Victoria Torralba
— ¡Abu!— llama Daniela desde su habitación y yo saco mi cabeza de debajo del lavamanos.
— ¡Voy tesoro mío!— exclamo y corro escaleras arriba. La pequeña está extendida entre un desastre de cojines de Minnie Mouse y sábanas de princesas.
— ¿Quieres tus galletitas de merienda, mi amor?— pregunto al tiempo en que se abraza a mi cuello como lapa.
—Sí, Abu. — dice suavecito.
Dios nos bendiga con muchas galletas de chispas de chocolate para el futuro.
—Bueno, te las daré, pero tienes que aprenderte algo, Daniela. — digo y se me hace un nudo en la garganta de imaginar la furia de Dina cuando se entere.
Todo sea por el bienestar de mi nieta.
--------
Llevo toda la tarde en esto y no puedo dejar de pensar en lo imbécil que es David Carnelutti. Mira que perderse el crecimiento de Daniela por idiota, sólo le pasa a Él.
Daniela es inteligente, y me lo ha
Nos separa una hermosa mesa de cristal en el centro y yo no podría estar más agradecida por eso. El hombre es guapo, como con una clase de cosa llamativa que me deja un poco sin palabras. Tiene el cabello castaño, un poco despeinado pero le queda la mar de bien. Su bata blanca está sobre una camisa azul claro y un pantalón de vestir gris. Y tiene lentes, de marco grueso en color negro, ocultándole unos ojos oscuros bastante escrutadores. Merde, con sólo mirarme debe saber de qué color tengo el alma. — ¿Sta. Hidalgo?—pregunta, inclinándose cerca para aparecer en mi campo de visión, por lo que me imagino que es segunda o tercera vez que lo repite. Se dio cuenta que estaba evaluándolo. Merde. — ¿S-si?— pregunto, obviamente un poco nerviosa. —Le decía que necesito que me dé algunos de sus datos y por supuesto me indique en qué puedo ayudarle. —dice, luego me hace una serie de preguntas como mi dirección, número telefónico
Daniel Carnelutti Desde que vi nuevamente a Dina, mi vida ha sido una locura. No dejo de pensarla. Sueño con ella, con lo que vivimos juntos antes de que desapareciera de mi vida sin siquiera considerar decirme qué cosa hice mal. La amé mucho el tiempo que estuvimos juntos. Fue tan descontrolado todo, un enamoramiento flash que se sentía tan fuerte como al eternidad. Ambos lo sabíamos, entonces no logro entender qué merde pasó, como para que toda nuestra vida juntos se fuera al garete. Mi teléfono suena anunciando que tengo un recordatorio. Cita con el odontólogo. Como si no tuviera suficiente castigo con éste desasosiego y mi desvelo, me toca tratamiento de conducto hoy. No debería quejarme, considerando el hecho de que llevo un buen tiempo soportando un terrible dolor de muelas. Me arreglo lo mejor que puedo dada mi situación emocional y física, y salgo a afrontar un día más
El tiempo ha pasado tan rápido desde que hablé con Pablo cuando arreglábamos la casa. No he visto más al tonto y la verdad, como siempre, me hace un poco de falta. Es como un hermano para mí y para Dani ha sido un tío excelente. Siempre está al pendiente de buscarla a la salida del colegio, de traerle golosinas (aun cuando le prohíbo que lo haga por las caries) y de apoyarme con las compras, o cualquier cosa en la casa. Y no se imagina lo agradecida que estoy con él, por el apoyo que me ha dado desde el principio y por guardar el secreto sin importar qué. ¿Qué habría sucedido si Pablo le decía a Daniel? ¿Seríamos una familia feliz o una familia disfuncional? La semana estuvo repleta de una cita tras otra en la tienda. He tenido mucho trabajo diseñando, por suerte he gozado de tiempo disponible para hacerlo. Aun así, la conversación pendiente con Daniel siempre se hace un espacio en mi mente. Sin importar qué tan ocupada me en
Entre diseñar un velo de novia mega especial (con incrustaciones de perlas) y cortar algunos moldes que luego debo enviar a costura, pienso en no perder más mi tiempo. Marco el número de Pablo y responde al cuarto timbre. —Espero que me estés llamando para…—comienza a decir. —Necesito que por favor le digas a Daniel que venga a verme a la tienda. Puedo esperarlo aquí hasta las siete, yo creo que para mañana es tarde. —digo interrumpiéndolo. —Bueno, pues la verdad estoy feliz y orgulloso de lo valiente que eres, Dina. Todo irá bien, tranquila. Le escribiré y en cuanto me responda te aviso. Igual pasaré por Dani en la tarde, quiero llevarla a pasear. — dice y luego nos despedimos. Sintiéndome más tranquila, continúo con mi trabajo. A la hora del mediodía, Pablo me envía la respuesta que le dio Daniel. Es un simple “ok” que me deja muy preocupada, pensando en que la relación de Daniel y Pablo también se vio afectada por la forma e
