Pablo Carnelutti (Plaza la Concordia)
Salgo de mi oficina en la vicepresidencia de la empresa.
Había olvidado que Dina no puede buscar a Daniela hoy.
Me despido de mi secretaria y tomo una manzana de la cesta de su escritorio al tiempo en que ella pone los ojos en blanco.
Oculto una sonrisa dándole un gran mordisco a la fruta, al tiempo que esquivo un lápiz que se dirige a mi cabeza.
El lápiz choca con la pared a mi lado y cae al suelo, oigo a Jaspe gruñir y suelto una carcajada.
Molestarla es tan fácil…
Cualquiera pensaría que debo botarla por su mal comportamiento; pero pienso que nadie más va a soportar mis manías.
Sin notarlo, ya estoy saliendo del ascensor en planta baja.
El personal me saluda en el camino y pienso en el tiempo que llevamos trabajando todos aquí. Disfruto de la estabilidad, no importa en qué sea.
Soy una persona que a simple vista demuestra ser jocosa y relajada, pero lo cierto es que al igual que cualquiera con al menos cuatro dedos de frente, tengo aspiraciones, sueños, planes; y ninguno de ellos se alcanza con irresponsabilidad, una vida relajada y sin esfuerzo.
Quiero mi propia familia, ser feliz con la mujer que existe para complementarme y disfrutar de buenos momentos. Por esa razón, quisiera que mi hermano disfrutara de su familia. Sé que Dina y Daniel pueden arreglar las cosas.
Estuve allí como observador y todo fue culpa de mi padre, por sus estúpidas ideas elitistas mi hermano no está disfrutando de la familia que ni si quiera sabe que tiene.
Dina debió decirle a Daniel todo en el momento en mi opinión, pero lo hecho, hecho está. Ya sólo queda arreglar esta situación de la forma más madura y siempre buscando el bienestar de Daniela. Es un asco tener que guardar el secreto, pero la verdad es que temo que Dina huya de nuevo y aleje a mi sobrina de mí. Y la entiendo totalmente, es su mecanismo de defensa y ella siempre quiere alejar a Dani de mi padre.
Veo el carro estacionado desde lejos y le quito el seguro al carro.
Subo y salgo volando para la escuela de mi sobrina.
Al llegar, Daniela está esperándome sentada sobre la banca de la salida.
Su bolso y abrigo están a su lado y sus piececitos ni siquiera llegan al suelo.
Es una monada.
Por su ceño y labios fruncidos, sé que está enojada.
A las reinas no les gusta esperar; bien que lo decía mamá.
— ¿Dónde está la reina más hermosa del mundo entero?— grito, asustando a los demás niños en la salida.
—No. — responde ella, enojada pero saliendo a mi encuentro con su bolso en una mano y el abrigo en otro. Lucho por no soltar la carcajada, eso la pondría peor.
Bien que se gasta su carácter la Carneluttita.
Ignoro su mal humor de mediodía y la tomo en brazos feliz de la vida.
Le doy unos cuantos besos y exijo mi cantidad de besos diarios.
Ella parece reacia al principio, pero luego accede a darme mis besos.
— ¿Me acompañas a ver a alguien?— pregunto, depositándola en el asiento trasero, ajustándole el seguro de su asiento para bebés.
—Sí. — dice y comienza a sacar las cosas de su maletita para jugar con sus cosas.
Mientras manejo, recuerdo que hace algunos meses Daniela dejó un paquetito de marcadores en mi carro y Daniel lo vio.
Es que cuando las cosas están por suceder…
Daniel nunca, jamás, me pide el carro; pero se accidentó, tuve que ir a buscarlo y parece que el paquetito de marcadores era de colores neón, porque lo vio de una vez en el asiento trasero.
Mentí; asegurando que los marcadores eran del hijo de un amigo.
Han estado tan cerca y a la vez tan lejos, padre e hija.
Una vez que doy con el parque que papá frecuenta, bajo del auto con Daniela.
Su manito presiona la mía, un poco más fuerte que de costumbre.
Mi sobrina se extraña de que la traiga al parque en horas de almuerzo, yo mantengo un comportamiento relajado para que no se asuste.
Mi papá está sentado, como siempre, en un banco cerca de los columpios.
Mirando el horizonte.
Me aclaro la garganta y él me nota, se pone de pie.
— ¿Pablo, qué haces aq…?— comienza a preguntar, peo luego nota a mi reina. — ¿Y ésa niña, de dónde…?— sus palabras mueren en su boca cuando Daniela alza el rostro.
Y podría ser malvado de mi parte, pero no me siento nada mal cuando veo que posiblemente le dé un ataque al corazón de la impresión.
Sus ojos tienen un brillo de conocimiento de lo que sucede; él sabe que ésta pequeña es su familia. Él lo sabe.
— ¿Cómo se llama?—pregunta, intentando ignorar que su nieta tiene boquita y habla. Poco, pero lo hace.
Tomo a Daniela en brazos, para que sea más notorio su parecido a mí, a nosotros, a él.
