El hombre ríe a carcajadas, dejando que su risa invada la gran sala. Tanto que Madson Reese prácticamente saltó de miedo. Odiaba la forma en que su padre hacía eso. Siempre le pareció tan siniestro, e instantáneamente, recordó cómo solía golpearla con el cinturón después de risas como esa.
– No puedes hablar en serio. Yo no le haría eso a Sara. Es un diamante y se merece mucho más que ser la amante de un hombre como tú.– La trataré como a mi esposa. – Dijo el hombre, dando otra calada a su puro.Mentalmente, Madson Reese clamaba para que su padre no aceptara aquel absurdo término. ¿Por qué iba a someterse a vivir así? Sería absurdo tener que vivir así. Y bajo ninguna circunstancia volvería a acostarse con él. – Padre, por favor... – su dulce voz llamó la atención de su hermana, que frunció el ceño como si fuera una afrenta.La mujer seguía temblando tumbada en el traje protector de su padre. Siempre había sido demasiado mimada. Siempre había tenido todo lo que había querido, y si además quería al marido de su hermana, ocurriría. Nada la detendría.– ¡Cállate! – El hombre levantó la mano abierta en el aire, y casi sonó como el destello de una bofetada, poniendo en alerta a Cesare Santorini.– ¿Aceptas o no? – Respira hondo, empezando a estar harto de toda esta conversación.– ¿Por qué quieres dos esposas? – Preguntó Amiro con la mano en la barbilla, aun intentando comprender.Cesare Santorini se levanta del sofá y empieza a dar unos pasos tranquilos por la mullida alfombra del salón. – Usted sabe que su hija estuvo casada con mi hermano. Tomarla ahora como esposa sería un escándalo. Es usted consciente de ello. – Señala el puro que tiene entre los dedos, como para indicar al hombre que no se trataba de una conversación retórica.– Entiendo esa parte, lo que no entiendo es por qué.– Todo es cuestión de disimular. Necesito que Madson esté cerca de Sara.– Debes prometerme que Sara será la dueña de esta casa. – El rudo hombre se levanta, acentuando lo inferior que parece a la rígida y robusta figura de Cesare.– Lo prometo. – Le tiende la mano al hombre, que aún duda en estrechársela. – ¡Todas las deudas pagadas y te daré una nueva plantación! – Se queda mirando al hombre mientras añade algo más al acuerdo. Y sabe que lo aceptará, porque es eso o su perdición.– Papá, por favor. Si me quieres solo un poco, ¡no hagas esto!. – Madson Reese sigue suplicando en medio de su rostro de porcelana, solo estropeado por unas mejillas ligeramente sonrojadas en un tono rosado, como una dulce hada del candor. Sus manos entrelazadas muestran su desesperación por suplicar así. Y casi deja que sus temblorosas rodillas cedan ante el suelo, arrodillándose ante aquella rígida figura como siempre, como solía hacer cuando temía que él le hiciera más daño.Pero a su padre no le importa cómo le miran los ojos de su hija, ni cómo le suplica que no selle su destino con ese maleducado.– Trato hecho.– ¡No! – Madson Reese siente que su corazón late tan violentamente que no puede sostenerse sobre sus propias piernas. Cae de rodillas, sintiendo el agudo dolor del impacto contra la alfombra. Ni siquiera su vestido de novia roto ayuda a aliviar la agonía. Se toca el vientre al sentir el dolor agonizante. – No me quedo aquí. Me voy ahora mismo.– ¡Tú te quedas! – El hombre la señala con el dedo, afirmándolo como un hecho. Pero, ¿por qué debería quedarse?Madson Reese se traga las lágrimas. En ese momento, su postura vuelve a ser seria. Está harta de sufrir por gente que no vale ni un céntimo. Apoyando la mano en la rodilla izquierda, se esfuerza por levantarse, aunque su vestido sigue empapado, lo que dificulta aún más la tarea.– Ya no estás a cargo de mí. Ya tengo dieciocho años.– ¿Ah, sí? – Su padre se acerca a ella, con la cara tan cerca que parece querer besarla. Pero nunca había habido intimidad de este tipo con él. – ¿Y adónde vas? ¿Crees que tienes elección? ¿Quién crees que te daría cobijo?.– Puedo trabajar. Me mantendré sola.El hombre se ríe a carcajadas, dejando entrever toda su ironía. – No conseguirás nada en esta ciudad. ¿Crees que alguien le dará trabajo a alguien como tú? Sabes muy bien que esta región es conservadora, Madson. Déjate de tonterías y acepta tu destino.Se limita a secarse una lágrima que aún insiste en correr por su bello rostro de porcelana, como el de una delicada muñeca bien hecha. – Me voy de aquí.