Tu amor obligado: Una esposa para el Magnate.
Tu amor obligado: Una esposa para el Magnate.
Por: J. I. López
Capítulo 1: La promesa.

—Ella es una chica hermosa…y la quiero para mí. — decía el adolescente Massimo Bensiali mirando por el ventanal de su estudio a Aurora Bianco.

Aquella jovencita limpiaba la maleza de los jardines junto a su padre, y su bonito rostro estaba manchado con barro. Sus cabellos eran rojos como el fuego que llevaba por dentro, y sus ojos eran de un verde esmeralda que siempre miraban a Massimo con desprecio desde que eran solo unos niños y por razones desconocidas. Tocándose la mejilla golpeada, Massimo Bensiali sonrió. Esa chica, nuevamente, acababa de rechazarlo.

—Ella es solo la hija de un par de viejos sirvientes y es dos años más joven que usted, no está a la altura del heredero Bensiali. Su deber es casarse con una mujer de su mismo rango y posición, y ya se hablado de ello; la señorita Juliana Hancock será su prometida; Juliana ha nacido en la cuna de una poderosa familia estadounidense que traerá mayor prestigio aun a los Bensiali, así que cuando tenga edad suficiente… —

—Cuando tenga edad suficiente será a Aurora a quien convierta en mi esposa, maestro Giuseppe. Ella es la única que quiero conmigo, y no me importa si ella me odia, algún día será mía. Puedes decirle a mi padre que rechazo el compromiso con esa Juliana a quien ni siquiera conozco, he tomado mi decisión y no está a discusión, soy el único heredero de la familia Bensiali, y haré lo que me plazca. — dijo interrumpiendo el muy joven heredero, a su mentor y maestro.

El viejo profesor se quitó sus lentes para limpiarlos.

—La joven Aurora Bianco es solo la hija de una sirvienta, su matrimonio con ella tan solo estará lleno de desgracias, su padre no va a permitirlo. Además, ella lo odia, mi joven señor, esa fiera pelirroja jamás se someterá a usted. — respondió Giuseppe.

Massimo sonrió.

—Ya veremos quien somete a quien. A ese petirrojo, lo pondré dentro de una hermosa jaula de oro y rubies, esa es mi promesa. — aseguró Massimo de tan solo dieciséis años, con el orgullo de un hombre adulto.

Diez años habían pasado desde aquella promesa que había hecho a su anciano mentor, y tan solo siete desde que se había marchado a estudiar su especialidad para tomar el cargo como el nuevo líder de la poderosa familia Bensiali. Llevando puesto un elegante y costoso traje a medida en color negro, Massimo sonrió al pensar que la muerte de su padre lo llevaba de regreso a la mansión que lo vio crecer, y como el único dueño de todo lo que a su familia pertenecía.

Con una expresión cínica y orgullosa, Massimo tan solo tenía en mente a una sola persona; la única por la cual había hecho una promesa, y quien seguramente ya se había convertido en toda una mujer en su ausencia.

Aurora Bianco. La única mujer que se le había ido de las manos, y la única a la que realmente quería tener para sí mismo.

—Ya verás, Aurora…veras el hombre en el que me he convertido. — musitó Massimo para sí mismo, observando el cielo celeste desde aquel avión privado en el que viajaba de regreso a Italia desde Londres.

En un viejo departamento en Palermo, Italia, una hermosa joven se vestía de negro. La muerte del señor Bensiali había sido repentina, y siendo el patrón de sus padres y el amable señor que le había ayudado a conseguir una beca para sus estudios universitarios, sentía el deber de ir a su última despedida.

Tomando su bolso, Aurora Bianco apretó un poco sus labios. En los funerales, por supuesto, estaría él. Frunciendo el entrecejo con molestia, la pelirroja recordó a Massimo Bensiali, el único hijo del señor Mauro, y el hombre más desagradable que había conocido. Tenía más de cinco años sin verlo, siete años en los que había estado en paz. Massimo había viajado al extranjero para especializarse en administración de empresas y liderazgo empresarial; nada sorprendente al saberse el único heredero del imperio Bensiali. Ella, por otro lado, estudiaba el último semestre de medicina, y todo en su vida transcurría con calma…esperaba que la llegada de ese niño bonito no arruinara eso.

—¿Estás segura que es apropiado que vaya contigo? — le cuestiono un joven de cabellos negros y ojos grises, que la miraba con profunda pena al saber lo mucho que la pelirroja apreciaba a aquel importante hombre que había fallecido.

Mirando a su amigo y compañero de la universidad, Aurora sonrió…no quería estar sola en donde estaría Massimo Bensiali.

—No te preocupes por eso…Leandro. — respondió.

Recogiendo a sus padres en su vieja casita a las afueras, Aurora condujo en silencio hasta la mansión Bensiali, su madre y padre estaban llorando; le tenían un gran aprecio y lealtad a su amo y señor, y se sentía mal por ellos.

