Miro a mi alrededor, admirando como siempre la alucinante decoración de la Cafetería. Flo’s Coffe es una cafetería bastante colorida, con una rebosante temática de los 90’s que te hace desear venir a solamente tomar unas maravillosas fotografías.
Pero en mi opinión, y por maravillosas que sean las fotografías tomadas acá por los clientes, lo mejor de aquí es la comida.
Hablo de que comenzar el día aquí es simplemente lo mejor. Donas, waffles, milkshakes, café (lo que sea que desees, aquí lo consigues) y la mejor atención.
—Debido a la ubicación a gran altura de a ciudad de Caracas, Distrito Capital de Venezuela, el clima es tropical de altitud, lo que nos asegura temperaturas suaves y estables en todas las estaciones del año. Posee dos estaciones claramente diferenciadas en tenor de las precipitaciones. Lo que nos deja con un clima suave y templado, una temperatura promedio, de 21.1°C.—la voz de la reportera se pasea en mi mente como una melodía pegajosa.
Secretamente me causa gracia que reproduzcan un programa grabado hace más de cuatro meses.
Mi mirada se posa en los cristales a través de los que se ve claramente la calle. Gotas diminutas hacen su recorrido por el cristal donde está dibujado el logo de la cafetería. El clima en la ciudad es frío por el invierno y nunca está de más espantar un poco el sueño con el café de Zoé.
Eso y que la tengo verdaderamente fácil por las mañanas; mi tienda está justo al frente de Flo’s Coffe, lo que se traduce en una Dina con algunos kilitos de más y los mejores desayunos.
No siempre fue tan fácil. La verdad es que hace tres años estaba tan hundida que lo que vivo hoy me parece un sueño perfecto; sin importar qué tan imperfecta sea la realidad.
Pues, lo cierto es que mi pronóstico era bastante malo.
Sonrío abiertamente, pensando en que llegué hasta aquí, a pesar de lo mucho que costó. Fue un largo camino repleto de baches y trampas.
Gracias a Dios que lo logré, la gloria y honra sean para él.
Mis ojos vuelven a mi café y le doy un sorbo.
Anoto algunas citas que fueron postergadas en mi agenda y agrego citas que me pidieron ayer algunas novias.
Veo una sombra por el rabillo del ojo derecho y me giro, encontrándome con una espalda ancha y brazos fuertes que hacen a mi mente danzar recuerdos que he tratado de hundir en lo profundo de mi mente ocupada.
Suspiro, sintiendo que la vida es muy irónica.
Lo más cruel que puede suceder es que tengas un constante recuerdo de lo que duele tanto. Un recuerdo vivo y que encima te haga feliz, te llene.
Doy un sorbo más a mi café, intentando tragarme el sabor a tristeza.
En algunas ocasiones la vida parece injusta; pero estoy convencida de que es obra nuestra tanto problema y bache… ¿Sucedería lo mismo, acaso, si yo obedeciera a Dios desde el inicio?
—Volviendo a tierra, soñadora. — ríe con ternura Zoé. Sus ojos verdes brillan con curiosidad. Inclina la cabeza como interrogándome y sus rizos se mueven como si tuvieran vida.
Ni loca le cuento a la intrépida de Zoé…
Suelto un bufido y dejo el dinero sobre el mostrador, lejos de sus curiosas manos.
—Delicioso café, Zo. Nos vemos más tarde, feliz día. — digo apresuradamente mientras salgo del café.
Pongo el envase vacío en un contenedor de basura y cruzo la calle, directo a mi Tienda.
El día se me pasa volando entre organizar citas de la semana que inicia, estar al día con el pago de mis proveedores, así como hacer el pedido de materia prima. No es fácil, pero tampoco es imposible.
