UNIDA A UN DESCONOCIDO
UNIDA A UN DESCONOCIDO
Por: Yun Leben
Capítulo uno 1

—Hola, Ángela —contestó Ava perezosa, recostada en su cama, estaba a punto de conciliar el sueño cuando escuchó su teléfono móvil.

—Hija, perdóname por ser tan débil. Si algo me llegará a pasar, cuida de tu hermana. Tú eres fuerte y encontrarás la felicidad al lado de alguien que realmente te demuestre amor.

—¡Mamá! ¿Qué dices? ¿Sabes que no creo en el amor? ¿Dónde estás? ¿Dime ahora mismo que voy por ti? —se levantó asustada, escuchando la voz quebrada de su madre como si estuviera llorando.

—¡Soy masoquista! Como continuamente me lo recriminas. Dejé mi comodidad y abandoné a mi familia por Sergio —hizo una pausa para tomar aire—-. Siempre creyendo en el amor de tu padre, he aguantado engaños y malos tratos. Pero él siempre me convence de que va a cambiar y como una ilusa vuelvo a caer. No me justifico, pero tu papá fue el único hombre al que he amado y amaré hasta la muerte.

—¡Mamá! ¿Por qué dices eso ahora? ¿Viste a papá con otra mujer? —expresó con el teléfono en la oreja mientras se vestía apresuradamente.

—Sí, hija, lo seguí hasta un hotel, lo vi entrar en una habitación. Esperé un rato y al tocar la puerta, el muy sínico abrió, estaba desnudo frente a mí, empujé la puerta y vi a una mujer acostada en la cama. Estoy cansada de creerle todas sus mentiras y ayudarlo cuando se mete en problemas.

—¡Mamá! ¿Dónde estás? —volvió a preguntar alterada.

—Estoy en mi carro conduciendo. Tu papá viene en su carro detrás de mí. Estoy cansada de escuchar tantas mentiras. ¡Hija! Perdóname.

Fue lo último que escuchó Ava antes de sentir un estruendo. El teléfono se le cayó de la oreja y sus lágrimas salían desesperadas recorriendo sus mejillas.

—¡No! ¡No! ¡No, Ángela! ¿Qué locura has hecho? —gritó, con la voz temblando de angustia.

Los malos pensamientos inmutaban su cabeza. Desesperada, tomó las llaves de su carro y bajó a toda prisa por las escaleras. Salió de su casa, cerrando la puerta de su Fiat Panda plateado. Encendió el motor y, sin rumbo fijo, comenzó a conducir por las calles de Alhambra, un tranquilo pueblo en las afueras de Florida. Cuando conducía, Ava vio un accidente en el tramo contrario al que ella conducía. De lejos, vio el carro de su papá estacionado a un lado de la carretera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. A toda velocidad, buscó un cruce y retornó. Cuando estaba cerca, estacionó y miró el carro de su mamá destruido en la parte delantera. Allí sus piernas flaquearon. Como pudo, corrió, y uno de los bomberos la detuvo.

—Señorita, no puede pasar. Esta es un área restringida.

—¡Es mi mamá la que está en ese carro! Déjeme verla, por favor, ¡Mi mamá! ¿Dime cómo estás? ¿Solo quiero saber cómo se encuentra mi mamá? —gritaba desesperada. La incertidumbre la estaba matando.

—La señora está en estado crítico. En estos momentos la están trasladando al hospital central —respondió el socorrista, sintiendo pena por la joven que sostenía por sus brazos.

Ava se zafó de aquellos músculos, se giró corriendo hacia su carro. Cuando estaba a punto de introducirse en él, escuchó una voz apagada.

—¡Ava! ¡Hija!

Ella se giro lentamente hacia la voz, entrecerró los ojos y contestó con rabia.

—No me llames hija. Tú llevaste a mi madre a este accidente. Ahora, si estás feliz, ¿verdad? Ahora sí, no vas a tener el estorbo de mi mamá en tu camino, para salir a tomar. ¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que engañarla otra vez con mujeres de la mala vida? ¿Por qué no le diste el divorcio cuando te lo pidió y le ahorrabas tus humillaciones?