Ella rodea con sus bracitos mi cuello y nada pasa desapercibido ante la mirada escudriñadora de papá.
—Daniela. —digo, dejando caer la bomba.
Papá traga grueso.
— ¿Tiene cinco, verdad?— pregunta con la voz rota. Si no conociera tanto su carácter diría que mantiene la compostura la mar de bien. Pero la verdad es que para bien o para mal, tiene que estar disfrutando de un festival de emociones en su interior.
—Cuatro, cumple los cinco el mes que viene. —informo y sé que la vida ha sido irónica con papá. —El dos de junio, el mismo día de tu cumpleaños.— dejo caer.
— ¿Puedo cargarla?— pregunta con los ojos vidriosos.
Admirad la caída de la máscara.
Abro la boca para responder, pero Daniela se me adelanta, aferrándose más fuerte a mí y escondiendo su rostro en mi cuello.
—No. — dice ella suavemente, sin sacar su rostro de mi cuello. —Mamá, Abu. — dice, dándome a entender que quiere ir con su mamá.
Yo asiento, entendiendo que quiere ir con su mamá y abuela.
Papá parpadea, casi dejando salir las lágrimas.
¿Quién lo diría?
Dina le advirtió a papá esto, aquel día en su oficina; lo que siembras, cosechas.
—Haz las cosas bien de ahora en adelante, papá. Los niños sienten y entienden. Y no creo que quieras que Daniela, tu primera nieta, te haga conocer la cosecha de lo que sembraste hace casi cinco años, porque vas a lamentar todo lo que le hiciste a Dina. — susurro antes de salir de allí, dejándolo con la palabra en la boca.
Abro la puerta trasera del carro y sonrío para mis adentros.
Primera parte del plan: completada.
—Vamos con tu mamá, cara mía. — susurro y beso su sien para luego ajustar su cinturón.
David Carnelutti. Italia tiene tantas cosas reconocidas a nivel mundial, desde la educación, la música, el arte y la gastronomía, hasta nuestra famosa costumbre de unión familiar. Mi país de origen tiene tantas cosas valiosas para imitar, nací, crecí, emigré; pero siempre mantuve mis raíces en mi mente y corazón. Mi familia fue numerosa y muy unida, aún después de tener cada uno nuestra propia familia, mi padre y madre nos esperaban para cenar todas las noches. Los viernes acostumbrábamos a reunirnos en el almuerzo, cuando los nonos aún estaban vivos. Pienso en mis hijos y en lo mal que he hecho todo. Pablo parece llevar una vida tan relajada que no me quiero imagina cuánto dinero ha despilfarrado por su mente jocosa e irracional y Daniel… Daniel ni siquiera sabe lo que es disfrutar de una comida completa conmigo. La última vez que me visitó fue hace como cuatro meses, se la pasa metido en su oficina y cuando no, está refundido en su
Victoria Torralba — ¡Abu!— llama Daniela desde su habitación y yo saco mi cabeza de debajo del lavamanos. — ¡Voy tesoro mío!— exclamo y corro escaleras arriba. La pequeña está extendida entre un desastre de cojines de Minnie Mouse y sábanas de princesas. — ¿Quieres tus galletitas de merienda, mi amor?— pregunto al tiempo en que se abraza a mi cuello como lapa. —Sí, Abu. — dice suavecito. Dios nos bendiga con muchas galletas de chispas de chocolate para el futuro. —Bueno, te las daré, pero tienes que aprenderte algo, Daniela. — digo y se me hace un nudo en la garganta de imaginar la furia de Dina cuando se entere. Todo sea por el bienestar de mi nieta. -------- Llevo toda la tarde en esto y no puedo dejar de pensar en lo imbécil que es David Carnelutti. Mira que perderse el crecimiento de Daniela por idiota, sólo le pasa a Él. Daniela es inteligente, y me lo ha
Nos separa una hermosa mesa de cristal en el centro y yo no podría estar más agradecida por eso. El hombre es guapo, como con una clase de cosa llamativa que me deja un poco sin palabras. Tiene el cabello castaño, un poco despeinado pero le queda la mar de bien. Su bata blanca está sobre una camisa azul claro y un pantalón de vestir gris. Y tiene lentes, de marco grueso en color negro, ocultándole unos ojos oscuros bastante escrutadores. Merde, con sólo mirarme debe saber de qué color tengo el alma. — ¿Sta. Hidalgo?—pregunta, inclinándose cerca para aparecer en mi campo de visión, por lo que me imagino que es segunda o tercera vez que lo repite. Se dio cuenta que estaba evaluándolo. Merde. — ¿S-si?— pregunto, obviamente un poco nerviosa. —Le decía que necesito que me dé algunos de sus datos y por supuesto me indique en qué puedo ayudarle. —dice, luego me hace una serie de preguntas como mi dirección, número telefónico
