—Hola, Ángela —contestó Ava perezosa, recostada en su cama, estaba a punto de conciliar el sueño cuando escuchó su teléfono móvil.
—Hija, perdóname por ser tan débil. Si algo me llegará a pasar, cuida de tu hermana. Tú eres fuerte y encontrarás la felicidad al lado de alguien que realmente te demuestre amor.
—¡Mamá! ¿Qué dices? ¿Sabes que no creo en el amor? ¿Dónde estás? ¿Dime ahora mismo que voy por ti? —se levantó asustada, escuchando la voz quebrada de su madre como si estuviera llorando.
—¡Soy masoquista! Como continuamente me lo recriminas. Dejé mi comodidad y abandoné a mi familia por Sergio —hizo una pausa para tomar aire—-. Siempre creyendo en el amor de tu padre, he aguantado engaños y malos tratos. Pero él siempre me convence de que va a cambiar y como una ilusa vuelvo a caer. No me justifico, pero tu papá fue el único hombre al que he amado y amaré hasta la muerte.
—¡Mamá! ¿Por qué dices eso ahora? ¿Viste a papá con otra mujer? —expresó con el teléfono en la oreja mientras se vestía apresuradamente.
—Sí, hija, lo seguí hasta un hotel, lo vi entrar en una habitación. Esperé un rato y al tocar la puerta, el muy sínico abrió, estaba desnudo frente a mí, empujé la puerta y vi a una mujer acostada en la cama. Estoy cansada de creerle todas sus mentiras y ayudarlo cuando se mete en problemas.
—¡Mamá! ¿Dónde estás? —volvió a preguntar alterada.
—Estoy en mi carro conduciendo. Tu papá viene en su carro detrás de mí. Estoy cansada de escuchar tantas mentiras. ¡Hija! Perdóname.
Fue lo último que escuchó Ava antes de sentir un estruendo. El teléfono se le cayó de la oreja y sus lágrimas salían desesperadas recorriendo sus mejillas.
—¡No! ¡No! ¡No, Ángela! ¿Qué locura has hecho? —gritó, con la voz temblando de angustia.
Los malos pensamientos inmutaban su cabeza. Desesperada, tomó las llaves de su carro y bajó a toda prisa por las escaleras. Salió de su casa, cerrando la puerta de su Fiat Panda plateado. Encendió el motor y, sin rumbo fijo, comenzó a conducir por las calles de Alhambra, un tranquilo pueblo en las afueras de Florida. Cuando conducía, Ava vio un accidente en el tramo contrario al que ella conducía. De lejos, vio el carro de su papá estacionado a un lado de la carretera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. A toda velocidad, buscó un cruce y retornó. Cuando estaba cerca, estacionó y miró el carro de su mamá destruido en la parte delantera. Allí sus piernas flaquearon. Como pudo, corrió, y uno de los bomberos la detuvo.
—Señorita, no puede pasar. Esta es un área restringida.
—¡Es mi mamá la que está en ese carro! Déjeme verla, por favor, ¡Mi mamá! ¿Dime cómo estás? ¿Solo quiero saber cómo se encuentra mi mamá? —gritaba desesperada. La incertidumbre la estaba matando.
—La señora está en estado crítico. En estos momentos la están trasladando al hospital central —respondió el socorrista, sintiendo pena por la joven que sostenía por sus brazos.
Ava se zafó de aquellos músculos, se giró corriendo hacia su carro. Cuando estaba a punto de introducirse en él, escuchó una voz apagada.
—¡Ava! ¡Hija!
Ella se giro lentamente hacia la voz, entrecerró los ojos y contestó con rabia.
—No me llames hija. Tú llevaste a mi madre a este accidente. Ahora, si estás feliz, ¿verdad? Ahora sí, no vas a tener el estorbo de mi mamá en tu camino, para salir a tomar. ¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que engañarla otra vez con mujeres de la mala vida? ¿Por qué no le diste el divorcio cuando te lo pidió y le ahorrabas tus humillaciones?
—¡Hija! Esto fue un accidente. Ella chocó con una de las barandillas de la carretera. A mí no me vas a echar la culpa, y la relación que tengo con tu mamá es entre nosotros dos. Tu mocosa, a mí me respetas. ¡Soy tu padre, quieras o no! —soltó Sergio, indignado por la altanería de su hija.
