Un mes después, en la facultad de medicina, el director le informó a Ava que no podía entrar a clases porque no había pagado la matrícula de ese semestre.
Ella regresó a su casa furiosa y se encontró con su padre, quien estaba tirado en el sofá con una botella de cerveza en la mano.
—¿Dónde está el dinero que mamá dispuso para nuestros estudios? —preguntó Ava parada frente a su padre.
—Lo siento, hija, hay muchos gastos y ese dinero se utilizó para cosas más importantes —respondió Sergio con indiferencia mientras se rascaba la barriga y veía un partido de fútbol.
—¡Me imagino! Para andar de borracho, jugando y con mujerzuelas —respondió Ava, perdiendo el control de sus palabras. El hombre frente a ella lograba sacar lo peor de su carácter—. Recuerda que mamá estipuló que con ese dinero también se deben pagar los estudios de Olivia y míos.
Sergio enfureció inmediatamente, se levantó como un resorte y sin darle tiempo a Ava a reaccionar le dio una fuerte bofetada. No entendía por qué su hija era tan altanera y difícil de controlar. En cambio, Olivia había heredado el carácter dócil de su madre.
—¡A mí no me hables así! Aunque no lo aceptes, sigo siendo tu padre —gritó furioso—. No necesitas estudiar. Ese dinero lo necesito para mis gastos. El restaurante no está produciendo nada, así que he decidido cerrarlo. Lo que entra en la cuenta apenas alcanza para cubrir los gastos de la casa. Además, no necesitas estudiar. Mejor dedícate a los oficios de la casa.
Ava sintió que el piso se movía bajo sus pies. No podía creer que ese hombre cerrara el pequeño restaurante que su madre había comprado con tanto esfuerzo.
—¡Tú no puedes cerrarlo! Déjame encargarme de él, mamá me lo dejó a mí.
—Pero hasta que no te cases, yo lo administro. Y como no está generando dinero, se quedará cerrado. Ya no quiero seguir discutiendo contigo. ¿No ves que estoy ocupado? Será mejor que te retires. —Su tono era frío y despectivo, dejando claro que no tenía interés en seguir hablando.
Se dejó caer de nuevo en el sillón, estiró la mano para tomar la cerveza que había dejado sobre la mesa, e ignorando a su hija, dirigió su atención a la pantalla del televisor.
Ella le dio la espalda y, con lágrimas rodando por sus mejillas, subió las escaleras derrotada. Mientras avanzaba, se llevó una mano a la mejilla, acariciando el lugar donde había recibido el golpe.
Han pasado cuatro meses, y Ava aún no ha conseguido esposo. Durante ese tiempo, comenzó a salir con algunos chicos de la universidad, pero cada vez que mencionaba el tema del matrimonio, las cosas se torcían. Algunos la bloqueaban de los chats, otros simplemente desaparecían sin dar explicaciones. No era difícil adivinar la razón: Sergio los intimidaba y nadie quería tener un suegro como ese hombre.
Un día, después de una discusión con su padre, Ava fue a visitar la tumba de su madre. Se sentó sobre la tierra, con la mirada perdida, y comenzó a hablar:
—No entiendo qué pretendías al poner a Sergio como tutor de nosotras y con esa locura de casarme. Pero te cuento que no ha sido fácil conseguir esposo en estos cinco meses. Tu brillante marido ha amenazado a la mayoría. Ya perdí las esperanzas con el restaurante. Lo poco que logro sacarle a Sergio ha sido para Olivia, quien, gracias a Dios, se ha distraído con el colegio y pasa más tiempo en casa de Zoe. —Se llevo dos dedos al pie de sus ojos para retirarse las lágrimas—. Siento una enorme impotencia al ver cómo Sergio malgasta el dinero en juegos y bebidas. A este ritmo, pronto terminaremos viviendo bajo un puente. —Soltó un suspiro ahogado—. No es por el dinero, sino porque él no se merece nada de ti mamá.
—Debería ser un caballero quien te ofreciera un pañuelo, pero a falta de ellos, toma, sécate las lágrimas.