Daniel Carnelutti Desde que vi nuevamente a Dina, mi vida ha sido una locura. No dejo de pensarla. Sueño con ella, con lo que vivimos juntos antes de que desapareciera de mi vida sin siquiera considerar decirme qué cosa hice mal. La amé mucho el tiempo que estuvimos juntos. Fue tan descontrolado todo, un enamoramiento flash que se sentía tan fuerte como al eternidad. Ambos lo sabíamos, entonces no logro entender qué merde pasó, como para que toda nuestra vida juntos se fuera al garete. Mi teléfono suena anunciando que tengo un recordatorio. Cita con el odontólogo. Como si no tuviera suficiente castigo con éste desasosiego y mi desvelo, me toca tratamiento de conducto hoy. No debería quejarme, considerando el hecho de que llevo un buen tiempo soportando un terrible dolor de muelas. Me arreglo lo mejor que puedo dada mi situación emocional y física, y salgo a afrontar un día más
El tiempo ha pasado tan rápido desde que hablé con Pablo cuando arreglábamos la casa. No he visto más al tonto y la verdad, como siempre, me hace un poco de falta. Es como un hermano para mí y para Dani ha sido un tío excelente. Siempre está al pendiente de buscarla a la salida del colegio, de traerle golosinas (aun cuando le prohíbo que lo haga por las caries) y de apoyarme con las compras, o cualquier cosa en la casa. Y no se imagina lo agradecida que estoy con él, por el apoyo que me ha dado desde el principio y por guardar el secreto sin importar qué. ¿Qué habría sucedido si Pablo le decía a Daniel? ¿Seríamos una familia feliz o una familia disfuncional? La semana estuvo repleta de una cita tras otra en la tienda. He tenido mucho trabajo diseñando, por suerte he gozado de tiempo disponible para hacerlo. Aun así, la conversación pendiente con Daniel siempre se hace un espacio en mi mente. Sin importar qué tan ocupada me en
Entre diseñar un velo de novia mega especial (con incrustaciones de perlas) y cortar algunos moldes que luego debo enviar a costura, pienso en no perder más mi tiempo. Marco el número de Pablo y responde al cuarto timbre. —Espero que me estés llamando para…—comienza a decir. —Necesito que por favor le digas a Daniel que venga a verme a la tienda. Puedo esperarlo aquí hasta las siete, yo creo que para mañana es tarde. —digo interrumpiéndolo. —Bueno, pues la verdad estoy feliz y orgulloso de lo valiente que eres, Dina. Todo irá bien, tranquila. Le escribiré y en cuanto me responda te aviso. Igual pasaré por Dani en la tarde, quiero llevarla a pasear. — dice y luego nos despedimos. Sintiéndome más tranquila, continúo con mi trabajo. A la hora del mediodía, Pablo me envía la respuesta que le dio Daniel. Es un simple “ok” que me deja muy preocupada, pensando en que la relación de Daniel y Pablo también se vio afectada por la forma e
Me duele el estómago. Mi cuerpo tiembla un poco y me es inevitable tomar aire profundamente. Llegó la hora de la verdad. — ¿Y cuál es la verdad?— comienza a preguntar Daniel con el ceño fruncido. —Bueno, yo…—comienzo a decir. Pablo me hace gestos, instándome a hablar, mientras vuelve a tomarse su estúpido chocolate. —Yo… Yo… escucha, sucede que yo…—balbuceo sin saber cómo comenzar a decirle que es padre desde hace casi cinco años. ¿Cómo le dig…? —Dina, no puedes seguir ocultándolo. — me presiona Pablo sonriente y yo trago grueso cuando noto que está viendo a Daniela por el espejo que está al lado de la recepción. Por su posición y altura claramente ve el reflejo de un espejo en el que está frente a el y justo detrás de Daniel. El idiota habla alto, intentando que mi hija lo note. Pedazo de traidor. No se suponía que me presionara tanto… Mirando de soslayo, noto que Daniela se está moviendo. Daniel frente a mí se frota las sienes. —Dina, acaba ya con…—comienza a decir. — ¡
Dina Hidalgo Miro la mesita a mi lado y suspiro. Estaba un poco deshidratada y la falta de alimentación fue lo que me hizo sentir débil y adolorida del estómago; por lo que el Dr. Jiménez me administró suero intravenosa y algunas vitaminas para darle un empujoncito a mi sistema inmune y así evitar el contagio de cualquier virus. La verdad, el hombre habló tanto (de tantas cosas a la vez) mientras me señalaba la intravenosa que ya ni sé qué en sí me indicaron y para qué. A excepción del suero, que obviamente es para hidratarme. Lo veo acomodar una que otra cosa y luego anota en la historia que cuelga de la camilla. Segundos después de la explicación y partida del Dr. Jiménez, Daniel entra con Daniela en brazos. No dice nada, sólo sienta a la niña a mi lado y ella me da un abrazo. — ¿Bien, Mamá?— pregunta y yo asiento con lágrimas en los ojos. ¿Va a quitarme a mí bebé? No lo puedo permitir, su papá… —Siento lo que papá hizo, ni siquiera me ha explicado pero ya me hago una idea