Cuando Cesare Santorini abrió su hermosa y gloriosa boca para decir algo ofensivo a su esposa, la puerta de la mansión se abrió agresivamente. Ambos miraron hacia la entrada, esperando lo peor. Pero sólo uno de ellos sintió realmente miedo.
Madson Reese sintió que le temblaban las piernas y casi no pudo mantenerse en pie cuando vio a su padre entrar por la puerta abrazado a su hermana, que ahora estaba envuelta en su costosa chaqueta. La mujer se estremeció mientras se hacía la víctima, mirando a todo el mundo.Amiro Reese miró al hombre de la esquina de la pared, donde seguía empujando a su hija, pero eso no le estremeció. De hecho, nada lo estremecía con facilidad, a menos que alguien le hiciera algo a su hija favorita. Y este claramente no era Madson Reese. De hecho, por alguna razón, había albergado un sentimiento de odio hacia ella desde que era muy pequeña.– ¿Qué demonios está pasando aquí? – dijo el hombre, tocándose la cintura, donde había una pequeña pistola legalizada. Cesare se metió las manos en los bolsillos, mirando con reproche a su mujer, como si en sus ojos pudiera enviar el mensaje: Es culpa tuya. Pero aun así, no sintió miedo del hombre. De hecho, se limitó a mirarle fijamente. Sabía que a su padre no le gustaba. De hecho, todo el mundo lo sabía, porque se había convertido en un escándalo en el pueblo. Uno de tantos.– Papá, yo... – Madson intentó explicar por qué se peleaba con su hermana.– ¡Cállate! – El hombre la señaló con el dedo, haciendo un gesto muy agresivo. –Esta es una conversación de hombres.Pero la verdad de todo es que Amiro siempre supo lo de su hija y su yerno, pero nunca le importó. Siempre permitió que Sara Reese hiciera lo que quisiera, solo porque necesitaba pisotear a su hermana menor. Cesare le miró con seriedad. – Su hija es mi amante desde hace algún tiempo.– ¿Y me lo dice así?.– El hombre apretó la empuñadura de su pistola.– ¿Y cómo querías que te lo dijera? – Lo dijo con tanta naturalidad que hizo que el hombre bajara la guardia por un momento. Entonces Cesare Reese encendió su puro, que siempre solía fumar a última hora de la tarde en su granja, y se sentó en el sofá, saboreándolo. – La verdad es que su hija es muy inexperta. Necesito a alguien que satisfaga mis necesidades.El hombre le miró enfadado, aunque le entendía muy bien. La verdad era que él le había hecho lo mismo a su mujer varias veces. Pero, ¿por qué su amante tenía que ser de la misma familia? ¿Por qué tenía que ser la viuda de su hermano?El hombre se acercó al sofá, sosteniendo aún a su hija favorita en el brazo izquierdo, y la sentó con cautela, como si fuera algo de porcelana muy valiosa. Mientras Madson Reese seguía de pie junto a la pared del salón, todavía asustada. Y solo sirvió para recordarle todos los malos tratos. De todas las veces que tuvo que permanecer de pie, alejada de todos durante la fiesta, mientras solo su madre se apiadaba de ella lo suficiente como para traerle un trozo de tarta.– Seamos muy prácticos. – La voz del hombre reverberó en la habitación como un feroz trueno que rasga el cielo. – No volverás a tocar a mi hija. Nunca más. – Dijo.– ¿Qué puedo hacer si ella viene a mí?– ¿Cómo puedes ser tan cínico? ¿Lo aprobaría tu hermano?– ¡Mi hermano nunca la tocó! – Cesare Reese se ríe. La odiaba profundamente y, en su lecho de muerte, me dijo que podía hacer lo que quisiera. El hombre ríe contrariado. – Tiene que estar bromeando. – Y para él, eso solo significaba algo aún más grave.– ¿Has desflorado a mis dos hijas?. – La forma en que Amiro Reese lo miraba fijamente hizo que Cesare Santorini casi se estremeciera ante la afirmación. Pero no podía negar los hechos.