Ava se sobresaltó y giró la cabeza hacia donde provenía la voz. Al ver a una señora de unos sesenta años con la mano extendida, tomó lo que le ofrecía.
—Gracias —pronunció con un hilo de voz.
—Mi nombre es Greta. Era amiga de tu madre. Vine a traerle unos girasoles, que tanto le gustaban —dijo la señora mientras sacaba un jarrón de cerámica de la cabecera de la lápida y se dirigía a una pequeña fuente cercana para llenarlo de agua.
Ava se levantó y observó cómo la señora regresaba con el jarrón lleno de flores y lo colocaba con delicadeza sobre la lápida.
—Gracias por tan bello gesto, señora Greta. Aunque mi mamá nunca me habló de usted.
Greta la tomó de la mano y la guio hacia una banca cercana. Ambas se sentaron.
—Dime solo Greta, yo era amiga de tu madre antes de que se escapara con tu padre. Desde que supe de su fallecimiento, vengo de la cuidad cada vez que puedo a traerle flores y hablar con ella.
Ava bajó la cabeza.
—Yo soy su hija mayor, Ava Hayek.
—Lo sé. Ahora desahógate conmigo para que te sientas mejor. Tal vez pueda ayudarte —dijo Greta, colocando sus manos sobre las de Ava, como un gesto de consuelo.
Ava sintió confianza y comenzó a relatarle su sufrimiento: la petición de casarse para recuperar sus bienes, la irresponsabilidad de su padre y la forma en que él esta malgastado todo.
—Mi niña, yo te voy a ayudar a conseguir esposo. Dame tu número de teléfono.
Los ojos de Ava se iluminaron. Eso era justo lo que necesitaba para poder echar a su padre de la casa y dejarle un lugar seguro a Olivia.
—¿Haría eso por mí?
—Claro que sí, mi niña. Espera mi llamada.
—¡Gracias, Greta! Lo único que quiero es un marido, aunque sea solo de apariencia. No le voy a exigir nada, puede seguir con su vida, solo que lo haga con discreción hasta que se cumpla el año.
—Ángela era mi mejor amiga en la infancia, y ayudarte es como ayudarla a ella. Deja que yo me encargue de tu pareja ficticia.
Ava abrazó a la señora y, con una triste sonrisa, se despidió. Estaba decidida a no dejar que su padre siguiera derrochando lo poco que les quedaba.
La mujer, al verla alejarse, se levantó de la banca y, con cautela, caminó hacia un auto negro. Se metió en él y le dijo al chofer:
—Llévame a la empresa de mi hijo.
En una de las empresas de tecnología más importantes del país, un hombre con aire de superioridad y semblante neutro revisaba unos documentos cuando escuchó una voz conocida.
—¿Tengo que venir a esta empresa para saber de mi hijo? ¡Recuerda que todavía tienes a tu madre viva! —reprochó Greta, caminando hacia su hijo.
Dante levantó la vista y curvando los labios se levantó con elegancia del sillón.
—Estaba por ir a visitarte, madre. Gracias por ahorrarme el viaje.
Con pasos firmes, rodeó el escritorio y se acercó a Greta. La abrazó y le depositó un beso ligero en la mejilla.
—¿Por qué Dios me castiga con un hijo tan ermitaño? —bromeo la mujer separándose de sus brazos.
—Soy el único que tienes. — Dante guio a su madre hasta la silla frente a su escritorio y, con un gesto amable, la ayudó a sentarse. Después, rodeó el escritorio con pasos tranquilos y volvió a ocupar su lugar en su trono.
