Capítulo 3

—¿Entonces, no eres un cuarentón con panza, baboso, vagante de bar en bar buscando jovencitas a quien presentar su quejica madre? — inquirí con voz ahogada, haciéndome la graciosa—  ¡Estaba tan ilusionada! —Fingí una gran decepción, una gran actuación con brazos y ojos en  blanco. 

Quería evitar mi inminente risa. El tal Daniel estaba haciendo que mi estómago doliera llenando mis ojos de lágrimas por las carcajadas. Y sólo habían pasado unos míseros cinco minutos desde que nos habíamos sentado.

 —Qué bonita descripción —comentó—.  Pero siento destruir las ilusiones de tu fantasía sexual con un cuarentón. —El idiota sonaba realmente enserio—. Qué triste que solo sea un veinteañero, sexy, con una motocicleta y mucho dinero. Siento decepcionarte, cariño.

—Vaya que sí. —Y con eso solté una carcajada junto con él.  Aunque aquello sólo aumentaron mis ganas de sentir como era, y comprobar la sensualidad de la que se jactaba. Quería probar mi habilidad con el tacto y precisar su rostro y sus líneas, pasar levemente mis dedos por esa sonrisa de un millón de dólares que apostaba  me estaba lanzando. Así podría construir una imagen en mi mente de los qué lo identificaba a él como el personaje "Daniel Cox.

—También tengo una fantasía sexual —interrumpió mis pensamientos en tono pícaro.

—¿Cuál sería esa? —pregunté soltando despacio el poco de arena gruesa que había recogido en mi mano.

—Corromper a la niña de mami y papi — reveló. Yo me quedé pasmada por un minuto, para luego reír de mi misma—. Lástima que no llenes ese espacio. —confesó.

A pesar de que no lo podía ver, captaba una sonrisa en su voz .

—Estas diciéndome una cualquiera, Daniel Cox —acusé en broma. Pero sabía bien que el espacio de la consentida yo lo cubría a la perfección.

Sólo quería omitir esa parte. No era un aspecto de mi vida de la cual estaba orgullosa. Tenía 21 años. Vivía con mis padres en un país donde la cultura y la economía te permitían independizarte a temprana edad. Por lo menos obtener un pequeño apartamento mohoso. Y yo apenas podía elegir qué llevar puesto cuando salía a la calle. 

A veces pensaba cuál era el problema. Si mi ceguera, mi madre... o yo.

Pero el prosiguió:—Estoy queriendo decir que eres un espíritu libre, eso pareces —sonando ofendido—. No me malinterpretes.

—Cuán lejos de la verdad estás. —Reí un poco mientras sacudía mi cabeza.

La libertad estaba muy lejos de ser alcanzada por mí,  no tanto por las restricciones que imponía vivir con mis padres aún,  sino la misma que me prohibía observalo a él y el resto del mundo. Me daba cuenta que después de seis años con la ceguera no sabía como actuar y descubrir el secreto para seguir una vida normal.

—Espera, espera. ¿Eres la niña de mami y papi por siempre y para siempre? Tipo: "Oye, cariño, te paso recogiendo a las 10 de la pijamada".   —Él preguntó y yo asentí tímida. Escuché como se lanzó a la arena y rió sin parar, yo lo golpeé en el hombro y el siguió riendo más fuerte.

Tenía mis mejillas rojas para variar.

—Lo siento, lo siento. Eso fue bueno —exclamó mientras trataba de recuperar el aire—. ¡Mira tu rostro!

Yo cubrí mis mejillas. Feliz más que avergonzada.

—Bueno, basta ya. Esto no funcionará con el bullying —informé. 

—Esto no funcionará sin el bullying.

Revolee mis ojos y sonreí hacia él apenada.

—Tranquila, Eloise Bennett. Ya veo venir una bonita amistad —expuso en un suspiro mientras libremente rodeaba mis hombros con su brazo y acariciaba a Scott con la otra. Él era ese personaje jovial y salvaje a quién las relaciones interpersonales le resultaban una cosa parecida a comer un sándwich, tan solo porque la confianza en sí mismo era una realidad. O podría ser una facha.

Continué con la conversación de todas maneras:—Pero personifico una de tus fantasías. ¿No sería eso peligroso? —bromeé con eso para distraerme de su brazo dándome calor.

—Trabajaremos en ello. Cuando finalice este plan pasarás de ser la mimada, a la rebelde Eloise Bennett. ¿Estás conmigo en esto? —preguntó. Yo asentí sonriendo, sin ninguna duda, porque era gracioso, y seguro estaba bromeando. Así que solo le seguí la corriente. No tenía nada que perder.

