Entonces Madson Reese apartó su mano, volviendo a agarrarla. Y lo sintió cuando esta vez le tiraron del pelo. Ya no era ella la que atacaba. Ella no empezó esta vez. Entonces, cuando la mujer intentó golpearla, agarrándola por el cuello, Madson Reese simplemente echó su cuerpo hacia atrás, desequilibrando a la mujer. Y se pudo oír el momento exacto en que su fino y caro vestido fue arrancado por completo, dejando sus piernas al descubierto. E incluso detrás de ese vestido de princesa rasgado, se podían ver sus curvas perfectas. Lo que algunos de los invitados no pudieron evitar notar. Pero a ella no le importaba en ese momento.
Las dos mujeres cayeron en picado a una fuente de agua. Y la escena pareció tan patética en la mente de Madson que se sintió humillada en ese momento. Y si hubiera sabido qué ocurriría, no se habría lanzado tan bruscamente.– ¡Ya basta! – Gritó su padre con tal odio hacia toda la escena que ella nunca le había visto tan enfadado.–¡No! – Se rebeló por primera vez, lo que dejó boquiabiertos a algunos de los invitados. Pero a muchos de ellos les seguía encantando toda la absurda escena. – Los pillé juntos. Cesare y...– No hagas ninguna estupidez, Madson. – Le dijo su marido en tono de reproche.– ¿Decir qué? ¿De qué tienes miedo, Cesare Santorini? – Respira profundamente varias veces, tan rápido y sin ritmo que en un momento de distracción, imitándola, su padre se queda sin aliento durante unos segundos. – ¿Qué crees que pensará la gente cuando se entere de que te acuestas con tu cuñada? A tu hermano ni siquiera lo enterraron directamente. ¿Cuánto hace? ¿Un mes desde que murió? Por Dios, es mi hermana.– Hija, resolveremos esto después de la noche de bodas.Se ríe a carcajadas, levantando la cabeza. – ¿Qué matrimonio, papá? Todos sabemos que es un fraude. Nos obligaste a casarnos. No me quedaré con ese hombre.– Entremos. ¡Se acabó la fiesta! – grita a los invitados, pero ninguno de ellos está interesado en perderse ese tipo de entretenimiento tan raro como un pájaro verde sobrevolando Londres.– Sabes, lamento amargamente haberme entregado a ti. Tal vez si hubiera conocido a tu hermano primero... – Ella ni siquiera termina la frase, porque él la agarra del brazo tan bruscamente que le pone morada. Y la arrastra hacia el interior, arrojándola bajo su hombro, mientras su cuñada y amante permanece desnuda delante de todos, todavía dentro de la fuente de agua.Y aunque su vestido era ahora pesado y estaba empapado, no le importaba llevar a su mujer a hombros como un saco de patatas. No importaba cómo forcejeara o cómo le golpeara. No se detuvo ni un segundo. Su traje de boda estaba hecho un desastre, al igual que el vestido de ella. Porque además de estar desaliñado, ella lo había arrugado y ensuciado al tirarle cosas.– No vas a enfrentarte a mí delante de los invitados.– No hay otros invitados aquí, Cesare. ¿Qué pretendes hacer? ¿Vas a pegarme? ¡Vamos, pégame!Y le tiende la mano a la cara, pero él se echa atrás y cierra los dedos en un puño apretado que chasquea. Ella se fija en todos esos anillos de oro blanco macizo que lleva en los dedos y se imagina cómo puede haberle dolido. Pero él no la golpeó. A pesar de ser un canalla, Cesare Santorini no iría tan lejos con una mujer. Era un hombre para el placer, no para el dolor, a menos que fueran juntos.– Tienes que calmarte. Sabes que no tienes más remedio que quedarte a mi lado.– Preferiría ir a cualquier parte. Pero no me quedaré contigo.Y avanza hacia ella, presionando la delicada mandíbula de Madson Reese entre sus dedos. Y por mucho que ella llore por ello, él sigue haciéndolo. Pero cuando un picotazo se forma en sus labios a causa de sus manos, él intenta cínicamente besarla una vez más. Solo que Madson Reese ya no acepta sus besos.Nunca dejará que la vuelva a tocar. – No soy de tu propiedad. No eres mi jefe. Voy a hacer lo que quiera con mi vida a partir de ahora.