Tres años atrás, Caracas, Venezuela.
— ¿Cuánto tardarás en desaparecer?— pregunta el Sr. Carnelutti desde su trono, en medio de su oficina.
Ni siquiera sé cómo reaccionar ante sus palabras. Es el padre de Daniel, no hay lugar para dudas con sus ojos y complexión, sin embargo ésta cara que me está mostrando jamás la conocí y siento que puede terminar siendo todo lo contrario a una broma de mal gusto. Muy mal gusto.
— ¡¿De verdad cree que voy a dejarlo?! ¡Usted no puede hacerme esto!— exclamo encolerizada.
Mi mano viaja instintivamente a mi vientre.
No, no puedo alejarme de Daniel… Él tiene que saber, no importa si por su bienestar deba dejarlo luego. Pero debe saber…
—Daniel está creciendo cómo Arquitecto, no puedes cortarle las alas. Déjalo. No lo mereces. — dice con malicia brillando en sus ojos.
—Usted no sabe…— comienzo a decir. Mis manos tiemblan de ira y no las puedo controlar.
— ¿Qué, qué es lo que no sé?... ¿Vas a inventarte una enfermedad, algún embarazo?— pregunta burlonamente. —Hoy en día, las mujeres como tú se inventan cualquier cosa para clavarle las garras a hombres como mi hijo. —agrega y yo trato de contener las lágrimas.
Algo se mueve en mí interior.
Justo debajo de mi estómago, en el centro de mí.
Mi bebé se mueve por primera vez.
Lo sentí como un cosquilleo dentro de mí.
No estoy sola, tengo a éste bebé y no pienso permitir que nadie lo dañe.
Si debo alejarme de Daniel, pues que así sea. No puedo arriesgarme, no sé de qué es capaz el Sr. Carnelutti y tampoco puedo aventurarme a descubrirlo.
— ¡Ya!, suficiente de faltarme el respeto… ¿Usted quiere que me aleje de Daniel sólo para conservar su reputación de familia adinerada?—pregunto, sé que parezco tonta, pero aún me cuesta creerlo.
—Sí… ¿eres arribista y además sorda?—pregunta con desdén y luego suelta una carcajada.
— ¿Y si me niego a dejar a Daniel?— pregunto, mis ojos están húmedos, al borde del llanto.
—Se traduciría en: tu mamá y tú, en la calle y sin posibilidades de conseguir trabajo…—comienza a decir y lo interrumpo.
— ¿Sería capaz de semejante barbaridad?— pregunto dolida.
¿Dónde está el hombre dulce que me presentó Daniel hace un par de años?
¿Qué clase de monstruo es éste?
El Sr. Carnelutti ríe sin diversión.
—De eso y más. Además, no sería tan difícil cerrarte las puertas con lo que se avecina en cuanto al país. —indica con indiferencia, jactándose de sus conocidos contactos políticos.—Sabes que puedo demandar a tú mamá, no pagó la renta en los últimos 5 años. Violó lo establecido en el contrato y todavía conservo pruebas de todo el dinero que le presté a tu papá para que despilfarrara. — informa y yo me atraganto.
¿5 años?
¿Papá le debía dinero?
— ¿Quieres que siga? ¡descubrí que Daniel estuvo ayudándolas con mi dinero todo éste tiempo, puedo refundirlas en la cárcel por tomar lo que no les pertenece y encima violar un contrato, por no pagar las deudas que adquirió tu padre!— gruñe y yo me encojo.
¿Cómo podría conseguir dinero para comer, solventar las necesidades de mi bebé, pagar lo que se le debe al Sr. Carnelutti y pagar las consultas de mi mamá?
Yo… no puedo seguir luchando con tanto…
Respiro profundo, sintiendo que lo más seguro es que me arrepienta de mi decisión en el futuro.
—Escúcheme muy bien; si sembramos odio, odio cosecharemos. Usted está siendo muy injusto, más que eso un imbécil, la verdad. Pero no pierda la tranquilidad… Todo, absolutamente todo, cae por su peso y no se preocupe; pagaré hasta el último centavo que se debe. — susurro con tristeza, girándome en dirección a la puerta.
— ¿Dina?— me llama el Sr. Carnelutti antes de que salga de su oficina.
¿Cómo alguien puede tener el poder de destrozarte con sólo algunas palabras?
Me detengo, aun dándole la espalda y él se aclara la garganta.