Y entonces todo estaba como debía ser. Reíamos y bromeábamos. Me contó que tenía veinticinco años y le dije que tenía veintiuno. Me contó que su motocicleta se llamaba Doty, le pregunté porqué. Él dijo porque solo se veía como una Doty.

—¿Por qué Scott se llama así? —preguntó de vuelta.

—Porque simplemente es un clásico llamar a un retriver Scott —lo imité y él simplemente río más fuerte.

Seguimos hablando. Odiaba las aceitunas. Yo las amoba. Yo odiaba el pescado, a él le encantaba. Me encantaba esquiar, a él surfear. Amaba los libros, a él...

—Me encantan los libros, los thrillers son mis favoritos. —Creo que me enamoré.

Odiaba los gatos, yo creo que son graciosos. Odiaba las alturas, pero él cree que todo es mejor desde arriba.

 Me encantaba su risa, él dijo que también la mía.

Pero el finalmente preguntó sobre mí condición, y yo simplemente agité mi cabeza en negación.

No quería contarle sobre eso, me hacía revivirlo todo otra vez y no lo quería para mí en este momento donde solo podía ser yo misma. Cosa que no había pasado desde él.

Así que sólo desvié la conversación.

—Imagino que tú tienes ese famoso apartamento de soltero —aseguré.

—Por supuesto. ¿Por qué? ¿Quieres ir? —preguntó. Su tono bajó a uno seductor.

Solté una corta risa.

—Deja de coquetear conmigo. —Le golpeé suave.

—Oye, soy un hombre —se excusó mientras se sobaba el hombro. Como si eso lo fuera a ayudar en pleno siglo veintiuno.

—¿Eloise? —En medio de una sonrisa escuché mi nombre en boca de alguien la cual se oyó como mi madre estando muy cerca. Yo me levanté de prisa preocupada de lo que pudiera decir. Y sí, estaba justo frente a nosotros porque Scott ladró hacia ella.

—Mamá —le llamé nerviosa.

Ayer, cuando le conté sobre el encuentro, estaba lo mas reticente y negativa de lo que alguna vez la había escuchado. Muchas veces había salido sola a recorrer las calles, pero pocas eran las veces que encontraba a alguien con quien estar. Siempre me dejaban el camino libre. Por eso me había sorprendido que el tal Daniel hubiera seguido mi conversación. Las personas simplemente se alejaban cuando no podía fijar mi mirada perdida en ellas, y en éste momento parecía que mi madre le molestaba que por primera vez en años estuviera socializando con alguien menor de treinta años.

—¿Qué haces con él? —preguntó con su voz tensa.

—Él es el chico de la motocicleta de ayer, mamá. —Traté de ser optimista y alegre.

Escuché como Daniel se levantaba y empezaba a saludarla de manera cortés.

—Buenas tarde, señora. Soy...

—Daniel Cox —aseveró ella dejándolo con la palabra en la boca. Ante esto cuadré mis hombros y fruncí mi ceño.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté confundida y sorprendida a la vez. En San Diego había mucha gente famosa, pero Daniel no sonaba como ninguno de ellos. No había manera que supiera quien era.

—Por su padre. No deberías estar con él —declaró despectivamente.

Lo que ella decía me tomó con la guardia baja. No esperaba que lo conociera. Incluso, en algún momento rogué que nunca lo mirara.

—¿Y quién es su padre? —Hice la pregunta solo para salir del paso porque me parecía lo menos relevante aquí. Según ella no.

—Benjamín Cox —mencionó Daniel. Sonó frío nombrándolo.

—¿Qué tiene que ver él con Daniel? —Suspiré—. Mamá, sólo estábamos conversando. Deja de preocuparte por nada —pedí en tono cansado.

—Su padre, dueño de la misma aerolínea privada en la que trabajaba tu padre, lo dejó sin trabajo y sin casa cuando tu apenas tenías unos 8 años. Su padre fue la razón, Eloise —contó mi madre con una voz seria y rencorosa, en esa voz se notaban años de rabia. Me paré en seco mientras mis ojos se ampliaban y mi corazón daba un salto de sorpresa.

Todavía estaba estupefacta de lo que escuchaba. No podía creer que Daniel fuera el hijo de ese sujeto. Recuerdo lo que causó. Recuerdo esos días de frío. Veía el miedo en los ojos de mi padre y angustia en los de mi madre. Vi como sacaban mis cosas preguntando porque me arrebataban mi hogar. Mis padres nunca me dijeron el porqué, solo nos fuimos a Londres y nos quedamos con mi abuela allí por unos meses, después de días durmiendo en hoteles y estaciones de servicio.

Fueron tiempos donde mi padre no dormía y lo veía pasearse hablando por teléfono en la cocina de mi abuela. Pero todo estaba bien, porque yo estaba con ellos. No se lo podía decir lo suficiente a mi padre para que dejara de preocuparse.

