Un baile para Franco
Un baile para Franco
Por: dayiEscritora
Capítulo Uno

Mariana:

Elevando la vista al plano techo del salón de baile, me concentro en puntear mis pies y realizar la técnica de Hawkins, orientada por la meticulosa bailarina Camagüeyana Berta Mustelier.

—Enfatizen en el uso de los movimientos fluidos que se inician desde el centro gravitacional del cuerpo, aprendiendo a moverse utilizando el mínimo esfuerzo muscular —orienta mientras se pasea entre la fila de jovencitas delgadas que me acompañan—. ¡Vamos Hernández, desde el principio! ¿No desayunó hoy o ha venido con ganas de ser requerida?

Detesto cuando me llama por mi primer apellido, no merezco que me eche en cara ensayo tras ensayo que soy hija de un delincuente. Retomo mi posición inicial y despliego mis brazos a la altura de mis hombros, doy un giro libiano y muevo mis caderas con la sensualidad que nos exigen. Necesito mejorar mis pasos si quiero que quite su dedo de encima mío.

—Mucho mejor, ahora Cunningham con el ritmo del excelentísimo tema musical "Arcade", versión en español por Kevibraz. ¡Las quiero a todas en perfecta sincronía! Y un, dos, tres... —Chasquea sus dedos índice y pulgar al tiempo que la música da inicio y comenzamos la rutina más importante del año.

Me sumerjo en las letras de la canción y cierro mis ojos para disfrutar de mi propia danza. Dos piruetas, un sensual arte de caderas y es suficiente para terminar enredada con dos compañeras más en el piso.

—¡Mierda! Lo... lo siento. —Cubro mi boca con mis manos al pronunciar tal palabrota en pleno ensayo y luego me dedico a ayudar a mis compañeras a levantarse.

Y bien, ya desperté a la ogra.

—¿Te tengo que recordar que estás recibiendo clases totalmente gratis y aún así te empeñas en molestarme? —me reprende Mustelier por novena vez al menos, de brazos cruzados.

Esta mujer es horrorosa. No solo por sus abultadas arrugas pese a su no tan avanzada edad, sino también por sus redondos y saltones ojos y esa belleza perdida de su rostro, porque la verdad, su encanto es imposible de encontrar.

—Disculpe, usted nos dice que nos dejemos llevar y pues...

—Pues nada. Te voy a pedir de favor que te salgas, suficientes desastres por hoy, espero que para la próxima clase hallas reflexionado lo suficiente, no desperdicio mi tiempo en...

Perfecto, mi paciencia tiene un límite y esta viejucha lo ha rebasado. No lo pienso un segundo más y adelanto dos pasos hasta quedar a menos de un metro de su posición.

—¿En qué? ¿En la hija de un delincuente verdad? —la enfrento y Melissa, mi prima, me agarra un brazo para impedirme continuar—, suéltame Meli, estoy cansada ya.

—Te he dicho que salgas de mi salón —repite Berta con altivez y siento mi piel arder de impotencia.

—¿Tú salón? ¿Le tengo que recordar que usted está aquí de favor porque la embarró en la Compañía más importante de Camagüey?

—¡Mariana no me toques las palmas! ¡Retírate! —exclama y sus mejillas se tornan rojizas y escandalosas. Mis compañeras murmuran lamentando mi situación y un aura de desprecio me rodea completa.

«Si esta mujer me odia, mucho más la odio yo».

Giro sobre mi propio eje y tomo mi neceser en la esquina de las barras. Retiro la liga que sostiene mi cabello estrictamente y dejo caer mi melena hasta poco más abajo de mi cintura.

—Moría por hacer esto —digo al pasar rozando el hombro de mi ex profesora y me volteo para lanzarles unas últimas palabras a mis compañeras—. Niñas, esos ridículos peinados nos estaban ensanchando la frente y no lo sabíamos ¡Soy libre! —despeino mi cabello en burla y ellas se echan a reír bajo la mirada asesina de la tutora—. Y por cierto, Señora Berta Mustelier, estoy agradecida de no volverla a ver.