La verdad es que el éxito no es sólo un golpe de suerte. Es trabajo diario, es trabajar horas extra aun cuando eres el propietario de la empresa. El éxito es la práctica intencional de la disciplina. Es despertar todos los días antes que la ciudad, es ser buen empresario a pesar del público que quiere todo menos apreciar tu trabajo.
Entre las tareas pendientes y organizar la tela que planeo usar próximamente en la trastienda, llega el atardecer.
Y no es hasta que estoy por cerrar mi tienda que sucede.
Todo parecía ir bien; telas importadas, diseños por doquier, mi propio local y muchas ganas de continuar produciendo.
Soy la mejor diseñadora de vestidos de novia en Venezuela… Okay, al menos de la Capital… He alcanzado tanto y aprendido en el proceso; pero absolutamente nada de lo que he vivido en los últimos años me preparó para verlo llegar a Hidalgo’s Dream.
Su rostro, con esa expresión tan varonil, parece no estar entendiendo lo que escucha. Sus ojos castaños amenazantes parecen estar escondiendo una tormenta como nunca.
Mis manos comienzan a temblar y el sudor frío las convierte en un par de torpes manos húmedas.
Justo frente a mi, dentro de mi tienda está mi ex (aún más guapo de lo que fue antes). El antiguo amor de mi vida y la perfección masculina personificada.
Daniel Carnelutti.
—¿DINA?— pregunta sin podérselo creer.
Al menos no soy la única impactada aquí.
Es un golpe fuerte, verlo después de tanto tiempo.
Sus rasgos han cambiado… se ve maduro, todo un hombre. Ha de tener 26 años, si no me equivoco.
No es como si no vieras su fotografía todas las mañanas de tu vida. Y las tardes y los fines de semana, los días feriados…
Daniel me mira como si acabara de chuparse un limón.
—Dani…— susurro, una sonrisa comienza a nacer en la comisura de mis labios.
…¿Será posible que…?
—¡Ay, pero qué lindo lugar, Amor! ¿Aquí quieres encargar tu traje?—escucho decir a una mujer detrás de Daniel.
No te pases… ¡¿Se va a casar?!
Daniel continúa guardando silencio, su mirada no abandona mi rostro, y yo suspiro, temiéndome lo peor.
—¡Bienvenidos a Hidalgo's Dream! ¿Cómo puedo ayudarles?— pregunto suavemente. Intenté que mi voz sonara animada, pero creo que salió del asco mi saludo.
La morena que supongo es la novia de Daniel me sonríe, ajena a toda la tensión que danza en el ambiente. No pasan desapercibidas sus manos, mientras una está dentro de la chaqueta de Daniel, justo sobre su pectoral; la otra está tomándole la mano.
Daniel parece haber sido convertido en una gárgola, no se mueve ni habla, parece que está sufriendo una apoplejía allí de pie.
La morena entra nuevamente en mi campo de visión y yo trago grueso, observando el entusiasmo que parece destilar por los poros.
—¡Hola, Dina!, la verdad es que te sigo en I*******m desde hace tiempo…tus diseños son espectaculares y muero porque hagas mi vestido de novia. Daniel y yo estamos tan enamorados… sentimos que no hay tiempo qué perder...— parlotea, soltando una carcajada que es todo menos divertida.
Soy una persona madura, no debo tratar mal a ningún cliente porque soy profesional y tengo una carrera brillante...
—Entiendo totalmente. — susurro fingiendo una sonrisa, los ojos de Daniel me miran con tristeza por unos segundos, pero rápidamente oculta sus sentimientos. Doy un par de palmadas en el aire.—Pues, ¡Qué comience la fiesta, no hay tiempo qué perder!— gruño, aparentando alegría.