– ¿Y cómo vas a hacer eso? No te daré ni un céntimo.Y Madson sabía muy bien que su padre hablaba en serio. Recordaba que nunca tuvo dinero, porque él no se lo daba para gastar. Había una distinción muy clara en la forma en que educó a sus dos hijas. Pero eso no la decepcionaría. Así que Madson Reese pensó en una salida.– Puedo llevar mis joyas.El hombre se ríe. – Si te vas de esta casa, no te llevarás ni un céntimo. No te irás con nada, ni siquiera con tu ropa.Madson seguía decidido a no quedarse. Y ese argumento estaba yendo demasiado lejos, incluso para Cesare.– ¡Todo el mundo fuera! – Ordenó.– ¿Incluso yo? – , preguntó Sara Reese como ofendida. Y en su mundo de mimos, de hecho, estaba acostumbrada a no ser excluida nunca de nada en la vida de nadie.Pero Cesare nunca fue un hombre tan paciente como el Sr. Amiro Reese. Se limitó a dar otra calada a su cigarro leñoso y sonrió de lado, dibujando un leve hoyuelo en un lado de la mejilla. – ¡Nos vemos!.La mujer abrió la boca como asombrada. Pero conoce bien a su amado. Lo suficiente como para saber que no es un hombre para pedir dos veces. Así que gira los pies hacia la salida y se arrastra hasta allí, todavía fría.– ¿No vienes, papá? – Se volvió hacia el salón, mirando al viejo rencoroso que estaba allí de pie, mirando a su hija menor con tal odio que ni siquiera ella podía explicarlo.– Me voy. – Prácticamente, escupió la palabra en la cara de su hija, con los ojos aún clavados en la dulce mirada de una niña ingenua que aún no se ha dado cuenta de lo sórdido que es el mundo.Se dio la vuelta y colocó las manos detrás del cuerpo, en esa postura militar ahora deteriorada por el tiempo y por su columna vertebral, que empezaba a curvarse debido a su avanzada edad.Y cuando Madson le vio desaparecer, siguió mirando fijamente a la puerta. Tal vez lo quería allí, o tal vez solo quería que desapareciera de su vida para siempre. Aún no lo había decidido, pero sabía que tampoco quería estar sola con el hombre al que creía amar.– ¡Mírame! – Tocó su delicada y suave barbilla, pero ni siquiera eso le hizo echarse atrás en su decisión.Madson le miró fijamente con ojos brillantes y teñidos. Y se dio cuenta de lo difícil que sería ocultar el hecho de que aún lo amaba, incluso con todo su odio. – ¿Por qué haces esto? – Y su voz sonó más suave de lo que a ella le hubiera gustado.¿Qué importaba eso ahora? No había justificación para lo que le estaba haciendo.– Amo a tu hermana. Siempre la he querido.Las palabras de aquel hombre atravesaron el pecho de Madson Reese como mil flechas que atravesaran su corazón de hielo, destrozándolo por completo. Pero aun así luchó por no llorar. No quería humillarse aún más delante de él, ni parecer más débil de lo que ya era.Lo único que salió de su garganta fue una sonora y temerosa carcajada, que a ella misma le pareció extraña. – Tienes que estar de broma. – Cruzó sus suaves y delicados brazos delante del cuerpo mientras temblaba más por el odio que por el frío de aquella tarde de otoño.– Es una larga historia... Todo lo que necesitas saber es que la tendré.– Pero puedes tenerla. Aún no hemos consumado este matrimonio, así que puedo irme. No hay nada que me impida irme ahora. – Se dio la vuelta, reconociendo todo su orgullo herido como un pobre animal de safari, y salió, sin nada, ni siquiera su ropa que estaba perfectamente empaquetada arriba. Sin pensar en todo su hermoso ajuar, preparado por ella, como las mujeres de antaño, de una manera que ya no se veía.– ¡Espera! – gritó em esse momento el hombre impenetrable. E incluso mientras Madson Reese seguía caminando, ella sintió que su mirada se clavaba em su piel mientras la miraba fijamente desde atrás. - ¡Tengo uma proposición!Se volvió hacia él com uma mirada escéptica. ¿Cómo podía tener todavía el valor de proponerle algo después de todo? Y se sintió aún más humillada.– No es suficiente, Cesare... ¿Qué más quieres hacerme?– Te daré tu libertad. – Observó cómo sus labios temblaban de uma forma tan hermosa que casi sintió ganas de besarla, pero sabía que después de lo que había visto, sería imposible.La mujer, delicada como la pluma blanca de um ganso, recorrió com la mirada al hombre como si le diera tanto asco que fuera a vomitar. – Eres increíble. Soy libre.– No lo eres, ¡y lo sabes! – Apagó el cigarro junto al sofá, donde había um cenicero que solía utilizar a última hora de la tarde, cuando se relajaba tras um largo viaje. – Tu padre nunca te dejará marchar. Necesita este trato
