Luego de las presentaciones básicas (y de conocer que “María” es el nombre de la prometida de Daniel) nos encontramos buscando el vestido de los sueños de María.
La mirada de Daniel no me deja en paz, la siento sobre mí tan pesada como un camión de concreto. Trabajo en ignorarla mientras hago alguna que otra pregunta a la novia.
Generalmente, tengo una check-list que adoro repasar con mis clientes.
En primer lugar, la novia debe definir el estilo de su boda, en segundo lugar fijar el presupuesto para el vestido, en tercer lugar buscar el momento perfecto para escoger el vestido (ni muy cerca de la fecha de la boda, ni muy lejos). En cuarto lugar debe escoger cuidadosamente quién la acompañará a probarse los modelos y ya ni pensemos en las demás partes de la lista.
Nótese el orden que generalmente tienen las cosas, ésta pobre novia vino acompañada de Daniel, sin amigos ni familiares que le den el visto bueno a los vestidos que insistió en probarse hoy mismo.
Mi check-list tiene por propósito asegurarme de que la novia no solamente está consiguiendo un vestido bonito, sino el vestido de sus sueños.
Gimo interiormente porque el hecho de pensar en que tendré que trabajar para mi ex y su prometida me hacen sentir mal, tan mal como la peor diseñadora, porque por primera vez estoy deseando que el sueño de María no se cumpla.
Sé que no es la forma de actuar ni de pensar, porque no somos nada.
Pero los celos me están haciendo tragar la bilis.
Sé que está mal, ¿pero quién controla los sentimientos?
Desde luego que yo no.
La verdad, estoy bastante sorprendida de la actitud de Daniel. Considerando que desaparecí de un día al otro, no dejé una explicación ni siquiera un aviso de qué sucedía.
Sé que mantener la compostura es lo que debo hacer, pero la situación me tiene con los nervios bailando twerking.
Escucho a Daniel respirar profundo y yo aguanto la respiración, imaginando lo que está por venir.
— ¿Dónde es…?—comienza a decir. Un chillido de alegría suena desde el vestidor y me es imposible poner los ojos en blanco.
— ¿Qué piensas de éste, amor?— chilla la voz de María.
¿Por qué las villanas de las historias siempre tienen la voz chillona?
Desde afuera sólo logramos ver el cabello castaño y los brazos que se mueven, supongo que ella está haciendo poses frente al espejo con el vestido.
Daniel me libera del peso de su mirada para mirar la puerta del vestidor.
Pongo los ojos en blanco y escucho cómo Daniel a mi lado suelta un bufido.
—No veo, María. No veo. — indica, la irritación en su voz hace sonar una alarma en mi cabeza.
No debería ser así con su futura esposa.
El pensamiento me causa pensamientos contradictorios; por una parte siento un poco de suficiencia al pensar que en realidad él no se quiere casar, pero luego pienso en María, y nadie (sin importar qué tan chillona pueda tener la voz) se merece una mala actitud de parte de la persona con quien quiere compartir su vida.
— ¡Cierto!— chilla entre risitas y no puedo evitar que mi mandíbula caiga abierta ante su actitud.
La veo salir del vestidor y siento que se me revuelven los apellidos.
La muy … ¡tiene un cuerpo muy lindo!
Lleno de atractivo natural y todo eso, y yo… pues aún conservo las estrías de… ¡No vayas por ahí, Dina!
María da vueltas, luciéndole el vestido a Daniel.
¿Por qué tiene que ser tan guapa?
¿Por qué no podía ser la hija del Grinch, ah?
— ¿No se supone que la ex es la bonita y la novia actual la fea?— gimoteo en voz alta, y lo noto muy tarde.
Merde.
Recontremerde.
Daniel me mira con el ceño fruncido y los labios de la tonta María están más tensos que cuerda de violín.
— ¡Diiiiina, mi consentidaaaa!— me llama la voz de Pablo desde la entrada de la tienda y comienzo a desear con todo mi corazón que la tierra se abra en una grieta bajo mis pies y ¡zas!, me trague enterita.
Dios, si estás ahí y puedes oírme…
— ¡¿Pablo?!— pregunta Daniel y yo deseo que la tierra me trague y me escupa en Narnia.
Veo cómo el rostro de Daniel pasa por la erupción de tantos sentimientos como un volcán totalmente activo.
Pablo palidece totalmente y si no estuviera tan asustada por todo esto, me reiría de su cara de tonto.
—Daniel… ¡¿Daniel?!— pregunta, dejando caer la bolsa de churros que traía en la mano.
— ¡¿Siempre supiste dónde estaba, no?!— explota Daniel y María se apresura a interponerse entre Daniel y Pablo.
Está tan molesto que aparta a María de un empujón. Cae sobre su trasero perfecto y en éste momento pienso que la verdad no está tan mal ser yo.
