Capítulo 34: El amor eterno.

Narra la autora:

El viento, se colaba gentilmente entre las altas copas de los árboles y los abedules con sus troncos blancos, parecían resplandecer casi de manera mística bañados a la luz de la luna. La noche y su manto de penumbra, eran el refugio del vampiro; el único momento en que podían caminar por la vasta tierra del señor sin sufrir el castigo del sol…aquel sol al que existían anhelando.

Jenica Petre admiraba con sus ojos tristes el resplandor de la luna llena que bañaba los bosques esa noche, y sus nublados pensamientos se enternecían de su pasado ya tan lejano, cuando era tan solo una monja que dedicaba su vida a los niños enfermos en el hospital en donde trabajaba como médico. Alguna vez su sueño había sido unir tanto ciencia como religión, creyendo fielmente que la fe y el progreso podían ir tomados de la mano…pero aquello, se había quedado tan atrás como sus memorias se iban desvaneciendo cada noche, y su sed de sangre fresca se volvía insoportable.

¡Que existencia tan mi
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