—Vaya, padre, que me he gastado, uno que hace sufrir a una mujer por tantos años, que no trabaja porque según lo despiden sin justificación. Que se la pasa en clubes nocturnos teniendo esposa y dos hijas. Siempre engañando a Ángela con sus mentiras baratas. Ahora, ¿qué escusas vas a dar al ella encontrarte con otra mujer? —dijo en voz alta, sintiendo como su sangre hervía por todo su cuerpo.
—Las cosas no son así, Ava. ¿De qué mujer hablas? —Sergio estaba pálido, dio un paso hacia su hija, pero se detuvo al escucharla decir.
—A mí no me engañas, papá. Mi Ángela, antes del accidente, me llamó y me contó que te encontró con una mujerzuela y que tú la perseguías. ¡Sabes! No voy a seguir perdiendo el tiempo contigo — Le dio la espalda, se subió a su carro y condujo a toda velocidad hacia el hospital. Al llegar, salió de carro y corrió hacia el mostrador de urgencias.
—¡Por favor! Mi mamá... —Intentó tomar aire, pero las palabras se le quebraron en la garganta—. ¿Dónde está la señora Ángela Johnson? La que ingresaron por un accidente automovilístico hace unos cuantos minutos, ella es mi madre.
La enfermera, al otro lado del mostrador, alzó la vista. Acostumbrada a ver rostros llenos de angustia, respondió con calma.
—La están atendiendo en la sala dos. —Señaló un pasillo a su izquierda—. Por favor, espere afuera mientras los médicos la evalúan.
Ava corrió por el pasillo y se dejó caer en una de las sillas frente a la puerta. Cada segundo le pesaba como una eternidad. De pronto, las puertas se abrieron, y un médico salió con expresión seria. Ava se levantó de golpe, sintiendo que apenas podía sostenerse en pie.
—Doctor, ¿cómo está la señora Ángela Johnson? —preguntó con voz temblorosa—. Soy su hija.
—Señorita, mantenga la calma. Su mamá llegó en muy mal estado y, lamentablemente, su corazón no resistió. Falleció antes de ser llevada a quirófano.
Ava cayó de rodillas en aquel piso frío de la sala de emergencia, y por primera vez experimentó un dolor punzante en el corazón, que no la dejaba respirar. Con dificultad empezó a balbucear.
—Ángela. ¿Por qué nos dejaste? Tus hijas te amamos, te necesitamos en nuestras vidas. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué tuviste que salir otra vez de la casa a buscar a ese sin vergüenza? —se colocó las manos en su pecho, y una cascada de sentimientos rodaban por su cara—. Ahora sí, nos dejaste solas.
El doctor, al ver la escena, se acercó y se inclinó para levantar a Ava, camino con ella hacia una camilla y la recostó. Una enfermera llegó a ellos.
—Leticia, colócale un calmante a la joven y quédate con ella hasta que se sienta mejor.
La enfermera le colocó una inyección, y allí permaneció con ella hasta que se calmó.
Ava se quedó en silencio. En su corazón había mucho rencor con su padre y decepción con su madre, que prefirió morir antes que a ellas.
—¿Y ahora cómo se lo digo a Olivia? —murmuró, con la voz quebrada, mientras su mirada se perdía en el techo de la habitación.
El miedo y el dolor se aferraban a su pecho como un peso insoportable. Sin su mamá, se sentía perdida, incapaz de imaginar qué sería de ellas ahora. Porque con su padre no contaban.
—Señorita, lamento su pérdida, tiene que ser fuerte, sus familiares la necesitan estable, solo Dios y el tiempo la ayudan a recordar a su madre sin dolor —manifestó la enfermera con tranquilidad en la mirada.
—Gracias —murmuró Ava, esforzándose por mantener la compostura mientras una mueca de tristeza deformaba sus labios. Se levantó de la camilla, con manos temblorosas acomodó su ropa y limpió sus lágrimas con la manga de su suéter. Sin decir una palabra más, caminó hacia la salida del hospital. Tenía que preparar el funeral de su madre.
