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Tótem de amor
Tótem de amor
Por: Katy Fraiser
Capítulo 1. "Pueblo chico, infierno grande"

Diana

  Nos mudamos a un pueblo del interior llamado Calingasta hace una semana. Es bello, pero muy diferente a la ciudad. Colegio, compañeros, casa, vecinos nuevos. En ese orden, me produce cólicos la idea. Con diecisiete años, no es fácil dejar atrás a los amigos que tanto te costó hacer. ¿Cómo se empieza desde cero a mi edad? Sin nadie cerca en qué confiar, más que en mi pequeña hermana de trece años.

  Siempre, dentro de todo, nos llevamos bien. Porque cada una tenía su espacio, es decir, su propia habitación, y eso es fundamental para una buena convivencia. Excepto, cuando ella entró al secundario, y la pubertad la revolucionó. Ahí la amistad comenzó a entrar en crisis. Daniela se quiso entrometer cada vez más en mi vida. Desde revisar mi celular hasta mi ropa interior. Sí, hasta ese punto. ¿Cómo no molestarme y sentirme invadida? 

  También cuando venían amigas a visitarme, hacía lo posible por agradarles. Las agregaba a las redes, les escribía, entre otras cosas. En verdad se volvió fastidiosa para mí. Mi madre, siempre salta a su defensa. Dice que no debo ser egoísta, y que tendríamos que ser más compañeras. Pero no se puede ¡Ella es cuatro años menor que yo! Yo estoy en una edad distinta, donde me preocupa salir con con mis amigas, con el chico que me gusta, pensar qué carrera seguir y la ropa que me voy a poner el fin de semana. 

  En cambio, ella está recién por adaptarse a la vida del secundario.  Haciendo nuevos amigos, tratando de aprobar sus primeros exámenes,  aún ve series infantiles y quizás apenas esté por enamorarse. "El primer amor", uff... Tendrá suerte si es correspondido y no un imbécil. Espero que cuente conmigo cuando llegue ese momento, así me aseguro de que nadie juegue con ella. Yo, realmente, aún no me he enamorado. Sí he creído estarlo, hasta descubrir que los chicos en cuestión definitivamente no eran de mi tipo.

  Siempre mamá nos dijo que nos fijemos, mínimo, en alguien que tenga aspiraciones similares a nosotras si no queremos salir lastimadas. Y le doy toda la razón, porque cuando me enamoré (o lo creí) por primera vez, no era para nada un buen partido ese chico. No estudiaba, mujeriego, sin planes a largo plazo. Todo lo contrario a mí, que si me va mal en un examen lloro, no tengo ojos para nadie más cuando me fijo en alguien y al menos tengo tres carreras universitarias en mente.

  Ahora, mi hermana se preocupa en ver cómo me visto, me maquillo y peino. Creo que incluso, quiere imitarme. Si uso una remera corta donde se me vea el ombligo, ella pide comprarse una similar. La he descubierto varias veces revolviendo mi ropa. Y usándola.  Me enojo muchísimo, pero mi madre siempre salta a su defensa recriminándome que debo compartir.

  Entonces, puedo llegar a estar furiosa de un momento, pero al otro, sentir partirse mi corazón viéndola llorar o sufrir por otro cualquier motivo. Como cuando sus amigas se juntaron y fueron al cine sin invitarla. Ese día, me encargué de llamar por teléfono a una e insultarla. Así de impulsiva puedo resultar ser.

  Aquí, donde acabamos de mudarnos, hay pocas casas alrededor. Al frente vive un chico, que si no tiene mi edad, es uno o dos años más grande que yo. Es divino. Alto, de musculosos brazos, cabello castaño y ojos claros. No estoy segura de que color son, porque no lo he tenido lo suficientemente cerca como para descubrirlo. Pero sí, se ve muy simpático porque desde el día uno en que me vio, saludó con una hermosa sonrisa. Con lo guapo que es, seguramente tiene mil mujeres atrás. 

   Aún, estamos en vacaciones de verano, así que este pueblo es más aburrido que de costumbre. Mi mamá consiguió trabajo en el municipio, así que ella es la única que tiene obligaciones por ahora. Por el momento, más que salir a hacer compras, limpiar, regar el césped, o hacer ejercicio, no puedo hacer. 

  Me vestí con ropa deportiva. Una calza corta, musculosa y me até el pelo. Todo esto para salir a correr. Abrí la puerta para dejar la casa, y al dar la vuelta estaba el vecino lindo, sujetando de la correa, a su pastor alemán. 

- Buen día - Dijo sonriente.

- ¡Hola! ¿Todo bien? - Sinceramente, no se me ocurrió otro saludo más creativo.

- Eh, si. ¿Y vos? Perdón, ¿Cómo es tu nombre?

- SÍ, sí. Me llamó Diana. Un gusto. ¿Tu nombre?

- Igualmente. Yo soy Erick - Dijo, mientras su perro ladraba impaciente por seguir su camino - Y este molesto es Dalton.

- ¡Es hermoso! - Como el dueño, pensé. Me agaché para acariciarlo y el perro sacudía su cola. 