– ¡No! – Se ríe, dando otra calada a su puro. – En realidad, su hija se quedó con la mitad de este pueblo.El hombre soltó una carcajada siniestra. Mientras Sara Reese intentaba forzar la risa para mantener su disfraz. –Eres un gran mentiroso, Santorini.El hombre permaneció con las piernas cruzadas, sentado en su cómodo sillón. Miró a su mujer, que seguía hecha un desastre, apoyada en la pared, y se preguntó dónde estaría todo el valor que había demostrado no hacía tanto tiempo. – ¡Madson, ven! – Le ordenó como si fuera una sirvienta.Y caminó despacio, con cautela. Tenía tanto miedo de que su padre fuera a darle uno más de sus innumerables castigos.– Madson Reese, ¡quédate exactamente donde estás! Donde te mereces. – El hombre se enfrentó a su marido en ese momento. Necesitaba demostrar su poder. Necesitaba demostrar que así no conseguiría nada.– Seamos prácticos. Todos sabemos que ella no te importa. – Fumó un poco más entre palabra y palabra. – Y tú tienes algo que yo quiero. En realidad, dos.– Eres un mentiroso descarado.– Puedo nombrarte al menos otros dos granjeros a los que tu hija ha dado por culo descaradamente. Pero si aun así quieres seguir divirtiéndote preguntándoles, te daré los números ahora mismo– . Dijo esto mientras se levantaba del sillón marrón.El hombre le siguió con la cabeza. – ¿Qué quiere?– Dos por uno, Sr. Reese. Eso es todo.– ¿Qué ha dicho? – El hombre se sintió completamente ofendido, dejó a su hija a un lado y se levantó.En ese momento, Amiro Reese estaba apuntando con una pistola al apuesto hombre que tenía delante, pero no se inmutó. De hecho, siguió fumando su puro como uno más de sus días ordinarios. Caminó hacia Amiro y tocó la pistola, haciendo que el cañón girara hacia el suelo. Al mismo tiempo, sigue fumando su puro. – No se haga el duro conmigo, Sr. Reese. Sé que no le gusta y la quiero aquí. No voy a separarme tan rápido, sería un puto escándalo. Por otro lado, usted tiene dos hijas malhabladas y una granja en bancarrota.– Eso no es cierto. – El hombre lo negó con vehemencia.– ¿Está seguro? Es curioso, porque soy el primero de la lista para comprarlo. Está lleno de deudas...– ¿Papá? ¿Cómo pudiste no hablarnos de esto?. –Sara Reese se sintió profundamente insultada por volverse pobre, pero a Madson Reese no le importó. – Pon tus cartas sobre la mesa de una vez por todas. ¿Qué quieres? – Dijo el hombre mayor, en medio de su ceño enfadado. Y aunque seguía intentando mantener su pose de tipo duro, sabía muy bien que no estaba en posición de negociar. – Los quiero a los dos.El hombre ríe a carcajadas, dejando que su risa invada la gran sala. Tanto que Madson Reese prácticamente saltó de miedo. Odiaba la forma en que su padre hacía eso. Siempre le pareció tan siniestro, e instantáneamente, recordó cómo solía golpearla con el cinturón después de risas como esa. – No puedes hablar en serio. Yo no le haría eso a Sara. Es un diamante y se merece mucho más que ser la amante de un hombre como tú.– La trataré como a mi esposa. – Dijo el hombre, dando otra calada a su puro.Mentalmente, Madson Reese clamaba para que su padre no aceptara aquel absurdo término. ¿Por qué iba a someterse a vivir así? Sería absurdo tener que vivir así. Y bajo ninguna circunstancia volvería a acostarse con él. – Padre, por favor... – su dulce voz llamó la atención de su hermana, que frunció el ceño como si fuera una afrenta. La mujer seguía temblando tumbada en el traje protector de su padre. Siempre había sido demasiado mimada. Siempre había tenido todo lo que había querido, y si a