—Deja las llaves de la moto que te regaló Daniel. Tampoco la mereces. No mereces nada que provenga de mi hijo, ni las miradas si quiera. — señala con desprecio.
Yo asiento en silencio, derramando el mar embravecido que siento en mi interior por mis ojos.
Saco las llaves de mi bolsillo trasero y la pongo dentro del tazón decorativo que está en la mesa de la esquina.
—Todo lo que va, vuelve, Sr. Carnelutti. Téngalo presente. — digo con la frente en alto.
—Se acabó el caso caritativo de Daniel. Es hora de que consiga a una mujer que valga la pena. —escupe con maldad.
Salgo de la oficina del buffet sin mirar atrás.
Una nueva vida está por comenzar, y no hay manera de que lo deje pasar.
No importa cuánto cueste conseguirla.
Pablo Carnelutti
Me aparto de la puerta de la oficina de papá y como acto reflejo me escondo en el pasillo contiguo.
Mi boca no quiere cerrarse. Estoy conmocionado.
Dina. Papá. Daniel.
¿Inventarse un EMBARAZO?
Veo a Dina salir de la oficina de papá y me apresuro a seguirla.
—Pssssst. — siseo, llamándola disimuladamente.
Dina se detiene y se gira encarándome.
Sus ojos están enrojecidos, rostro pálido y su cuerpo tiembla.
Abro la boca para preguntarle qué se supone que hace, pero su mano llama mi atención.
Su mano (con el anillo de compromiso que mi hermano le dio) descansando protectoramente sobre su vientre.
No puede ser, ¡sólo falta que una de las hermanas Fanning se enamore de mí!
—Por favor no le digas a nadie. — pide Dina con un brillo de reconocimiento en los ojos.
Shit.
Voy a ser tío.
Daniel Carnelutti (ocho meses después, Caracas, Venezuela).
El vodka quema mi garganta a su paso y yo parpadeo, intentando mantenerme despierto.
¿Dónde está metido Pablo cuando lo necesito, carajo?
Lloro desconsolado, porque Dina me dejó, mi hermano también y mi padre me presiona como si no tuviera derecho a respirar por mi propia cuenta sin pedirle permiso.
Mi vida está hecha un desastre y yo sólo quisiera volver a ser feliz.
No entiendo nada, Dina se fue sin explicación. Puse mi anillo en su dedo, creo que demostré suficiente compromiso con ella como para al menos merecer una estúpida explicación de qué coño hice mal.
La foto de Dina quema en mi mano derecha.
Sus sonrisas, su cabello, sus labios… tan perfectos. Toda ella, era tan mía.
¿Qué tendría en mente?
¿Cómo pudo desaparecer así?, caray.
Doy otro trago a la botella y gimo del sentimiento.
¿Dónde se supone que está Pablo cuando lo necesito?
Menuda borrachera me estoy metiendo, pero con todo gusto.
Pablo Carnelutti, Sala de parto (hospital de clínicas caracas); Caracas, Venezuela.
La mano de Dina estruja la mía entre sus dedos.
Shit.
Los sonidos de fondo del hospital son irritantes; ambulancias, pitidos de máquinas y llantos mezclados con quejidos desconsolados.
—Respira, respira conmigo; pero no me presiones tanto. — la animo.
Dina me mira furibunda.
— ¡Cierra la boca, Pablo!— gruñe ella enojadísima. —Como no me ayudes… ¡AAAARGGGG!— grita adolorida.
Yo gimo, mi mano adolorida da gritos de auxilio mientras ella la masacra.
—Tenemos que llamarlo, Dina. Es su bebé también. No puedes solo…— intento convencerla.
—¡No me… AAARRGGG!... ¡NO LE DIRÉ, ES MÍ BEBÉ!— Inhala y exhala para luego gruñir de nuevo.
—Ya está, sólo una vez más y verás a tu bebé, solo una vez…— anima la doctora y yo pongo los ojos en blanco.
¿Cómo se le ocurre interrumpir nuestra conversación?
¡¿Qué no ve lo importante que es?!
—Dina… —susurro incómodo.
— ¡LISTO!—grita a todo pulmón la doctora al tiempo que un llanto estridente llena la habitación, escucho a Dina suspirar sonoramente. Mientras la doctora parlotea y le entrega la pequeña criatura a la enfermera, yo no puedo dejar de ver a mi pequeño sobrino.— Tienes una preciosa niña, ahí, Dina.— dice sonriente, haciendo algo allí, debajo de la bata azul de Dina, en donde no le llega el sol.