- ¿A dónde estabas yendo? - Me preguntó. 

- A ningún lado en especial, sólo a caminar.

- Genial, nosotros igual. ¿Te acompañamos?

-  Sí, me vendría de diez. Porque no conozco - Y de paso, nos conocemos mejor. Por supuesto

- OK. Conozco un camino lindo que puedo mostrarte.

- ¡Genial!

  Nos dirigimos en dirección al cerro. Era un camino rodeado de altísimos álamos. Pocos autos pasaban por la calle. Tenía que volver dentro de una hora, para que mi madre no se preocupara por mí al llegar y no verme. También, para no dejar mucho tiempo sola a Daniela. 

- Y bueno. ¿Qué las trajo por acá? - Preguntó Erick.

- Trabajo. Mi madre comenzó a trabajar con el intendente - Dije, seguido de una sonrisa tímida.

- ¿Y cómo te cayó la idea de mudarte?

- Emm... Más o menos. No tuve opción. Era acá o irme a vivir con mi padre y su mujer. 

- Ah... Entiendo. ¿No te llevas bien con tu madrastra? 

- ¿Cómo? No, no. Está todo bien con ella. Pero ya deben estar acostumbrados a vivir solos, quizás iba a molestar con mi presencia. Además, no iba a dejar a mi hermana sola con mi madre. Nunca se alejaría de ella. ¿Cómo vamos a separarnos?

- ¿Son muy unidas? Digo, con tu hermana.

- Se podría decir que sí. Ahora, no tanto. Estamos en edades diferentes. Ella ve algunas cosas como juego y yo con seriedad. No es que me haga la madura, pero ya pasé por su edad y sé cómo piensa. ¿Vos tenés hermanos?

- Sí, pero no vive conmigo. Ya está casado.

- Ah, claro. 

- ¿Y cuántos años tienes? - Me preguntó.

- Diecisiete. ¿Tú? - Presté especial atención a su rostro y respuesta.

- Diecisiete. 

- O sea que aún vas a la escuela?

- Sí. Este año termino - Me miró y volvió a mirar hacia el frente - Pero también trabajo ayudando a mi padre en un taller mecánico. No me gusta pedir dinero, jaja.

- Eso es bueno - buenísimo - me parece perfecto. Yo si pudiera lo haría, pero mi madre prefiere que me dedique exclusivamente a mis estudios.

- Eso es válido también. Mi madre hubiese querido lo mismo seguramente - suspiró- Murió cuando tenía diez años.

- Ay... Lo siento muchísimo - dije conmovida.

- Está bien. Es duro pero siempre hay forma de salir.

- ¿Qué es eso? - Interrumpí a propósito para cambiar el rumbo de la conversación, señalando una escultura atravesada con un hueco en forma de corazón. Estaba frente a nosotros, y en medio del camino de tierra que estábamos recorriendo.

- Oh, eso. Es el "Tótem del amor". ¿Nunca has escuchado de él? - Preguntó asombrado.

- ¿Lo debería haber hecho? No, es la primera vez que veo algo así - Dije mientras lo rodeaba y miraba detalladamente.

- Bueno, te lo presento. Algunos dicen que tiene el poder de unir eternamente dos personas - Dijo mientras también lo rodeaba - Aunque no necesariamente por amor - Me miraba por medio del corazón. En ese momento, pude notar por primera vez sus ojos verdes, similares a los de mi hermana - Otros, que sólo sirve para tomar fotografías. 

- Así que hay gente que cree que esto tiene "superpoderes" - Dije dibujando comillas con mis dedos - ¿Tan supersticiosos son por aquí?

- Como todo pueblo - Respondió. 

  El resto del camino me comentó un poco de las actividades que habían para hacer, y anécdotas graciosas que le pasaron en la escuela. Lograba hacerme reír hasta el cansancio y eso me resultaba más atractivo aún. 

- Ay no, espera. ¿Qué hora es? - Pregunté preocupada, al percatarme que había perdido la noción del tiempo.

- Van a ser las trece. 

- Oh, por Dios. ¡Tendría que haber vuelto hace media hora! - Exclamé - Regresemos ahora mismo - Y nos dirigimos rumbo a nuestros hogares.

- ¿Tienes algo que hacer?

- Tendría que haber cocinado, y no dejar a mi hermana sola. Ya sabes, cosas de hermana mayor.

- Ah, entiendo. ¿Ella no sabe cuidarse sola? Jajaja.

- Claro que sí. No seas malo - sonreí - Pero igual, mi madre cree que es una niña todavía. 

- ¿Una niña? - Dijo asombrado - Yo a su edad ya había tenido dos noviecitas. 

- Jajaja. Yo no, era una santa.

- ¿Y ella también lo es? - Preguntó 

- Creo que sí. Bah, últimamente no me cuenta sus cosas. Pero yo tampoco a ella. Así que estamos a mano se podría decir.

- Claro. Ella debe querer mantener su privacidad también. 

  Nos acercábamos a nuestras casas y había un patrullero de policías afuera de la mía. 