Vuelvo a la realidad con un gruñido que suelta Daniel.
—Daniel, Pablo no… ¡DANIEL!— grito cuando lo veo de camino a su hermano.
Tantos años ocultándome no sirvieron de nada… ¡Va a matarlo!
—Espera, Daniel, no es lo que cr…—comenzó a explicar Pablo, pero Daniel se le va encima con violencia.
Recontremerde.
Los hermanos Carnelutti se convierten en una mezcla de extremidades y gemidos adoloridos.
María se deshace en gritos que me dan ganas de asfixiarla con mis propias manos.
Al ritmo que vamos, en treinta minutos tengo a todos los comerciantes de la calle diciendo que vieron cuando dos hermanos se mataban a golpes.
Me apresuro a separarlos y en primer lugar me gano tremendo empujón que me envía directito contra la mesa donde corto los moldes.
Regreso a la contienda, al principio me cuesta un mundo (por la fuerza que se gastan) pero logro sacar a Pablo medio decente, mientras alejo a Daniel de él con un empujón.
Mis manos tiemblan incontrolablemente y los latidos de mi corazón amenazan con explotarme los oídos.
¿Dónde está Sonia y su súper—carácter cuando se necesita?
Pago una empleada fantasma.
— ¿Qué te pasa, imbécil?— grita Pablo enojado, sus dedos acarician su labio sangrante.
Pienso en decirle que en el botiquín de primeros auxilios tengo cosas para tratar eso, pero comienzo a sentir náuseas. Veo a Pablo acercarse a mí y extender sus manos en mi dirección. Mi esófago se contrae y mi vista se nubla hasta que todo se vuelve negro.
Dos semanas después, en medio de una mañana repleta de trabajo, me doy cuenta de que me siento verdaderamente sola. He hecho tantas cosas en mi área laboral, me hice un nombre desde cero. Y sigo haciéndolo porque amo lo que hago. Pero la verdad es que fuera de mi pequeña familia y Sonia, el único amigo que tengo es Pablo. Extraño a Pablo. Él ha sido un gran apoyo para mí, el mejor hermano que pudiera soñar aun cuando no compartimos progenitores. Y encima Sonia (mi única trabajadora en la tienda, además de mí) está de reposo porque sufrió una caída terrible. No dejo de pensar, aun a pesar de todo el trabajo, en que Pablo no ha vuelto desde lo sucedido con Daniel. Mi mente repasa una y otra vez lo ocurrido como si fuera una película. Intento quitarla de la cartelera de estrenos pero el bendito cine de mi mente es bastante terco. Tengo muchísimas ganas de ver a Pablo, no sólo para que me ayude con Daniela (que por cierto se le da más de b
Respiro profundamente su olor a bebé y pienso en que no importa qué, Daniela vale cualquier sacrificio. Lo único que importa es su bienestar, así tenga que luchar contra viento y marea. — ¿Cómo te fue en clases?—pregunto parpadeando para alejar las lágrimas que quieren asomar. Sigo cargándola en brazos y dándole cariñitos, disfrutando su cercanía en éstos tiempos tan inciertos para mi. —Bien. — responde con su pulgar derecho en la boca. Respiro profundo, mirándola con desaprobación. —Dedito afuera, Dani. — digo con paciencia. —No, dedito rico. — susurra sonriente y yo le hago cosquillas. Daniela no es una niña de muchas palabras. De hecho sólo dice ocho: Abu, Mamá, Tío, Si, No, Dedito, Rico y Bien. Su psicóloga dice que es algo en lo que influyó sólo tenernos a mamá y a mí. — ¿Te gustaría comerte un heladito de Flo’s Coffe?— pregunto a mi nena con ternura. Daniela para de reír y me mira con los ojitos rebosantes
Tres años atrás, Caracas, Venezuela. — ¿Cuánto tardarás en desaparecer?— pregunta el Sr. Carnelutti desde su trono, en medio de su oficina. Ni siquiera sé cómo reaccionar ante sus palabras. Es el padre de Daniel, no hay lugar para dudas con sus ojos y complexión, sin embargo ésta cara que me está mostrando jamás la conocí y siento que puede terminar siendo todo lo contrario a una broma de mal gusto. Muy mal gusto. — ¡¿De verdad cree que voy a dejarlo?! ¡Usted no puede hacerme esto!— exclamo encolerizada. Mi mano viaja instintivamente a mi vientre. No, no puedo alejarme de Daniel… Él tiene que saber, no importa si por su bienestar deba dejarlo luego. Pero debe saber… —Daniel está creciendo cómo Arquitecto, no puedes cortarle las alas. Déjalo. No lo mereces. — dice con malicia brillando en sus ojos. —Usted no sabe…— comienzo a decir. Mis manos tiemblan de ira y no las puedo controlar. —
