Franco:Iba a decirle a mi padre que por razones como esta (la calor) no me gusta venir a Miami, acá es más cálida la temperatura. Pero por tal de cruzarme con la meserita castaña de la cafetería vuelvo las veces que hagan falta.—¿Nos vamos señor? —me pregunta Bruno luego de darle un toquesito a la ventanilla desde adentro. Me volteo y le indico que aún no y él parece entenderme.—Al fin —pronuncio torciendo un gesto de cara.—Buenos días señor ¿Qué necesita? —cuestiona el albino regordete con delantal y me extiende su mano.Estoy a punto de estrecharle la mía cuando la retira y limpia su mano con el pedazo de tela gruesa que cubre su redonda barriga. Niego con la cabeza y le agarro la mano de igual manera. Él parece sorprenderse.—La cortesía es uno de los más grandes modales, si su mano está sucia o no, es irrelevante —le digo con una sonrisa de labios juntos y el señor asiente.—Exactamente señor.—Franco, mi nombre es Franco Rizzo. He venido a conversar con el dueño de la cafeter
~Una semana después~Franco:Recojo a Félix y a Estrella en el aeropuerto y los llevo al flat que tengo en Central Park, muy cerca de mi apartamento. —Estaremos más que bien aquí, gracias fratello —agradece Félix tomando asiento en el enorme sofá de vinil gris que radica en la sala. Estrella explora los demás sitios y termina adentrándose en la habitación principal, cuenta con otra pero es más pequeña.—¿Seguro que puedes trabajar desde aquí? —le pregunto. Felix dirige la segunda Inmoviliaria más grande de papá y no puede darse el lujo de abandonar su deber por un par de meses vacaciones, que son los que pasaran aquí en Nueva York. Mi hermano desea mudarse a los Estados Unidos, pero eso no será posible, al menos no ahora, nuestro padre no está en sus mejores condiciones como para dejarlo con la directiva de cada Empresa a la vez.—Perfectamente, dejé a Alessio a cargo, él me mantendrá informado de todos y estaré monitoreando la empresa desde mi computadora. —Sie
Mariana:¡¿Crujido de espalda?! Pensé que nunca más sentiría esa sensación de desajuste en mi columna vertebral. «Fueron los tacones del uniforme». Me recuerdo con la mirada puesta en el techo de mi cómodo y nuevo departamento. Desabrocho casi sin fuerzas los botones del chaleco y me ayudo con mis propios pies a quitarme los ajustados zapatos de tacón fino.La alarma del reloj digital sobre el armario retumba marcando las cuatro de la mañana y suelto un bufido seguido de un berrinche resagoso. Agarro una almohada y la lanzo en dirección al aparato ruidoso. Acción fallida, colapsa contra el cuadrito enmarcado de mis hermanas y luego cae al suelo.—¡Cojone! ¡Me cago en la madre de las almohadas! —exclamo para no faltarle al respeto a la madre de alguien que tengo en mente que prefiero no mencionar.Cojo la otra almohada y nuevamente intento golpear el reloj insoportable que pita como equipo médico en alerta de emergencia. «¡Aleluya!». Esta si logra darle y suspiro aliviada. El primer d
Franco:—Disculpa, pero esa decisión no te corresponde solo a ti —inquiero apuntándola con mi dedo índice y ella niega con la cabeza—. Riley no estás sola ¿De acuerdo? No tienes porqué hacerlo.—No es eso... Yo... Yo no estoy preparada para ser madre —musita cavizbaja y deja la cucharilla de su natilla a un lado de la mesita.—Pues yo no estoy de acuerdo con lo que dices, pero tampoco puedo obligarte, siendo sincero yo... Yo no planeaba ser padre.—Lo sé, también he pensado en eso. Franqui, no quiero que un bebé nos ate de por vida ¿Entiendes? —dice buscando mi aprobación con su mirada y derrotado asiento.Tiene mucha razón y no soy quien para cuestionarlo, porque verdaderamente no lo vimos venir. Y aunque detesto el tema "aborto", al igual que mi familia, lo correcto sería dejarlo a decisión de Riley que será quien se enfrentará a un parto o un aborto un día de estos. —Dejo eso en tus manos, no quiero presionarte, estás en todo tu derecho de decidir lo que creas mejor para ti —le ha
