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Capítulo 4. "El lado oscuro del tercer piso"

Diana

  Algo raro está pasando. Puedo observar todo a mi alrededor, pero no moverme. Estoy en mi habitación, veo cada objeto con detalles. Mis sábanas, los posters de mis cantantes favoritos en la pared y el ropero con una de las puertas entre abierta.

 Estoy segura de que estoy despierta. Si no, no podría percibir todo con lujo de detalles. La pregunta es ¿Por qué no puedo moverme? 

 Todavía está todo muy oscuro. Debe faltar mucho para el amanecer. Desde acá puedo ver y escuchar el sonido de las agujas de mi reloj despertador. Son las 4:15. Escucho ese tic-tac cada vez más potente y me dificulta volver a dormirme.

  Intento hacer fuerza para cerrar los ojos, ya que es lo único del cuerpo que me responde, para tratar de conciliar el sueño. Cuando los vuelvo a abrir, me asusta lo que veo. Hay alguien en la entrada de mi habitación, puedo ver su silueta. Parpadeo rápidamente, como si ayudara a que eso se vaya de ahí. Pero abro los ojos y aún está ahí,  inmóvil, observándome. 

  Tengo mucho miedo. Siento mi corazón latir con fuerza. Si pudiera, me cubriría con las sábanas hasta la cabeza. No puedo hacer más que mantener mis ojos cerrados por más tiempo. Los cierro, y los mantengo así un rato. Los vuelvo abrir, pero al hacerlo, cometo un error. El rostro de aquel hombre que me encontré en la oficina, Leopoldo, está frente a mí.

  Giro en la cama y grito. Todo se ha ido. El cuerpo me vuelve a responder. Es un verdadero alivio y al parecer, no desperté a nadie. Quiero creer que fue un sueño, pero me cuesta hacerlo. 

  Cuando me levanté y senté a desayunar con mi madre le comenté lo ocurrido. 

- Tuviste una parálisis del sueño - Bebió un sorbo de café. 

- Una ¿Qué?

- Es una experiencia que ocurre mientras duermes. Ves todo, pero tu cuerpo está paralizado. Tu sueño se entremezcla con la realidad. Por eso crees que es real lo que ves.

- Cómo sea. No se lo deseo a nadie.

- ¿Tan mala impresión te ha dado Leopoldo para que lo sueñes así? Ya sé que está lejos de ser un galán, pero para verlo en una pesadilla... Es demasiado. Jajaja.

- Sí. Y eso que fue muy amable conmigo. Hasta me da culpa de haberlo tenido en una pesadilla.

- Siempre que puede le da una mano a todos. Él es así. Pero no te sientas mal. Tú ni nadie manda en su propio inconsciente - Luego me observó como si estuviese recordando algo - ¿Fuiste tú la que se levantó tantas veces anoche?

- No que yo sepa. Al contrario, hubiese deseado poder moverme de la cama. ¿Habrá sido Daniela?

- ¿Yo que hice? - Respondió Daniela mientras entraba a la cocina.

- ¿Tuviste problemas para dormir? Creo haberte escuchado saliendo de tu habitación y caminando por el pasillo - Preguntó mamá. 

- ¿Yo? No me acuerdo, la verdad. Pero sí me desperté con mucho frío. Al parecer me destapé y dormí con la ventana abierta - Daniela hizo una mueca de malestar y se sujetaba la frente.

  - ¿Por qué te levantaste tan temprano? - Quise saber.

- Me duele mucho la cabeza. Tal vez estoy por resfriarme - Daniela nos miró, y cayó en cuenta que realmente se había despertado muy temprano - ¿Aún no se van a trabajar?

- Estamos por irnos. Pero antes, te prepararé un té para tu malestar - Mamá buscó una taza y se lo sirvió.

   Llegué a mi oficina y la persiana estaba nuevamente cerrada. Estaba segura que la dejé abierta. Así que, es probable que Leopoldo la haya cerrado al marcharme. Al final, parece que sube bastantes veces a este piso.

  Por lo menos había menos polvo que antes. Pero era necesario ventilar para quitar el desagradable olor a años de encierro. Intenté abrir la persiana pero, otra vez, fracasé. Seguramente necesitaba algún tipo de mantenimiento.

  Bajé hasta la oficina de la planta a baja tratando de ubicar al personal de mantenimiento técnico, y me encontré con Leopoldo "número dos" (Ya que el primero que conocí es el uno).

- ¡Hola! Soy Diana, y empecé a trabajar en el último piso. Quisiera saber si me podría dar una mano para reparar la persiana de la oficina, porque no funciona bien, o soy demasiado torpe - Dije con tono de broma.

- ¿El último piso? - Miró arrugando la frente - ¿Por qué alguien mandaría a una señorita como a vos, a trabajar en el peor lugar de este edificio? - su rostro serio, logró confundirme y esfumarse la sonrisa - Jajaja. Sí, te acompaño. Tranquila, no muerdo.

  Sonreí de forma forzosa, y tomamos el ascensor. No es tan malo como lo imaginaba, y logré perderle algo de recelo. Tal vez, porque estaba acompañada por ese hombre corpulento de remera y pantalón manchados por su oficio.