—Aurora…cuando los funerales del señor Bensiali terminen, hay algo que tenemos que hablar contigo…mas te vale escucharnos con atención. — dijo la madre secándose las lágrimas mientras le hablaba con severidad tal y como siempre hacía, y dando luego una mirada a su esposo.

Aurora se sorprendió de aquellas palabras, pero guardó silencio. Sus padres jamás habían sido amorosos con ella en realidad; nunca había tenido palabras cariñosas o besos mimosos que la hicieran sentirse segura y querida, sin embargo, aun así los amaba, y les debía la vida, con ese pensamiento era que la pelirroja siempre soportaba sus constantes desplantes y la falta de afecto.

Un elegante Lamborghini se estacionaba, y Massimo bajaba de el con la arrogancia que había tenido siempre. La mansión Bensiali lucia tan bella como siempre había sido, con sus jardines antiguos y la misma servidumbre que lo vio crecer desde su infancia.

—Bienvenido, señor Bensiali. —

Los sirvientes y la ama de llaves Bianco junto a su esposo, lo recibían como era de esperarse; todos bajaban su cabeza ante el pues con la muerte de su padre, era el nuevo amo y señor de aquellas bastas tierras. Buscando con la mirada a aquella mujer a la que jamás logró sacar de sus pensamientos ni siquiera en otros cuerpos, se sintió decepcionado al no verla esperándolo como todos los demás; Aurora siempre había sido una mujer terca y orgullosa.

Entrando a la mansión, Massimo caminó al salón de reuniones, en donde se estaban llevando a cabo los funerales de su padre. Todas las personas se levantaron para recibir al único hijo de Mauro Bensiali, y su heredero. Aurora, levantándose de su asiento, siguió mirando hacia aquel féretro donde descansaba el amable señor, sin dignarse a mirar al recién llegado. Viejos amigos de su padre y socios de negocios, se acercaban a Massimo para darle el pésame por su reciente perdida, sin embargo, la mirada zafiro de aquel arrogante hombre, tan solo se enfocaba en aquella mujer de cabellos rojos, que al igual que había sido siempre, lo estaba ignorando monumentalmente.

Caminando hacia Aurora, Massimo sonrió cínicamente al apreciar sus pronunciadas curvas que se esforzaba por mantener ocultas bajo aquel vestido negro. Su larga cabellera de fuego le había crecido hasta por debajo de los muslos, y su piel blanca asemejaba a la porcelana…se había puesto mucho más hermosa desde su partida. Durante sus años lejos de Palermo, tan solo en aquella mujer había pensado, en mil formas de doblegar su orgullo y su moral para tenerla consigo. Acercándose arrogante, detuvo sus pasos…finalmente estaba frente a ella después de tantos años.

—Tanto tiempo sin verte, Aurora. — dijo Massimo.

Aurora, forzadamente, miró a aquel caprichoso hombre frente a ella. Massimo Bensiali había crecido hasta ser al menos cabeza y media más alto que ella, sus cabellos rubios los llevaba peinados hacia atrás como solía hacerlo desde niño, y sus ojos azules que asemejaban al zafiro, la miraban con aquella arrogancia de siempre. El apuesto hijo y heredero de Mauro Bensiali, finalmente se dignaba a hacer su aparición…y sin embargo no se había acercado al féretro de su amable padre.

—Bensiali. Lamento mucho tu perdida, sin embargo, todos aquí creíamos que tu primer saludo seria para el hombre que descansa en su féretro. — dijo Aurora con voz afilada.

Massimo sonrió, ya esperaba un comentario filoso de parte de aquella pelirroja que solo tenía desprecios para él. Amaba a su padre, por supuesto, pero su pensamiento por la vida y la muerte eran mucho más relajados que los de todos.

—Bueno…el muerto, muerto esta, y no hay nada que yo pueda hacer para remediarlo. Mi padre fue un hombre honorable, pero no lamentare que haya partido a reunirse con mi madre como era su más grande deseo, más bien, quiero invitarlos a todos a celebrar su partida al reino de los cielos, pues en su respetable nombre, el no deseaba ver caras tristes cuando este día llegara. — respondió Massimo dando la orden a la servidumbre de servir champagne, y mirando a Aurora, le sonrió de nuevo. —Ahora, Aurora, brinda conmigo por nuestro reencuentro…brinda por lo que el futuro nos depara a ambos. — invitó el rubio ofreciendo una copa a la pelirroja.

Aurora miró con desprecio a Massimo. Aquel arrogante hombre, no había cambiado en nada.

—Aurora, ya he estacionado tu auto cerca, estaré listo cuando quieras que nos vayamos. — dijo Leandro tocando suavemente a Aurora por los hombros ante la mirada sorprendida de Massimo.

—Lo lamento, señor Bensiali, pero no tengo nada que celebrar con usted. Con su permiso. — respondió Aurora a Massimo, cuando esté la tomó abruptamente de la mano.

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