Conseguimos una casa un año después aquí mismo en California. Era sólo una casa, para mí, porque después de todo eso me di cuenta que mi hogar era donde ellos estuvieran.

—Busca tus cosas. Nos vamos —sentenció así de fácil. Como si supiera que yo inmediatamente iría tras de ella. No lo hice, me quedé donde estaba.

Daniel no tenía nada que ver en lo sucedido. No lo mencionó a él.

—¿Por qué juzgarlo a él? Es solo su hijo, él no hizo nada. —Quería defenderle y no sabía porqué ya que apenas lo conocía. Creo que solo quería hacer mis propias decisiones, solo por ésta vez. Y estaba el hecho de que estaba hablando conmigo, no me juzgaba o se asustaba, ¿por qué perder eso por el pasado?

—Conozco perfectamente a los Cox, Eloise, y sé cómo son todos ellos, unos egoístas —sentenció disgustada porque yo la desafiaba.

Finalmente Daniel habló.

—Disculpe, señora. Pero lo menos que puede hacer es compararme con mi padre... —Sonaba molesto, como si la sola idea le repugnara.

Creo que mamá ni siquiera le dirigió la mirada, solo siguió exigiendo que nos fuéramos.

—Eloise, sabes que nunca me he enojado contigo y no lo haré ahora por una tontería —añadió sonando fastidiada de la situación.

Ella hacia caso omiso de nosotros, solo quería evitar que nos encontráramos de nuevo y yo simplemente no podía concebir la idea de no escuchar su risa y sus bromas otra vez. Hacía tanto tiempo ya que no bromeaba con alguien de mi edad, de las cosas triviales de la vida. Pasé estos últimos años rodeada de conversaciones aburridas de las señoras amigas de mi madre. Hablando de cómo no se le quita la mancha de grasa a la camisa blanca del esposo o como una de las secadoras era más cara que la otra.

Estaba tan aburrida de todo y no me había dado cuanta hasta que hablé con él y recordé como era ser joven otra vez. No me iría fácilmente lejos de él. Al igual que todos se alejaban de mí. No dejaría que pasara otra vez.

Los pecados de su padre no tendrían porqué recaer en él.

—Creo que es tu primera oportunidad de enojarte conmigo porque no me iré —afirmé tranquila y me crucé de brazos. No la dejaría ganar esta vez. No diría amén a lo que ella dijera.

—Eloise, esto no lo vale. Vete con ella.   —Daniel me habló, parecía el único calmado de la situación.

—Piensa un poco. Éste hombre ni siquiera se compara con su padre, es peor. ¿No has oído sobre él? Daniel Cox sale todas las semanas en los tabloides con una chica diferente. No quiero que también tengas tu semana. No te merece —contó en súplicas.

Eso me sorprendió pero no bajaba puntos sobre Daniel. Él podría seguir acostándose con medio mundo y a mí me importaría poco.

—No es de mi incumbencia lo que él haga con su vida. —Fui seca al respecto. No buscaba más de él que seguir oyendo su voz.

—¡Sí lo es si eso incluye tu corazón roto! —sonó enojada con un volumen más alto en su voz. Quería protegerme, siempre lo hacía, pero no creía que ésta vez tuviera razón.

—Pues quizás necesite un corazón roto para saber que sigo estando viva —expresé mientras me daba la vuelta y me iba escuchando a mi madre llamar por mi nombre. No giré, no vacilé.

Sabía que esto estaba mal, que era mi madre, que me amaba sobre todas las cosas y que siempre velaba por mi bien. Pero simplemente su bien no era mi tipo de bien.

Cuando creí que me encontraba lo suficientemente lejos me senté en la arena, encogí mis rodillas y presioné mi barbilla en ellas escuchando la vida pasar. Y estaba allí, varada, sola, en sólo un bikini y sin Scott. Después de aquí no sabía con quién me iría, pero increíblemente no me importaba. Ya no era sobre Daniel, era sobre mí y las imposiciones de mi madre. Era de cuán liberador se sentía tomar una decisión por ti misma. Pero sabía que me sentiría culpable, le pediría perdón y volvería a decir que sí a todo lo que ella dijera, y toda esa m****a me avergonzaba. Significaba que no era lo suficientemente valiente. Significaba que no estaba siendo yo misma, estaba siendo lo que ella quería que fuera. No estaba bien, debía hacer algo.

—Debiste haber ido con ella — lo escuché mientras se sentaba a mi lado. Seguí con mi cara al frente.

—¿Qué pasó con tu plan de volver a Eloise Bennett rebelde? —le pregunté. Ahora era un buen momento para eso.

—Era solo una broma, Elie —confesó.

—Quisiera que no lo fuera.—Yo solo cerré mis ojos 

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