Greta reflexionaba en silencio, buscando la manera adecuada de decirle a su hijo que había encontrado la esposa perfecta para él. Una joven hermosa, diferente a aquella mujer que, le había causado tanto daño y destruido su imagen ante la sociedad.—¡Dante! Como tu madre, sabes que siempre hago las cosas por tu bien.—¿Qué está pasando por esa cabecita? —expresó él, volviendo a su expresión fría.—Quiero que te cases con la hija de mi difunta amiga Ángela —dijo Greta, con tono serio, buscando captar la atención de su hijo—. Ava, tiene 20 años, sé que es joven para ti, pero vive con un padre desalmado y borracho, que no tiene el más mínimo interés en el sufrimiento de ella ni de su hermana. —Hizo una pausa, observando la reacción de Dante antes de continuar—. Para acceder a los bienes de su madre, debe estar casada durante un año. Ese hombre ha espantado a todos sus pretendientes, y la situación es insoportable, las está dejando sin nada. Tú podrías ayudarla, Dante.—¿Qué crees que soy,
Ava no sabía qué hacer. No podía creer que se habían quedado sin casa. Se estremeció al escuchar una voz suave detrás de ella.—Ava, desde que mamá murió y veo a papá llegar borracho cada noche, me siento como una extraña en esta casa. —Hizo una pausa, mirando al suelo como si buscara fuerzas para continuar—. Después de la escuela, prefería vagar sin rumbo antes que regresar aquí. Al no ver a mamá, siento un dolor tan fuerte en el alma que apenas puedo soportarlo. Ahora Zoe me invita a su casa, y su madre me trata con respeto y cariño, algo que aquí ya no siento —Respiró hondo, como si las palabras que estaban por salir le costaran demasiado—. Después de múltiples conversaciones con Cecilia, he decidido irme a vivir con ellas hasta que termine la preparatoria. Ya pronto seré mayor de edad. Con esto, Ava, quiero decirte que no iré con ustedes.Ava estaba impactada por las palabras de su hermana. Volteó lentamente y, sin pensarlo, la tomó de los hombros y la abrazó con fuerza.—Oli, per
Al día siguiente, Dante se levantó a las cinco de la mañana. Estaba furioso porque no había podido conciliar el sueño; el sofá, para él, era demasiado incómodo. Entró a la habitación en silencio y observó a la mujer dormida plácidamente y eso lo enojo aún más. Caminó hacia el clóset, sacó ropa de trabajo y salió rumbo al baño. Se desnudó y, al sentir el agua helada sobre su cuerpo, recordó a su madre y soltó un largo gruñido.—¿Por qué me metiste en este lío?Se aseó rápidamente; no quería pasar más tiempo en esa casa. Al salir, se encontró con Ava recostada en el marco de la puerta de la habitación, bostezando mientras se frotaba los ojos con una mano.—Buenos días. ¿Te vas tan temprano?—Sí, tengo dos horas para llegar al trabajo. Voy a coger el primer autobús que sale a la ciudad.—Déjame prepararte el desayuno rápido —expresó ella mientras caminaba hacia la cocina.—Gracias, pero no tengo tiempo para esperarlo —respondió secamente. Tomó del estante cerca de la puerta su billetera
Ava esperó a Dante para cenar, eran las diez de la noche y él no aparecía. Miró su reloj y, al ver que no llegaba, guardó la comida en la nevera. Se retiró a la habitación inquieta, estaba pendiente del sonido de la puerta cuando la abrieran. Sin embargo, la ansiedad de la espera y la fatiga acumulada hicieron que el sueño la venciera, y poco a poco se quedó dormida.En la madrugada, se despertó para ir al baño y, al cruzar la sala y ver el sofá vacío, la preocupación se apoderó de ella. Regresó a su habitación, con miedo de estar sola en esa casa y atormentada por no saber dónde estaba Dante.El sábado pasó el día distraída, sin saber qué hacer. No tenía su número de teléfono para llamarlo, solo quería saber si estaba bien. Sin embargo, no le quedó más remedio que esperar a que apareciera. Otra noche pasó sin que Dante llegara, y la angustia a Ava la estaba matando.El domingo por la mañana, ansiosa Ava decidió llamar a Greta quien conocía mejor a su esposo. Con voz débil y un nudo e