Ella no me responde, lo cual agradezco porque una palabra más de su sucia boca sería suficiente para abofetearla.

—¡Dile a tía que en la tarde paso a verla! —me grita mi prima y le muestro mi dedo pulgar.

Atravieso los pasillos de la escuela como si hubiese ganado un campeonato de danza, aleteando mis brazos y desplazándome entre las amplias lozetas del suelo. Paso desapercibida por el portón de la entrada y las pobladas calles que rodean el parque Calixto García me reciben. Dejo mis cosas sobre una banca y me inclino para quitarme las zapatillas y ponerme mis converses. La brisa de abril me golpea el rostro y suspiro profundamente. Un aroma de libertad inunda mis pulmones y admito que se siente demasiado bien. Pero entre tanta supuesta libertad y mis giros de gloria, la pregunta se asoma robándome una mala cara: «¿Qué vas a hacer ahora Mariana?».

* * *

—¿Tú aquí, tan temprano? —me recibe mi madre mientras desliza la brocha de esmalte sobre la uña del dedo pulgar de una clienta.

—Acabo de dejar la compañía —suelto y le lanzo un beso al aire.

Dejo caer mi cuerpo sobre el sofá de la sala y me abanico con la cartulina de un blog de notas que encuentro sobre la mesita del florero.

—Mmm, me alegro —dice y se encoge de hombros.

Mi madre detesta que "desperdicie mi tiempo" en un salón de danza contemporánea. Según ella, este país no está preparado para cumplir los sueños de los artistas. Y, a pesar de que no estoy muy de acuerdo con su criterio, le cabe un poco de razón a su argumento.

—Elena se fue ayer para el yuma —comenta la mujer rubia y sopla su mano derecha para secar su pintura.

—A este paso Cuba se va a quedar sin jóvenes —digo con la voz sofocada. La casa ha absorbido todo el sol de la mañana y siento que me voy cocinando lentamente.

—¿Solo sin jóvenes? ¡Niña si ancianos han cruzado las selvas de Nicaragua y peor, se han lanzado a cruzar el Río Bravo! Con lo peligroso que está eso —alega la señora gesticulando con su mano libre.

—Ya yo le dije a ésta que en cuanto mi primo me confirme se larga de aquí, alguien tiene que sacar adelante a esta familia y yo no puedo exponerme a los peligros de la naturaleza con las mil enfermedades que cargo encima —dice mamá y ruedo los ojos.

«Claro, porque yo si puedo peligrar a merced de los riesgos de la migración y a nadie le importa».

—Es lo mejor que harás, aquí no hay vida, este país está cada vez peor. ¡Vete muchacha! —me motiva la rubia con la confianza que no le he dado y me levanto para husmear en la cocina.

—Igual no tengo otra opción —musito mientras me dirijo al refrigerador—. ¡No hay nada!

—Oh, bienvenida a la pobreza ¡Despierta que estás en Cuba!

—Pal' carajo mami —refunfuño y suelto un bufido.

—Sale a la calle a ver qué encuentras. Coge dinero ahí —me señala una cartera que cuelga de un clavito en la pared del comedor y tomo de ella cien pesos—. Con eso no te alcanza, coge cincuenta más, con suerte le caerá algo a tus muelas —se burla con ironía y la clienta se hecha a reír con ella.

—Que madre tan chistosa tengo —digo y voy a mi habitación para tomar mi ropa y luego ir al baño a cambiarme.

Salgo a la calle con short corto de mesclilla y blusa de franela rosada, calzo un par de chanclas hawaianas y llevo el cabello recogido en una coleta alta. Por suerte vivo en la ciudad y en cada esquina hay un quiosco —el problema es que no venden nada que sirva—. Pero bueno, al menos logro comprar una pizza del tamaño de una tortilla. La abro descaradamente frente al vendedor y hago una mueca, se ve horrorosa.

