No, yo no sabía nada.

Sara Reese seguía profundamente dormida cuando oyó de fondo el traqueteo de la jarra de porcelana barata, así que abrió los ojos, temiéndose lo peor. Temiendo que el hombre al que había dedicado su valioso tiempo le estuviera robando. Rápidamente, se levantó y se sentó en la cama, donde le vio llevarse el dinero a escondidas. Y justo cuando él se iba, ella tiró las sábanas a un lado y salió de la cama como una bestia rabiosa.

– ¿Qué haces? No vas a volver a robarme. No volverás a gastar mi dinero en putas.

Pero el hombre sonrió de forma cínica, como si nada de lo que ella pudiera decir fuera relevante, después de todo, ¿qué podía hacer contra él? – No te estoy robando, solo estoy cogiendo lo que es mío.

– ¿Qué es tuyo? No has trabajado por ello. Lo hice. – Sara Reese parecía alterada. Su comportamiento inquieto la asustaba más que Marcos.

– ¿De veras? – el hombre rio diabólicamente mientras contemplaba la forma más patética del miedo. – ¿Llamas a eso trabajo? Le diste tu culo gastado
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