Espera… ¿Acaso dijo “niña”?
—Mira a tu bebé. — susurra la enfermera, entregándole la bebé a Dina.
Me posiciono a su lado y, sin esperarlo, me encuentro llorando.
Soy tío de una preciosidad…
Mi hermano es padre… y no lo sabe.
De pronto el sweater que estoy usando me asfixia. Estiro un poco el cuello para respirar profundamente.
Esto es una locura, y yo sólo espero sobrevivir a ella.
Pablo Carnelutti (Plaza la Concordia) Salgo de mi oficina en la vicepresidencia de la empresa. Había olvidado que Dina no puede buscar a Daniela hoy. Me despido de mi secretaria y tomo una manzana de la cesta de su escritorio al tiempo en que ella pone los ojos en blanco. Oculto una sonrisa dándole un gran mordisco a la fruta, al tiempo que esquivo un lápiz que se dirige a mi cabeza. El lápiz choca con la pared a mi lado y cae al suelo, oigo a Jaspe gruñir y suelto una carcajada. Molestarla es tan fácil… Cualquiera pensaría que debo botarla por su mal comportamiento; pero pienso que nadie más va a soportar mis manías. Sin notarlo, ya estoy saliendo del ascensor en planta baja. El personal me saluda en el camino y pienso en el tiempo que llevamos trabajando todos aquí. Disfruto de la estabilidad, no importa en qué sea. Soy una persona que a simple vista demuestr
David Carnelutti. Italia tiene tantas cosas reconocidas a nivel mundial, desde la educación, la música, el arte y la gastronomía, hasta nuestra famosa costumbre de unión familiar. Mi país de origen tiene tantas cosas valiosas para imitar, nací, crecí, emigré; pero siempre mantuve mis raíces en mi mente y corazón. Mi familia fue numerosa y muy unida, aún después de tener cada uno nuestra propia familia, mi padre y madre nos esperaban para cenar todas las noches. Los viernes acostumbrábamos a reunirnos en el almuerzo, cuando los nonos aún estaban vivos. Pienso en mis hijos y en lo mal que he hecho todo. Pablo parece llevar una vida tan relajada que no me quiero imagina cuánto dinero ha despilfarrado por su mente jocosa e irracional y Daniel… Daniel ni siquiera sabe lo que es disfrutar de una comida completa conmigo. La última vez que me visitó fue hace como cuatro meses, se la pasa metido en su oficina y cuando no, está refundido en su
Victoria Torralba — ¡Abu!— llama Daniela desde su habitación y yo saco mi cabeza de debajo del lavamanos. — ¡Voy tesoro mío!— exclamo y corro escaleras arriba. La pequeña está extendida entre un desastre de cojines de Minnie Mouse y sábanas de princesas. — ¿Quieres tus galletitas de merienda, mi amor?— pregunto al tiempo en que se abraza a mi cuello como lapa. —Sí, Abu. — dice suavecito. Dios nos bendiga con muchas galletas de chispas de chocolate para el futuro. —Bueno, te las daré, pero tienes que aprenderte algo, Daniela. — digo y se me hace un nudo en la garganta de imaginar la furia de Dina cuando se entere. Todo sea por el bienestar de mi nieta. -------- Llevo toda la tarde en esto y no puedo dejar de pensar en lo imbécil que es David Carnelutti. Mira que perderse el crecimiento de Daniela por idiota, sólo le pasa a Él. Daniela es inteligente, y me lo ha
Nos separa una hermosa mesa de cristal en el centro y yo no podría estar más agradecida por eso. El hombre es guapo, como con una clase de cosa llamativa que me deja un poco sin palabras. Tiene el cabello castaño, un poco despeinado pero le queda la mar de bien. Su bata blanca está sobre una camisa azul claro y un pantalón de vestir gris. Y tiene lentes, de marco grueso en color negro, ocultándole unos ojos oscuros bastante escrutadores. Merde, con sólo mirarme debe saber de qué color tengo el alma. — ¿Sta. Hidalgo?—pregunta, inclinándose cerca para aparecer en mi campo de visión, por lo que me imagino que es segunda o tercera vez que lo repite. Se dio cuenta que estaba evaluándolo. Merde. — ¿S-si?— pregunto, obviamente un poco nerviosa. —Le decía que necesito que me dé algunos de sus datos y por supuesto me indique en qué puedo ayudarle. —dice, luego me hace una serie de preguntas como mi dirección, número telefónico
