Capítulo cuatro 4

Greta reflexionaba en silencio, buscando la manera adecuada de decirle a su hijo que había encontrado la esposa perfecta para él. Una joven hermosa, diferente a aquella mujer que, le había causado tanto daño y destruido su imagen ante la sociedad.

—¡Dante! Como tu madre, sabes que siempre hago las cosas por tu bien.

—¿Qué está pasando por esa cabecita? —expresó él, volviendo a su expresión fría.

—Quiero que te cases con la hija de mi difunta amiga Ángela —dijo Greta, con tono serio, buscando captar la atención de su hijo—. Ava, tiene 20 años, sé que es joven para ti, pero vive con un padre desalmado y borracho, que no tiene el más mínimo interés en el sufrimiento de ella ni de su hermana. —Hizo una pausa, observando la reacción de Dante antes de continuar—. Para acceder a los bienes de su madre, debe estar casada durante un año. Ese hombre ha espantado a todos sus pretendientes, y la situación es insoportable, las está dejando sin nada. Tú podrías ayudarla, Dante.

—¿Qué crees que soy, mamá? ¿Un héroe que salva damiselas en apuros?

—Dante, no seas grosero conmigo. La encontré llorando exasperada frente a la tumba de su madre. Escuché lo que está pasando y un marido es la única forma de que salga del yugo de su padre. Además, después de lo que te hizo Lorena, tú necesitas sanar tu corazón y limpiar tu imagen en la sociedad.

—No necesito ninguna mujer, y menos me interesa lo que piense la gente de mí. ¡Mi respuesta es NO! —exclamó Dante, con firmeza, cruzando los brazos y mirando a su madre sin vacilar. Pero al ver la mirada suplicante de Greta, su tono de voz se suavizó un poco, aunque seguía siendo tajante—. Madre, ¿por qué ofreces ayuda a una desconocida? Aunque sea hija de tu amiga, llevas años sin saber nada de ella, como me has contado. Tú no sabes cómo son sus hijas. Si salieron a su padre, esta Ava podría ser solo una interesada que busca casarse con un millonario. ¿Por qué arriesgarte por alguien que ni siquiera conoces? Mejor deja que sigan con su vida.

—Mi amor, ella no sabe nada de mi procedencia. Además, tengo buen ojo para ver el corazón de las personas, y esta niña tiene el alma pura de su madre. ¡Piénsalo! Solo será un año de matrimonio. A cambio, te cederé las acciones de tu abuelo y el control total de la empresa. Si no lo haces, venderé mis acciones y dejarás de ser el accionista mayoritario. Sabes que soy capaz de hacerlo —Hizo una pausa observando la reacción de Dante, al ver que solo la miraba, suavizo su voz y con un tono de tristeza continuó—. ¿Crees que no me dolió ver cómo te dejó Lorena, destruido, casi sin alma, y lo mucho que te costó levantarte?

Dante frunció el ceño, al escuchar esas últimas palabras.

—Madre, lorena es parte de mi pasado y no quiero volver a tocar ese tema con nadie. En cuanto a la empresa ¿Me estás amenazando con quitarme el legado de mi abuelo, por el que sacrifico mi tiempo para sacarlo adelante?

—Dante, por favor. Tú necesitas una esposa y Ava un marido —repitió Greta, conociendo lo testarudo que era su hijo.

—¡No la conozco, mamá! ¿Acaso la chica es fea? ¿Por qué ningún hombre quiere casarse con ella? Que entre a internet y busque marido ahí.

—Dante, ¡qué insensible eres! Como si fuera tan fácil —Greta sintió que la cabeza le iba a explotar por lo terco que era su hijo—. Ángela fue una amiga a la que no ayudé en su momento. Le di la espalda al casarme. Si debo ayudar a su hija, lo haré. Solo te pido un año de matrimonio, el tiempo pasará rápido. Por favor, hijo, hazlo por mí. —Greta suspiró varias veces y, con cara de súplica, continuó—. ¡Pon con las condiciones que quieras!

