– Se lo digo a todas, mi amor. Eso es lo que dicen los tíos cuando las quieren en sus camas. ¿Qué esperabas? No pensé que acabaría casándome. Apenas has dejado los pañales. Ni siquiera sabes hacer el amor.
Su mirada confusa recorrió aquellos ojos claros y cristalinos. El hombre era realmente hermoso, pero nunca había sido bueno. Y cuando recordó las veces que se había saltado su internado, esperando a que cumpliera los dieciocho para desvirgarla, por fin recapacitó. Qué inocente había sido. Siempre había sido así. Un hombre de veintiocho años no haría eso por amor. ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué nadie se lo había advertido? Y pensar que su padre la había puesto allí para que estuviera lejos de hombres como él.Respiró hondo. – Creía que te gustaba. – Ella llora fuerte, mostrando sus dientes perfectos en medio de sus hermosos labios rojos.– Y me gusta. – Se acerca más a ella. – Me encanta hacerte el amor y enseñarte. Pero seamos honestos. Un hombre necesita un poco de acción de vez en cuando. Mamá y papá pueden ser aburridos a veces.Madson lloró aún más con todas esas palabras. – Voy a desaparecer de tu vida, Cesare Santorini.– No, mi amor. ¡No irás! No puedes ir a ninguna parte. Ahora me perteneces. Las cosas serán como yo quiero.– ¿Vas a encadenarme a la cama? Sabes que es la única manera de mantenerme aquí contigo.– ¡Si tengo que hacerlo, sí! Tu padre me mataría si supiera todo esto.Sara lo estaba escuchando todo y, francamente, ahora todo le parecía más ofensivo. Él también le había jurado su amor. Así que intentó escabullirse.– ¡Tú! Tú no vas a ninguna parte. – Dijo señalando a aquella mujer.– ¿Y tú eres quien va a detenerme? – E hizo gala de su desprecio cuando analizó a Madson Reese de arriba abajo.– Sara, no digas más tonterías. Será mejor que te vayas.– ¿Por qué? ¿Tanto te importa perder a tu mujer? Mi hermana es una mosca muerta.Pone los ojos en blanco ante ese tipo de declaraciones infantiles. Siempre había odiado ese tipo de comportamiento. – ¿Por qué no hacemos las paces? Yo ya no me acuesto con ella y tú sí. O podríamos volver a la cama los tres.– Y la naturalidad con la que lo dijo era un indicio de que no era la primera vez que lo proponía, ni que lo aceptaban.Pero Madson Reese nunca haría algo así. Separar a su marido era demasiado para ella. Y parecía tan extraño la forma en que Cesare Santorini lloraba bajo el ataúd de su hermano, pero ahora dormía con su esposa. La viuda que se suponía estaba de luto. Y también comprendió la razón correcta del vestido negro que llevaba durante la ceremonia. Nunca representó el luto por su marido.– ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?– Desde que murió mi marido. – Se puso la mano en la cintura de una forma tan autoritaria que casi cohibió a Madson, pero hoy no. Ella nunca se echaría atrás. – Y mira, fue maravilloso, mientras tú te gastabas toneladas de dinero eligiendo vestidos de novia, él y yo disfrutábamos en el probador de al lado.Cesare se da cuenta de que lo que ella dijo solo complicaría aún más su vida, y se pasa las manos por la cara, porque sabe que aún no ha terminado. Las mujeres nunca perdonarían una traición así. – Será mejor que te vayas. Déjame hablar con ella a solas.Cuando pensó en avanzar sobre la mujer aún desnuda para sacarla de la habitación, Madson Reese avanzó primero sobre él, anticipándose a sus movimientos. Escupió al hombre que ahora le caía realmente mal. – Eres un cerdo. Te odio. – Y sus ojos claros estaban tan llenos de dolor que, cuando él los miró fijamente, pudo absorber parte de él.Y sinceramente, se sintió culpable por primera vez. ¿Por qué se sentía así? Ni siquiera él podía explicarlo. Entonces abrazó a su nueva esposa. Y su largo cabello se balanceó, dibujando el delicado y perfecto rostro de una niña inocente. La niña que él había destruido.– Lo solucionaremos. No me odias. Nunca me odiarías. – dice, e intenta besarla. Pero no es un beso correspondido. Es agresivo y fuerte. Aferrándose a esos brazos delgados, él deja marcas de dedos cada vez que ella forcejea, tratando de deshacerse de esas manos que ahora se sienten repulsivas.Y por un segundo, realmente pensó que ella cedería, porque ya no luchaba por salir, aunque seguía siendo tan frígida con él. ¿Por qué luchaba por ella? Ni siquiera él lo sabía. Nunca había perseguido a ninguna mujer. Ni siquiera a alguien tan bella y delicada como ella.Pero Sara seguía detrás de ellos, y aplaudía de forma desenfrenada. –Y la pareja se reconcilia. Enhorabuena, hermana, has ganado el premio a la cornuda del año. ¿Necesitas un trineo o algo?. – Se ríe de su propia broma.Y Cesare Santorini está