Daniel luce bastante sombrío y temo que me diga algo que no quiero escuchar. La luz de luna en el frente de la casa es lo que nos ilumina. Los vecinos parecen estar cenando y algunas personas pasan por la acera de enfrente, paseando a sus perros. —Dina, lamento mucho no haber estado en los momentos difíciles, pero creo que no podemos vivir a la sombra de lo que sucedió en el pasado. Anhelo que se muden a mi departamento cuanto antes, sé que es un piso al estilo de soltero, pero resolveré lo más rápido que pueda la compra de una casa…Quisiera proponerte que organicemos actividades para llevar de viaje y a pasear a Daniela, quiero que hagamos tantas cosas, te prometo que volverá todo a la normalidad.... —escupe las palabras una tras otra y yo casi me ahogo con mi propia saliva. —Daniel, quiero decir que sí a todos los planes que tengas con Daniela, pero no estoy aceptando tu idea de que sólo aparezcas… oh, bueno, nosotras aparezcamos…en fin, de que de repente estés incluyéndome aquí
Dina Hidalgo La montaña rusa se alza imponente frente a nosotros. Le robo un vistazo a Jonás para darme cuenta que aún ante la gigantesca montaña rusa, el hombre se ve tan grande que asusta. —Ni siquiera sé cómo se supone que vamos a subir ahí. —digo, usando mi mano como visera para evitar que me ciegue el sol. Jonás suelta una carcajada y yo me sonrojo. —Hay un área de carga y descarga donde la montaña rusa nos permite subir. Es como subir a un asiento de avión, sólo que no tan cómodo… ni tan seguro. — dice y sin mirarlo, puedo escuchar la diversión en su voz. Lo miro, admirando lo bien que le quedan los lentes de sol. Jonás se vistió hoy tan guapo y tan juvenil con unos jeans azul, camiseta de algodón verde oscuro y unos zapatos deportivos que lucen muy costosos. —Muy gracioso. — respondo, poniendo los ojos en blanco. — ¡Vamos!— exclama, me toma de la mano y trotamos hasta la zona de carga. Disimuladamente, saco mi mano de la suya en cuanto puedo. Jonás parece no notarlo y y
Pablo Carnelutti El edificio de Carnelutti Enterprising, c.a. se encuentra frente a mi, y mentiría si no me reconozco a mi mismo que pensar en la empresa como nuestra me intimida un poco. Quizá es por lo que planeo hacer. Ojala y todo salga bien. Daniel y yo crecimos disfrutando de hacer ésta empresa nuestra, aunque nos gusta creer que somos como cualquier otro trabajador que ejerce un cargo y cumple funciones. Ni siquiera me puedo imaginar el trabajo que le costó a mi papá llegar hasta aquí. Levantar una empresa desde cero, lejos de su país (lejos de su cultura) y en una nación totalmente nueva. Daniel y yo nacimos en Italia según nuestro Certificado de Nacimiento, pero crecimos aquí en Venezuela y creo que hablo por los dos cuando digo que nos sentimos bastante venezolanos. Nunca entendí la razón por la que mi papá decidió venirse a vivir a Venezuela, sé que mamá siempre lo apoyó y que nunca hablaban mucho de por qué dejaron a Italia atrás, pero la pensaban y añoraban siempre.
