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Capítulo 3: Lo que el rey desea.

Narra Elikai:

Ella era diferente. Dalila Alcalá, era diferente.

Lo supe de inmediato al sentir su olor y ver sus extraños ojos color rosado. Su cabello negro era tan oscuro como el ébano, y su piel blanca parecía la de una figurilla de porcelana: fría y despojada de color.

Era hermosa, pensé para mí mismo, y aun usando aquellos tristes trapos viejos y desgastados que simulaban un intento de vestido, y que parecían una burla intencionada a su hermosura, resaltaba del resto de las mujeres que había en esa habitación.

— La manada Raksha no va a involucrarse en una guerra sin sentido, Rey Kingsley, ya hemos perdido mucho por apoyar a su causa, y su padre prometió que no nos involucraría más en esta pelea sin cuartel. —

Me dijo el Alfa Calixto aquella tarde hacía ya dos años atrás, mientras su mimado hijo, Cyrus, me miraba con desprecio. Tenía que visitar nuevamente a aquella manada, ahora que Calixto había muerto, y que Cyrus era el nuevo Alfa, debía de hacer un nuevo intento, aunque también eran otras razones diferentes las que me llevaban a visitarlos, ya no me interesa su apoyo para la guerra que estamos enfrentando.

Llegue poco después del medio día, y el sol aún estaba en lo alto, aunque aquel aroma exagerado a rosas e incienso, me pareció sumamente curioso, pues detrás de él podría sentirse un muy leve aroma a sangre, aunque era ya tan imperceptible, que difícilmente se podría percibir a quien pertenecía.

—Sea bienvenido, Rey Elikai Kingsley. —

Me recibió la servidumbre, quien me guio hacia el salón de banquetes en donde ya me esperaban el nuevo Alfa y su Luna.

—Es un honor tenerlo de visita, Alfa Kingsley, aunque lo esperábamos dos días después. — dijo el Alfa Cyrus, quien me miró despectivamente con aquellos ojos azules, sin intención de ocultar su recelo hacia mí, y que intencionadamente me había llamado Alfa en lugar de Rey.

A su lado, una loba de piel blanca y cabello rojizo me miraba casi con lujuria, aunque sabia disfrazarla bien ante su macho. Aquella debía de ser la Luna Antonia.

—Sea muy bienvenido Rey Kingsley. Espero que su estadía en nuestras vastas tierras le resulte agradable. — me dijo aquella loba ya marcada, con un acento sensual que me dio repulsión.

—He venido para solicitar al nuevo Alfa de la manada Raksha, su apoyo en esta guerra que sostenemos con los vampiros. — dije esperando conseguir apoyo, aunque sin realmente tener esperanza de ello.

El Alfa Cyrus tenía una reputación de ser un cobarde, y se rumoraba que había tomado el lugar del Alfa tan solo por la muerte de su padre y no por derecho propio.

—Estoy seguro de que mi padre le dejo muy en claro, Alfa Kingsley, que nuestra manada no participara en su guerra. Como nuevo Alfa de mi manada, digo lo mismo. Los Raksha no participaremos en su batalla contra esas bestias chupa sangre. No le debo nada a usted ni a nadie, y me he ganado el estar en calma resguardado en mis tierras por las batallas que mis parientes pelearon junto a su padre. — me respondió con arrogancia.

No pude evitar reírme.

—¿Qué le causa tanta gracia Alfa Kingsley? — me pregunto Cyrus con enojo.

—Usted no peleo tales batallas, así que no puede decir que se ha ganado tal derecho, además, solo un estúpido creería que dentro de la seguridad de sus tierras se encuentra a salvo, cuando los vampiros van masacrando manadas enteras y tarde o temprano llegaran resguardados en su neblina a sus territorios, y quiero pensar, que usted no es tan estúpido para creer que este lugar se mantendrá fuera de su rango. — le respondí con verdad.

Él se levantó abruptamente de su trono, y me miró con mayor desprecio aún.

—Mas estúpido es, Alfa Kingsley, pelear una guerra que no puede ganar, tan solo para honrar una profecía de la que no saldrá invicto, y tan solo porque sus padres le dijeron que así debía de ser. —

Aquella ofensa que me lanzo, la dejaría pasar tan solo por esa ocasión, y tan solo porque había algo más que quería de ese cobarde e irracional hombre.

—No soy yo quien está ofendiendo a un hombre que puede matarlo, Alfa Cyrus. Sin embargo, dada su negativa, aceptaré que su manada se mantenga al margen, aunque le advierto, que, si este lugar es alcanzado por la niebla, entonces los ejércitos no vendrán a socorrerlos. — le respondí y él me sonrió.

—Aceptaré el riesgo. — me dijo Cyrus con aquella sonrisa cínica.

—De acuerdo, aunque no solo he venido por esta razón, Alfa Cyrus. — le dije mirándolo a los ojos.

—¿Y qué otra razón tiene usted para venir aquí? — me cuestionó con molestia.

—Como ya debe de saber Alfa Cyrus, estoy en la búsqueda de mi Luna, así que quiero solicitar su permiso para buscar entre las hembras no marcadas de su manada, para ver si alguna logra cautivarme. — le respondí.

El solo hizo un gesto restándole importancia.

—Por supuesto, Alfa Kingsley, avíseme si alguna es de su agrado. — me respondió con indiferencia, mientras a su Luna parecieron brillarle los ojos.