distraído, dispuesto a luchar con ella, pero Madson Reese le da una fuerte patada entre las piernas en un intento exitoso de deshacerse de él. Y cuando por fin lo consigue, alcanza a ver a esa mujer desnuda, que estaba haciendo bromas sobre ella y sobre el hecho de que había sido traicionada. Y en un arrebato de actitud que normalmente no tendría, agarra a la mujer del pelo y la arrastra fuera de la habitación. Pero aunque Cesare Santorini protesta, ella sigue haciendo lo que quiere. En ese momento, no podía pensar en otra cosa que en sacar a esa mujer de su casa. Al menos era suya por el momento, porque, fueran cuales fueran las consecuencias, seguía teniendo la intención de huir y desaparecer de aquel lugar, aunque su padre la repudiara. Así que arrastró a la mujer escaleras arriba, mientras gritaba insultos que Madson Reese ni siquiera podía oír.Y entró por la puerta, donde todos los invitados bailaban, bebían y comían relajadamente. Pero cuando vieron a la mujer desnuda en medio de la fiesta, hasta la suave música dejó de sonar. Una señora vestida tan elegantemente gritó en medio de todos, llamando aún más la atención sobre la grotesca escena en la que dos mujeres se estaban besuqueando. Pero resultó que una de ellas no llevaba ropa. Y los hombres de la fiesta, en un intento de reconciliar las cosas, avanzaron contra las mujeres. Y Madson Reese reconoció el perfume embriagador de su marido cuando la abrazó por detrás. Pero ella no quería que la tocara. No quería que la tocara nunca más. Así que también le golpeó. Primero con una fuerte bofetada en la cara que le sobresaltó. Aquel día estaba llena de sorpresas.– ¡Elegiste un mal día para rebelarte! – Lo dice con tanta calma que la irrita. Ella lo intenta de nuevo, pero él consigue agarrarle la muñeca y se la retuerce. –Ninguna mujer me pega en la cara. Ni dos veces. – La dureza con que lo dijo no le dolió, pero la forma en que la miró sí. Como si quisiera aplastarla, sí.Entonces Madson Reese apartó su mano, volviendo a agarrarla. Y lo sintió cuando esta vez le tiraron del pelo. Ya no era ella la que atacaba. Ella no empezó esta vez. Entonces, cuando la mujer intentó golpearla, agarrándola por el cuello, Madson Reese simplemente echó su cuerpo hacia atrás, desequilibrando a la mujer. Y se pudo oír el momento exacto en que su fino y caro vestido fue arrancado por completo, dejando sus piernas al descubierto. E incluso detrás de ese vestido de princesa rasgado, se podían ver sus curvas perfectas. Lo que algunos de los invitados no pudieron evitar notar. Pero a ella no le importaba en ese momento.Las dos mujeres cayeron en picado a una fuente de agua. Y la escena pareció tan patética en la mente de Madson que se sintió humillada en ese momento. Y si hubiera sabido qué ocurriría, no se habría lanzado tan bruscamente.– ¡Ya basta! – Gritó su padre con tal odio hacia toda la escena que ella nunca le había visto tan enfadado.–¡No! – Se rebeló por primera v
Cuando Cesare Santorini abrió su hermosa y gloriosa boca para decir algo ofensivo a su esposa, la puerta de la mansión se abrió agresivamente. Ambos miraron hacia la entrada, esperando lo peor. Pero sólo uno de ellos sintió realmente miedo.Madson Reese sintió que le temblaban las piernas y casi no pudo mantenerse en pie cuando vio a su padre entrar por la puerta abrazado a su hermana, que ahora estaba envuelta en su costosa chaqueta. La mujer se estremeció mientras se hacía la víctima, mirando a todo el mundo.Amiro Reese miró al hombre de la esquina de la pared, donde seguía empujando a su hija, pero eso no le estremeció. De hecho, nada lo estremecía con facilidad, a menos que alguien le hiciera algo a su hija favorita. Y este claramente no era Madson Reese. De hecho, por alguna razón, había albergado un sentimiento de odio hacia ella desde que era muy pequeña.– ¿Qué demonios está pasando aquí? – dijo el hombre, tocándose la cintura, donde había una pequeña pistola legalizada. Cesa
El hombre ríe a carcajadas, dejando que su risa invada la gran sala. Tanto que Madson Reese prácticamente saltó de miedo. Odiaba la forma en que su padre hacía eso. Siempre le pareció tan siniestro, e instantáneamente, recordó cómo solía golpearla con el cinturón después de risas como esa. – No puedes hablar en serio. Yo no le haría eso a Sara. Es un diamante y se merece mucho más que ser la amante de un hombre como tú.– La trataré como a mi esposa. – Dijo el hombre, dando otra calada a su puro.Mentalmente, Madson Reese clamaba para que su padre no aceptara aquel absurdo término. ¿Por qué iba a someterse a vivir así? Sería absurdo tener que vivir así. Y bajo ninguna circunstancia volvería a acostarse con él. – Padre, por favor... – su dulce voz llamó la atención de su hermana, que frunció el ceño como si fuera una afrenta. La mujer seguía temblando tumbada en el traje protector de su padre. Siempre había sido demasiado mimada. Siempre había tenido todo lo que había querido, y si a
