un muchacho en plena adolescencia mostraba su rostro de conmoción ante el abrupto suceso. Más tarde él estaría llorando en su habitación oscura por la pérdida que había tenido, sucumbido entre recuerdos de una hermana que él nunca apreció has
Te amo por encima de todo aquello que no podemos ver, por encima de lo que no podemos conocer. (Federico Moccia).Mi nombre es Alba. Alba Danielle Cox. Pero mi papá a veces me dice Albita. Un día me llama Ali, otro hija de Eloise, el cuál sólo usa cuando de verdad (realmente) está muy molesto. Un día me llamó Fiorella por equivocación y otro conejo cochino. Sin saber porqué combina dos animales que de iguales no tienen nada.Pero a mí me gusta cuando me llama Danielle, solo porque suena igual que su nombre. Daniel Cox.Mi papá es increíble. Él nada como un delfín, amarra los cabos del yate como un profesional de Discovery Channel. Me prepara el desayuno, almuerzo y aveces la cena. Arma casitas de sábanas en mi cuarto. Cuenta las mejores historias. Da los mejores abrazos y tiene la sonrisa más bonita del mundo. Amo a mí papá. Pero nadie se compara con mi mamá. Ni siquiera los colibríes repletos de colores brillantes, zumbando felices y libres en el jardín, con el sol resplandeciente
─¿Dónde estás? ─preguntó aterrado a través del teléfono. Mis ojos llorando. Mis brazos retenidos por él. ─Con él ─confesé con mi voz cortante. Debía hacer esto por el bebé. Si no lo hacía él nos lastimaría, porque él no lo quería aquí, solo me quería a mí como su trofeo.─¿Por qué? Me dijiste que él te lastimó, te dejó ciega, Eloise. Fue un accidente, pero lo hizo y te dejó sola para que lidiaras con ello ─declaró mientras mas lágrimas corrían por mi cara.─Dile que no te importa, dile que me amas, siempre me has amado, no a él ─demandó con su boca pegada a mi oído, y me alejé de él. Negué con mi cabeza mientras lamía mis labios.Tomó mi quijada y me clavó sus dedos. ─Hazlo ─siseó otra vez, suavemente. No. Era sucio y malicioso, no suave.Tomé otra respiración y me dispuse a hablar. Él me soltó la barbilla.─Déjame en paz, Daniel ─clamé bajo con mi voz ahogada al teléfono. Lo hago por ti, Daniel, lo hago por ti y nuestro precioso bebé. Daniel no lo sabía pero lo iba a guardar y cuid
Creo recordar una frase sosa proveniente de algún canal espiritual que decía que vivir era abrir tus ojos al mundo y entonces pensaba que, en efecto, mis ojos, mis parpados, estaban abiertos, pero que no estaba viviendo en absoluto. Y es que en el momento en que lo analicé fue el peor, porque me daba la razón. Yo estaba siendo arrastrada por mi perro guía que perseguía una moto en la avenida. Sudorosa, con el cabello alborotado y ciega. Una enorme y negra pantalla cruzándose permanentemente en mi camino. Por supuesto que no estaba viviendo un carajo. Pero en esos instantes mi madre hizo presencia en mi mente y como si estuviera hablándome al oído la escuché -: "Deja los pensamientos pesimistas, Eloise". Y como si fuera un mando me hizo pensar el lado positivo de aquello; corro con mi perro lado a lado bajo la sombra de los edificios de San Diego - California, quemo las calorías del tocino de esta mañana, me sale un nuevo estilo de cabello y me evito de mirar a los hombres de la c
Ese mismo día mi madre esperaba por mí en el porche, como siempre lo hacía, a la misma hora y a la misma altura del sol cuando salía a mis anchas. Usualmente llegaba justo en el almuerzo y mi teléfono me indicó que, en efecto, era uno de esos días. Por añadidura, me senté junto a ella en la mesa rectangular cuando entramos, y terminamos comiendo enzarzadas en una intransendental charla sobre el día. De nuevo solas, debido a que mi padre viajaba por el mundo como piloto en jefe en una agencia de Jets privados. Descansaba cada dos meses, y como no los había cumplido aún, lo veía esporádicamente. Su cálida presencia se notaba increíblemente ausente en esa casa, pero su voz por las noches hablando conmigo no. Era una llamada puntual cada noche, no importaba en qué parte del mundo él se encontrara. Era un obsesionado con los horarios, todo para encontrar la hora exacta donde en California era de noche para hacer la respectiva llamada. —¿Y estaba hablando contigo? —preguntó mi madre pr