Sin más que hablar con ellos, salí de ese salón en donde pude percibir con mayor fuerza aun ese rastro de sangre…y ya sabía, a quien le pertenecía.

Mi segunda razón para visitarlos, era ella, quiero pedir a Dalila para mí, y sacarla de ese infierno que sé que está viviendo. Ella ha cumplido los veinte años al fin, y ya puede ser reclamada sin objeción alguna. Pensé para mí mismo. Necesito a una Luna para tener a mi heredero, antes de que sea demasiado tarde, y la profecía que pesa sobre mí, me consuma…necesito que ella, me salve.

Algunas veces, me he ocultado entre los árboles de las tierras Raksha, tan solo para mirarla a ella. He aprendido que le gusta sentarse a sentir el viento acariciando su piel, y que disfruta de darse baños de sol cada mañana, escondida de todos. En verdad necesito, que ella sea quien me salve de mi cruel destino.

También, la he visto sufrir, la he visto ser humillada y golpeada, mientras aquel cobarde al que ella ama tan solo desvía su mirada.

Ese era el aroma de su sangre, luego de hablar con un par de lobeznos muy jóvenes, ellos me confirmaron que Dalila había sido golpeada en castigo por ofender al Alfa de su manada, y que había sido llevada a su tejaban a la entrada de las tierras Raksha, pero ella, no estaba allí. Dalila había sangrado mucho, y el rastro de su olor se dirigía fuera de aquellas tierras, y lo seguí sin dudarlo hasta llegar a Londres...la vi entonces, tan maltrecha y con aquel vestido viejo hecho jirones, sangrando desde la espalda.

Sentí como mi sangre hirvió durante un momento, y mis puños se apretaron cuando observé como ella subía al tejado de aquel alto edificio, con la dificultad de sus heridas encima...ellos, nuevamente, la habían masacrado a golpes.

Sin pensarlo, y como si mi cuerpo reaccionara en automático, subí de un brinco a aquel tejado, y entonces la vi intentando saltar al vacío para terminar con su sufrimiento.

Al verla saltar, corrí como un loco para detenerla...y así lo hice.

—No te permito morir…Dalila. El Rey Alfa, te ordena vivir. — le dije hablando con la verdad.

Sin embargo, ella por un momento pareció no reaccionar, como si mil pensamientos le estuviesen golpeando al mismo tiempo.

—¿Porque me has salvado?… — la escuché cuestionarme casi en un débil susurro, y apreté aún más mi agarre en su delicada y delgada mano.

—No quiero que mueras…Dalila. — le dije sin soltarla, no iba a permitir que muriera.

Ella estaba temblando, temblaba como una niña pequeña que estaba completamente asustada, y sentí su pequeño cuerpo tan helado casi precipitándose al vacío.

No la solté, y no iba a soltarla.

—Rey Alfa Kingsley…por favor, déjame caer. — dijo ella con tristeza.

—¿Por qué lo haría? Soy el Rey, y tengo la autoridad para decidir si alguien vive o muere. Y no quiero que mueras.  — le dije casi molesto.

Ella me miró a los ojos, aquellos hermosos ojos de algodón de azúcar, que eran opacados por las lágrimas, se cerraron un momento.

—Yo…fui rechazada por el Alfa Cyrus, quien había prometido unirse a mí y convertirme en su luna…soy una mestiza, maltratada e indigna de pertenecer a la manada Raksha, pero no iba a permitirles el verme morir, al menos en eso, no pienso complacerlos. Pero tu, no me lo has permitido. — 

Aquellas palabras tan duras salieron de los labios de Dalila, y sentí mi sangre hervir de nuevo, ella, me había mirado por un instante, y luego volvió a cerrar sus ojos.

Entonces, lo decidí.

—Puedo soltarte y cumplir tu deseo, morirás y nadie va a recordarte, pero también, puedo ofrecerte otra opción, entonces, escucha lo que te ofrezco. — dije logrando que ella abriera de nuevo los ojos, y me mirara con extrañeza.

—¿Lo que me ofrece? — me cuestionó Dalila con incredulidad.

Ella claramente no podía creer que yo le estuviese ofreciendo algo; había sido tan maltratada, que en realidad parecía no poder aceptar que alguien se preocupara por ella. Aquello era, tan triste, medité.

—Si, mujer, te ofrezco salvarte y elegir el rumbo de tu vida, en lugar de caer y morir, y también, te ofrezco ser mía, te ofrezco convertirte en mi única Luna, y yo te daré a cambio de que te unas a mí y me des a mi hijo, aquella venganza que deseas en contra de la manada Raksha. —

Ella pareció realmente sorprendida de lo que le dije, y sus ojos brillaron intensos.

—Dime, Dalila, ¿Aceptaras hacer un pacto conmigo?, ¿Me darás al heredero que mi sangre necesita para perpetuar mi poderosa dinastía a cambio de vengarte de todo el dolor que la manada Raksha y el nuevo Alfa de ella, Cyrus, te han provocado a lo largo de tu vida? — le cuestioné sin dudarlo.

En ese momento, pude ver como ella pareció debatirse entre su deseo, y la duda. Soy el Rey licántropo, Elikai Kingsley, y sobre mi pesa una maldición que terminará con mi vida antes de cumplir los veintisiete años, y si no tengo a un heredero antes de que se cumpla ese momento, entonces mi legado quedará para siempre perdido, pero ninguna loba de ningún legado, ha logrado cautivarme. Ninguna, hasta que la vi a ella.

Mi deseo, es que Dalila viva. 

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