– ¡Espera! – gritó em esse momento el hombre impenetrable. E incluso mientras Madson Reese seguía caminando, ella sintió que su mirada se clavaba em su piel mientras la miraba fijamente desde atrás. - ¡Tengo uma proposición!Se volvió hacia él com uma mirada escéptica. ¿Cómo podía tener todavía el valor de proponerle algo después de todo? Y se sintió aún más humillada.– No es suficiente, Cesare... ¿Qué más quieres hacerme?– Te daré tu libertad. – Observó cómo sus labios temblaban de uma forma tan hermosa que casi sintió ganas de besarla, pero sabía que después de lo que había visto, sería imposible.La mujer, delicada como la pluma blanca de um ganso, recorrió com la mirada al hombre como si le diera tanto asco que fuera a vomitar. – Eres increíble. Soy libre.– No lo eres, ¡y lo sabes! – Apagó el cigarro junto al sofá, donde había um cenicero que solía utilizar a última hora de la tarde, cuando se relajaba tras um largo viaje. – Tu padre nunca te dejará marchar. Necesita este trato
Cuando Madson Reese subió al segundo piso, se dio cuenta demasiado tarde de que ya no era su casa. No había sitio para ella. Y haciendo acopio de nuevo de toda su tristeza, se dirigió hacia la habitación que estaba reservada para algún futuro huésped. Tal vez al nuevo dueño de la casa no le gustara, pero ¿qué otra opción tenía? No tenía otro sitio donde dormir. Y definitivamente no volvería a la cama donde estaba su marido con la mujer a la que se negaba a llamar hermana.Abrió la puerta blanca y observó la decoración victoriana de la habitación. E incluso con todo el lujo de la habitación, seguía sintiéndose en un lugar oscuro y miserable. Como si ya no le perteneciera. Tal vez porque sabía que ya no era su hogar.Madson Reese se dirigió hacia el espejo, donde permaneció un rato mirándose. Y en ese momento, notó el caos en sus ojos conflictivos. Se sentía tan enfadada con aquel hombre que apenas podía darse cuenta del amor que sentía por él en aquel momento de su vida. Así que dejó e
– Tienes que ser una buena chica. La granja está bien ahora. Se han pagado las deudas y estoy segura de que con la nueva cosecha saldré de ese bache.– Lo hice por ti. Me sacrifiqué porque no quería verte en la calle. Pero que sepas esto, padre mío. Nunca te perdonaré por eso.– ¿Y por qué crees que me importa tu perdón? Prefiero venderme a vivir en la calle.– ¿Y has olvidado lo que es trabajar? – Madson Reese vuelve la cara hacia los árboles que se mecen con el viento y derraman hojas por todo el césped. – ¿A mi edad? – Deja escapar una risa solitaria, casi como una ironía apenas perceptible. – Eres muy soñador. Ese siempre ha sido tu problema. Igual que tu madre... – Se saca el cigarrillo del bolsillo y lo enciende con el mechero de la otra mano.– Estoy muy orgulloso de ello. – Levantó la cabeza, dejando al descubierto un cabello tan suave como la seda más fina.Se limitó a observarla. ¿Por qué es tan diferente de su hermana? La verdad es que su padre siempre la odió por ello. ¿L
Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él. Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso... Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes. La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste. – Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien! Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien. Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota
Lady Lucia escuchó la sonata. Y cuando Madson Reese terminó por fin de tocar, abrió los párpados y una lágrima resbaló de sus ojos cerrados. Aplaudió sola, pero se le unieron todos los presentes, excepto Sara.– Gracias.– ¿No quieres tocar una canción más antes de irnos?Pero la extravagante mujer que frecuentaba a su cuñado y amante no podía aguantar ni un segundo más sin ser el centro de atención y, antes de que Madson pudiera replicar, se levantó del sofá. – Se acabó la música de piano, ¿eh? Porque la tristeza en un día como hoy.La mujer enarcó una ceja en señal de juicio. – No sé, cariño. ¿Qué tal porque eres viuda?Y Sara sintió que la cara le ardía en el mismo momento, pero prefirió ignorar lo que consideraba una ofensa contra ella. – Si quieres, puedo cantarte algo.La mujer se agachó y recogió sus guantes de encaje del sofá. – Gracias, querida, pero ya nos vamos.– ¿Estás segura?– Creo que ya hemos oído bastante por hoy. Cualquier cosa que se haga ahora parecerá frívola y s