- Bien, te sigo. ¿Dónde es? - Preguntó.

  Yo avancé asombrada porque no entendía lo que estaba viendo. La vieja persiana, completamente abierta, lograba iluminar la oficina y parte del oscuro pasillo.

- No lo entiendo. Juro que estaba imposible de abrir - Dije, sin parar de mirarla.

- ¿Alguien más trabaja acá? Porque no parece.

- No sé. Creí que era la única. Quizás fue Leopoldo.

- Yo soy Leopoldo.

- Lo sé, me refiero al otro Leopoldo.

- Ah ¿Hay otro que se llama igual a mí? - Confusa por lo que me decía, quedé pensativa por instantes.

- Eso creo...

- ¡Qué extraño! Y yo que pensaba que conocía a todos los que trabajaban acá - Miró hacia su alrededor - ¿No te da escalofríos estar en un sitio así?

- Trato de no pensarlo. Cuando subo y llego, siento como si estuviese en otro tiempo. ¿Más allá del estado de abandono, no lo cree algo "vintage"? Los muebles, las paredes, las lámparas...

- Jajaja. Puede ser. Igual, te regalo trabajar en este sector. Por algo quedó en desuso... Bueno, será mejor que vuelva antes que me reclamen - Dio la vuelta para marcharse, pero mi curiosidad lo retuvo.

- Espere. ¿Sabe por qué quedó en desuso? - Giró hacia mí, y su respuesta me desconcertó. 

- ¿Estás segura de que quieres saberlo? 

- Sí, por supuesto - Le señalé la oficina para que pase y se siente.

  Se sentó frente a mí, produciendo un crujido en la vieja silla.

- Creo que por lo menos hacen veinte años que no está ocupado este piso. Quizás ni nacías - observaba a su alrededor - Pasaron cosas raras que fueron motivos suficientes para trasladar a todo el personal a los demás pisos. No quiero que me malinterpretes, pueden haber sido casualidad - Se acomodó la voz.

- ¿Qué cosas tan raras pueden haber pasado?

- Yo soy uno de los empleados más antiguos. Por eso puedo contarte cosas que otros no tienen idea:

 En ese tiempo, había entrado a trabajar una jovencita como personal de limpieza. Era muy bella y simpática. Más de uno confundió su carisma con coqueteo. Pero ella era así con todos. 

 Hay rumores de que la habían visto en situaciones comprometedoras con uno de los secretarios en ese entonces. Gianfranco, un hombre de mucho poder político y adquisitivo. Él estaba casado, pero nadie se atrevía a decir nada, ni a meterse con un sujeto como él.  

 Con el tiempo, todo se volvió más sospechoso aún. Gina (la empleada), se quedó embarazada. Nadie sabía quién era el padre, pero algunos lo sospechábamos. Él estuvo muy atento con ella, se preocupaba por que no hiciera mucha fuerza. Le dio una licencia para que no siguiera trabajando y se dedique exclusivamente a su embarazo.

 Gina a veces no tenía con quién dejar la niña, y la llevaba al trabajo. Era hermosa y sociable  como su madre. Tres años después, Gianfranco logró darle un generoso ascenso como oficinista. 

 El problema fue, cuando una de las chicas encargadas de limpieza, que llevaba más años que ella trabjando, enfureció y le contó de los rumores a la esposa, y esta, estalló de rabia.

 Se acercó a el edificio, entró a la oficina de estos dos, que en ese momento se encontraban muy cercanos con la niña y... ¡Les disparó a los tres! Acto seguido, al verse acorralada en su propia locura, se tiró desde la ventana. 

 Fue un hecho que dejó marcado este lugar, y nunca más fue el mismo. Cada uno de los que vivimos eso, nos tocó de modo diferente. Algunos renunciaron. Otros pidieron cambiarse de piso debido al trauma o a los extraños hechos que sucedieron después.

- ¿Más cosas raras pasaron después? - Pregunté anonadada por lo que acababa de escuchar.

- Sí. No te imaginas. Igual, queda para otro día de charla. Debo volver a mi puesto - Dijo y se marchó.

  Es muy fuerte descubrir que donde estas parada tiene tanta historia. Un trágico y pasional pasado. Estaba conmocionada en mi silla y fui asustada por el sonido del viejo teléfono, que ni siquiera sabía que funcionaba.

- ¿Diga?

- Diana, necesito que vayas y compres algunos artículos de librería - Dijo una secretaria. 

- Enseguida voy.

  Por fin me encomendaban actividades para salir de ahí. Mientras salí en busca de la librería, me preguntaba si seguiría firme la propuesta de cambiar de oficina. No había visto a Fabio aún para consultarle.

  Compré hojas, lapiceras y correctores. Volví a al edificio y dejé los artículos en la secretaría. Empecé a subir las escaleras para volver a mi tétrica oficina y me crucé de frente con Fabio.

- A tí te estaba buscando - exhibía alegría en su rostro.

- ¿A mí?