«Shhh, no protestes Mari, es lo que hay».

* * *

Hace dos semanas y cuatro días tiré por la borda todo mi esfuerzo acumulado durante diez años. Cansada de tanta humillación y bajo los consejos de mi madre, decidí renunciar a mi sueño de convertirme en una más de la compañía "Micompañía", dirigida por la majestuosa bailarina y coreógrafa española Susana Pous. Durante este tiempo en casa, me detuve a pensar en mi futuro. Desperdicié la oportunidad de ingresar a una Universidad porque ¡Yo, Mariana Hernández Cruz, iba a llegar muy lejos! Que tonta fui. Mamá tiene razón, aquí no hay vida...

—¡Recoge un par de cosas pero ya! —irrumpe mi madre en mi cuarto como loca y me ordena levantarme.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? ¡Mami! —escandalizo y calla mis palabras con un: —¡Shhh!

Hago silencio y siento mi corazón trotar como una manada de hipopótamos.

—Habla bajo, que la gente es muy chismosa. Ricardo acaba de llamarme, el grupo de Granma que se iba hoy tuvo un problema, uno de ellos desistió y se formó un escándalo para recuperar el dinero. Así que hay un puesto libre. Mañana en la noche se van, tú te vas también.

Mis piernas comienzan a temblar cual cuerdas de arpa y un nudo se forma en mi garganta. Mi madre ha pasado más de cinco años ahorrando con las ganancias de la manicura para algún día sacarme del país. Muchas veces me cuesta entender cómo es capaz de enviarme bajo tantos peligros a otro Estado, pero la respuesta es muy clara, solo quiere lo mejor para su hija.

—Pero... ¿Cómo le haré! ¡Coño mamá no lo voy a lograr! —le grito entre lágrimas y ella me abraza.

—Shhh, shhh... Sí lo vas a lograr, mírame —acuna mi rostro entre sus manos y susurra—. ¿Para qué te he preparado todos estos años eh? Sabes cuánto he trabajado para reunir el dinero suficiente. No pienso que sigas aquí.

—Mamá... ¡Por Dios, cuántas personas han muerto!

—Cariño, escúchame, será un viaje seguro y rápido. No cruzarás selvas ni ríos. Una lancha de cuatro motores los recogerán a todos, son quince personas y hay niños pequeños. Si no fuese seguro no te pidiera que te fueras. Mari, te suplico que te vallas, ayuda a tu familia —musita acompañando mi llanto y asiento.

«No tengo que pensarlo. ¡Basta ya de pensar en mis ridículos sueños! Es el momento de devolverle a mi madre todo lo que ha hecho por mí y mis hermanas pequeñas».

—¿Qué les dirás a Karla y a Kamila? —le pregunto preocupada y limpio mis lágrimas.

—Ellas regresan la semana que viene, dice tu abuela que se sienten bien allá.

—Quiero verlas antes de irme, por favor.

—Puedes ir mañana temprano, pero debes regresar en la tarde. En un rato iré a ver a Lora, ella también se irá contigo, me prometió que te cuidaría —enuncia y se dirige a mi pequeño armario de madera—. Mientras tanto tú prepara una mochila con algo de ropa para el primer día. No puedes llevar mucho peso. Mañana te explico con calma mi niña ¿Sí?

—Está bien —respondo con la voz temblorosa y tomo mi mochila para doblar una pieza de ropa y otros útiles.

Mediante rezos le pido a Dios que me dé las fuerzas para despedirme de mis hermanas sin llorar en el proceso. Recito la oración que me enseñó mi abuela y le prometo a mi madre antes de irme a dormir que seré la palanca que ellas necesitan. No sé lo que me espera en Estados Unidos, tampoco puedo siquiera imaginar los planes de Ricardo para ayudarme, solo se que haré lo que haga falta para sacar a mi madre y mis hermanas de la Isla.

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