– Vamos, no seas cobarde. Demuestra que eres un hombre al menos una vez en tu vida.Pero el hombre parecía demasiado asustado por primera vez. Fue toda una sorpresa. Como un hombre que siempre había pensado que era inalcanzable, ahora temía a un trozo de papel dejado por una mujer que había muerto hacía mucho tiempo.– ¡No! ¡Sácalo de aquí! ¡Fuera de aquí! – gritó.– ¡Lo leerás, viejo verde! – Madson sintió ganas de restregar el papel contra la cara del viejo, pero se contuvo. Estaba harta de ocultar la verdad al mundo.– No quiero hacerlo. Váyase.– ¿No quieres saber lo que me dijo en esa carta, Amiro Reese?– No me importa. Todo lo que escribió era para ti, no para mí. ¿Por qué debería importarme?– Pero vas a leerla.– No puedes obligarme.Entonces levantó la carta con fiereza ante sus ojos y empezó a leer las palabras de perfecta caligrafía.– Querido Madson Reese: Siento no haberte contado la verdad sobre tu verdadero padre. La cuestión es que siempre me he sentido culpable por h
Abrió los ojos con dificultad, en un entorno donde las luces parecían quemar la piel del hombre que yacía en la cama de un hospital. Los pitidos le provocaron un fuerte dolor de cabeza, pero aun así insistió en intentar averiguar qué le había ocurrido. Entonces se sentó en la cama y vio a Lady Lucy sentada en un sillón, donde había dormido toda la noche junto a su hijo, y por fin recordó lo que había hecho. Todo era culpa suya. La desgracia con la que estaba destinado a vivir, el hecho de haber cometido una gran abominación e incluso de haber perdido a Madson Reese para siempre, y solo podía temer que ella se marchara, llevándose a sus hijos y a su amor muy lejos, de vuelta a Italia, después de todo, ella no estaba en aquella habitación de hospital a su lado, en una enfermedad que él mismo había provocado.Cesare Santorini luchaba por levantarse, temiendo que fuera demasiado tarde para rogarle a Madson que al menos le permitiera ver a los niños, cuando el sonido de las máquinas repiqu
– Y tienes todo ese dinero, ¿verdad?– Lo tengo. Soy el hombre más rico de esta región.Entonces el caballero le dirigió otra mirada de reojo, que incomodó a Cesare.– No sé. Estás muy raro. Creo que te has escapado a algún sitio donde no debías. Si quieres, muchacho, te llevaré de vuelta.– Soy dueño de todo. Soy el multimillonario de los diamantes.– Sí. Se escapó del manicomio muy bien. – Entonces movió las riendas y los caballos empezaron a moverse lentamente.– ¡No!" La voz autoritaria reverberó por la habitación como un rugido. – "Puedo pagarte muy bien. Puedo darte todo.Pero no te has detenido. – Vete a casa, muchacho.– Eso es lo que intento.– Buena suerte.Entonces Cesare Santorini levantó un diamante que guardaba como el primero que le había regalado su padre y el brillo oscureció la visión del hombre que avanzaba hacia el paisaje digno de un cuadro. La carreta se detuvo tan bruscamente que las ruedas resbalaron sobre el suelo de tierra que garantizaba el acceso a la regió
Sara Reese seguía profundamente dormida cuando oyó de fondo el traqueteo de la jarra de porcelana barata, así que abrió los ojos, temiéndose lo peor. Temiendo que el hombre al que había dedicado su valioso tiempo le estuviera robando. Rápidamente, se levantó y se sentó en la cama, donde le vio llevarse el dinero a escondidas. Y justo cuando él se iba, ella tiró las sábanas a un lado y salió de la cama como una bestia rabiosa.– ¿Qué haces? No vas a volver a robarme. No volverás a gastar mi dinero en putas.Pero el hombre sonrió de forma cínica, como si nada de lo que ella pudiera decir fuera relevante, después de todo, ¿qué podía hacer contra él? – No te estoy robando, solo estoy cogiendo lo que es mío.– ¿Qué es tuyo? No has trabajado por ello. Lo hice. – Sara Reese parecía alterada. Su comportamiento inquieto la asustaba más que Marcos.– ¿De veras? – el hombre rio diabólicamente mientras contemplaba la forma más patética del miedo. – ¿Llamas a eso trabajo? Le diste tu culo gastado
