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CAPÍTULO 3: LA COSA MÁS LINDA QUE TENGO.

Dos semanas después, en medio de una mañana repleta de trabajo, me doy cuenta de que me siento verdaderamente sola.

He hecho tantas cosas en mi área laboral, me hice un nombre desde cero. Y sigo haciéndolo porque amo lo que hago. Pero la verdad es que fuera de mi pequeña familia y Sonia, el único amigo que tengo es Pablo.

Extraño a Pablo.

Él ha sido un gran apoyo para mí, el mejor hermano que pudiera soñar aun cuando no compartimos progenitores.

Y encima Sonia (mi única trabajadora en la tienda, además de mí) está de reposo porque sufrió una caída terrible.

No dejo de pensar, aun a pesar de todo el trabajo, en que Pablo no ha vuelto desde lo sucedido con Daniel. Mi mente repasa una y otra vez lo ocurrido como si fuera una película. Intento quitarla de la cartelera de estrenos pero el bendito cine de mi mente es bastante terco.

Tengo muchísimas ganas de ver a Pablo, no sólo para que me ayude con Daniela (que por cierto se le da más de bien), sino para que me traiga su repertorio de vivencias diarias de las que me río a cada momento. 

Vaya que es muy sucedido, el grandísimo tonto.

Sé que es caso perdido llamarlo, después de la pelea con su hermano sería un milagro que se me acerque de nuevo. O que al menos me atienda la llamada.

Pero quiero que me aconseje. Mi mamá siempre sale con lo mismo, que Daniel se merece saber la verdad. Que es lo mejor para todos, que no cargue con una responsabilidad que aunque es maravillosa, debería ser justamente compartida; pero no quiero, tengo tanto miedo de que Daniel con sólo aparecer trastorne todo lo que he diseñado y luchado. Que trastorne mi existencia.

Suspiro una vez más y le doy un sorbo a mi café.

El día que Pablo y Daniel se encontraron aquí, yo me desmayé luego de su enfrentamiento. Desperté rato después acompañada de Pablo, no me dijo mucho antes de irse, sólo que Daniel y María se habían ido, y que pronto llegaría el momento de decirle todo a Daniel.

Los dos días siguientes ni siquiera pude conciliar el sueño. Tocaba la cama y de una vez me inundaban unas tremendas ganas de llorar.

Trato de no pensar en esto, pero lo cierto es que una de las peores cosas que pueden pasar, es la incertidumbre.

Un trueno sacude las paredes de la tienda y yo me encojo de miedo. La lluvia empapa mis ventanales y veo a un hombre pasar, intentando cubrirse con una carpeta.

Muchas personas caminan de acá para allá intentando no mojarse.

Pasa muchísimo tiempo mientras sigo viendo en dirección a la calle, distraída. Hasta que noto una figura que lleva bastante tiempo en la acera de enfrente, camina de un lado al otro en la acera.

Frunzo el ceño un tanto extrañada.

¿Quién estaría mojándose en la lluvia por gusto?

¡¿Qué ese Sr no sabe que no se consiguen los medicamentos, o qué?!

Tomo mi taza de café y la llevo a mis labios. Estoy por darle un sorbo cuando noto que está caliente, y de seguro ése Sr necesita entrar en calor.

Así que tomo la taza de café, ignorando las alarmas de posibles robos, secuestros y asesinatos por acercarse a un completo extraño, y me determino a salir de la tienda.

Y no es hasta que salgo de la tienda (que la puerta crujió al cerrarse detrás de mí) que el Sr levanta el rostro y le reconozco.

Siento el terror que me abarca cada vez que lo veo; en los latidos de mi corazón, en la sangre que se desplazaba por mis venas, en mis huesos.

Es Daniel.

Tiene las mejillas sonrojadas, posiblemente ha comenzado a congestionarse.

Yo no puedo, ni quiero moverme.

Él me mira a los ojos por largo rato y luego suspira.

—Yo… — comienza a decir y luego disiente. — ¿Por qué te fuiste, Dina?— pregunta finalmente. Está empapado de pies a cabeza, y me preocupa que se enferme, pero lo menos que quiero hacer es dejarlo pasar al interior de la tienda.

Si hace las preguntas correctas, todo lo que he construido con tanto esfuerzo se irá en picada.

Yo proceso por largo tiempo su pregunta.

—Porque me obligaron. — respondo, siendo sincera pero no queriendo revelar toda la verdad.

Daniel comienza a reír sin un gramo de diversión.

— ¿Realmente crees que yo voy a tragarme ése cuento? Intenta de nuevo. Te daré una sugerencia: ésta vez con la verdad. — gruñe comenzando a enojarse.

La taza de café caliente se mueve con el temblor de mis manos, pero me da igual.

— ¡Tu papá me obligó a irme, Daniel!... El gran Sr. Carnelutti tenía serios problemas en mi contra. Desde mi físico, hasta mis familiares y amigos. No era suficiente para acercarme a ti, y lo pagué muy caro. — exploto cansada de la mentira que su papá se encargó de enterrar.

— ¿Qué?—pregunta, parece no entender las palabras que salen de mi boca.

Suspiro, rindiéndome.

—Toma, ayudará a aumentar tu temperatura corporal. Es mejor que vuelvas a casa, Daniel. —digo, luego de entregarle la taza.

Él asiente, con la mandíbula tan tensa como una cuerda de violín, y toma el café de un solo trago.

—Gracias. — dice, sin sonar realmente agradecido.

—No hay problema. —respondo de la misma manera.

Él se queda mirándome con fijación y yo trago grueso. Es imposible no sentir que me examina el alma cuando me mira así.

Odio que haga eso.

Veo la hora del reloj en mi muñeca y siento que comienzo a sudar frío.

Daniela y Mamá deben estar por llegar.

No puede verla.

Asiento, dando por terminada la conversación y me apresuro a volver al interior de la tienda. Una vez dentro, y siendo muy consciente de que no lo invite a pasar, comienzo a reorganizar las cosas.

De sólo pensar en que siento que me va a llegar la hora de hacerle frente a tantas cosas, siento unas terribles ganas de volver a desaparecer del mapa.

Los nervios alterados me hacen cambiar los muebles de lugar, los cuadros con novias en hermosos vestidos, algunos ganchos vacíos y luego limpio de nuevo; ignorando que ayer limpié exhaustivamente por la mañana.

Al cabo de media hora me doy cuenta de que Daniel ya no se encuentra en la acera y yo he limpiado por completo la tienda.

— ¡Holaaaaaa!—exclama mamá apareciendo en la puerta de Hidalgo’s Dream.

Sonrío abiertamente al escucharla.

Levanto mi rostro y la veo llegar de la mano con Daniela.

— ¡Hola!... ¡pero si aquí está la cosa más linda que tengo!—exclamo cuando Daniela corre hacia mí y se abraza a mis piernas sonriente.

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