 - ¿Está la policía en mi casa? Por Dios, ¿qué habrá pasado?

- Tranquila. Ya preguntamos.

  En la puerta estaba mi madre y Daniela abrazadas hablando con el oficial. Al verme me preguntaron, obviamente, dónde había estado.

- ¿Se puede saber dónde diablos estabas? - Preguntó enojada mi mamá. 

- Salí a caminar. Se me hizo un poco tarde, perdón. Perdón ¿Qué pasó?

- ¡Dejaste a tu hermana sola, Diana! ¡Le robaron el teléfono! ¡Mirá si le pasaba algo peor! Te pedí que la cuidaras.

  Ahí entendí por qué Daniela estaba en shock. No emitía una sola palabra.

- ¿Pero, estás bien? - Preguntó Erick a mi hermana. Ella demoró unos instantes, luego lo miró a los ojos y le respondió. 

- Sí, fue solo un susto - Dijo, y la abracé.

- ¿Cómo se supone que puedo ir a trabajar tranquila si pasan estas cosas cuando no estoy? - Dijo mi madre alterada, con justa razón- ¿Y quién es él?

- Perdóname. Por favor. No volverá a ocurrir - Me disculpé - Él es Erick. Vive al frente de casa, sólo nos encontramos caminando y me mostró un poco el pueblo.

- Sí, ya sé que vive al frente. Será mejor que no haya una próxima vez, visto los acontecimientos que pasan cuando te ausentas - Respondió enfadada.

- Disculpe, señora. Sólo lo hice por cortesía - Dijo avergonzado Erick.

- Hacía mucho que no denunciaban un asalto en esta zona. Me parece extraño. Es muy tranquilo aquí - Dijo el oficial - Pero con las descripciones que me diste, estaremos atentos. 

- "Pueblo chico, infierno grande" - Dijo Erick.

- Así es, Erick - Asintió el oficial, mirándolo fijamente.

  La policía y Erick se marcharon. Nosotras ingresamos a casa. Al cerrar la puerta, Iris, mi mamá, se mostró un poco más calmada. Daniela fue hasta su habitación. 

- Discúlpame si te traté mal. Pero me preocupé mucho. Se dicen muchas cosas del pueblo en mi trabajo y no puedo evitar pensar lo peor - Dijo mi madre, entre suspiros de alivio.

- Pero mamá, ¿Qué cosas dicen? - Pregunté intrigada.

- Cosas, Diana. Rumores típicos de pueblos - Guardó silencio, y al ver que no me daría por vencida, siguió - Dicen que hace unos años se llevaron dos niñas entre once y trece años. Algunos creen que para trata de personas, otros para ritos. No se sabe bien - Hizo una pausa y dejó el bolso del trabajo en el sofá - El tema es que cuando llegué, y vi dos infelices forcejeando con tu hermana, pensé lo peor. Menos mal que sólo fueron a robar.

- Imagino el susto. Tremendo, mamá. Pero, ¿Ella qué hacía afuera de casa?

- Mejor pregúntale tú.

  Subí hasta la habitación de mi hermana. Tenía la puerta cerrada. Abrí y me sorprendió ver lo bien que estaba para el tremendo susto que había vivido.

- Veo que estás mejor. Eres más fuerte que yo - Dije sentándome a su lado.

- Fue mi culpa ¿Debería sentirme mal? - Giró su cabeza hacia mí. 

- ¿Por qué dices eso? No es así.

- Sí. Yo les abrí la puerta. Podría haberlos ignorado - Insistió en su responsabilidad. 

- Somos nuevas aquí. Seguramente se corrió la voz y ese tipo de personas se aprovechan de eso - Justifiqué intentando que deje de sentirse culpable. 

- Ese es el punto. No creo que este lugar sea seguro para nosotras. Esta casa me genera una sensación horrible - Observaba su entorno en todas las direcciones - ¿A tí, no?

- No lo sé. Quizás - suspiré - Por eso trato de pasar poco tiempo adentro.

- Como sea. Lo único que puedo decirte es que lo del asalto fue mi culpa. No puedo contarte más. Solo decirte que no volverá a ocurrir.

- ¿Hay algo que me estás ocultado, Daniela?

- ¿Y tú me estás ocultando algo a mí? Ya no me cuentas nada - volteó el rostro para el otro lado - No veo por qué tendría que hacerlo yo. 

- ¡Cómo te gusta pelear de la nada! Vas a quedarte sola así. 

- ¿Qué hacías con Erick? - Su pregunta me desconcertó. ¿Ya lo había conocido antes que yo?

- Lo que dije. Sólo salimos a caminar y me mostró un poco el pueblo. ¿Cómo sabes su nombre?

- ¿Te gusta? Tienen la misma edad. - Entendí que había algo extraño en sus preguntas

- No, claro que no. ¿A ti te gusta? - Reflexioné en lo que me dijo de su edad - ¿Cómo sabes que tiene mi edad?

- Me lo dijo hace unos días. 

  Daniela lo había conocido antes que yo, y no lo sabía. No entendí su hermetismo ni por qué Erick no me había dicho nada al respecto. 

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