Daniel Carnelutti Desde que vi nuevamente a Dina, mi vida ha sido una locura. No dejo de pensarla. Sueño con ella, con lo que vivimos juntos antes de que desapareciera de mi vida sin siquiera considerar decirme qué cosa hice mal. La amé mucho el tiempo que estuvimos juntos. Fue tan descontrolado todo, un enamoramiento flash que se sentía tan fuerte como al eternidad. Ambos lo sabíamos, entonces no logro entender qué merde pasó, como para que toda nuestra vida juntos se fuera al garete. Mi teléfono suena anunciando que tengo un recordatorio. Cita con el odontólogo. Como si no tuviera suficiente castigo con éste desasosiego y mi desvelo, me toca tratamiento de conducto hoy. No debería quejarme, considerando el hecho de que llevo un buen tiempo soportando un terrible dolor de muelas. Me arreglo lo mejor que puedo dada mi situación emocional y física, y salgo a afrontar un día más
El tiempo ha pasado tan rápido desde que hablé con Pablo cuando arreglábamos la casa. No he visto más al tonto y la verdad, como siempre, me hace un poco de falta. Es como un hermano para mí y para Dani ha sido un tío excelente. Siempre está al pendiente de buscarla a la salida del colegio, de traerle golosinas (aun cuando le prohíbo que lo haga por las caries) y de apoyarme con las compras, o cualquier cosa en la casa. Y no se imagina lo agradecida que estoy con él, por el apoyo que me ha dado desde el principio y por guardar el secreto sin importar qué. ¿Qué habría sucedido si Pablo le decía a Daniel? ¿Seríamos una familia feliz o una familia disfuncional? La semana estuvo repleta de una cita tras otra en la tienda. He tenido mucho trabajo diseñando, por suerte he gozado de tiempo disponible para hacerlo. Aun así, la conversación pendiente con Daniel siempre se hace un espacio en mi mente. Sin importar qué tan ocupada me en
Entre diseñar un velo de novia mega especial (con incrustaciones de perlas) y cortar algunos moldes que luego debo enviar a costura, pienso en no perder más mi tiempo. Marco el número de Pablo y responde al cuarto timbre. —Espero que me estés llamando para…—comienza a decir. —Necesito que por favor le digas a Daniel que venga a verme a la tienda. Puedo esperarlo aquí hasta las siete, yo creo que para mañana es tarde. —digo interrumpiéndolo. —Bueno, pues la verdad estoy feliz y orgulloso de lo valiente que eres, Dina. Todo irá bien, tranquila. Le escribiré y en cuanto me responda te aviso. Igual pasaré por Dani en la tarde, quiero llevarla a pasear. — dice y luego nos despedimos. Sintiéndome más tranquila, continúo con mi trabajo. A la hora del mediodía, Pablo me envía la respuesta que le dio Daniel. Es un simple “ok” que me deja muy preocupada, pensando en que la relación de Daniel y Pablo también se vio afectada por la forma e
Me duele el estómago. Mi cuerpo tiembla un poco y me es inevitable tomar aire profundamente. Llegó la hora de la verdad. — ¿Y cuál es la verdad?— comienza a preguntar Daniel con el ceño fruncido. —Bueno, yo…—comienzo a decir. Pablo me hace gestos, instándome a hablar, mientras vuelve a tomarse su estúpido chocolate. —Yo… Yo… escucha, sucede que yo…—balbuceo sin saber cómo comenzar a decirle que es padre desde hace casi cinco años. ¿Cómo le dig…? —Dina, no puedes seguir ocultándolo. — me presiona Pablo sonriente y yo trago grueso cuando noto que está viendo a Daniela por el espejo que está al lado de la recepción. Por su posición y altura claramente ve el reflejo de un espejo en el que está frente a el y justo detrás de Daniel. El idiota habla alto, intentando que mi hija lo note. Pedazo de traidor. No se suponía que me presionara tanto… Mirando de soslayo, noto que Daniela se está moviendo. Daniel frente a mí se frota las sienes. —Dina, acaba ya con…—comienza a decir. — ¡