Cuando Madson Reese subió al segundo piso, se dio cuenta demasiado tarde de que ya no era su casa. No había sitio para ella. Y haciendo acopio de nuevo de toda su tristeza, se dirigió hacia la habitación que estaba reservada para algún futuro huésped. Tal vez al nuevo dueño de la casa no le gustara, pero ¿qué otra opción tenía? No tenía otro sitio donde dormir. Y definitivamente no volvería a la cama donde estaba su marido con la mujer a la que se negaba a llamar hermana.Abrió la puerta blanca y observó la decoración victoriana de la habitación. E incluso con todo el lujo de la habitación, seguía sintiéndose en un lugar oscuro y miserable. Como si ya no le perteneciera. Tal vez porque sabía que ya no era su hogar.Madson Reese se dirigió hacia el espejo, donde permaneció un rato mirándose. Y en ese momento, notó el caos en sus ojos conflictivos. Se sentía tan enfadada con aquel hombre que apenas podía darse cuenta del amor que sentía por él en aquel momento de su vida. Así que dejó e
– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota
Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s
Madson Reese bajó a la casa que debería haber sido suya y encontró a su hermana abajo, haciendo algo que ella llamaba bordar, pero que no parecía nada. Aquella mujer carecía de talento, paciencia y habilidad para hacer nada. Pero a Sara nunca le gustó ir a sus clases particulares, y nunca fue necesario ser perfecta más allá de lo superficial, ya que su padre le hacía todas las órdenes de todos modos.Intentó volver a su habitación, pero sabía que ya la habían visto. Era demasiado tarde. – ¿Adónde vas? – Sara Reese habló de la manera tranquila y soñolienta que solía hacerlo cuando necesitaba que su hermana hiciera algo por ella.Madson respiró hondo, intentando controlar las ganas de lanzarse al cuello de la amante de su marido. – Me vuelvo a mi habitación. No creo que sea bueno para ninguno de los dos seguir encontrándonos así.Sara se limitó a esperar a que se diera la vuelta y se marchara porque necesitaba que su hermana se sintiera tan humillada como la noche en que su suegra había
Cesare Santorini se acercó a la mujer que, de pie bajo un árbol, miraba algo mientras sostenía aquella sombrilla blanca con una postura impecable. Sabía que en algún momento tendría que hablar con ella. Le debía explicaciones, también le debía disculpas, aunque eso era más complicado.– ¿Puedo hablar con usted?– ¿Tiene que ser ahora? – Ni siquiera se volvió para mirarle, aunque su corazón latía como loco de amor por él.– ¡Sí, tiene que ser ahora!– Lo siento. Ahora estoy ocupado. Vuelve en otro momento.– Madson... Tienes que ser más razonable.Finalmente, se volvió hacia él, y la forma en que el sol le daba en la cara la hacía parecer un cuadro de algún artista de renombre. Pensó en lo mucho que le gustaría amar a esa mujer, porque podría hacerlo. Y en lo fácil que sería su vida de ese modo. Pero no podía controlar sus emociones, y la historia con la otra mujer era algo antiguo que todos en el lugar desconocían, excepto el personal de la granja.– ¿Quieres que sea razonable? ¿No es
A Cesare Santorini se le podía llamar de todo. Ya le habían llamado varios adjetivos poco convencionales, varias mujeres que habían pasado por su vida, pero nunca dejaría de ser un caballero. No en extremo. Pedir disculpas a su mujer era lo mínimo que debía hacer, pero nunca diría que su amante le había seducido aquel día. No era ningún santo, y por supuesto era tan culpable como ella de lo que había ocurrido, pero hasta ese momento, tenerlos a los dos no era una intención. De hecho, cuando supo que iba a casarse con la hermana de su amante, intentó renunciar, pero con la boda reservada, eso sería imposible.Todo se podría haber evitado si la hermana solo hubiera estado en la boda de la otra con su hermano. Él nunca se habría involucrado con ella sabiéndolo.No sabía muchas cosas. Tampoco tenía ni idea de que Madson estaba ahora, intentando dormir en una habitación sencilla y sin aislamiento justo debajo de la suya. Así que se quitó la ropa formal de todos los días, excepto cuando ib