– ¡Espera! – gritó em esse momento el hombre impenetrable. E incluso mientras Madson Reese seguía caminando, ella sintió que su mirada se clavaba em su piel mientras la miraba fijamente desde atrás. - ¡Tengo uma proposición!Se volvió hacia él com uma mirada escéptica. ¿Cómo podía tener todavía el valor de proponerle algo después de todo? Y se sintió aún más humillada.– No es suficiente, Cesare... ¿Qué más quieres hacerme?– Te daré tu libertad. – Observó cómo sus labios temblaban de uma forma tan hermosa que casi sintió ganas de besarla, pero sabía que después de lo que había visto, sería imposible.La mujer, delicada como la pluma blanca de um ganso, recorrió com la mirada al hombre como si le diera tanto asco que fuera a vomitar. – Eres increíble. Soy libre.– No lo eres, ¡y lo sabes! – Apagó el cigarro junto al sofá, donde había um cenicero que solía utilizar a última hora de la tarde, cuando se relajaba tras um largo viaje. – Tu padre nunca te dejará marchar. Necesita este trato
Cuando Madson Reese subió al segundo piso, se dio cuenta demasiado tarde de que ya no era su casa. No había sitio para ella. Y haciendo acopio de nuevo de toda su tristeza, se dirigió hacia la habitación que estaba reservada para algún futuro huésped. Tal vez al nuevo dueño de la casa no le gustara, pero ¿qué otra opción tenía? No tenía otro sitio donde dormir. Y definitivamente no volvería a la cama donde estaba su marido con la mujer a la que se negaba a llamar hermana.Abrió la puerta blanca y observó la decoración victoriana de la habitación. E incluso con todo el lujo de la habitación, seguía sintiéndose en un lugar oscuro y miserable. Como si ya no le perteneciera. Tal vez porque sabía que ya no era su hogar.Madson Reese se dirigió hacia el espejo, donde permaneció un rato mirándose. Y en ese momento, notó el caos en sus ojos conflictivos. Se sentía tan enfadada con aquel hombre que apenas podía darse cuenta del amor que sentía por él en aquel momento de su vida. Así que dejó e
– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota
Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s
Madson Reese bajó a la casa que debería haber sido suya y encontró a su hermana abajo, haciendo algo que ella llamaba bordar, pero que no parecía nada. Aquella mujer carecía de talento, paciencia y habilidad para hacer nada. Pero a Sara nunca le gustó ir a sus clases particulares, y nunca fue necesario ser perfecta más allá de lo superficial, ya que su padre le hacía todas las órdenes de todos modos.Intentó volver a su habitación, pero sabía que ya la habían visto. Era demasiado tarde. – ¿Adónde vas? – Sara Reese habló de la manera tranquila y soñolienta que solía hacerlo cuando necesitaba que su hermana hiciera algo por ella.Madson respiró hondo, intentando controlar las ganas de lanzarse al cuello de la amante de su marido. – Me vuelvo a mi habitación. No creo que sea bueno para ninguno de los dos seguir encontrándonos así.Sara se limitó a esperar a que se diera la vuelta y se marchara porque necesitaba que su hermana se sintiera tan humillada como la noche en que su suegra había
Cesare Santorini se acercó a la mujer que, de pie bajo un árbol, miraba algo mientras sostenía aquella sombrilla blanca con una postura impecable. Sabía que en algún momento tendría que hablar con ella. Le debía explicaciones, también le debía disculpas, aunque eso era más complicado.– ¿Puedo hablar con usted?– ¿Tiene que ser ahora? – Ni siquiera se volvió para mirarle, aunque su corazón latía como loco de amor por él.– ¡Sí, tiene que ser ahora!– Lo siento. Ahora estoy ocupado. Vuelve en otro momento.– Madson... Tienes que ser más razonable.Finalmente, se volvió hacia él, y la forma en que el sol le daba en la cara la hacía parecer un cuadro de algún artista de renombre. Pensó en lo mucho que le gustaría amar a esa mujer, porque podría hacerlo. Y en lo fácil que sería su vida de ese modo. Pero no podía controlar sus emociones, y la historia con la otra mujer era algo antiguo que todos en el lugar desconocían, excepto el personal de la granja.– ¿Quieres que sea razonable? ¿No es