Cuando Madson Reese se vio obligada a casarse con un hombre que no la quería, sabía perfectamente que él no la trataría bien. Nunca fue una buena persona para ella. De hecho, Cesare Santorini era el tipo de hombre que no estaba hecho para ninguna mujer.
Seguía vestida de novia cuando se sintió sola en aquella tediosa fiesta. Así que, arrastrando sus doloridos pies con un tacón muy alto, entró en la bien iluminada mansión. Estaba completamente vacía. Todos los invitados a la boda estaban disfrutando fuera, excepto ella. No había motivo para alegrarse. Por mucho que le gustara y por mucho que se casara por amor, no le parecía bien. Tener a alguien que no la quería no era lo ideal, y no era aceptable. Pero cuando su conservador padre se enteró de que se había entregado a él después de que Cesare Santorini irrumpiera en la escuela, saltando los muros para encontrarla, como el adolescente que estaba lejos de ser, quiso que se casaran. Tuvo que hacerse responsable de ella, y de que ya no era virgen, porque la noticia ya se había extendido por la tranquila ciudad.Subió las escaleras, concentrando sus ojos verdes en la cima. "Solo un peldaño más", pensó, mientras le dolían los pies absurdamente. Y cuando se vio a sí misma, por fin había llegado a su destino. Celebró su victoria con una hermosa y breve sonrisa de satisfacción.Caminó por el pasillo mirando al suelo. Podría haberse quitado los zapatos nada más entrar en casa, pero no quería irritar aún más a su marido. La verdad era que odiaba verla actuar como la chica de la que decía estar enamorado solo para seducirla. Así que siguió como estaba, con los pies doloridos, porque no tenía muchas opciones.Estaba muy cerca de su habitación, y aún tenía esa son risita de buen humor en los labios, pero se le desmoronaban con cada gemido que llegaba a sus oídos. Le dolía el corazón como si le atravesaran puñales. Y pensó en volver atrás, en no abrir aquella puerta, el problema es que aún necesitaba saber quién estaba allí dentro. Pero las lágrimas ya presagiaban lo que estaba por venir. Y antes de que pudiera empujar la puerta hasta abrirla del todo, pudo oír los gemidos más fuertes.– Te quiero. Te quiero demasiado. – Dijo una voz masculina entre gemidos y besos.Madson abrió los ojos y se maldijo mentalmente. Se llevó la mano a la boca mientras la imagen recorría su retina y era descodificada por su cerebro, pero aún tardó un rato en procesarla. Y allí, de pie, siguió observando toda la absurda escena.Su cuerpo reconoció aquella forma de hacer el amor, y aquellas palabras que ahora le decía a otra mujer. Entonces ella se acercó a ellos, pero estaban tan metidos que ni siquiera notaron sus fuertes pisadas contra la alfombra. Ella seguía llorando mucho al verlos cada vez más cerca.– Si me amas, ¿por qué te casaste con otra mujer?Y entonces esa voz también me resultó familiar. Madson Reese se quedó allí un rato, esperando respuestas. Mientras intentaba pensar en una razón plausible para que su marido estuviera dentro de su cuñada. Pero lo cierto era que no había explicación para aquella atrocidad. Había pasado tan poco tiempo desde la muerte de su hermano que ni siquiera había tenido tiempo de enfriarlo en su ataúd.– Sabes que tenía que hacerlo. – Los besos seguían siendo intensos. "Y además, estabas casada con mi hermano. Jamás podría apoderarme de ti".– ¡Eres un gilipollas! – La mujer se levantó de la cama, empujándole a un lado. – Ni siquiera debería haber venido aquí. Si mi hermana se entera... – Y cuando sus pies tocaron el suelo, la mujer se quedó inmóvil.– Has venido porque sabes que no puedes pasar sin mí. – Se burló, sin darse cuenta de que su mujer le estaba mirando. Y entonces se dio cuenta de lo sorprendida que parecía su cuñada. – ¿Qué te pasa? – deslizó los dedos por el brazo de la mujer y finalmente miró al frente.Su corazón prácticamente dejó de latir cuando vio a aquella mujer allí de pie. Y su rostro, que había estado sonriendo, se puso serio por primera vez.