La bella Madson Reese vislumbró las calles de Italia antes de encaminarse hacia la mansión de Lady Lucy, donde pensaba quedarse hasta que decidiera qué hacer con su vida. Miró a su alrededor y se tranquilizó al ver a sus hijos durmiendo con la paz y tranquilidad que siempre había soñado que tendrían, pero el corazón de la pobre joven no estaba bien. Estaba sufriendo, y no había imaginado ni por un segundo que sería así, que sería tan difícil lidiar con la pérdida del hombre que tanto amaba. Al que todavía ama. Pero ya no podía quedarse en aquella casa llena de recuerdos y sufrimiento. No podía vivir en un pueblo donde todos conocían su pasado y se lo contarían a sus hijos, y ella nunca se arriesgaría a ver unos ojos tan dulces e inocentes llenos de decepción. Quería que tuvieran una infancia como la que ella nunca pudo tener, pero con la que siempre había soñado.El coche aparcó delante de la mansión, que ni siquiera estaba iluminada. Se sorprendió al verlo, después de todo, estaba ac
Los hombres rodeaban un edificio con tanta urgencia que parecía un gran acontecimiento al que todos debían asistir, salvo por el hecho de que seguía siendo un lugar terrible en el que ningún ser humano debería vivir, en medio de una ciudad aún más pacífica que aquella de la que habían salido. Los uniformes de aquellos hombres armados no eran llamativos ni elegantes, pero cumplían su función. Un soldado abrió la puerta de la casa de una patada y encontró a la mujer tendida, agotada y maltratada por varios hombres, pero esa era la vida que había elegido para sí misma.Apenas se había despertado para vestirse cuando él apartó las sábanas, tirándola de la cama. La desaliñada joven lo miró asustada, como si tuviera todo el miedo del mundo posado sobre su pesada alma. Una que ella sabía que nunca ascendería al cielo, que ni siquiera creía que existiera.– ¿Qué queréis de mí? – Miró a los hombres con la misma altivez de siempre.El capitán la miró con una expresión de lástima. Sabía bien que
Cuando Madson Reese se vio obligada a casarse con un hombre que no la quería, sabía perfectamente que él no la trataría bien. Nunca fue una buena persona para ella. De hecho, Cesare Santorini era el tipo de hombre que no estaba hecho para ninguna mujer.Seguía vestida de novia cuando se sintió sola en aquella tediosa fiesta. Así que, arrastrando sus doloridos pies con un tacón muy alto, entró en la bien iluminada mansión. Estaba completamente vacía. Todos los invitados a la boda estaban disfrutando fuera, excepto ella. No había motivo para alegrarse. Por mucho que le gustara y por mucho que se casara por amor, no le parecía bien. Tener a alguien que no la quería no era lo ideal, y no era aceptable. Pero cuando su conservador padre se enteró de que se había entregado a él después de que Cesare Santorini irrumpiera en la escuela, saltando los muros para encontrarla, como el adolescente que estaba lejos de ser, quiso que se casaran. Tuvo que hacerse responsable de ella, y de que ya no er
– Se lo digo a todas, mi amor. Eso es lo que dicen los tíos cuando las quieren en sus camas. ¿Qué esperabas? No pensé que acabaría casándome. Apenas has dejado los pañales. Ni siquiera sabes hacer el amor.Su mirada confusa recorrió aquellos ojos claros y cristalinos. El hombre era realmente hermoso, pero nunca había sido bueno. Y cuando recordó las veces que se había saltado su internado, esperando a que cumpliera los dieciocho para desvirgarla, por fin recapacitó. Qué inocente había sido. Siempre había sido así. Un hombre de veintiocho años no haría eso por amor. ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué nadie se lo había advertido? Y pensar que su padre la había puesto allí para que estuviera lejos de hombres como él.Respiró hondo. – Creía que te gustaba. – Ella llora fuerte, mostrando sus dientes perfectos en medio de sus hermosos labios rojos.– Y me gusta. – Se acerca más a ella. – Me encanta hacerte el amor y enseñarte. Pero seamos honestos. Un hombre necesita un poco de ac