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Capítulo 5: La palabra del rey.

Narra Elikai:

—Esta noche yo voy a morir Alfa Kingsley. —

Dalila me dijo aquello, y sus ojos rosados, tan hermosos, me mostraron una determinación como nunca antes la vi en ella. En ese momento, la deje caer.

Un grito aterrado y desgarrador, brotó de los labios de Dalila. La vi caer mientras cerraba los ojos, y entonces, dejó de gritar, ella abrió sus brazos nuevamente, aceptando su fatal momento, y entonces, lo comprendí…ella quería elegir, ella quería ser libre para escoger su propio destino…tal y como yo deseaba hacerlo.

Yo también quería ser libre de elegir, yo también desee escoger mi propio camino y no solo resignarme al que la profecía y mi maldición me dictaban, yo quería vivir, quería vivir una larga e intensa vida y no solo resignarme a lo que mis padres y el mundo me dijeron toda mi vida. En ese momento, extendí mis brazos, y salté tras ella.

No la dejaría morir, ambos teníamos derecho de elegir, y la forzaría a entender que, si podía escoger su propio camino lejos de los brazos de la muerte, aunque me odiara por ello.

Y bajando tras ella, la tomé entre mis brazos justo antes de que su cuerpo frágil y delgado se quebrara contra el frio pavimento. Ella, temblaba; temblaba tan intensamente que parecía una hoja de papel.

—¿Por qué?… — cuestionó ella con voz trémula, mientras se agarró de mí.

—Has rechazado mi propuesta, Dalila, pero no te permitiré morir, el camino que escojas a partir de este momento, definirá tu destino, pero solo podrás ser libre de escogerlo si vives para ello. Por eso, aunque me odies, no te voy a permitir morir, y cada vez que lo intentes de nuevo, yo estaré allí para impedirlo. — le dije caminando con ella mientras llamaba a mi limusina.

—Eres un bastardo egoísta, ¿Crees de verdad que tienes derecho a decidir quien vive y quien muere?, ¡No te atrevas a llevarme de regreso a ellos!… — me gritó realmente furiosa, y ella no se percató de ello.

En ese momento ella estaba viviendo mucho más de lo que lo había hecho nunca.

—Conoces la ley, Dalila…no puedes estar fuera de la manada. Eres una mujer, no tienes derecho alguno sobre ti. — le respondí.

Ella conocía bien la ley de los lobos, y una loba sin marca que pertenece a una manada, tan solo puede salir de ella si pertenece a un hombre que deje su olor o marca sobre ella. Por supuesto, que no iba a permitir su rechazo tan solo así…Dalila Alcalá, tenía que ser mía.

—Eres un maldito. — ella me respondió.

Tomándola de la cintura, la pegué a mi cuerpo y pude sentir su delicado aroma a rosas frescas embriagándome...enloqueciéndome. A como diera lugar, ella tenía que ser mía.

—Aun puedes elegirme, Dalila. — le dije, pero ella, me empujó.

Yo volví a tomarla de la cintura, y sentir el calor de su respiración chocando con la mía. Sus labios estaban cerca de los míos, y sentí el impulso de besarla. Pero ella, me miró con frialdad. Sus ojos rosados estaban despojados, casi vacíos, como si el dolor de una vida hubiera casi suprimido su alma. No la solté, no quería soltarla…y no lo haría fácilmente. El deseo que tenía por ella, se terminaría convirtiendo en mi condena, pero la deseaba tanto, que estaba dispuesto a todo con tal de tenerla. 

Sentí su pequeño cuerpo pegado al mío, y solté un gruñido bajo. Ella era mía, Dalia tenía que ser tan solo mía...y tan solo yo seria quien probara de su rosa y la desflorara para hacerla mujer. Pero ella, tenía que elegirme. 

—Llévame de regreso, Alfa Kingsley. — ella respondió.

—Si cambias de parecer, estaré complacido de recibirte, pero la elección debe de ser tuya, Dalila. — le dije esperando su respuesta.