Ava al ver que él había terminado de comer, expresó.—Ve a descansar, yo me encargo de lavar los platos —bostezó mientras se cubría la boca con una mano. Luego añadió con suavidad—: Mañana no te vayas sin desayunar, por favor.—Está bien, gracias por la comida. Que descanses —dijo mientras se levantaba de la mesa y se dirigía al sofá. Apoyó la cabeza en la almohada y, casi al instante, el sueño lo venció.A la mañana siguiente, Dante despertó con un olor delicioso invadiendo sus fosas nasales. Se inclinó ligeramente y fijó la vista en la cocina. Desde allí pudo ver la figura de Ava de espaldas, concentrada mientras revolvía algo con una cuchara. Sus ojos brillaron con una expresión agradable, se levantó y camino hacia la cocina.—Buenos días, Ava.Ava se sobresaltó al escuchar su voz gruesa y varonil. Se giró hacia él y, con una sonrisa suave, respondió:—Ya está el desayuno. Mientras te arreglas, serviré la comida. Espero que sea de tu agrado —tímidamente bajo la cabeza y volvió su v
—Dante, eres un hombre muy guapo. Seguro pasarás la noche con una mujer más atractiva que yo. —una pregunta se asomó en su cabeza—. ¿Será que ya tienes el corazón ocupado y por eso no me miras?Haciendo una mueca de desilusión, se apresuró a colocar los alimentos en la alacena. Para despejar su mente y no pensar tonterías, buscó un vino que había comprado para una ocasión especial. Al no llegar ese día, decidió poner música y relajarse con una copa. Estando sola, ¡qué más daba!Dante terminó de revisar unos documentos y, al mirar su reloj, se dio cuenta de que ya eran las doce de la noche. Cansado, se levantó de su asiento, tomó su chaqueta y salió de la oficina. Se dirigió al estacionamiento con la intención de ir a su mansión. Al sentarse en el auto, inclinó la cabeza hacia atrás, su chofer le preguntó.—Señor, ¿lo llevo a su casa?Dante guardó silencio durante unos segundos. Por alguna razón, deseaba descansar en ese sofá incómodo. Suspiró profundamente e inclinó la cabeza, acomodá
El lunes, Dante se encontraba sentado como un rey en su gran trono.—¡¿Estás seguro?! No creo que sea buena idea dejarla sin protección —soltó Benjamín, incrédulo ante la petición de su amigo.Dante se inclinó hacia adelante, con sus ojos amielados clavados en su amigo. Señaló con un dedo hacia la herida, y con voz baja y cargada de reproche soltó.—¿De verdad crees que necesita protección? —Dejó escapar una risa amarga, como si la idea fuera un mal chiste—. Ella sabe defenderse sola, mira que lo sabe hacer muy bien.—Dante no la dejes sola, sin tu apoyo. Recuerda que su papá llegó borracho a formarle un escándalo en el restaurante para que lo cerrara y, si no fuera por la protección que le colocamos, todavía estaría merodeando el local. También esta esa persona que ha estado rondando el restaurante y haciendo preguntas sobre la familia de Ava —expresó benjamín, desconcertado por lo que había estado descubriendo sobre la procedencia de Ava.Dante movió los labios como si estuviera a p
Benjamín irrumpió en la oficina de su jefe como un rayo.—¡Dante! ¡Sofía llamó! ¡Ava está en peligro! Unos hombres armados invadieron el restaurante. Mandé un grupo de nuestros hombres apoyar a Sofia.Dante sintió que el alma se le helaba. «Si algo le pasa, será mi culpa», pensó, mientras se levantaba del sillón y, a grandes zancadas, salía de la oficina. Sin esperar el ascensor, bajó por las escaleras a toda velocidad. Llegó al estacionamiento con la legua afuera, pero eso era lo menos que le importaba, con rapidez se metió en el carro.—Llévame al restaurante de mi esposa, rápido. Necesito saber cómo está, date prisa —su voz sonaba desesperada.Luis arrancó el carro, y el trayecto transcurrió en silencio. La mente de Dante solo rogaba que fuera un susto, que ella estuviera bien.Ava, con el dolor que sentía, aprovechó que el hombre se distrajo y le dio una patada en la entrepierna, haciéndolo caer a su lado. Gateó para alejarse, pero él fue más rápido y la sujetó por una pierna.Sof