– ¡Eres mía, joder! Te casaste conmigo y ahora eres mi mujer. Y te vas a quedar aquí a mi lado. Lo juraste.– No soy tu esposa, Cesare. Nunca lo he sido.– Firmaste esos papeles, así que legalmente lo eres. Y vas a aprender a amarme. Vamos a entendernos, porque voy a hacer de ti una mujer, Madson Reese Santorini. – Y cogiéndole un mechón de pelo, la huele, saboreando todo el dulce perfume que destila esa piel perfecta y juvenil, estropeada solo por unas cuantas pecas con las que le encantaba jugar deslizando los dedos por encima después del sexo. Porque eran como su constelación privada, y ella era su cielo. Pero la dejó por el infierno, y por el caos que era esa mujer infiel.– No hemos consumado nuestro matrimonio. No soy tu esposa, Cesare. Y nunca seré una Santorini. Te odio, odio tu apellido.Pero la forma en que lo dijo ni siquiera le ofendió. Todo lo que salía de los suaves y pequeños labios de Madson Reese le encantaba, aunque le doliera. Y para él, pensar en eso era ridículo.Avanzó sobre ella, arrastrándola hasta una pared, donde se apretó contra ella, y se frotó contra ella, mostrando que estaba dispuesto a consumar aquel matrimonio. Y también le pasó la mano por el cuerpo. – Lo arreglaremos ahora. Aquí mismo si quieres. – Dijo, mientras intentaba besarla.– ¡No me toques! – prácticamente gritó mientras lo decía, porque realmente no quería hacerlo. ¿Cómo podía pensar en eso en un momento así? Era tan absurdo como lo hacía parecer.Pero no le importaba si le hacía más daño a ella. Se aseguraría de que permaneciera a su lado. Sentía verdadera obsesión por ella, pero también era demasiado orgulloso y altivo para admitirlo ante ella. Así que intentó besarla una vez más, mientras sus manos recorrían lugares que Madson intentaba evitar.– Déjate de tonterías. – Su voz salió ronca y llena de placer, ya que estaba ligeramente amortiguada por el roce de sus labios con la comisura de la boca de Madson Reese. Pero ella apretó desesperadamente los labios en un intento de que se detuviera. – Basta, volvamos a la cama. – Dijo con voz jocosa, mientras su erección alcanzaba un pico de deseo de poseerla. Pero ella estaba como una estatua.– ¡No estabas en la cama conmigo, imbécil! – Contestó ella entre dientes. Y él se detuvo un segundo y vio lo paralizada que estaba, mirando al frente con sus hermosos ojos desorbitados. No porque estuviera en estado de shock ni nada parecido. Solo quería demostrarle que hiciera lo que hiciera, no tendría ningún efecto. Y, enfadado, la apartó de un empujón.– ¡No quiero, m*****a sea! Pareces un muerto viviente. – Sigue pasándose las manos por el pelo liso y suelto en medio de la frente ligeramente sudorosa.– Si quieres seguir casada conmigo, así es como va a ser a partir de ahora.Cuando Cesare Santorini abrió su hermosa y gloriosa boca para decir algo ofensivo a su esposa, la puerta de la mansión se abrió agresivamente. Ambos miraron hacia la entrada, esperando lo peor. Pero sólo uno de ellos sintió realmente miedo.Madson Reese sintió que le temblaban las piernas y casi no pudo mantenerse en pie cuando vio a su padre entrar por la puerta abrazado a su hermana, que ahora estaba envuelta en su costosa chaqueta. La mujer se estremeció mientras se hacía la víctima, mirando a todo el mundo.Amiro Reese miró al hombre de la esquina de la pared, donde seguía empujando a su hija, pero eso no le estremeció. De hecho, nada lo estremecía con facilidad, a menos que alguien le hiciera algo a su hija favorita. Y este claramente no era Madson Reese. De hecho, por alguna razón, había albergado un sentimiento de odio hacia ella desde que era muy pequeña.– ¿Qué demonios está pasando aquí? – dijo el hombre, tocándose la cintura, donde había una pequeña pistola legalizada. Cesa