Dina Hidalgo Pablo llega con Daniela y yo frunzo el ceño cuando noto que Daniela, quien es una niña muy tranquila, corre a mis piernas y me abraza con fuerza. — ¡MAMÁ!— grita alegremente. —Mi niñaaaa…— la recibo felizmente y la tomo en brazos. Ella me da un beso, pero luego se retuerce; luchando por zafarse de mis brazos. ¿Qué…? — ¿Qué le diste?—muevo mis labios en dirección a Pablo, ningún sonido sale de mi boca. Él se encoje de hombros, como si no tuviera idea y yo entrecierro los ojos en su dirección. Pequeña sabandija… seguro que le dio muchos dulces. — ¡Sra. Vicky, ¿dónde está?!— grita Pablo, subiendo las escaleras con rapidez. Me encojo de hombros y libero a Daniela que corre escaleras arriba haciendo ruiditos con su boca. El tiempo se pasa rápido mientras preparo la cena, Daniela está saltando en el mueble de la sala, cada segundo desde que llegó con Pablo me ha sorprendido su comportamiento. ¿Dónde está mi hija y qué hicieron con ella? Pablo baja las escaleras segu
—Prometo que eres adoptado. Mis padres no pudieron crear a un ser tan estúpido, Pablo. — gruñe Daniel, bajando las escaleras de mi departamento que llevan a las habitaciones. Lo mismo digo. Pablo está tomando agua sin cesar de una botella de agua que compró en el cine y Daniel acaba de acostar a una muy dormida Daniela en su cuarto. — ¡Pero ella necesita casarse para poder adoptar a Lucas!— exclama ofendido. — ¡Yo intentaba ayudarla!—asegura y se sirve otro vaso de agua. — ¡Eso me pasa por buen samaritano, me quedo sin secretaria y sin esposa!— chilla y Daniel lo mira primero ceñudo y luego sonriente. Jajajajajajajaja, alguien dejó ver sus verdaderos colores. — Así que… ¿te querías casar con Jaspe?— pregunta Daniel sonriente y Pablo se encoje de hombros. —Sería igual que siempre, Daniel. Lucas tendría la seguridad que le brinda mi estabilidad económica y a cambio Jaspe se encargaría de que mi vida estuviera en orden. Simple. —explica él y se toma lo que quedaba en su botella de
Pablo Carnelutti Salgo de la tienda de Dina con los nervios a flor de piel. No tanto por la aparición de papá (que espero tenga todo que ver con las disculpas que le debe a Dina), sino por Jaspe y mis sentimientos. ¿Qué se supone que hago? ¡Estoy enloqueciendo! Mi teléfono vibra en mi bolsillo y suspiro cuando veo que es un mensaje del detective privado que contraté para que ubicara a la causante de todos mis problemas. Está de camino a SU casa. Mi corazón da una voltereta mortal dentro de mi caja torácica. ¿Ella va de camino a mi casa? Subo a mi carro y, sin pensarlo, acelero a fondo. Mi cabeza es un revoltijo de pensamientos de camino a casa. Jaspe; cuando la conocí, el dolor en mi frente, luego ella sacando copias, ella dañando la impresora; yo pidiéndole un café, ella partiendo mi taza favorita; ella rompiendo los cristales del recibidor, yo ayudándola a subir las escaleras; los dos cayendo por las escaleras… Okay, quizá tengo unos recuerdos muy peligrosos de nosotros ju
Bajo del carro y cierro la puerta detrás de mí. — ¡Mamá, Papi!— escucho la voz más hermosa del mundo. A través del cristal de la tienda de Dina, veo a Daniela saltar alegremente, mirándome con los ojos brillantes, y a Dina caminar, rápidamente, hacia la sala de los espejos donde las novias se prueban los vestidos. Está huyendo de mí. Lo último que veo son sus caderas redondas enfundadas en un vestido alejándose rápidamente y desapareciendo tras una de las puertas de los vestidores. Suspiro, recordando cómo me gustaba pasar horas y horas sólo admirando su belleza. — ¡Papi, hola!—escucho decir a mi hija, ella me invita desde la puerta; la ha abierto, invitándome a entrar. Corto la distancia entre mi hija y yo, y la cargo en brazos. Decir que me encuentro un poco feliz por los avances en la comunicación con Daniela es un eufemismo, me siento eufórico ante tal logro. Parece querer hablar más, y decirnos todo lo que quiere, siente y piensa. —Hola, princesa mía…— susurro contra su
A pesar de mi dolor, ordené un par de bebidas y unas bombitas (panes dulces, rellenos de crema) al chico que nos atendió. — ¿Qué haces? ¿Cómo le vas a invitar golosinas a una chica que te golpeó con una puerta? ¿Te volviste loco?— chilló ella y yo sonreí, de seguro que como idiota. —No todas las chicas que te golpean con una puerta son así de lindas. — susurré y ella se sonrojó, mucho. De nuevo, me sentí desfallecer y, por suerte, el chico trajo las bebidas con rapidez. Destapé mi botella de Coca—Cola y me tomé la mitad del contenido en dos largos tragos. La sangre de mi nariz tenía a mi boca con un sabor metálico asqueroso, pero ni eso me importó. Gracias a Dios… Sentí cómo la bebida hacía su trabajo y sonreí agradecido. Me fijé en la chica frente a mí y fruncí el ceño, ella me miró por largo rato, sin siquiera tocar su botella. — ¿Por qué no bebes?—pregunté, un poco nervioso por su mirada escrutadora. — ¿Qué crees que haces?—preguntó. —Es de mala educación responder con un