– ¿No vas a decir nada? – preguntó su hermana, pero Madson estaba demasiado paralizado para decir nada.Siempre tuvo ese tipo de comportamiento pasivo en el que dejaba que la gente dirigiera su vida. Y pensaba que todo lo que ocurría era realmente por su bien. Pero ahora, ante todo esto, se daba cuenta del grave error que había cometido.El hombre le puso la bata a su cuñada en un intento de ocultar su desnudez, como protección. Y parecía tan caballeroso. Nunca fue así con ella. De hecho, siempre la trataba con mucha rudeza, y ella no podía evitar comparar.Esbozó una leve sonrisa de satisfacción al darse cuenta de lo mucho que su mujer evitaba reaccionar ante cualquier conflicto. Y eso le complacía profundamente, aunque no estuviera contento con el matrimonio. Y actuando con cinismo y naturalidad, se puso los pantalones del traje de boda y luego la camisa. – Bueno, ahora que lo tenemos todo claro... esposa, esta es mi amante. – Lo dijo tan cínicamente por qué pensaba que no pasaría nada, que cuando casi le cae una jarra, se sorprendió.Y le costó un par de volantazos más ver cómo Madson reaccionaba por primera vez como una persona normal. Y sin las ataduras que su padre había utilizado para crearlos, sin toda aquella pompa y fingimiento, en los que necesitaba hacer ver que todo estaba siempre bien, perfecto, agarró aquella prenda casi transparente que llevaba su hermana y la rasgó con violencia.Cuando sintió las manos de aquel hombre sobre su cuerpo, intentando que se controlara, no pudo parar los pies. Y se retorció y luchó, derramando todo lo que había habido en su corazón durante aquel compromiso.– Eres un cerdo, Cesare. ¡Suéltame! – Gritó con todas sus fuerzas.– ¡Tienes que calmarte! – Lo dijo tan cínicamente que parecía aburrido.– ¿Por qué? – Lanzó su cuerpo hacia atrás con todas sus fuerzas, deshaciendo el detallado peinado. La corona cayó al suelo y su ruido tintineó con el impacto.– ¿Por qué te engaño? ¿Necesitas una razón? – Lo dice de la misma forma cínica de siempre, que parece casi natural en él. – Sabes que nuestro matrimonio fue forzado. Yo no te quiero.Y gime de dolor cuando siente el codazo entre sus costillas, soltándolo finalmente. Y a la altura de sus riñones, coloca sus manos, mientras absorbe aquel impacto. ¿Por qué no había previsto esto? La cosa es que Madson Reese siempre ha tenido un historial de ser tranquila, una mujer que nunca reacciona, pase lo que pase. Ella era la dulce chica de hielo. La chica que nunca se altera por nada. La obediente.– ¡Dijiste que me querías! – lo dice casi como una burla.– Se lo digo a todas, mi amor. Eso es lo que dicen los tíos cuando las quieren en sus camas. ¿Qué esperabas? No pensé que acabaría casándome. Apenas has dejado los pañales. Ni siquiera sabes hacer el amor.Su mirada confusa recorrió aquellos ojos claros y cristalinos. El hombre era realmente hermoso, pero nunca había sido bueno. Y cuando recordó las veces que se había saltado su internado, esperando a que cumpliera los dieciocho para desvirgarla, por fin recapacitó. Qué inocente había sido. Siempre había sido así. Un hombre de veintiocho años no haría eso por amor. ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué nadie se lo había advertido? Y pensar que su padre la había puesto allí para que estuviera lejos de hombres como él.Respiró hondo. – Creía que te gustaba. – Ella llora fuerte, mostrando sus dientes perfectos en medio de sus hermosos labios rojos.– Y me gusta. – Se acerca más a ella. – Me encanta hacerte el amor y enseñarte. Pero seamos honestos. Un hombre necesita un poco de ac
Entonces Madson Reese apartó su mano, volviendo a agarrarla. Y lo sintió cuando esta vez le tiraron del pelo. Ya no era ella la que atacaba. Ella no empezó esta vez. Entonces, cuando la mujer intentó golpearla, agarrándola por el cuello, Madson Reese simplemente echó su cuerpo hacia atrás, desequilibrando a la mujer. Y se pudo oír el momento exacto en que su fino y caro vestido fue arrancado por completo, dejando sus piernas al descubierto. E incluso detrás de ese vestido de princesa rasgado, se podían ver sus curvas perfectas. Lo que algunos de los invitados no pudieron evitar notar. Pero a ella no le importaba en ese momento.Las dos mujeres cayeron en picado a una fuente de agua. Y la escena pareció tan patética en la mente de Madson que se sintió humillada en ese momento. Y si hubiera sabido qué ocurriría, no se habría lanzado tan bruscamente.– ¡Ya basta! – Gritó su padre con tal odio hacia toda la escena que ella nunca le había visto tan enfadado.–¡No! – Se rebeló por primera v