Pablo Carnelutti (Plaza la Concordia) Salgo de mi oficina en la vicepresidencia de la empresa. Había olvidado que Dina no puede buscar a Daniela hoy. Me despido de mi secretaria y tomo una manzana de la cesta de su escritorio al tiempo en que ella pone los ojos en blanco. Oculto una sonrisa dándole un gran mordisco a la fruta, al tiempo que esquivo un lápiz que se dirige a mi cabeza. El lápiz choca con la pared a mi lado y cae al suelo, oigo a Jaspe gruñir y suelto una carcajada. Molestarla es tan fácil… Cualquiera pensaría que debo botarla por su mal comportamiento; pero pienso que nadie más va a soportar mis manías. Sin notarlo, ya estoy saliendo del ascensor en planta baja. El personal me saluda en el camino y pienso en el tiempo que llevamos trabajando todos aquí. Disfruto de la estabilidad, no importa en qué sea. Soy una persona que a simple vista demuestr
David Carnelutti. Italia tiene tantas cosas reconocidas a nivel mundial, desde la educación, la música, el arte y la gastronomía, hasta nuestra famosa costumbre de unión familiar. Mi país de origen tiene tantas cosas valiosas para imitar, nací, crecí, emigré; pero siempre mantuve mis raíces en mi mente y corazón. Mi familia fue numerosa y muy unida, aún después de tener cada uno nuestra propia familia, mi padre y madre nos esperaban para cenar todas las noches. Los viernes acostumbrábamos a reunirnos en el almuerzo, cuando los nonos aún estaban vivos. Pienso en mis hijos y en lo mal que he hecho todo. Pablo parece llevar una vida tan relajada que no me quiero imagina cuánto dinero ha despilfarrado por su mente jocosa e irracional y Daniel… Daniel ni siquiera sabe lo que es disfrutar de una comida completa conmigo. La última vez que me visitó fue hace como cuatro meses, se la pasa metido en su oficina y cuando no, está refundido en su
Victoria Torralba — ¡Abu!— llama Daniela desde su habitación y yo saco mi cabeza de debajo del lavamanos. — ¡Voy tesoro mío!— exclamo y corro escaleras arriba. La pequeña está extendida entre un desastre de cojines de Minnie Mouse y sábanas de princesas. — ¿Quieres tus galletitas de merienda, mi amor?— pregunto al tiempo en que se abraza a mi cuello como lapa. —Sí, Abu. — dice suavecito. Dios nos bendiga con muchas galletas de chispas de chocolate para el futuro. —Bueno, te las daré, pero tienes que aprenderte algo, Daniela. — digo y se me hace un nudo en la garganta de imaginar la furia de Dina cuando se entere. Todo sea por el bienestar de mi nieta. -------- Llevo toda la tarde en esto y no puedo dejar de pensar en lo imbécil que es David Carnelutti. Mira que perderse el crecimiento de Daniela por idiota, sólo le pasa a Él. Daniela es inteligente, y me lo ha
Nos separa una hermosa mesa de cristal en el centro y yo no podría estar más agradecida por eso. El hombre es guapo, como con una clase de cosa llamativa que me deja un poco sin palabras. Tiene el cabello castaño, un poco despeinado pero le queda la mar de bien. Su bata blanca está sobre una camisa azul claro y un pantalón de vestir gris. Y tiene lentes, de marco grueso en color negro, ocultándole unos ojos oscuros bastante escrutadores. Merde, con sólo mirarme debe saber de qué color tengo el alma. — ¿Sta. Hidalgo?—pregunta, inclinándose cerca para aparecer en mi campo de visión, por lo que me imagino que es segunda o tercera vez que lo repite. Se dio cuenta que estaba evaluándolo. Merde. — ¿S-si?— pregunto, obviamente un poco nerviosa. —Le decía que necesito que me dé algunos de sus datos y por supuesto me indique en qué puedo ayudarle. —dice, luego me hace una serie de preguntas como mi dirección, número telefónico
Daniel Carnelutti Desde que vi nuevamente a Dina, mi vida ha sido una locura. No dejo de pensarla. Sueño con ella, con lo que vivimos juntos antes de que desapareciera de mi vida sin siquiera considerar decirme qué cosa hice mal. La amé mucho el tiempo que estuvimos juntos. Fue tan descontrolado todo, un enamoramiento flash que se sentía tan fuerte como al eternidad. Ambos lo sabíamos, entonces no logro entender qué merde pasó, como para que toda nuestra vida juntos se fuera al garete. Mi teléfono suena anunciando que tengo un recordatorio. Cita con el odontólogo. Como si no tuviera suficiente castigo con éste desasosiego y mi desvelo, me toca tratamiento de conducto hoy. No debería quejarme, considerando el hecho de que llevo un buen tiempo soportando un terrible dolor de muelas. Me arreglo lo mejor que puedo dada mi situación emocional y física, y salgo a afrontar un día más