– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota
Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s
Madson Reese bajó a la casa que debería haber sido suya y encontró a su hermana abajo, haciendo algo que ella llamaba bordar, pero que no parecía nada. Aquella mujer carecía de talento, paciencia y habilidad para hacer nada. Pero a Sara nunca le gustó ir a sus clases particulares, y nunca fue necesario ser perfecta más allá de lo superficial, ya que su padre le hacía todas las órdenes de todos modos.Intentó volver a su habitación, pero sabía que ya la habían visto. Era demasiado tarde. – ¿Adónde vas? – Sara Reese habló de la manera tranquila y soñolienta que solía hacerlo cuando necesitaba que su hermana hiciera algo por ella.Madson respiró hondo, intentando controlar las ganas de lanzarse al cuello de la amante de su marido. – Me vuelvo a mi habitación. No creo que sea bueno para ninguno de los dos seguir encontrándonos así.Sara se limitó a esperar a que se diera la vuelta y se marchara porque necesitaba que su hermana se sintiera tan humillada como la noche en que su suegra había
Cesare Santorini se acercó a la mujer que, de pie bajo un árbol, miraba algo mientras sostenía aquella sombrilla blanca con una postura impecable. Sabía que en algún momento tendría que hablar con ella. Le debía explicaciones, también le debía disculpas, aunque eso era más complicado.– ¿Puedo hablar con usted?– ¿Tiene que ser ahora? – Ni siquiera se volvió para mirarle, aunque su corazón latía como loco de amor por él.– ¡Sí, tiene que ser ahora!– Lo siento. Ahora estoy ocupado. Vuelve en otro momento.– Madson... Tienes que ser más razonable.Finalmente, se volvió hacia él, y la forma en que el sol le daba en la cara la hacía parecer un cuadro de algún artista de renombre. Pensó en lo mucho que le gustaría amar a esa mujer, porque podría hacerlo. Y en lo fácil que sería su vida de ese modo. Pero no podía controlar sus emociones, y la historia con la otra mujer era algo antiguo que todos en el lugar desconocían, excepto el personal de la granja.– ¿Quieres que sea razonable? ¿No es
A Cesare Santorini se le podía llamar de todo. Ya le habían llamado varios adjetivos poco convencionales, varias mujeres que habían pasado por su vida, pero nunca dejaría de ser un caballero. No en extremo. Pedir disculpas a su mujer era lo mínimo que debía hacer, pero nunca diría que su amante le había seducido aquel día. No era ningún santo, y por supuesto era tan culpable como ella de lo que había ocurrido, pero hasta ese momento, tenerlos a los dos no era una intención. De hecho, cuando supo que iba a casarse con la hermana de su amante, intentó renunciar, pero con la boda reservada, eso sería imposible.Todo se podría haber evitado si la hermana solo hubiera estado en la boda de la otra con su hermano. Él nunca se habría involucrado con ella sabiéndolo.No sabía muchas cosas. Tampoco tenía ni idea de que Madson estaba ahora, intentando dormir en una habitación sencilla y sin aislamiento justo debajo de la suya. Así que se quitó la ropa formal de todos los días, excepto cuando ib
Cesare Santorini subió las escaleras tan rápido como las había bajado. Lo único que oía, aparte de sus propios pensamientos, era el crujido de sus pasos en la escalera, bajo una alfombra de terciopelo muy sofisticada.Se dirigió a la puerta de su habitación y la abrió bruscamente. – ¿Sara?Pero por más que la buscó, la mujer había desaparecido. ¿Por qué, si ni siquiera se habían peleado? Puso los ojos en blanco. Todo porque le había dicho que necesitaba que lo acompañara a cenar, pero no ella...El hombre se miró en el espejo. Llevaba poco tiempo en esta situación, pero ya se sentía agotado, así que ¿cómo podía esperar que la gente creyera esta fachada si ni siquiera él podía soportarlo más? Se quitó la sudorosa ropa de trabajo y se metió en una bañera, ajeno al trabajo que tuvieron que hacer sus empleados para llenarla de agua caliente. Y cuando terminó, se vistió y bajó las escaleras.Así que encendió un puro y esperó a que Madson bajara las escaleras de la mansión. Pero mientras él
Madson pudo oír cuando el coche partió temprano hacia algún lugar. Probablemente, Sara ya estaba harta de la monotonía de la granja y prefería ir de compras y hacer turismo con su querido cuñado y amante. Se puso ropa sencilla y salió de la habitación. Aún era muy temprano y el sol ni siquiera había salido del todo cuando abrió la puerta de la casa y se encontró con una joven que caminaba hacia los arados que suministraban algunos de los condimentos de la casa. Pero no era eso lo que realmente le interesaba.Así que se dirigió hacia los establos, analizando cada uno de los hermosos animales que tenía su marido. Pero había una criatura blanca tan magnífica que nada se le acercaba. Madson se acercó, hipnotizado por los ojos del animal y aquel pelaje salvaje y largo que parecía no haber sido recortado nunca. No estaba domesticado y se notaba a distancia. Pero ella no dudó en poner sus delicadas y callosas manos sobre el distante animal. Sin embargo, no se inmutó la primera vez.Y ella s