Cuando Cesare Santorini abrió su hermosa y gloriosa boca para decir algo ofensivo a su esposa, la puerta de la mansión se abrió agresivamente. Ambos miraron hacia la entrada, esperando lo peor. Pero sólo uno de ellos sintió realmente miedo.Madson Reese sintió que le temblaban las piernas y casi no pudo mantenerse en pie cuando vio a su padre entrar por la puerta abrazado a su hermana, que ahora estaba envuelta en su costosa chaqueta. La mujer se estremeció mientras se hacía la víctima, mirando a todo el mundo.Amiro Reese miró al hombre de la esquina de la pared, donde seguía empujando a su hija, pero eso no le estremeció. De hecho, nada lo estremecía con facilidad, a menos que alguien le hiciera algo a su hija favorita. Y este claramente no era Madson Reese. De hecho, por alguna razón, había albergado un sentimiento de odio hacia ella desde que era muy pequeña.– ¿Qué demonios está pasando aquí? – dijo el hombre, tocándose la cintura, donde había una pequeña pistola legalizada. Cesa
El hombre ríe a carcajadas, dejando que su risa invada la gran sala. Tanto que Madson Reese prácticamente saltó de miedo. Odiaba la forma en que su padre hacía eso. Siempre le pareció tan siniestro, e instantáneamente, recordó cómo solía golpearla con el cinturón después de risas como esa. – No puedes hablar en serio. Yo no le haría eso a Sara. Es un diamante y se merece mucho más que ser la amante de un hombre como tú.– La trataré como a mi esposa. – Dijo el hombre, dando otra calada a su puro.Mentalmente, Madson Reese clamaba para que su padre no aceptara aquel absurdo término. ¿Por qué iba a someterse a vivir así? Sería absurdo tener que vivir así. Y bajo ninguna circunstancia volvería a acostarse con él. – Padre, por favor... – su dulce voz llamó la atención de su hermana, que frunció el ceño como si fuera una afrenta. La mujer seguía temblando tumbada en el traje protector de su padre. Siempre había sido demasiado mimada. Siempre había tenido todo lo que había querido, y si a
– ¡Espera! – gritó em esse momento el hombre impenetrable. E incluso mientras Madson Reese seguía caminando, ella sintió que su mirada se clavaba em su piel mientras la miraba fijamente desde atrás. - ¡Tengo uma proposición!Se volvió hacia él com uma mirada escéptica. ¿Cómo podía tener todavía el valor de proponerle algo después de todo? Y se sintió aún más humillada.– No es suficiente, Cesare... ¿Qué más quieres hacerme?– Te daré tu libertad. – Observó cómo sus labios temblaban de uma forma tan hermosa que casi sintió ganas de besarla, pero sabía que después de lo que había visto, sería imposible.La mujer, delicada como la pluma blanca de um ganso, recorrió com la mirada al hombre como si le diera tanto asco que fuera a vomitar. – Eres increíble. Soy libre.– No lo eres, ¡y lo sabes! – Apagó el cigarro junto al sofá, donde había um cenicero que solía utilizar a última hora de la tarde, cuando se relajaba tras um largo viaje. – Tu padre nunca te dejará marchar. Necesita este trato
Cuando Madson Reese subió al segundo piso, se dio cuenta demasiado tarde de que ya no era su casa. No había sitio para ella. Y haciendo acopio de nuevo de toda su tristeza, se dirigió hacia la habitación que estaba reservada para algún futuro huésped. Tal vez al nuevo dueño de la casa no le gustara, pero ¿qué otra opción tenía? No tenía otro sitio donde dormir. Y definitivamente no volvería a la cama donde estaba su marido con la mujer a la que se negaba a llamar hermana.Abrió la puerta blanca y observó la decoración victoriana de la habitación. E incluso con todo el lujo de la habitación, seguía sintiéndose en un lugar oscuro y miserable. Como si ya no le perteneciera. Tal vez porque sabía que ya no era su hogar.Madson Reese se dirigió hacia el espejo, donde permaneció un rato mirándose. Y en ese momento, notó el caos en sus ojos conflictivos. Se sentía tan enfadada con aquel hombre que apenas podía darse cuenta del amor que sentía por él en aquel momento de su vida. Así que dejó e
– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota