Capítulo 38: El mausoleo.

Narra la autora:

El aroma de los altos pinos de aquel territorio prohibido impedía que cualquier otro olor pudiese sentirse. La luz del sol que reinaba en el cielo celeste no lograba traspasar el mar de árboles que los pinos y abedules formaban, manteniendo oculto de la vista de cualquier incauto o curioso que se atreviera a adentrarse tan profundamente en aquellos bosques negros.

Una mano helada, mortalmente blanca como las alas de una paloma, acariciaba con adoración aquellos cabellos plateados. Un ataúd dentro de aquel vetusto mausoleo cubierto de rosas de castilla del color del atardecer, ya casi destruido por el inminente paso de los siglos conservaba en sus mortajas a aquel hombre tan hermoso que durante siglos había mantenido sus ojos de plata cerrados al mundo de la luz creado por el altísimo.

Aquel non muerto, acariciaba con la devoción de un hijo a su padre, a aquel que yacía inerte en aquel ataúd. Dragos Albescu, el primero de los cuatro príncipes de la noche creado por el
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