Un día después, fue el funeral. En el cementerio, había pocas personas acompañándolos debido a que, por su padre, su madre había perdido muchas amistades. Olivia estaba llorando amargamente aferrada con fuerza a los brazos de su hermana. Ava se hacía la fuerte para no desmoronarse delante de ella.Los llantos de Olivia eran desgarradores, y Ava solo podía abrazarla para que no se cayera.Su mirada se oscureció al ver a un hombre mayor, no muy lejos de ellas. Se preguntaba por qué no se acercaba. Aunque lo odiaba por haber abandonado a su hija y haber cortado todo lazo con ella, no entendía por qué, en ese momento, no mostraba un mínimo de humanidad y se despedía de Ángela.Desvió la mirada hacia el frente, donde su padre caminaba con paso lento hacia el ataúd de su madre, interpretando el papel de viudo dolido. Lo fulminó con la mirada mientras, en silencio, le pedía a Dios fortaleza para no perder el control, Murmuró para sí misma «Como quisiera acercarme y empujarte con todas mis fu
Un mes después, en la facultad de medicina, el director le informó a Ava que no podía entrar a clases porque no había pagado la matrícula de ese semestre.Ella regresó a su casa furiosa y se encontró con su padre, quien estaba tirado en el sofá con una botella de cerveza en la mano.—¿Dónde está el dinero que mamá dispuso para nuestros estudios? —preguntó Ava parada frente a su padre.—Lo siento, hija, hay muchos gastos y ese dinero se utilizó para cosas más importantes —respondió Sergio con indiferencia mientras se rascaba la barriga y veía un partido de fútbol.—¡Me imagino! Para andar de borracho, jugando y con mujerzuelas —respondió Ava, perdiendo el control de sus palabras. El hombre frente a ella lograba sacar lo peor de su carácter—. Recuerda que mamá estipuló que con ese dinero también se deben pagar los estudios de Olivia y míos.Sergio enfureció inmediatamente, se levantó como un resorte y sin darle tiempo a Ava a reaccionar le dio una fuerte bofetada. No entendía por qué su
Greta reflexionaba en silencio, buscando la manera adecuada de decirle a su hijo que había encontrado la esposa perfecta para él. Una joven hermosa, diferente a aquella mujer que, le había causado tanto daño y destruido su imagen ante la sociedad.—¡Dante! Como tu madre, sabes que siempre hago las cosas por tu bien.—¿Qué está pasando por esa cabecita? —expresó él, volviendo a su expresión fría.—Quiero que te cases con la hija de mi difunta amiga Ángela —dijo Greta, con tono serio, buscando captar la atención de su hijo—. Ava, tiene 20 años, sé que es joven para ti, pero vive con un padre desalmado y borracho, que no tiene el más mínimo interés en el sufrimiento de ella ni de su hermana. —Hizo una pausa, observando la reacción de Dante antes de continuar—. Para acceder a los bienes de su madre, debe estar casada durante un año. Ese hombre ha espantado a todos sus pretendientes, y la situación es insoportable, las está dejando sin nada. Tú podrías ayudarla, Dante.—¿Qué crees que soy,
Ava no sabía qué hacer. No podía creer que se habían quedado sin casa. Se estremeció al escuchar una voz suave detrás de ella.—Ava, desde que mamá murió y veo a papá llegar borracho cada noche, me siento como una extraña en esta casa. —Hizo una pausa, mirando al suelo como si buscara fuerzas para continuar—. Después de la escuela, prefería vagar sin rumbo antes que regresar aquí. Al no ver a mamá, siento un dolor tan fuerte en el alma que apenas puedo soportarlo. Ahora Zoe me invita a su casa, y su madre me trata con respeto y cariño, algo que aquí ya no siento —Respiró hondo, como si las palabras que estaban por salir le costaran demasiado—. Después de múltiples conversaciones con Cecilia, he decidido irme a vivir con ellas hasta que termine la preparatoria. Ya pronto seré mayor de edad. Con esto, Ava, quiero decirte que no iré con ustedes.Ava estaba impactada por las palabras de su hermana. Volteó lentamente y, sin pensarlo, la tomó de los hombros y la abrazó con fuerza.—Oli, per