Luego de las presentaciones básicas (y de conocer que “María” es el nombre de la prometida de Daniel) nos encontramos buscando el vestido de los sueños de María. La mirada de Daniel no me deja en paz, la siento sobre mí tan pesada como un camión de concreto. Trabajo en ignorarla mientras hago alguna que otra pregunta a la novia. Generalmente, tengo una check-list que adoro repasar con mis clientes. En primer lugar, la novia debe definir el estilo de su boda, en segundo lugar fijar el presupuesto para el vestido, en tercer lugar buscar el momento perfecto para escoger el vestido (ni muy cerca de la fecha de la boda, ni muy lejos). En cuarto lugar debe escoger cuidadosamente quién la acompañará a probarse los modelos y ya ni pensemos en las demás partes de la lista. Nótese el orden que generalmente tienen las cosas, ésta pobre novia vino acompañada de Daniel, sin amigos ni familiares que le den el visto bueno a los vestidos que insistió en probarse hoy
Dos semanas después, en medio de una mañana repleta de trabajo, me doy cuenta de que me siento verdaderamente sola. He hecho tantas cosas en mi área laboral, me hice un nombre desde cero. Y sigo haciéndolo porque amo lo que hago. Pero la verdad es que fuera de mi pequeña familia y Sonia, el único amigo que tengo es Pablo. Extraño a Pablo. Él ha sido un gran apoyo para mí, el mejor hermano que pudiera soñar aun cuando no compartimos progenitores. Y encima Sonia (mi única trabajadora en la tienda, además de mí) está de reposo porque sufrió una caída terrible. No dejo de pensar, aun a pesar de todo el trabajo, en que Pablo no ha vuelto desde lo sucedido con Daniel. Mi mente repasa una y otra vez lo ocurrido como si fuera una película. Intento quitarla de la cartelera de estrenos pero el bendito cine de mi mente es bastante terco. Tengo muchísimas ganas de ver a Pablo, no sólo para que me ayude con Daniela (que por cierto se le da más de b
Respiro profundamente su olor a bebé y pienso en que no importa qué, Daniela vale cualquier sacrificio. Lo único que importa es su bienestar, así tenga que luchar contra viento y marea. — ¿Cómo te fue en clases?—pregunto parpadeando para alejar las lágrimas que quieren asomar. Sigo cargándola en brazos y dándole cariñitos, disfrutando su cercanía en éstos tiempos tan inciertos para mi. —Bien. — responde con su pulgar derecho en la boca. Respiro profundo, mirándola con desaprobación. —Dedito afuera, Dani. — digo con paciencia. —No, dedito rico. — susurra sonriente y yo le hago cosquillas. Daniela no es una niña de muchas palabras. De hecho sólo dice ocho: Abu, Mamá, Tío, Si, No, Dedito, Rico y Bien. Su psicóloga dice que es algo en lo que influyó sólo tenernos a mamá y a mí. — ¿Te gustaría comerte un heladito de Flo’s Coffe?— pregunto a mi nena con ternura. Daniela para de reír y me mira con los ojitos rebosantes
Tres años atrás, Caracas, Venezuela. — ¿Cuánto tardarás en desaparecer?— pregunta el Sr. Carnelutti desde su trono, en medio de su oficina. Ni siquiera sé cómo reaccionar ante sus palabras. Es el padre de Daniel, no hay lugar para dudas con sus ojos y complexión, sin embargo ésta cara que me está mostrando jamás la conocí y siento que puede terminar siendo todo lo contrario a una broma de mal gusto. Muy mal gusto. — ¡¿De verdad cree que voy a dejarlo?! ¡Usted no puede hacerme esto!— exclamo encolerizada. Mi mano viaja instintivamente a mi vientre. No, no puedo alejarme de Daniel… Él tiene que saber, no importa si por su bienestar deba dejarlo luego. Pero debe saber… —Daniel está creciendo cómo Arquitecto, no puedes cortarle las alas. Déjalo. No lo mereces. — dice con malicia brillando en sus ojos. —Usted no sabe…— comienzo a decir. Mis manos tiemblan de ira y no las puedo controlar. —
