CAPITULO 55

Mi mundo, que había logrado cierta estabilidad después de tanto tiempo, tambaleó al oír aquella confesión. Y no porque no fuese de mi agrado escuchar de aquellos labios que me amaba, sino porque aquella confesión llegaba tarde, en el tiempo y momento equivocado.

Mentiría si negaba que escucharlo decir aquello, no hacía que mi alma y mi corazón se liberaran por completo de esa prisión en la que se habían visto presas por no tener la certeza de lo que sentía por mí. 

Quería correr por un campo desierto y gritar a los cuatro vientos que era la mujer más feliz del mundo, que por fin me sentía completa. Quería decirle que aún lo amaba, pero que tenía miedo a salir lastimada porque esta vez sería letal para mí. Sin embargo, aun así, deseaba gritarle que él era el único que llenaba cada hueco

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