El hombre ríe a carcajadas, dejando que su risa invada la gran sala. Tanto que Madson Reese prácticamente saltó de miedo. Odiaba la forma en que su padre hacía eso. Siempre le pareció tan siniestro, e instantáneamente, recordó cómo solía golpearla con el cinturón después de risas como esa. – No puedes hablar en serio. Yo no le haría eso a Sara. Es un diamante y se merece mucho más que ser la amante de un hombre como tú.– La trataré como a mi esposa. – Dijo el hombre, dando otra calada a su puro.Mentalmente, Madson Reese clamaba para que su padre no aceptara aquel absurdo término. ¿Por qué iba a someterse a vivir así? Sería absurdo tener que vivir así. Y bajo ninguna circunstancia volvería a acostarse con él. – Padre, por favor... – su dulce voz llamó la atención de su hermana, que frunció el ceño como si fuera una afrenta. La mujer seguía temblando tumbada en el traje protector de su padre. Siempre había sido demasiado mimada. Siempre había tenido todo lo que había querido, y si a
– ¡Espera! – gritó em esse momento el hombre impenetrable. E incluso mientras Madson Reese seguía caminando, ella sintió que su mirada se clavaba em su piel mientras la miraba fijamente desde atrás. - ¡Tengo uma proposición!Se volvió hacia él com uma mirada escéptica. ¿Cómo podía tener todavía el valor de proponerle algo después de todo? Y se sintió aún más humillada.– No es suficiente, Cesare... ¿Qué más quieres hacerme?– Te daré tu libertad. – Observó cómo sus labios temblaban de uma forma tan hermosa que casi sintió ganas de besarla, pero sabía que después de lo que había visto, sería imposible.La mujer, delicada como la pluma blanca de um ganso, recorrió com la mirada al hombre como si le diera tanto asco que fuera a vomitar. – Eres increíble. Soy libre.– No lo eres, ¡y lo sabes! – Apagó el cigarro junto al sofá, donde había um cenicero que solía utilizar a última hora de la tarde, cuando se relajaba tras um largo viaje. – Tu padre nunca te dejará marchar. Necesita este trato
Cuando Madson Reese subió al segundo piso, se dio cuenta demasiado tarde de que ya no era su casa. No había sitio para ella. Y haciendo acopio de nuevo de toda su tristeza, se dirigió hacia la habitación que estaba reservada para algún futuro huésped. Tal vez al nuevo dueño de la casa no le gustara, pero ¿qué otra opción tenía? No tenía otro sitio donde dormir. Y definitivamente no volvería a la cama donde estaba su marido con la mujer a la que se negaba a llamar hermana.Abrió la puerta blanca y observó la decoración victoriana de la habitación. E incluso con todo el lujo de la habitación, seguía sintiéndose en un lugar oscuro y miserable. Como si ya no le perteneciera. Tal vez porque sabía que ya no era su hogar.Madson Reese se dirigió hacia el espejo, donde permaneció un rato mirándose. Y en ese momento, notó el caos en sus ojos conflictivos. Se sentía tan enfadada con aquel hombre que apenas podía darse cuenta del amor que sentía por él en aquel momento de su vida. Así que dejó e
– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota
Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s
Madson Reese bajó a la casa que debería haber sido suya y encontró a su hermana abajo, haciendo algo que ella llamaba bordar, pero que no parecía nada. Aquella mujer carecía de talento, paciencia y habilidad para hacer nada. Pero a Sara nunca le gustó ir a sus clases particulares, y nunca fue necesario ser perfecta más allá de lo superficial, ya que su padre le hacía todas las órdenes de todos modos.Intentó volver a su habitación, pero sabía que ya la habían visto. Era demasiado tarde. – ¿Adónde vas? – Sara Reese habló de la manera tranquila y soñolienta que solía hacerlo cuando necesitaba que su hermana hiciera algo por ella.Madson respiró hondo, intentando controlar las ganas de lanzarse al cuello de la amante de su marido. – Me vuelvo a mi habitación. No creo que sea bueno para ninguno de los dos seguir encontrándonos así.Sara se limitó a esperar a que se diera la vuelta y se marchara porque necesitaba que su hermana se sintiera tan humillada como la noche en que su suegra había