- Sí. Cuando prometo algo, siempre lo cumplo. ¿O cómo crees que fui electo? - Dijo orgullosamente - Mandé a preparar un espacio para tí cerca a mi oficina.

- ¡Guau! ¿En serio? ¡¡¡Muchísimas gracias señ... Fabio!!! - Casi cometo el error de llamarlo "señor", como odiaba.

- En unos días estará lista. ¿Tendrás paciencia?

- Sí, por supuesto. 

- ¿Qué te parece si tomamos un café en la confitería de aquí para festejar y charlar detalles? - Me consultó, y yo obviamente no me pude resistir. 

  Nos sentamos al lado de un ventanal con vista a un hermoso verde parquizado y álamos alrededor. Un cielo celeste despejado y brillante de fondo.

  Pedimos un desayuno para compartir que consistía en dos cafés, jugo natural de naranja, tostadas de harina integral y semillas, mermelada de durazno y membrillo.

- Me gustaría hacerte un par de preguntas. ¿Puedo?

- Sí, claro. Adelante. 

- ¿Cuándo te recibes del secundario? ¿Tienes pensado una carrera por seguir?

- Este año. Y de carreras... Tengo en mente al menos tres. Psicología, contador, abogacía. Pero también me gustan otras, como periodismo y administración de empresas.

- Entonces te queda poco. Excelente, me gustan todas esas carreras. Si no sabías, soy Licenciado en Administración de Empresas. Así que si te inclinas por ese lado, puedes contar conmigo. Pero, igual, si pudiera te ayudaría con cualquier otra. Es mi esencia - Sonrió mostrando levemente sus blancos dientes.

- Eso me encantaría. ¿Puedo preguntar yo ahora?

- Todo tuyo - <<Uy... Cuidado con lo que dices Fabio que me lo creeré>>

- ¿Cómo lograste ser electo, a tan temprana edad?

- Jajaja. ¡La pregunta del millón! Se puede decir que por suerte, destino, y mucho trabajo desde temprano. Me favoreció crecer en un pueblo relativamente pequeño, con mucho potencial y los contactos necesarios. Mi familia siempre estuvo involucrada en la política. Tenemos merenderos, nos gusta ayudar siempre que podemos y ver crecer a la gente. 

 Desde la escuela era elegido como delegado o presidente de los centros de estudiantes. Algunos dicen que es un poder de liderazgo innato. Pero yo lo llamo vocación y anhelo de conseguir el bien común. 

- Qué interesante - Lo escuchaba con mis codos apoyados en la mesa y el mentón encima de mi mano - ¿Estás casado?

- ¿Tú crees que tengo tiempo para eso? Jajaja. No, ni siquiera tengo novia Di.

- Así me llama mi madre, jajaja. Entonces ¿Vives solo para tu trabajo?

- ¿Sí? No sabía. Con respecto al trabajo... No, también me gusta hacer ejercicio y enfiestarme de vez en cuando con amigos. O salir a tomar un café con nuevas amigas - Guiñó el ojo.

- Jajaja. Amo salir a tomar café. Acá tienes una compañera - Reí y cambié drásticamente de tema - ¿Es cierto lo que dicen que pasó en el tercer piso hace unos años?

- Oh... Veo que ya te llegaron los comentarios - Bebió jugo y prosiguió - Sí, así dicen. Muchos detalles no sé porque imagínate que era un niño en ese entonces... Pero lo de las apariciones son rumores. Yo nunca vi ni escuché nada, por lo menos.

- Lo que no puedes negar es que es escalofriante... Jaja. Me alegro que me des la oportunidad de cambiarme de piso. Pero creo que deberían remodelar y ocupar esos espacios.

- Es la idea, pero no es fácil. Después del incendio en esa oficina se quemaron varios interruptores y demás conexiones importantes. Es una inversión grande la que hay que hacer.

- ¿Se quemó una oficina?

- ¡Sí! Pensé que te habían contado todo! - Dijo extrañado.

- No, eso no. ¿Fue después de...?

- Sí, después de la masacre - Miró su reloj y abrió grande los ojos - ¡Oh por Dios! Ya es hora, debo ir a una reunión, y tu ya te puedes retirar e ir a descansar por hoy.

  Más allá de que me causaban escalofríos las historias que me contaron del tercer piso, tenía un lado masoquista que me gustaba oírlas y saber cada vez más detalles.

 Esa noche dormí bien, pero me despertaron unos golpecitos seguidos que provenían de abajo.

  Traté de relacionarlos con algo que le dieran una explicación, pero no pude. Entonces me puse mis pantuflas y salí de mi habitación para intentar descubrir el origen. 

  Pasé por afuera del cuarto de Daniela, y volví al notar que no estaba. Los golpecitos continuaban, y seguí mi camino hasta llegar las escaleras, encontrando el origen de aquellos sonidos.

- ¡Oh! ¡Por Dios!

 ¡Daniela estaba pegando continuos cabezazos contra la puerta de entrada! Bajé de inmediato, le hablé pero estaba muy dormida. La tomé de la espalda y la acompañé hasta su cuarto.

  

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