—¡Hija! Esto fue un accidente. Ella chocó con una de las barandillas de la carretera. A mí no me vas a echar la culpa, y la relación que tengo con tu mamá es entre nosotros dos. Tu mocosa, a mí me respetas. ¡Soy tu padre, quieras o no! —soltó Sergio, indignado por la altanería de su hija.

—Vaya, padre, que me he gastado, uno que hace sufrir a una mujer por tantos años, que no trabaja porque según lo despiden sin justificación. Que se la pasa en clubes nocturnos teniendo esposa y dos hijas. Siempre engañando a Ángela con sus mentiras baratas. Ahora, ¿qué escusas vas a dar al ella encontrarte con otra mujer? —dijo en voz alta, sintiendo como su sangre hervía por todo su cuerpo.

—Las cosas no son así, Ava. ¿De qué mujer hablas? —Sergio estaba pálido, dio un paso hacia su hija, pero se detuvo al escucharla decir.

—A mí no me engañas, papá. Mi Ángela, antes del accidente, me llamó y me contó que te encontró con una mujerzuela y que tú la perseguías. ¡Sabes! No voy a seguir perdiendo el tiempo contigo — Le dio la espalda, se subió a su carro y condujo a toda velocidad hacia el hospital. Al llegar, salió de carro y corrió hacia el mostrador de urgencias.

—¡Por favor! Mi mamá... —Intentó tomar aire, pero las palabras se le quebraron en la garganta—. ¿Dónde está la señora Ángela Johnson? La que ingresaron por un accidente automovilístico hace unos cuantos minutos, ella es mi madre.

La enfermera, al otro lado del mostrador, alzó la vista. Acostumbrada a ver rostros llenos de angustia, respondió con calma.

—La están atendiendo en la sala dos. —Señaló un pasillo a su izquierda—. Por favor, espere afuera mientras los médicos la evalúan.

Ava corrió por el pasillo y se dejó caer en una de las sillas frente a la puerta. Cada segundo le pesaba como una eternidad. De pronto, las puertas se abrieron, y un médico salió con expresión seria. Ava se levantó de golpe, sintiendo que apenas podía sostenerse en pie.

—Doctor, ¿cómo está la señora Ángela Johnson? —preguntó con voz temblorosa—. Soy su hija.

—Señorita, mantenga la calma. Su mamá llegó en muy mal estado y, lamentablemente, su corazón no resistió. Falleció antes de ser llevada a quirófano.

Ava cayó de rodillas en aquel piso frío de la sala de emergencia, y por primera vez experimentó un dolor punzante en el corazón, que no la dejaba respirar. Con dificultad empezó a balbucear.

—Ángela. ¿Por qué nos dejaste? Tus hijas te amamos, te necesitamos en nuestras vidas. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué tuviste que salir otra vez de la casa a buscar a ese sin vergüenza? —se colocó las manos en su pecho, y una cascada de sentimientos rodaban por su cara—. Ahora sí, nos dejaste solas.

El doctor, al ver la escena, se acercó y se inclinó para levantar a Ava, camino con ella hacia una camilla y la recostó. Una enfermera llegó a ellos.

—Leticia, colócale un calmante a la joven y quédate con ella hasta que se sienta mejor.

La enfermera le colocó una inyección, y allí permaneció con ella hasta que se calmó.

Ava se quedó en silencio. En su corazón había mucho rencor con su padre y decepción con su madre, que prefirió morir antes que a ellas.

—¿Y ahora cómo se lo digo a Olivia? —murmuró, con la voz quebrada, mientras su mirada se perdía en el techo de la habitación.

El miedo y el dolor se aferraban a su pecho como un peso insoportable. Sin su mamá, se sentía perdida, incapaz de imaginar qué sería de ellas ahora. Porque con su padre no contaban.

—Señorita, lamento su pérdida, tiene que ser fuerte, sus familiares la necesitan estable, solo Dios y el tiempo la ayudan a recordar a su madre sin dolor —manifestó la enfermera con tranquilidad en la mirada.

—Gracias —murmuró Ava, esforzándose por mantener la compostura mientras una mueca de tristeza deformaba sus labios. Se levantó de la camilla, con manos temblorosas acomodó su ropa y limpió sus lágrimas con la manga de su suéter. Sin decir una palabra más, caminó hacia la salida del hospital. Tenía que preparar el funeral de su madre.

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