Mariana:«Aver Mariana reacciona, sí, tu jefe te ha propuesto una cita. No, corrección, el pedazo de hombre que es tu jefe no te despedirá si sales con él». Lo último suena más rarito. En realidad me gusta como suena, a quién quiero engañar.—¿Y por qué querría usted cenar conmigo? —le pregunto fijando la vista en su rostro y aprovecho para admirarlo.Lleva el cabello perfectamente peinado hacia atrás con corte bajo en los laterales; su frente no tan ancha luce unas perfiladas y oscuras cejas; tiene el rostro ovalado, barbilla abultada y perfil con razgos masculinos bien pronunciados; sus labios son carnosos y rojizos, posee unos dientes de esos que salen en las sonrisas de promoción de pastas dentales y noté hermosos hoyuelos en su sonrisa. Todo en él es cautivador, en especial el azul deslumbrante de sus ojos y la intensidad de su mirada a través de esas pestañas kilométricas. —No me parece que estés en posición de hacer ese tipo de preguntas. ¿Qué dices si aceptas y durante la cen
Franco:—Desembucha ya —exige la peliroja de piernas cruzadas mientras bebe un cóctel.—No es nada que no te hallas imaginado ya —le contesto y me acerco a ella para que me arregle el nudo de mi corbata— no lo ajustes tanto, la vez anterior casi me ahogo.—O sea que tienes una especie de obsesión con la cubana ¿No? —dice y deja a un lado su bebida, se dedica a anudarme la corbata y cuando termina me palmea el pecho.—No exageremos, quiero conocerla y quizá algo más luego —me encojo de hombros y poso frente a Verónica—. ¿Cómo me veo?—Guapo como siempre. Éxito en tu cita... —desea y hace una pausa para mirarme picardiosa—, y usa preservativo, bastante tienes con Riley.—Muy graciosa sirena, graciosísima. Ya me voy —le lanzo un beso—. Contrólame todo esto —le recuerdo recorriendo los alrededores de Vitale con la vista y ella rueda los ojos.—Como siempre, el día que mueras me corresponde el 70% del poder.—Debes estar rezando porque eso ocurra.—Oh no sabes cuánto.—A partir de hoy tend
Mariana:Recuesto la cabeza a la cabecera del asiento del auto y giro la vista a mi izquierda, cruzándome con la mirada curiosa de mi jefe. —¿Lo has pasado bien? —me pregunta arrugando la cara, como temiendo por una respuesta negativa de mi parte.—De maravilla, gracias por la invitación —agradezco.—Un placer —dice y se acomoda en su asiento, girándose de lado para quedar frente a mi—. ¿Ya quieres ir a tu departamento o...?Inclino mi cabeza para estar pendiente de sus palabras.—¿Te... te interesa conocer donde vivo? —propone juntando sus dientes y le brillan los ojos. Suelto una risa a medio volumen y niego con la cabeza para volverla a su rostro.—¡Wow pero que rápido eres! —Podré ser rápido, pero tú eres un poco perversa —contraataca y abro mi boca en respuesta.—¿Perversa yo? ¿Por qué?—Porque solo quería mostrarte mi apartamento, no insinué lo que sea que estás pensando —justifica y lame sus labios. Y por supuesto, sé que sus intenciones no son las que dice. —Por supuesto —
Franco:—¿Intentaste proponerle esta cifra? —cuestiona Dashton extendiéndome un papel con una cifra tres veces más alta que la anterior, niego con la cabeza—. Bueno... Siendo sincero me interesa muchísimo la empresa, y tengo trabajadores dispuestos a levantarla. Hagamos algo, dile a Massimo que la compraré, pero tres veces más alto de lo que él la está vendiendo, pues la cifra que ofrecí anteriormente ya no es negociable —acota mientras oigo pero no escucho lo que me dice, pues en mi mente solo hay espacio para Mariana. Esa mirada verde; esa sonrisa embriagadora y fascinante; esos labios rojizos y carnosos que invitan a probarlos y ese carisma que no había encontrado antes en otra mujer; toda ella ha conseguido que me obsesione con su cuerpo de un modo que ni yo mismo se explicar. «¿Cómo paré en esto si a penas la conozco?». Todo comenzó con una mirada en Miami, y ahora no puedo dejar de pensar en ella...—¡Franco! —la voz de Dashton me hace pegar un brinco en mi silla y regreso a la