Dante se quedó en silencio analizando la situación. Ya conocía la historia de la amiga de su madre. Pensó: “Si esta mujer busca aprovecharse de mi madre, no lo permitiré. Primero la meteré en la cárcel.”

Finalmente, levantó la mirada y respondió:

—Está bien. Dices que ella no sabe nada de ti, así que tengo dos condiciones: la primera, seré un simple chofer de encomiendas que vive en una casucha, y ella tendrá que vivir conmigo ahí. La segunda, seré yo quien decida cuándo divorciarnos. Si descubro que todo esto es mentira, me divorciaré de inmediato.

Greta, al escuchar la respuesta de su hijo, sonrió emocionada. Su rostro se iluminó de satisfacción, y sin perder tiempo, se levantó rápidamente antes de que su hijo pudiera cambiar de opinión.

—¡Me alegra que ayudes a Ava! Yo me encargaré de hablar con el abogado y establecer las condiciones del matrimonio. Llamaré a mi nuera para darle la noticia.

Con pasos rápidos, se acercó a Dante y lo abrazó. Luego, se apartó de él con prisa, saliendo de la oficina con una sonrisa victoriosa. Había logrado lo que se había propuesto.

Dante la observó desaparecer por la puerta mientras se pasaba una mano por la sien, frustrado. No dejaba de pensar que había aceptado la mayor idiotez de su vida. Ahora de solo pensar en matrimonio su cabeza le dolía.

Por otro lado, Ava, al llegar a su casa, subió las escaleras directo a su habitación. Al abrir la puerta, se asustó al ver a su padre sentado en la cama. Tragó saliva al notar su semblante serio; sabía que no estaba allí para nada bueno.

—Sergio, ¿qué haces en mi habitación?

—¡Ava! Necesitamos hablar.

—¿Y ahora qué pasó, Sergio? —preguntó, con un tono cargado de desdén—. No puede ser nada bueno si estás aquí. —Arrugó la cara con evidente disgusto, dejando claro que no tenía ganas de tratar con él en ese momento.

—Soy tu padre, y te informó que aposté esta casa y perdí la apuesta. —soltó con tranquilidad.

—¿Qué hiciste? ¿Qué? —ella soltó una risa nerviosa—. Esto tiene que ser una broma, ¿verdad? Recuerda que esta casa es el patrimonio de mamá para Olivia.

—Me metí en problemas y puse esta casa como garantía. Como Olivia es menor de edad, yo decido por ella. —Soltó, sin remordimiento—. En dos días debemos desalojarla.

La fría confesión dejó a Ava sin palabras. Sergio, al tener acceso al dinero de su esposa, había sucumbido a la adicción al juego. Después de perder todo el dinero de la cuenta familiar, su vicio lo llevó a apostar la casa.

—¡No, no, no! Eso no puede ser verdad —negaba con la cabeza mientras su voz temblaba—. ¡Aquí están los recuerdos de mamá! ¡Eres un maldito desgraciado, Sergio! —gritó furiosa.

Sergio, al ver la altanería y el reproche en los ojos expresivos de su hija, se levantó enfurecido. Cruzó la habitación en dos largas zancadas y, sin pensarlo dos veces, le propinó una cachetada.

—¡Vas a respetarme! Soy tu padre y tengo la custodia de Olivia. Si no daba esta casa como garantía, les habrían hecho daño. ¿Eso quieres? Vamos a alquilar una habitación en una residencia y solo llevaremos nuestra ropa.

—¡Lárgate de mi habitación! ¡No quiero seguir escuchándote!

Sergio salió sin mirar atrás, dejando a Ava sola, con lágrimas acumulándose en sus ojos. Se llevó la mano a la mejilla, frotándola con suavidad, como si intentara borrar el dolor que sentía en el corazón. No podía creer que su propio padre pudiera ser tan cruel, que sus vicios estuvieran por encima de ellas.

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