Pablo Carnelutti (Plaza la Concordia) Salgo de mi oficina en la vicepresidencia de la empresa. Había olvidado que Dina no puede buscar a Daniela hoy. Me despido de mi secretaria y tomo una manzana de la cesta de su escritorio al tiempo en que ella pone los ojos en blanco. Oculto una sonrisa dándole un gran mordisco a la fruta, al tiempo que esquivo un lápiz que se dirige a mi cabeza. El lápiz choca con la pared a mi lado y cae al suelo, oigo a Jaspe gruñir y suelto una carcajada. Molestarla es tan fácil… Cualquiera pensaría que debo botarla por su mal comportamiento; pero pienso que nadie más va a soportar mis manías. Sin notarlo, ya estoy saliendo del ascensor en planta baja. El personal me saluda en el camino y pienso en el tiempo que llevamos trabajando todos aquí. Disfruto de la estabilidad, no importa en qué sea. Soy una persona que a simple vista demuestr
David Carnelutti. Italia tiene tantas cosas reconocidas a nivel mundial, desde la educación, la música, el arte y la gastronomía, hasta nuestra famosa costumbre de unión familiar. Mi país de origen tiene tantas cosas valiosas para imitar, nací, crecí, emigré; pero siempre mantuve mis raíces en mi mente y corazón. Mi familia fue numerosa y muy unida, aún después de tener cada uno nuestra propia familia, mi padre y madre nos esperaban para cenar todas las noches. Los viernes acostumbrábamos a reunirnos en el almuerzo, cuando los nonos aún estaban vivos. Pienso en mis hijos y en lo mal que he hecho todo. Pablo parece llevar una vida tan relajada que no me quiero imagina cuánto dinero ha despilfarrado por su mente jocosa e irracional y Daniel… Daniel ni siquiera sabe lo que es disfrutar de una comida completa conmigo. La última vez que me visitó fue hace como cuatro meses, se la pasa metido en su oficina y cuando no, está refundido en su
Victoria Torralba — ¡Abu!— llama Daniela desde su habitación y yo saco mi cabeza de debajo del lavamanos. — ¡Voy tesoro mío!— exclamo y corro escaleras arriba. La pequeña está extendida entre un desastre de cojines de Minnie Mouse y sábanas de princesas. — ¿Quieres tus galletitas de merienda, mi amor?— pregunto al tiempo en que se abraza a mi cuello como lapa. —Sí, Abu. — dice suavecito. Dios nos bendiga con muchas galletas de chispas de chocolate para el futuro. —Bueno, te las daré, pero tienes que aprenderte algo, Daniela. — digo y se me hace un nudo en la garganta de imaginar la furia de Dina cuando se entere. Todo sea por el bienestar de mi nieta. -------- Llevo toda la tarde en esto y no puedo dejar de pensar en lo imbécil que es David Carnelutti. Mira que perderse el crecimiento de Daniela por idiota, sólo le pasa a Él. Daniela es inteligente, y me lo ha
Nos separa una hermosa mesa de cristal en el centro y yo no podría estar más agradecida por eso. El hombre es guapo, como con una clase de cosa llamativa que me deja un poco sin palabras. Tiene el cabello castaño, un poco despeinado pero le queda la mar de bien. Su bata blanca está sobre una camisa azul claro y un pantalón de vestir gris. Y tiene lentes, de marco grueso en color negro, ocultándole unos ojos oscuros bastante escrutadores. Merde, con sólo mirarme debe saber de qué color tengo el alma. — ¿Sta. Hidalgo?—pregunta, inclinándose cerca para aparecer en mi campo de visión, por lo que me imagino que es segunda o tercera vez que lo repite. Se dio cuenta que estaba evaluándolo. Merde. — ¿S-si?— pregunto, obviamente un poco nerviosa. —Le decía que necesito que me dé algunos de sus datos y por supuesto me indique en qué puedo ayudarle. —dice, luego me hace una serie de preguntas como mi dirección, número telefónico