Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s
Madson Reese bajó a la casa que debería haber sido suya y encontró a su hermana abajo, haciendo algo que ella llamaba bordar, pero que no parecía nada. Aquella mujer carecía de talento, paciencia y habilidad para hacer nada. Pero a Sara nunca le gustó ir a sus clases particulares, y nunca fue necesario ser perfecta más allá de lo superficial, ya que su padre le hacía todas las órdenes de todos modos.Intentó volver a su habitación, pero sabía que ya la habían visto. Era demasiado tarde. – ¿Adónde vas? – Sara Reese habló de la manera tranquila y soñolienta que solía hacerlo cuando necesitaba que su hermana hiciera algo por ella.Madson respiró hondo, intentando controlar las ganas de lanzarse al cuello de la amante de su marido. – Me vuelvo a mi habitación. No creo que sea bueno para ninguno de los dos seguir encontrándonos así.Sara se limitó a esperar a que se diera la vuelta y se marchara porque necesitaba que su hermana se sintiera tan humillada como la noche en que su suegra había
Cesare Santorini se acercó a la mujer que, de pie bajo un árbol, miraba algo mientras sostenía aquella sombrilla blanca con una postura impecable. Sabía que en algún momento tendría que hablar con ella. Le debía explicaciones, también le debía disculpas, aunque eso era más complicado.– ¿Puedo hablar con usted?– ¿Tiene que ser ahora? – Ni siquiera se volvió para mirarle, aunque su corazón latía como loco de amor por él.– ¡Sí, tiene que ser ahora!– Lo siento. Ahora estoy ocupado. Vuelve en otro momento.– Madson... Tienes que ser más razonable.Finalmente, se volvió hacia él, y la forma en que el sol le daba en la cara la hacía parecer un cuadro de algún artista de renombre. Pensó en lo mucho que le gustaría amar a esa mujer, porque podría hacerlo. Y en lo fácil que sería su vida de ese modo. Pero no podía controlar sus emociones, y la historia con la otra mujer era algo antiguo que todos en el lugar desconocían, excepto el personal de la granja.– ¿Quieres que sea razonable? ¿No es
A Cesare Santorini se le podía llamar de todo. Ya le habían llamado varios adjetivos poco convencionales, varias mujeres que habían pasado por su vida, pero nunca dejaría de ser un caballero. No en extremo. Pedir disculpas a su mujer era lo mínimo que debía hacer, pero nunca diría que su amante le había seducido aquel día. No era ningún santo, y por supuesto era tan culpable como ella de lo que había ocurrido, pero hasta ese momento, tenerlos a los dos no era una intención. De hecho, cuando supo que iba a casarse con la hermana de su amante, intentó renunciar, pero con la boda reservada, eso sería imposible.Todo se podría haber evitado si la hermana solo hubiera estado en la boda de la otra con su hermano. Él nunca se habría involucrado con ella sabiéndolo.No sabía muchas cosas. Tampoco tenía ni idea de que Madson estaba ahora, intentando dormir en una habitación sencilla y sin aislamiento justo debajo de la suya. Así que se quitó la ropa formal de todos los días, excepto cuando ib
Cesare Santorini subió las escaleras tan rápido como las había bajado. Lo único que oía, aparte de sus propios pensamientos, era el crujido de sus pasos en la escalera, bajo una alfombra de terciopelo muy sofisticada.Se dirigió a la puerta de su habitación y la abrió bruscamente. – ¿Sara?Pero por más que la buscó, la mujer había desaparecido. ¿Por qué, si ni siquiera se habían peleado? Puso los ojos en blanco. Todo porque le había dicho que necesitaba que lo acompañara a cenar, pero no ella...El hombre se miró en el espejo. Llevaba poco tiempo en esta situación, pero ya se sentía agotado, así que ¿cómo podía esperar que la gente creyera esta fachada si ni siquiera él podía soportarlo más? Se quitó la sudorosa ropa de trabajo y se metió en una bañera, ajeno al trabajo que tuvieron que hacer sus empleados para llenarla de agua caliente. Y cuando terminó, se vistió y bajó las escaleras.Así que encendió un puro y esperó a que Madson bajara las escaleras de la mansión. Pero mientras él
Madson pudo oír cuando el coche partió temprano hacia algún lugar. Probablemente, Sara ya estaba harta de la monotonía de la granja y prefería ir de compras y hacer turismo con su querido cuñado y amante. Se puso ropa sencilla y salió de la habitación. Aún era muy temprano y el sol ni siquiera había salido del todo cuando abrió la puerta de la casa y se encontró con una joven que caminaba hacia los arados que suministraban algunos de los condimentos de la casa. Pero no era eso lo que realmente le interesaba.Así que se dirigió hacia los establos, analizando cada uno de los hermosos animales que tenía su marido. Pero había una criatura blanca tan magnífica que nada se le acercaba. Madson se acercó, hipnotizado por los ojos del animal y aquel pelaje salvaje y largo que parecía no haber sido recortado nunca. No estaba domesticado y se notaba a distancia. Pero ella no dudó en poner sus delicadas y callosas manos sobre el distante animal. Sin embargo, no se inmutó la primera vez.Y ella s
Aunque era muy tarde, no había nadie en la habitación en la que entró Cesare. ¿Dónde estaba Madson? No es que realmente tuviera derecho a regañarla teniendo en cuenta todo lo que le había hecho, pero ¿por qué no estaba una dama como ella en su cama en aquel momento?Tenía el cuerpo lleno de la tensión, de la preocupación, pero la paranoia era lo que más le molestaba. Lo más terrible de todo era que no podía dejar de pensar que su mujer estaba recibiendo toda la atención que él no le había prestado durante su luna de miel porque estaba demasiado ocupado con su hermana.Se sentó en el sillón y se martirizó durante mucho tiempo, hasta que no pudo aguantar más.El hombre cogió su abrigo y lo tiró sobre el asiento del coche, sin molestarse siquiera en abrir la puerta del conductor para entrar porque prefería saltar por encima del descapotable. Arrancó el coche mientras echaba humo por la boca.Sarah salió de la mansión envuelta en una sábana blanca. El viento soplaba muy fuerte aquella noc
– ¿Qué es toda esta mierda?La mujer del último escalón llevaba una bata roja y sujetaba un lazo alrededor de la cintura mientras intentaba mantener la ropa cerrada.Cesare Santorini no se dejó intimidar por la situación ni un solo segundo, aunque sabía que si su amante no hubiera encendido la luz, estaría besando a Madson.– ¡Eso es exactamente lo que ves!Se limitó a levantarse, con unos cuantos fragmentos en las manos, mientras Madson se ponía los suyos en su sitio. Seguía llevando guantes, pero no lo cubrían todo como deberían.Sara nunca fue el tipo de mujer que buscaba la comprensión de nadie, ni practicaba ese tipo de sentimientos. Solo conocía el placer, la felicidad y el odio. Y era precisamente en este último en el que se centraba. Con su mirada tormentosa, la mujer los miró a los dos, y la expresión asustada de su hermana menor solo la hizo sospechar más. ¿Qué hacían fuera tan tarde?– Es lo que quieres, ¿no?– ¿De qué estás hablando, Sara?La mujer de la escalera sonrió sa