Me duele el estómago. Mi cuerpo tiembla un poco y me es inevitable tomar aire profundamente. Llegó la hora de la verdad. — ¿Y cuál es la verdad?— comienza a preguntar Daniel con el ceño fruncido. —Bueno, yo…—comienzo a decir. Pablo me hace gestos, instándome a hablar, mientras vuelve a tomarse su estúpido chocolate. —Yo… Yo… escucha, sucede que yo…—balbuceo sin saber cómo comenzar a decirle que es padre desde hace casi cinco años. ¿Cómo le dig…? —Dina, no puedes seguir ocultándolo. — me presiona Pablo sonriente y yo trago grueso cuando noto que está viendo a Daniela por el espejo que está al lado de la recepción. Por su posición y altura claramente ve el reflejo de un espejo en el que está frente a el y justo detrás de Daniel. El idiota habla alto, intentando que mi hija lo note. Pedazo de traidor. No se suponía que me presionara tanto… Mirando de soslayo, noto que Daniela se está moviendo. Daniel frente a mí se frota las sienes. —Dina, acaba ya con…—comienza a decir. — ¡
Dina Hidalgo Miro la mesita a mi lado y suspiro. Estaba un poco deshidratada y la falta de alimentación fue lo que me hizo sentir débil y adolorida del estómago; por lo que el Dr. Jiménez me administró suero intravenosa y algunas vitaminas para darle un empujoncito a mi sistema inmune y así evitar el contagio de cualquier virus. La verdad, el hombre habló tanto (de tantas cosas a la vez) mientras me señalaba la intravenosa que ya ni sé qué en sí me indicaron y para qué. A excepción del suero, que obviamente es para hidratarme. Lo veo acomodar una que otra cosa y luego anota en la historia que cuelga de la camilla. Segundos después de la explicación y partida del Dr. Jiménez, Daniel entra con Daniela en brazos. No dice nada, sólo sienta a la niña a mi lado y ella me da un abrazo. — ¿Bien, Mamá?— pregunta y yo asiento con lágrimas en los ojos. ¿Va a quitarme a mí bebé? No lo puedo permitir, su papá… —Siento lo que papá hizo, ni siquiera me ha explicado pero ya me hago una idea
Daniel luce bastante sombrío y temo que me diga algo que no quiero escuchar. La luz de luna en el frente de la casa es lo que nos ilumina. Los vecinos parecen estar cenando y algunas personas pasan por la acera de enfrente, paseando a sus perros. —Dina, lamento mucho no haber estado en los momentos difíciles, pero creo que no podemos vivir a la sombra de lo que sucedió en el pasado. Anhelo que se muden a mi departamento cuanto antes, sé que es un piso al estilo de soltero, pero resolveré lo más rápido que pueda la compra de una casa…Quisiera proponerte que organicemos actividades para llevar de viaje y a pasear a Daniela, quiero que hagamos tantas cosas, te prometo que volverá todo a la normalidad.... —escupe las palabras una tras otra y yo casi me ahogo con mi propia saliva. —Daniel, quiero decir que sí a todos los planes que tengas con Daniela, pero no estoy aceptando tu idea de que sólo aparezcas… oh, bueno, nosotras aparezcamos…en fin, de que de repente estés incluyéndome aquí
Dina Hidalgo La montaña rusa se alza imponente frente a nosotros. Le robo un vistazo a Jonás para darme cuenta que aún ante la gigantesca montaña rusa, el hombre se ve tan grande que asusta. —Ni siquiera sé cómo se supone que vamos a subir ahí. —digo, usando mi mano como visera para evitar que me ciegue el sol. Jonás suelta una carcajada y yo me sonrojo. —Hay un área de carga y descarga donde la montaña rusa nos permite subir. Es como subir a un asiento de avión, sólo que no tan cómodo… ni tan seguro. — dice y sin mirarlo, puedo escuchar la diversión en su voz. Lo miro, admirando lo bien que le quedan los lentes de sol. Jonás se vistió hoy tan guapo y tan juvenil con unos jeans azul, camiseta de algodón verde oscuro y unos zapatos deportivos que lucen muy costosos. —Muy gracioso. — respondo, poniendo los ojos en blanco. — ¡Vamos!— exclama, me toma de la mano y trotamos hasta la zona de carga. Disimuladamente, saco mi mano de la suya en cuanto puedo. Jonás parece no notarlo y y