Al día siguiente, Dante se levantó a las cinco de la mañana. Estaba furioso porque no había podido conciliar el sueño; el sofá, para él, era demasiado incómodo. Entró a la habitación en silencio y observó a la mujer dormida plácidamente y eso lo enojo aún más. Caminó hacia el clóset, sacó ropa de trabajo y salió rumbo al baño. Se desnudó y, al sentir el agua helada sobre su cuerpo, recordó a su madre y soltó un largo gruñido.—¿Por qué me metiste en este lío?Se aseó rápidamente; no quería pasar más tiempo en esa casa. Al salir, se encontró con Ava recostada en el marco de la puerta de la habitación, bostezando mientras se frotaba los ojos con una mano.—Buenos días. ¿Te vas tan temprano?—Sí, tengo dos horas para llegar al trabajo. Voy a coger el primer autobús que sale a la ciudad.—Déjame prepararte el desayuno rápido —expresó ella mientras caminaba hacia la cocina.—Gracias, pero no tengo tiempo para esperarlo —respondió secamente. Tomó del estante cerca de la puerta su billetera
Ava esperó a Dante para cenar, eran las diez de la noche y él no aparecía. Miró su reloj y, al ver que no llegaba, guardó la comida en la nevera. Se retiró a la habitación inquieta, estaba pendiente del sonido de la puerta cuando la abrieran. Sin embargo, la ansiedad de la espera y la fatiga acumulada hicieron que el sueño la venciera, y poco a poco se quedó dormida.En la madrugada, se despertó para ir al baño y, al cruzar la sala y ver el sofá vacío, la preocupación se apoderó de ella. Regresó a su habitación, con miedo de estar sola en esa casa y atormentada por no saber dónde estaba Dante.El sábado pasó el día distraída, sin saber qué hacer. No tenía su número de teléfono para llamarlo, solo quería saber si estaba bien. Sin embargo, no le quedó más remedio que esperar a que apareciera. Otra noche pasó sin que Dante llegara, y la angustia a Ava la estaba matando.El domingo por la mañana, ansiosa Ava decidió llamar a Greta quien conocía mejor a su esposo. Con voz débil y un nudo e
Ava al ver que él había terminado de comer, expresó.—Ve a descansar, yo me encargo de lavar los platos —bostezó mientras se cubría la boca con una mano. Luego añadió con suavidad—: Mañana no te vayas sin desayunar, por favor.—Está bien, gracias por la comida. Que descanses —dijo mientras se levantaba de la mesa y se dirigía al sofá. Apoyó la cabeza en la almohada y, casi al instante, el sueño lo venció.A la mañana siguiente, Dante despertó con un olor delicioso invadiendo sus fosas nasales. Se inclinó ligeramente y fijó la vista en la cocina. Desde allí pudo ver la figura de Ava de espaldas, concentrada mientras revolvía algo con una cuchara. Sus ojos brillaron con una expresión agradable, se levantó y camino hacia la cocina.—Buenos días, Ava.Ava se sobresaltó al escuchar su voz gruesa y varonil. Se giró hacia él y, con una sonrisa suave, respondió:—Ya está el desayuno. Mientras te arreglas, serviré la comida. Espero que sea de tu agrado —tímidamente bajo la cabeza y volvió su v
—Dante, eres un hombre muy guapo. Seguro pasarás la noche con una mujer más atractiva que yo. —una pregunta se asomó en su cabeza—. ¿Será que ya tienes el corazón ocupado y por eso no me miras?Haciendo una mueca de desilusión, se apresuró a colocar los alimentos en la alacena. Para despejar su mente y no pensar tonterías, buscó un vino que había comprado para una ocasión especial. Al no llegar ese día, decidió poner música y relajarse con una copa. Estando sola, ¡qué más daba!Dante terminó de revisar unos documentos y, al mirar su reloj, se dio cuenta de que ya eran las doce de la noche. Cansado, se levantó de su asiento, tomó su chaqueta y salió de la oficina. Se dirigió al estacionamiento con la intención de ir a su mansión. Al sentarse en el auto, inclinó la cabeza hacia atrás, su chofer le preguntó.—Señor, ¿lo llevo a su casa?Dante guardó silencio durante unos segundos. Por alguna razón, deseaba descansar en ese sofá incómodo. Suspiró profundamente e inclinó la cabeza, acomodá