—Yo no soy lo que tu piensas, puedo ser una mestiza, pero no tengo poder alguno, tan solo traeré vergüenza y desgracia a tu estirpe. Hijo del sol y la luna, deberías pensar mejor a quien le ofreces el darte un hijo. Yo, estoy m*****a. — Dalila dijo aquello con tanta seguridad, que sentí pesar por ello.

La apreté aún más contra mí mismo, y me embriagué de su aroma una vez luego de enterrar mi nariz en su sedoso cabello negro.

—Entonces, ya somos dos los que estamos malditos. Puedes elegir lo que desees, Dalila, pero sabes muy bien que tu sola no vas a lograr liberarte de ellos. Mi pacto, sigue disponible si lo aceptas. — dije aquello, pero ella, tan solo entró en mi limusina, luego de parecer pensarlo un momento.

Una vez que regresamos a la manada Raksha, me di cuenta de que los esbirros de Cyrus, estaban buscando a Dalila. Ella se mostró seria, pero caminó de frente hasta llegar al gran salón en donde me habían recibido. Abriendo sus puertas, Dalila entró, y yo, seguí caminando tras ella.

—Eres una insolente, Dalila, ¿Cómo te atreves a salir de las tierras Raksha cuando sabes perfectamente que lo tienes prohibido?, ¿Acaso quieres que todos descubran nuestra vergüenza?  — gritó la Luna Antonia.

Yo me mantuve sereno, justamente de pie tras de Dalila.

—Encima has hecho que sea el propio Rey Alfa quien te traiga de regreso, eres una perra estúpida. — escuché que la luna Selene le habló así a su propia hija, y tuve que esforzarme por mantenerme sereno.

La Luna Antonia se levantó de su lugar, y caminó hacia Dalila para abofetearla con fuerza, mientras los lobos que había allí, comenzaban a reír y murmurar por lo bajo. Tuve que apretar mis puños en un intento por no golpear al Alfa Cyrus en el rostro, mientras permitía aquellas bajezas.

—Lamento los inconvenientes que esta cerda le causo, Alfa Kingsley, haré que vuelvan a azotarla en castigo por su desobediencia. Dalila, quiero que te desvistas, ese vestido viejo y roto, tan solo está causando una mala impresión a nuestro importante invitado, así que usa algo más decente. Das asco de solo verte. — Cyrus dijo eso, y yo sentía mi sangre hirviendo.

En ese momento, y con los puños apretados, vi como Dalila comenzó a caminar para salir de allí a hacer lo que le habían pedido.

—Espera un momento, cariño. — la voz de la Luna Antonia, detuvo a Dalila.

—Quiero que Dalila se desvista aquí mismo, y camine desnuda de regreso a su tejaban apestoso, ese será su castigo por abandonar estas tierras. — ordenó esa mujer con una sádica crueldad que me pareció horrible.

Cyrus Licario se rio de la petición de su Luna, y yo tan solo quise matarlo en ese instante.

—Has lo que se te ha dicho, Dalila, desnúdate aquí, y ve caminando hacia tu lugar. Es una orden. — le ordenó el con crueldad. — Me disculpo de antemano, Alfa Kingsley, por el penoso espectáculo, pero como Alfa ya debe de saber, que los actos de rebeldía, se castigan. — aquello ultimo me lo dijo a mí.

En ese momento, y dando la espalda a Cyrus y Antonia, vi como Dalila comenzó a arrancarse de la carne herida, aquel vestido de novia maltrecho. Sin soportar ver aquella humillación, y sin decirle nada a ese Alfa Cyrus miserable y cobarde, me quité mi propio abrigo para cubrir con el la semidesnudas de aquella pobre y desdichada mujer a la que deseaba para mí mismo.

Las gruesas lagrimas que caían de los ojos rosados de Dalila destellaron en odio y rencor, y luego, ella me miró a los ojos, tan cargada de determinación como nunca antes la había visto.

Ella me miró con gran rencor, como si algo dentro de sí misma, avivara aún más aquel odio atroz que ya había inundado su alma.

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